Por Patricio Carpio Benalcázar*
Desde la posguerra, es decir alrededor de 70 años atrás, la comunidad científica, intelectuales y analistas del desarrollo han expresado sus preocupaciones en torno a la insostenibilidad del modelo de crecimiento económico y su secuela de impactos sobre el ecosistema global, desde entonces se han multiplicado pomposas declaraciones de los líderes mundiales, pero en la práctica este sigue gobernando el mundo que cada vez se torna más vulnerable.
Efectivamente, en 1972 los científicos que formaban parte del denominado Club de Roma presentaron en la ONU su famoso informe “Los límites del crecimiento”[1] cuya tesis central afirmaba que “nada puede crecer infinitamente en un medio finito”, en referencia al modelo de producción y consumo que el sistema global había adoptado como matriz de desarrollo y acumulación; fue un llamado fundamentalmente a los Estados industrializados que a su juicio consumen la mayor parte de los recursos naturales del mundo en beneficio de una pequeña parte de la población mundial y advirtieron que efectivamente los avances tecnológicos representan sólo un alargamiento temporal al irremediable colapso ambiental bajo las condiciones del sistema económico hegemónico en vigencia.
Años más tarde, la Comisión Brundtland (1987) pone sobre la mesa de la ONU el informe “Nuestro futuro común”, en el cual se insiste en la amenaza que el deterioro ambiental conlleva sobre el desarrollo. Señalaban que hasta ese momento la preocupación se centraba en como el desarrollo afectaba al medio ambiental, y que en adelante el problema debe pensarse en cómo la crisis ambiental afecta al desarrollo; a su modelo lo denominaron “desarrollo duradero”, más comúnmente conocido como “desarrollo sostenible”.[2]
Los dos informes tienen el mérito de ubicar globalmente los peligros que se ciernen sobre la supervivencia humana al incorporar la variable ambiental en el análisis del crecimiento y desarrollo, superando el economicismo dominante en las escuelas del pensamiento económico y su obsesión por el crecimiento per se; incorporan además un enfoque sistémico al considerar variables como el aumento poblacional, la pobreza, la producción de alimentos, la tecnología, los sistemas políticos y la corresponsabilidad internacional entre otros aspectos.
En adelante, han surgido muchas y potentes propuestas para otorgarle a la noción de desarrollo un carácter democrático y sustentable, desde Amartya Sen[3] al ubicar al ser humano al centro de estos procesos apelando a potenciar las capacidades humanas para agenciar con libertad mejores opciones de vida fundamentalmente en contextos de pobreza. Para el economista y ambientalista chileno, Manfred Max Neef, estas opciones estarían alrededor de la satisfacción de las necesidades según categorías axiológicas y existenciales[4].
Desarrollo local y desarrollo endógeno[5] ya desde los años 80 proponen fijar la atención en lo local y en el territorio en base a la concertación de objetivos estratégicos de actores locales proactivos e innovadores como medio para dinamizar las potencialidades endógenas, establecer redes de cooperación y lograr competitividad territorial nacional y global, en línea con autores emblemáticos del aceleramiento del desarrollo capitalista como Liz, Hamilton, Marshall, Schumpeter y quizá Keynes con su especial atención en la participación protagónica del Estado y en América Latina, los teóricos de la dependencia[6].
