26 de agosto de 2014
¿Fue un pionero del cine documental ecuatoriano? “No diría eso”, contesta Santiago Carcelén. No le gusta la palabra, le suena un poco exagerada. Pero es cierto, admite, que cuando regresó de Brasil en 1987 había poca gente en el país dedicada al oficio. “Había algunos, entre ellos Camilo Luzuriaga, Jaime Cuesta, Cristóbal Pecas Corral y Pocho Álvarez. Pero en realidad, sí éramos pocos, muy pocos”.
Había producido documentales antes de salir del Ecuador en 1985, para estudiar cine en San Pablo: la experiencia ganada en Brasil resultó fundamental para su desarrollo como cineasta. Al mismo tiempo de estudiar en la Universidad de la ciudad, hizo una pasantía con un grupo de televisión popular, TV.VIVA. “Trabajamos en el Norte -recuerda-, en Olinda, un pueblo vecino de Recife. Producíamos programas sobre temas sociales relevantes para la gente y presentábamos los trabajos cada semana en los barrios”. “Fue una experiencia lindísima; me marcó la vida”.
Luego pasó un tiempo en el área de ficción de TV.CULTURA de San Pablo, previo a su regreso al Ecuador en 1987. Llegó al país, como él mismo lo pone: “enamorado del oficio.”
Pero no todo salió como esperaba; no eran fallas técnicas, explica, sino quizás errores de juicio relacionados con el conservadurismo reinante entonces en el país. “Había decidido dedicarme al cine de ficción, y produje cuatro películas: un corto sobre (Federico) García Lorca para celebrar los 50 años de su muerte y El Hombre de la Mirada Oblicua, y hasta allí todo bien. Pero En Esa Parte del Olvido, la historia de un abusador de niños (que en 1995 fue premiado en Cusco, Perú, en la categoría de mejor director en videoficción), y Te escribiré desde París, una adaptación de un cuento de Raúl Vallejo basado en la relación entre un travesti y un hombre cualquiera de Quito, provocaron una fuerte reacción social. “Rompieron totalmente los esquemas del cine nacional.” ¿Cómo así? “Eran películas que no dependían de una ideología, eran simplemente historias; de la vida real, se podría decir.”
“El problema -dice Carcelén-, si se lo puede llamar así, es que fueron temas que no le gustaban a nadie, y por eso la reacción fue brutal, sobre todo por parte de la prensa. Y para postre, Vallejo me descalificó y tuve que cambiar el título de la película de Te escribiré desde París a Extraños Amantes”. ¿Fue un error, entonces? “No. Fue una decisión consciente. Me alejé de los temas sociales y me metí con personajes urbanos. Sobre la posibilidad de que mis trabajos provoquen escándalos, ni siquiera lo pensé, eso hubiera limitado mi acción.”
Sea lo que fuera, es difícil evitar la conclusión de que para su carrera fue un malpaso. El costo fue alto. “No pude producir más películas de ficción; me tocó volver a los documentales”. ¿Un caso de no hay mal que por bien no venga? Se sonríe, pero no me contesta.
El documentalista
¿Por qué se metió en el mundo del cine en primer lugar? En esa época ser productor de películas no fue, como ahora, una carrera sexy. “No había ningún plan -explica Santiago-, mi formación inicial fue en sociología. Estudiaba en la Universidad Católica de Chile, pero cuando llegó el golpe de (Augusto) Pinochet regresé al Ecuador para terminar mis estudios en la Universidad Central”. Luego dio clases de materialismo histórico-dialéctico en la misma institución, en la Facultad de Arquitectura.
“Dejé la militancia para siempre en 1978, luego de la muerte del Conejo Velasco”.
Santiago Carcelén.
¿Materialismo histórico-dialéctico? ¿En la facultad de Arquitectura? “Así fue en la Central de ese entonces. A todos los estudiantes, de todas las facultades, les obligaron estudiar la materia”. “¿A los médicos?” “Sí, a todos. La idea fue formar revolucionarios en todos los sectores de una universidad dominada por el Movimiento Popular Democrático, MPD, cuyos métodos no fueron tan, digamos, democráticos”.
