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EL REALISMO MÁGICO-POLÍTICO DE AMÉRICA LATINA. por Álvaro Sanabria Duque

EL REALISMO MÁGICO-POLÍTICO DE AMÉRICA LATINA

por  Álvaro Sanabria Duque Desdeabajo <www.desdeabajo.info>

julio 20 – agosto 20 de 2012

En el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, el escritor colombiano Gabriel García Márquez nos cuenta que un compañero de viaje de Magallanes, el florentino Antonio Pigafetta, en su paso por las Américas, decía haber visto un animal “con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo”, en una narración que no tenía los más pequeños visos de pretenderse fantasiosa. Se trataba, en realidad, de una creencia firme del navegante.

El escritor, con esto, quiso apuntalar que el “realismo mágico” no es un invento de la literatura sino un aspecto constitutivo de nuestra realidad o, quizá, de la percepción enfebrecida que propios y extraños queremos tener de lo que sucede en los trópicos. Hoy, cuando Latinoamérica, y en forma más específica Suramérica, se ha vuelto a poner de moda, ya no por cuenta de los Carpentier, Cortázar o García Márquez sino por apellidos como Chávez, Morales o Correa, parece que nos nuevamente atacan visiones de engendros de todo tipo: para el imaginario de algunos, se trata de endriagos a punto de acabar con los valores occidentales, mientras que, para otros, de colosos hiperhéroes salvadores de las más diversas utopías.

Los gobiernos actuales de Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador y Argentina, entre otros, son objeto de todo tipo de especulaciones acerca de su verdadera dimensión, así como de sus perspectivas hacía el mañana. Estos procesos, así como quienes los encarnan, son vistos por la derecha más extrema como la puerta de entrada al “imperio del mal”, y desde la visión de la izquierda más radical como un experimento del capitalismo que ensaya con “gerentes rojos” conciliadores y mediáticos. No debemos olvidar, claro está, los argumentos de los más conspicuos defensores que ven en tales procesos el amanecer de un “nuevo mundo” y el irreversible viaje hacía los sueños más esperados.

En todas esas visiones tan diversas, sin embargo, hay un aspecto en común que bien vale la pena remarcar y es que, salvo las miradas más obtusas, el fenómeno tiene aspectos novedosos. Chávez no puede ser calificado de Castro ni de Perón (ni siquiera a los Kirchner, que se reclaman peronistas, se los compara con éste), como tampoco se encasilla a Correa o Evo con procesos del pasado, o el presente de otras latitudes. ¿Después de tantos siglos, hemos venido a descubrir que en nuestro continente sí existen realmente animales con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo?

 

El vaso medio lleno

No se puede considerar coincidencia ni asunto despreciable que políticos como el líder de la izquierda francesa Jean-Luc Melenchon dijera en su campaña que Chávez, Correa y Lula son los inspiradores de su programa político, o que intelectuales de indudable reputación como Noam Chomsky consideren que el futuro del altermundismo pasa por la consolidación de los actuales movimientos políticos progresistas de América Latina. El asunto obliga a preguntar por las razones de las simpatías tan diversas que, en el campo de lo alternativo, despiertan los procesos políticos no ortodoxos de esta parte del continente.

No cabe duda de que el reacomodamiento de los poderes internacionales es uno de los hechos políticos de mayor relevancia en las dos últimas décadas. El paso de la guerra fría al unilateralismo norteamericano –primero– y luego muy rápidamente al multilateralismo es propiciado por el ascenso chino, y altera no sólo los intereses sino también las urgencias geopolíticas. América Latina no ha sido ajena a ese remezón, pues, de ser en lo esencial un campo de disputa por su cercanía a los Estados Unidos (recuérdese la llamada “crisis de los mísiles”, por la intención de la URSS de instalar bases nucleares en Cuba, en 1962), y por tanto representar un cinturón de seguridad de la potencia del Norte, pasa a ser un territorio marginal primero y de reserva de recursos naturales en la actualidad. Sin que, claro está, desaparezca por completo el interés geoestratégico, que ahora cambia de sentido. Los golpes de Estado en Honduras y Paraguay son una prueba indiscutible de esto.