Los límites de la “carta del crecimiento y desarrollo” ensayada históricamente es que siguen un patrón incuestionable de crecimiento y modernización cual evangelio de desarrollo para las sociedades basada en “ahorro-inversión-producción-innovación tecnológica-productividad-renta-reinversión-crecimiento; control selectivo y temporal de mercados, industrialización, modernización cultural y organizacional”, sin cuestionar la interacción de al menos dos elementos estructurales de este proceso: primero, los impactos ambientales de un sistema productivo y de consumo que demanda cada vez más recursos naturales y energéticos y que afecta por extracción y desechos a suelos, biodiversidad, agua, aire y hoy al clima. Y en segundo término al crecimiento de la pobreza y la concentración de la riqueza en una oprobiosa minoría de milmillonarios como lo evidencian los informes de OXFAM sobre este tema.[7]
La crítica a estas construcciones teóricas radica en que deliberadamente giran las causas de la crisis ambiental a la persistencia de la pobreza o al crecimiento demográfico; son los millones de pobres quienes generan desperdicios en las ciudades y deforestan bosques en los campos en busca de tierras productivas; afirman también que las innovaciones tecnológicas con enfoque en eficiencia energética coadyuvarán a darle al desarrollo su carácter de duradero. La cooperación internacional y el buen juicio de gobernantes sería otra condición para salir armoniosamente de las amenazas. En otras palabras, el modelo de desarrollo y el crecimiento como orientación existencial de las sociedades no entra en el análisis, como lo dicen directamente científicos del desarrollo sostenible: “No hay opción entre crecimiento económico y protección ambiental. El crecimiento no es una opción. Es un imperativo”.[8]
Para el Buen Vivir andino, las alternativas tienen necesariamente que sustentarse en un reencuentro entre los humanos y la naturaleza, desechar el antropocentrismo construido sobre la base a la noción de progreso científico y tecnológico que sometieron a la naturaleza transformándola en objeto-recurso para un supuesto bienestar humano sin considerar los límites de la naturaleza y sus derechos. Es el biocentrismo que con otras consideraciones como la plurinacionalidad, los derechos colectivos, la democracia participativa, la economía solidaria permitirán construir sociedades de otra índole paradigmática por fuera del poder del mercado y el capital.[9]
Para el filósofo francés Serge Latouche uno de los patrocinadores de las teorías sobre decrecimiento, la tarea es romper el paradigma del crecimiento y desarrollo como fuerza motora del sistema en su conjunto; los decrecentistas plantean: “Deshacer el desarrollo, rehacer el mundo”, y entrar en una lógica de decrecimiento cuya implicancia es más bien simbólica para contradecir al desarrollo realmente existente en general y al desarrollo sostenible en particular, cuyas realizaciones son las causantes de la crisis sistémica que vivimos. Para este pensador, el crecimiento es una ideología occidental que ha colonizado el mundo pero que puede ser desmontada con la reducción del consumo fundamentalmente en el norte y mejorando la calidad del consumo en el sur, aliviando de esta manera la huella ecológica y la presión sobre la naturaleza.[10]
Latouche apela a la “pedagogía de las catástrofes” como posibilidad de repensar el modelo de desarrollo dominante y construir alternativas, idea que nos inspira a generar proposiciones teóricas sobre la crisis actual de la humanidad, desnudada por la pandemia global de covid-19, cuyas secuelas en el plano social y económico nos está dejando literalmente en un escenario de decrecimiento forzado que representa de todas maneras una oportunidad para volver la mirada al pasado e imaginar otro futuro en base a opciones de decrecimiento, buen vivir, posdesarrollo.
Para el Buen Vivir andino, las alternativas tienen necesariamente que sustentarse en un reencuentro entre los humanos y la naturaleza, desechar el antropocentrismo construido sobre la base a la noción de progreso científico y tecnológico que sometieron a la naturaleza transformándola en objeto-recurso para un supuesto bienestar humano sin considerar los límites de la naturaleza y sus derechos.
Elementos para la emergencia de sociedades sostenibles
La sostenibilidad es el fundamento actual de toda propuesta de convivencia biocéntrica (relaciones de reciprocidad entre humanos y de estos con la naturaleza); garantizar la pervivencia de los ecosistemas permite toda forma de vida incluida la humana. Los humanos, en general todo ser vivo, requiere de la disponibilidad de medios de vida que sólo existen en la naturaleza; sin estos, ningún proceso de producción es posible para ampliar las opciones de sustento a una creciente población en la escala global.
Pensar en sociedades sostenibles nos obliga a transformar los patrones de organización socio económica sobre los cuales hemos construido la insostenibilidad que gobierna nuestras vidas, desde el diario comportamiento en la cotidianidad de nuestras labores, el desarrollo de las actividades productivas de carácter empresarial, manufacturero, agrícola o industrial, de investigación científica y tecnológica, hasta las políticas públicas de fomento al crecimiento y desarrollo emanadas de instancias gubernamentales y organismos internacionales de cooperación o inversión.