¿Militaba en algún partido? En el MIR antes de irse a Chile, donde se vinculó al Partido Socialista. Una vez más en el Ecuador, en 1973, ingresó al MRT (Movimiento Revolucionario de Trabajadores) del cual se alejó 1978. ¿Y ahora? “Dejé la militancia para siempre ese mismo año, luego de la muerte del Conejo Velasco (NdeR: Se refiere al escritor y activista político Fernando Velasco Abad)”.
“¿Y los documentales?” “Bueno -me dice, levantando la ceja y mirándome con ojo dudoso, exasperado-, además de dar clases, hice un número de estudios sociológicos en los barrios periféricos de Quito. Me interesaba la sociología urbana y los impactos de la migración campo-ciudad que empezó a cobrar fuerza en esa época.” Me habla de un estudio en particular que le quedó grabado en la memoria; se trataba de dos barrios: La Roldós, controlado por la Democracia Cristiana, y Pisulí, controlado por el MPD. “Fueron barrios clientelares y hubo enfrentamientos muy duros: muertes, heridos, dinamitazos”. “Fue bastante interesante para un sociólogo, y por suerte pude salir ileso”.
“¿Y las películas?” “La cosa es que se me ocurrió hacer un documental relacionado con uno de mis estudios, se supone que la idea era difundirlo de una forma más popular, no quedarse solo en los confines de la universidad y los académicos. Entonces sugerí la idea al decano. Y él aceptó”.
Entonces el decano de la Facultad de Arquitectura iba a hacer un documental sobre un tema de sociología. Cosa rara, le planteo. “Lo que tienes que entender” (me está fustigando) “es que en esos años la facultad de Arquitectura tenía algo más que arquitectura y sociología, algo muy especial: uno de los dos mejores estudios filmográficos del continente; el otro estaba en Venezuela.”
“¿Y la película?” “Nunca la hicieron, se quedó allí en la lista de espera, y cuando me enteré estaba furioso y decidí hacerla yo mismo”. Ironía de la vida: las iras también sirven, y el resultado fue el nacimiento de un productor de cine, un pionero (aun cuando no quiera admitirlo) del cine ecuatoriano.
La segunda etapa
Desde su regreso al cine documental han pasado unos veintiséis años, y en ese período Carcelén ha rodado “unos 20 documentales”. “No estoy seguro del número exacto, pero son bastantes” “¿Y cuáles te gustan más?” Piensa un rato, rasca su canosa barba y toma un sorbo de café: tampoco está seguro. “No es que tengo favoritos exactamente, pero uno que me ha dado mucho placer ha sido el que hice sobre las mujeres kichwa de la Amazonía. Fue una realidad totalmente desconocida para la gran mayoría de la población ecuatoriana”. Ese filme se llama Antiguos Sueños de Mujeres Kichwas y le valió un premio en Chile, en el festival Naciones sin Estado, en la categoría de género. Pero, a pesar de ser bien conocida en el exterior, tuvo muy pocas repercusiones dentro del país. ¿Le parece extraño que no haya sido reconocido en el Ecuador? “En realidad… no”.
“[…] no estoy en esto para ser el gran realizador, el gurú del cine ecuatoriano, sino porque me gusta lo que hago. Diría más bien que hago cine porque me gusta el arte de hacer películas. Es así de sencillo”.
Santiago Carcelén.
“¿Y de las demás películas, qué?” Debe haber otras, y le menciono una que rodó en 2009 –Un Hombre Secreto– sobre la vida del pintor Camilo Egas. “¿Qué piensas de ella?” “Me gusta la película, me gusta mucho, aunque no fue fácil producir: muchas tomas se rodaron en Estados Unidos y por un motivo desconocido para mí, la embajada me negó la visa” ¿Te negó la visa? ¿Cómo se puede rodar una película en el extranjero sin estar presente? “Cuando el equipo estaba filmando en Estados Unidos tuve que coordinar con ellos a través de Skype. Fue una barbaridad, pero la actitud intransigente de la embajada no me dejó otra opción. Incluso les presenté un documento oficial ecuatoriano”.