El multilateralismo posibilita la diversificación de los mercados, que, con el cambio de polaridad en la división internacional del trabajo, ha terminado por degradar de manera importante los lazos que tradicionalmente han atado al subcontinente con su poderoso vecino anglosajón. Ello hace indiscutible que, en términos materiales, se dé un relativo desenganche de Washington.

Brasil fue el primer país suramericano en el que las corrientes totales del comercio exterior con China superaron las realizadas con los Estados Unidos, hasta el punto de que, si hoy se suman las exportaciones y las importaciones sostenidas entre el gigante asiático y el suramericano, superan en 23 por ciento las realizadas entre las economías de Estados Unidos y Brasil. Caso especial parece ser el de Chile, que –junto con México y Colombia– pertenece al grupo de los más pronorteamericanos pero que, pese a ello, en sus relaciones de compra-venta con China muestra hoy un flujo superior en 57 por ciento a las que realiza con Estados Unidos.

Tan solo en los últimos 10 años, Latinoamérica y el Caribe han disminuido su flujo de exportaciones hacia los llamados países industrializados en 13 por ciento (descenso debido en lo esencial a las reducciones de las exportaciones a Estados Unidos), y las ha reorientado a otras “economías en desarrollo” (fundamentalmente China). El 55 por ciento del total de cobre importado por China entre 2007 y 2009 tuvo su origen en países de América Latina (el 30 por ciento, comprado a Chile). Igualmente, más del 95 por ciento del aceite de soja es de origen latinoamericano (73 por ciento argentino), lo que muestra que la base material de las relaciones internacionales se está alterando de forma sustantiva.

Y es a esa nueva situación a la que debemos remitirnos para entender que lo más visible –y quizá lo más importante de los procesos no ortodoxos del subcontinente– se refiere a las posiciones asumidas en la política internacional. De una sumisión absoluta a los dictados de Washington, se pasa a esgrimir un discurso más autónomo que incluso alcanza tonos desafiantes en algunos escenarios.

La renacionalización de los recursos naturales en algunos casos y la participación mayoritaria del Estado en la estructura accionaria de las otrora empresas estatales, como en el reciente caso de la expropiación de las acciones de Repsol en Yacimientos Petrolíferos Fiscales, que le dio mayoría al Estado argentino en la toma de decisiones de esa empresa, se deben enmarcar en las nuevas posibilidades que brinda el multilateralismo económico.

Que figuras históricas como Bolívar y Artigas se hayan desempolvado con tanta fuerza es entendible si recordamos que a los dos los angustiaba la perspectiva de que los nacientes Estados tuvieran que enfrentarse separadamente a las grandes potencias. Su fracaso terminó facilitando la imposición de un panamericanismo en el que la doctrina Monroe de “América para los americanos” (entendida como “para los norteamericanos, los estadounidenses”), se convirtió en una realidad. Hoy, retomar la meta de la integración parece posible, y de allí que organizaciones como Unasur y Celac, en una dimensión más general, o Mercosur y Alba en una más regional, puedan presentarse realmente como hechos rompedores con el pasado.

El peso creciente de las empresas estatales en el sector primario y de las privadas locales en las manufacturas (ver gráfico) puede señalarse, entonces, como uno de los giros más importantes de los últimos años y que invitan a reflexionar en forma diferente sobre nuestra realidad. La reducción de la extrema pobreza en países como Venezuela, de poco más del 40 por ciento en los 90 a poco menos del 10 en la actualidad; el crecimiento sostenido de la Argentina a tasas superiores al 7 por ciento desde 2003, acompañado de medidas como la renacionalización del sistema de pensiones en octubre de 2008, y el desvertebramiento de la autonomía del Banco Central en 2010, sin que se derrumbara el país –como lo auguraban los economistas neoliberales–, así como el ascenso de Brasil como sexta potencia mundial, son hechos que han ayudado a desmontar el pensamiento único y le han abierto campo a la heterodoxia. La región fue, con Chile, el ratón de laboratorio del primer experimento neoliberal, y la Venezuela de Chávez, que llegó al poder como efecto del caracazo, inauguró un discurso que desnuda el fracaso del modelo iniciado en Chile.

Sin embargo, la estructuración de una nueva división internacional del trabajo, impuesta con la aceleración de los procesos globalizadores, ha dejado una profunda herida en la estructura económica de buena parte de América Latina, que la ha conducido a un proceso de reprimarización de su economía y además ha regresado a la mayoría de sus países a la condición de monoexportadores.