Para garantizar sociedades sostenibles, es posible poner en operación algunos elementos fundamentales que se exponen a continuación:
1. Economía horizontal limpia
Compartimos la idea de Latouche sobre la dimensión utópica del decrecimiento, -esto es como eslogan más que como posibilidad-, pues la actividad económica de los seres humanos está siempre en movimiento y si la población crece, la economía debe responder a esa realidad y más aun a nuevas necesidades orientadas a mejorar la calidad de vida de las personas y colectivos. Lo que buscamos desmontar es el paradigma del crecimiento económico como fundamento existencial humano y de las sociedades, ese sentido teleológico que convierte el ser y su integralidad en ente u “homo economicus”, que por maximizar beneficios ha generado fuerte insostenibilidad social y ambiental; un crecimiento que ha desbastado ecosistemas terrestres y marinos, fuentes de energía, plastificación del consumo y de desechos, incapacidad de reabsorción del sistema global, cambio climático. [1]
Con “economía horizontal y limpia” queremos expresar un modelo de activación productiva a escala territorial, manejable, óptima en uso de energía y socialmente inclusiva. Se trata de incorporar en proyectos y procesos productivos a la población urbana y rural con limitados accesos a medios de producción (tierra, instrumentos de producción, insumos, tecnología, recursos económicos, mercadeo, etc.) quienes con apoyo estatal o de organizaciones privadas de desarrollo económico generen bienes y servicios para mercados locales, nacionales o internacionales, según sus capacidades.
Implica un proceso de desenvolvimiento económico y productivo suave, planificado en función de las necesidades de un país y su diversidad territorial focalizado en pequeños productores, microempresarios, comunidades rurales e indígenas.
Se trata de promover un desarrollo económico inclusivo a partir de establecer sinergias territoriales bajo liderazgo democrático y participativo de gobiernos locales quienes deben potenciar la articulación de actores locales como universidades para investigación y apoyo técnico y organizacional a las asociaciones, cooperativas, microempresas o colectivos involucrados en el proceso; la empresa privada para estrategias de encadenamientos productivos, la cooperación internacional para canalizar recursos no reembolsables en función de objetivos estratégicos del territorio; la ordenación concertada del territorio para determinar “un lugar para cada actividad y cada actividad en su lugar” en base a los derechos de la naturaleza y garantizar las funciones ecológicas de los ecosistemas y la producción de agua. En definitiva, la extensión de la economía en términos horizontales hacia sectores tradicionalmente marginalizados y con un enfoque sustentable, economía limpia.
Esta perspectiva tiene varias connotaciones: un fuerte combate al desempleo, fomentando territorios de emprendimiento, de pequeños propietarios y menos de proletarios; lucha contra la pobreza al incorporar miles de familias a los procesos productivos; dinamización de mercados al generar productos de cercanía, limpios y sanos garantizando seguridad y soberanía alimentaria; desarrollo de pequeña industria al ampliar el marco de familias con potencial acceso a productos manufacturados.
La economía horizontal y limpia como modelo territorial estará necesariamente regulada por normas ambientales de producción y comercialización a fin de preservar la salud de los ecosistemas y la salud humana; fomentará procesos agroecológicos, industrias sin emisiones contaminantes, prohibición de insumos tóxicos para la producción agrícola o agroindustrial, manejo de desechos sólidos y de eliminación adecuada de aguas residuales.
Bajo un sistema de gobernanza territorial quedarán excluidas actividades mineras en fuentes de agua, ecosistemas sensibles o poblados en el entorno; igualmente los proyectos industriales o de obras de infraestructuras publica o privada serán evaluados participativamente para determinar su viabilidad en términos de afectación o beneficio social o ambiental bajo estrictas directrices dentro de la ordenación territorial. La economía horizontal y limpia requiere de la activa participación de actores sociales y económicos de un territorio quienes bajo mecanismos de gestión participativa y planificación estratégica deberán concertar objetivos de corto, mediano y largo plazo con gobiernos locales y gobierno central. Por ello será tarea de inicio el fomento y promoción de procesos asociativos para contar con interlocutores deliberantes, informados, propositivos y corresponsables.
2. Descentralización democrática
La descentralización política y administrativa es un imperativo dentro de este modelo de sociedades sostenibles, pues gestionar un territorio sin poder político y recursos adecuados será inviable, por ello resulta necesario evaluar logros y limitaciones, lecciones y líneas a seguir, fundamentalmente en lo referido al cuerpo legal en esta materia a fin de dar con incisos contradictorios o conflictivos como los correspondientes a las competencias sobre uso de suelo y rectoría en recursos denominados estratégicos del subsuelo, de mega proyectos en áreas definidas territorialmente como sensibles, de producción de agua o de conservación por su biodiversidad, servicios ambientales y patrimonio cultural , de proyectos extractivos en territorios de pueblos originarios y comunidades o en suelos con potencial agrícola para la seguridad alimentaria.