Al final, y a pesar de las dificultades, se quedó satisfecho con el documental. “Lo extraño -me comenta- es que si bien tuvo mayor acogida en el país que la de las Mujeres Quichua, es otro caso de un mundo desconocido.” Y es cierto que al lado de Oswaldo Guayasamin, por ejemplo, que es identificado con la época de las reivindicaciones indígenas, Egas, con una visión indigenista más romántica, y por eso menos aceptable en la actualidad, es virtualmente desconocido. El reconocimiento no depende únicamente del talento. “Así funciona el sistema” dice Santiago, en cuya mirada pienso vislumbrar, quizás, una pizca de tristeza. ¿Será? No, asegura: ha llegado a la conclusión de que es así en todos aspectos de la vida, y uno se acostumbra o se dedica a otra cosa. “Además -dice sonriendo- no estoy en esto para ser el gran realizador, el gurú del cine ecuatoriano, sino porque me gusta lo que hago. Diría más bien que hago cine porque me gusta el arte de hacer películas. Es así de sencillo. Nunca me ha interesado ser famoso…”
Volviendo a Camilo Egas, ese hombre secreto fue en realidad un verdadero maestro de la pintura: su obra indigenista muy bien recibida y apreciada en Estados Unidos, donde dirigía la escuela de arte del New School hasta su muerte. Pero al haber pasado mucho de su vida en Nueva York y, quizás más grave, debido a unos roces que tuvo con el gobierno de ese entonces, ahora languidece en el olvido. Una nota sobre el contexto: Sixto Durán -padre del ex presidente Sixto Durán Ballén– era cónsul del Ecuador en EE.UU. en esa época y él junto con el Canciller, Julio Tobar Donoso, ordenaron la destrucción de un mural que Egas había pintado para el World’s Fair de Nueva York de 1939. Consideraron que sus imágenes de indios mal representaban al país. “Si algo positivo resultó del proceso de producir y exhibir este documental”, me comenta Carcelén “es que un mural, hecho por Egas en 1932, que estaba guardado y olvidado durante décadas en el sótano del New School, se salvó y se restauró”. Su satisfacción es evidente y, desde mi punto vista, merecida.
Carcelén me narra otra anécdota relacionada con el documental: fue apoyado por el Ministerio de Cultura, y el entregó unos 500 DVD’s al Ministerio para ser difundidos en colegios e institutos de arte, pero la distribución nunca sucedió, dice, “para colmo, ahora no cuento ni con un solo ejemplar de la película en mis archivos.” Mientras tanto Camilo Egas sigue luchando contra el anonimato.
De ayer y hoy
Después de tantos años luchando contra la bruma de indiferencia que oprimía su profesión, qué opinaría de la nueva generación de cineastas, del trabajo del Ministerio, INCINE, CNCINE y toda la parafernalia que existe hoy y que, en definitiva, no existía cuando Santiago Carcelén decidió volverse cineasta.
“La creación del Ministerio de Cultura, por ejemplo, representó un gran paso adelante, porque implicó que el Estado ecuatoriano, y a nombre de ello el gobierno, por fin asumía la responsabilidad de promover y difundir el cine nacional”.
Santiago Carcelén.
¿Le parece bien lo que está pasando hoy en día? “Sí, claro, es un avance importante, muy importante. Si hubiera existido todo esto cuando yo empecé a rodar películas habría estado en el paraíso. La creación del Ministerio de Cultura, por ejemplo, representó un gran paso adelante, porque implicó que el Estado ecuatoriano, y a nombre de ello el gobierno, por fin asumía la responsabilidad de promover y difundir el cine nacional. Yo mismo soy beneficiario de esta nueva realidad: sin la ayuda del Ministerio, por ejemplo, no podía haber producido la película sobre Egas.”