El vaso medio vacío
Neoextractivismo es el término acuñado por algunos analistas para describir las actuales condiciones económicas de nuestros países. Lo nuevo surge de la condición jurídica que les da a los Estados la propiedad o la mayoría accionaria de algunas de las más importantes empresas que explotan los recursos del subsuelo, y que de alguna manera rompe con los prejuicios ortodoxos del “menor Estado posible”. Sin embargo, son múltiples los riesgos que se derivan de hacer depender la economía de la venta de recursos con muy bajo valor agregado. La volatilidad de los precios de este tipo de productos, así como las bajas tasas de empleo que generan, son quizá los más conocidos.

Pero, además de eso, los efectos sobre el entorno físico y cultural no son hechos menores, pues el continente en general, y los gobiernos no ortodoxos en particular, han optado por un tipo de minería de gran escala que amenaza los ecosistemas estratégicos. El proyecto Yasuni, en Ecuador, es quizás el ejemplo más icónico del conflicto entre ambiente y economía, pues el hallazgo de petróleo en la que se considera la región más biodiversa del mundo llevó a que se pactara que ese país no explotaba ese subsuelo pero la comunidad internacional pagaba el equivalente para que la explotación no tuviera lugar.

No es el único caso, y hoy por hoy se puede señalar que una de las causas más importantes de conflictividad social tiene que ver con la defensa, por parte de las comunidades, de ecosistemas que éstas consideran básicos para su supervivencia. El proyecto Conga, en Perú, frente al cual las comunidades resisten la explotación de oro –pues afecta sus fuentes hídricas–, y el del Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS), zona de conservación que se pretende atravesar con una carretera, son en muchos aspectos los casos más representativos de esa disputa entre pachamamistas y neodesarrollistas que hoy amenaza con convertirse en la nueva gran división de la izquierda latinoamericana. La ‘sojización’ del sur y la explotación de grandes extensiones de cultivos transgénicos, dependientes en gran medida de multinacionales como Monsanto, es uno de los grandes interrogantes que despiertan administraciones como las de Brasil, Argentina y Uruguay.

Pero los problemas no paran ahí. Que el subcontinente dependa en forma creciente de las rentas del subsuelo, o de las derivadas de las grandes explotaciones agrícolas, hace de la política un ejercicio basado en el subsidio como medida central de la redistribución del ingreso, lo que conforma para los grupos subordinados una cultura de minusvalía que los marginaliza aún más como “mantenidos”. Programas como Bolsa Familia, que el gobierno de Lula da Silva estableció en Brasil en 2003; Juntos de Perú, que se inició en 2005; Puente en Chile (como parte integrante de Chile Solidario), iniciado en 2002, o Familias en Acción en Colombia, en el 2000, todos del tipo de subsidio directo a las familias más marginadas, son muestra que esta política no diferencia a gobiernos ‘progresistas’, de ‘centro’ o de derecha, sino que son consecuencia de una estructura rentística de la economía.

Se debe tener claro que la superación del panamericanismo monroísta es una política digna de ser apoyada por todos los matices alternativos, pero esta no puede ser una meta en sí misma, pues el logro de la emancipación política no puede ser distinto de la base de una real búsqueda de objetivos como la soberanía alimentaria, la autonomía cultural, la redistribución de la riqueza y en general todos los aspectos que reclama un “buen vivir”. Si la izquierda latinoamericana quiere realmente ser faro en el acontecer mundial, tiene una tarea titánica por delante: definir claramente y sin ambigüedades su utopía.

 

 

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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Sea en la izquierda o derecha, el mezquino acaparamiento o concentración del poder en los gobernantes es el problema porque prácticamente anula la voluntad y capacidad del pueblo, sistema que lo maniata, minimiza, lo vuelve un simple espectador, de ahí la mediocre dependencia a las materias primas para sustentar “el bienestar social”, cuando en pleno uso de sus enormes facultades y recursos, lo normal sería que exista un desenlace en bienestar social fuera de serie (de compararlos con las actuales entregas saturadas de problemas y deficientes indicadores sociales).
    Si bien aún no ha sido probada en la práctica, la democracia participativa tendría esa cualidad, esa propiedad y porque de forma natural entrega un masivo buen trato psicológico.

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