Otro aspecto del nuevo cine nacional es el Consejo Nacional de Cine. Apoya a muchos cineastas y parece hacer un buen trabajo de difusión y promoción: hasta las cooperativas de buses interprovinciales tienen acuerdos con el Consejo para presentar películas ecuatorianas. Qué tan exitoso sea el programa es otra cosa. Durante los viajes que yo he hecho últimamente no he visto ninguna película doméstica, y como no hay policía cultural para asegurar que los choferes cumplan… pero es una excelente idea que merece el apoyo total por parte del Ministerio, y quizás hasta un poco de coerción.
Regresando al tema del CNCINE y su papel, Santiago remarca que “sin duda alguna el apoyo del Ministerio y del CNCINE ha ayudado a mejorar la calidad técnica de las películas ecuatorianas”. Pero si bien una mejor calidad técnica ya es un dato, no se está olvidando de otro aspecto importante: la oportunidad para mostrarla. El escenario actual es evidentemente muy distinto, y favorable a los cineastas, comparado con los años 80 y 90. Entonces, ¿cómo se siente Carcelén frente a las múltiples opciones de difusión que existen hoy: FLACSO cine, Ocho y Medio, EDOC entre otras? ¿Le da pena o se siente de alguna manera resentido? “Para nada -dice-. En el pasado simplemente se tenía que aprovechar lo que existía. No había más y no me arrepiento de nada. Las puertas de las salas comerciales siempre estaban cerradas, pero había la televisión y yo siempre intentaba difundir mis películas a través de ella, y por supuesto tuvimos la Casa de la Cultura. La CCE era, y debo enfatizar que sigue siendo, un espacio fundamental, y en realidad aún prefiero difundir mi trabajo en la CCE antes que en las salas comerciales”.
La debilidad narrativa
“[En el cine ecuatoriano] todavía hay falencias en la construcción de narrativas. No son suficientemente sólidas, tanto en ficción como documentales, pero más en ficción. Lo que quiero decir es que parece difícil despegarnos de lo ideológico, de lo político-social, para simplemente contar historias”.
Santiago Carcelén.
¿Y el lado negativo? No puede ser que todo sea positivo… “No, no todo es perfecto, y si tengo que señalar algo, diría que todavía hay falencias en la construcción de narrativas. No son suficientemente sólidas, tanto en ficción como documentales, pero más en ficción. Lo que quiero decir es que parece difícil despegarnos de lo ideológico, de lo político-social, para simplemente contar historias. Ecuador nunca ha sufrido desastres sociales, como por ejemplo Argentina bajo la dictadura, pero a diferencia de los argentinos, cuyo cine superó el trauma de la dictadura y ahora produce excelentes películas como El Hijo de la Novia y Un Cuento Chino, siento que aquí en el Ecuador no hemos superado la etapa de lo ideológico para luego enfocarnos en lo humano, y ponernos simplemente a contar cuentos”. ¿Se trata quizás de una falta de buenos guionistas, de buenos escritores, de buenos cuentos ecuatorianos? “No, creo que se trata de la mirada de los directores”.
Me pregunto si ¿será porque la mayoría de los nuevos directores son jóvenes, porque falta experiencia del mundo, o que simplemente no saben contar historias? ¿O será porque existe cierto sesgo en la distribución de fondos del CNCINE y el Ministerio: es decir que existe una visión ideológica que influye en la selección de proyectos, y que para el Ministerio resulta imposible dar la visto bueno a un proyecto que topa temas sensibles y puede hacer daño al gobierno? ¿Quizás haya una falta de independencia que restringe la variedad de películas producidas con fondos del Estado?
Últimamente hemos visto películas como Sin Otoño Sin Primavera y Mejor No Hablar de Ciertas Cosas, historias que no se basan en la ideología, y se enfocan en la realidad de los y las jóvenes del país. ¿Será que el cine ecuatoriano también está cambiando, entrando a una nueva fase? “Estas películas claramente representan un avance -dice Santiago-, pero desde mi punto de vista pecan de localismos, de querer identificar un lugar, una cierta forma de ser, de hablar o de estar en un cierto punto geográfico. Y esto es caer en la trampa de buscar la autorrepresentación, lo que no solo es innecesario, incluso puede ser contraproducente; los valores humanos son universales y no necesitan un referente geográfico. Por ejemplo, la película Eleni, de Theo Angelópoulos (2004), es una historia que toma lugar en varios lugares, desde Odessa hasta Salónica, pero la ubicación es lo de menos, porque la historia misma es poderosísima. Sus valores son universales y por eso funciona”.
La auto-representación es el tópico de un reciente artículo de Rocío Carpio en donde especula en torno de la necesidad los espectadores ecuatorianos de verse representados en la pantalla antes que fijarse en lo universal. Carpio opina que nos toca superar esta etapa para contar con un cine ecuatoriano que realmente valga la pena: “Lograr que un espectador local se distancie de su búsqueda de autorrepresentación”, dice, “como lo haría naturalmente uno foráneo, es precisamente el desafío de los realizadores y creadores”.
¿Hay algo de la verdad en lo que dice Carpio? “En cierto modo estoy de acuerdo.” dice Santiago “No debe ser primordial verse reflejado en la pantalla, sino enfocarse como espectador en los valores y experiencias humanas que una película puede proyectar. Lo importante es la lógica, la consistencia interna de la visión del director.” “Pero hay otro elemento que quiero mencionar. Es que el cine no solo refleja sino construye y/o refuerza la realidad del espectador, y esto significa que los-las directores-as tienen una responsabilidad, deben estar conscientes de lo que hacen, de que están construyendo mundos y realidades. No es poca cosa.”
De los directores y actores
“[…] Víctor Arregui (El Facilitador): es un director muy bueno cuyas películas no reciben la atención que se merecen. Hay otros talentosos como Fernando Mieles (Prometeo Deportado) y Alfredo León, director de Mono con Gallinas, que es un muy buen esfuerzo. En el cine documental, por otro lado, hay gente como Carla Valencia, Manolo Sarmiento, Lisandra Rivera o María Fernanda Restrepo, Directora de Con mi Corazón en Yambo“.
Santiago Carcelén.
¿Y qué opina de la nueva generación de directores? ¿Son buenos, malos o feos? “Como mencioné antes, el problema que tenemos en el cine es la construcción de identidades, algo parecido a lo que pasó en la pintura, donde Guayasamín eclipsó casi totalmente – a lo mejor más allá de sus propios deseos – a pintores como Eduardo Kingman, Mena Franco o Diógenes Paredes. En el caso del cine ecuatoriano, si pregunto a cien personas de la calle quién es el mejor director de cine en el país, noventa y nueve me van decir: Sebastián Cordero. No es que Cordero es malo, ni mucho menos, el problema radica en que esta clase de construcción suprima el trabajo de otros directores con muy buenas credenciales”. ¿Por ejemplo? “Por ejemplo Víctor Arregui (El Facilitador): es un director muy bueno cuyas películas no reciben la atención que se merecen. Hay otros talentosos como Fernando Mieles (Prometeo Deportado) y Alfredo León, director de Mono con Gallinas, que es un muy buen esfuerzo. En el cine documental, por otro lado, hay gente como Carla Valencia, Manolo Sarmiento, Lisandra Rivera o María Fernanda Restrepo, Directora de Con mi Corazón en Yambo”.
Con todo, le planteo a Santiago, la formación de directores parece tener buen rumbo, por lo menos mucho mejor que antes, algo que no se puede decir respecto a los actores. En mi opinión, le digo, existe un fenómeno parecido a lo de Sebastián Cordero en el ámbito de los directores. Es decir que hasta hace poco Andrés Crespo parece figurar en toda producción nacional; su cara hasta adornaba vallas publicitarias abogando por alguna cosa u otra. El efecto me parece menor en estos días, le comento a Santiago, tal vez el mismo Crespo se dio cuenta de que su imagen se desgastaba. Pero por ahora su presencia en una película da pereza, aun cuando estoy seguro de que el efecto es pasajero. Y no es un comentario sobre su habilidad, sino la aparente falta de opciones y la sobreexposición. Algo parecido pasa en Argentina con Ricardo Darín, cuyas películas ya no me animan porque no puedo olvidar que es él haciendo el papel de noséquién. No sé si sea inevitable, pero de todos modos da pena.
¿Entonces no es de igual importancia tener buenos actores, invertir en su formación? ¿Se ve movimiento en este sentido? “De lo que sé -dice Carcelén-, salvo un pequeño programa promovido por el INCINE de Camilo Luzuriaga, no hay un programa diseñado para enseñar el oficio de actor de cine”.
Parece un elemento clave: sin ello el cine nacional difícilmente puede mejorarse. El mismo Luzuriaga refuerza la impresión en un reciente artículo publicado en la revista cultural CartónPiedra de El Telégrafo: “El déficit dramatúrgico y actoral, claramente perceptible por el espectador —cuyo gusto ha sido educado por el cine dramático hollywoodense—, es la causa de la débil relación empática de las películas ecuatorianas con el público, que tiene dificultad en identificarse con el personaje”. ¿Qué opina Santiago Carcelén? No me contesta. Se encoge de hombros, sonríe con picardía, y toma un sorbo de su café negro.
“[En Ecuador] salvo un pequeño programa promovido por el INCINE de Camilo Luzuriaga, no hay un programa diseñado para enseñar el oficio de actor de cine”.
Santiago Carcelén.
Qué bueno que se recoje en una tan completa entrevista el criterio de un cineasta del que se extraña, justamente, más intervenciones, más participación y más criterios. Felicitaciones por la entrevista.
Qué bueno que se recoja en una muy completa entrevista el criterio de un cineasta del que se extraña mayor participación, intervenciones y opiniones. Felicitaciones por esta entrevista.
“Lo que quiero decir es que parece difícil despegarnos de lo ideológico, de lo político-social, para simplemente contar historias.” dice Santiago. Esa es una afirmación que parte de lo que él mismo señala en otro lado: la falta de circulación. Hay muchos ejemplos de películas ecuatorianas que no se centran el lo politico-ideológico, lo que pasa es que no se las conoce, no circulan, no se las ve, y por eso se puede afirmar algo así.
En lo que no puedo estar de acuerdo es en lo que sugiere, no una intervención de Santiago sino una pregunta del poprtal: “¿O será porque existe cierto sesgo en la distribución de fondos del CNCINE y el Ministerio: es decir que existe una visión ideológica que influye en la selección de proyectos, y que para el Ministerio resulta imposible dar la visto bueno a un proyecto que topa temas ‘sensibles’ y puede hacer daño al gobierno?”
Primero, cabe aclarar que el CNCINE y el Ministerio de Cultura son dos instituciones distintas que no tienen más relación institucional que la presencia de un representante del Ministro de Cultura en el Consejo Directivo del CNCINE (uno de siete miembros de ese ente colegiado). El CNCINE existe por disposición de la Ley de Fomento del Cine Nacional, de febnrero de 2006, antes de que exista el MIn Cultura.
No existen fondos para el fomento cinematográfico específicos en el Ministerio, y si se han destinado ciertos montos para la producción de películas, los criterios con los que lo hayan hecho le perteneces al Ministerio.
En lo que respecta al Fondo de Fomento Cinematográfico del CNCINE, que es el único mecanismo de atribución de fondos para la producción reglamentado y establecido por la Ley de Fomento del Cine Nacional, puedo asegurar que NO existe ningún tipo de sesgo o visión ideológica que influya en la selección de proyectos. Creo que le pueden preguntar a cualquier persona que haya sido jurado si ha recibido algún tipo de sugerencia en ese sentido, de direccionamiento o de influencia… eso no es asi, y no les pido que me crean a mi, sino que vean los listados de proyectos postutantes y de proyectos beneficiarios, para que constaten que eso no se puede sostener.
[…] Fuente: lalineadefuego.info […]