Los procesos de descentralización no pueden ni deben estar atados a cordones umbilicales de carácter político ideológico con el gobierno central; no es dádiva del Estado o de autoridad alguna “conceder” competencias a los otros niveles de gobierno. La descentralización es o no, no son procesos a medias, “a la carta”, y la obligación del gobierno central será ineludiblemente asignar los recursos económicos que correspondan, acompañar el proceso en aquellos tramos complejos para la gestión local y coordinar los planes sectoriales de sus secretarías con los gobiernos locales, sin traspasar su planificación ni hacerlo por fuera de ella. El Estado central se facilita grandemente en sus funciones al establecer los flujos de la gestión pública canalizando políticas, esfuerzos y capacidades así como recursos en el marco del Plan Nacional.
Los gobiernos locales bajo lógicas descentralizadas obligatorias deben potenciar sus aprendizajes en esta materia fundamentalmente combinando liderazgos democráticos, experticia profesional, innovación de procesos organizacionales, y capacidad recaudatoria. Deben incorporar Tecnologías de Información y Comunicación (TICs) para gobiernos inteligentes; generar acceso universal y gratuito a internet aportando conectividad al desarrollo del comercio, la educación e investigación y múltiples procesos que la sociedad del conocimiento lo requiere; establecer instancias y mecanismos de participación garantizando la inclusión de todos los sectores a la planificación y evaluación de la gestión territorial.
La descentralización no significa autarquía ni desmembramiento del Estado, al contrario, un Estado y un país se fortalecen con un desenvolvimiento territorial equitativo, sin pobreza ni desempleo y desde donde se produce con identidad territorial capaz de complementar una producción diversa para diferentes segmentos de mercados. Es aquí donde se concreta la decantada “unidad en la diversidad” y donde la plurinacionalidad cobra vida propia; lo sustancial es articular sistemas de gobernanza compatibles, concertados y flexibles entre gobierno central y gobiernos locales y cuando corresponda con territorios de pueblos y comunidades.
3. Desarrollo de capacidades
Las sociedades sostenibles requieren de la intervención humana basada en capacidades y conocimiento, que viene de varias vertientes: el saber acumulado de pueblos originarios que debe ser sistematizado, organizado y socializado para evitar su erosión y potenciar su desarrollo; y, el saber especializado que viene de la academia y la investigación para su aplicación en la producción industrial, la agropecuaria, la salud, la vivienda, la infraestructura, nuevas energías, etc.
Los procesos educativos deberán contar con enfoques desde un inicio sustentados en la espiritualidad y en valores del Buen Vivir (respeto a la vida, a la naturaleza, amor, solidaridad, reciprocidad), en conocimiento del territorio, en investigación ligada al desarrollo integral y no a la acumulación y el bienestar individualista.
Un territorio con capacidades humanas influirá en la proactividad, en la innovación, en viabilizar el diálogo y la concertación y obviamente en el desarrollo de la economía horizontal cuya expresión nítida se traducirá en paisajes productivos, naturales y culturales sostenibles.
Amenazas a la construcción de sociedades sostenibles
La preocupación central de los poderes globales expresada en los estados industrializados desde Estados Unidos, China y la Unión Europea, es como ganar la carrera del reposicionamiento global a través de retomar el crecimiento.
El análisis científico y hasta filosófico actual advierte que la crisis sanitaria y el efecto confinamiento en lo fundamental ha sido generado justamente por el modelo de crecimiento el cual ha rebasado la capacidad del ecosistema global en responder con sus mecanismos naturales para absorber los impactos de la actividad humana.
Estas consideraciones no están siendo asumidas con responsabilidad, ni ética ni estratégica por el liderazgo mundial y, al parecer, nos aprestamos como testigos y víctimas a la vez, a una carrera sin precedentes sobre desarrollo tecnológico, producción y control de mercados y territorios con bienes minerales.
En las escalas nacionales y territoriales las élites proponen y en muchos casos están imponiendo la liberalización anticipada de restricciones a la movilidad decretada por la expansión de contagios y el surgimiento de nuevas cepas de covid-19.
Estas son las señales que global y localmente emite el gran capital (por encima de la enfermedad, la vida o la muerte) para refrendar sus patrones de acumulación. Se vendrá entonces una mayor amenaza sobre la vida planetaria por el impulso al extractivismo sobre la biodiversidad, las fuentes de agua, los suelos productivos, la desterritorialización de los pequeños productores de alimentos; el incremento de la toxicidad por deshechos al aire y a los mares con innumerables impactos sobre la estabilidad de las bases elementales que sostienen la vida: aire, agua, suelos, todo en repercusión sobre el clima y el calentamiento global.
La exclusión, el incremento de la pobreza, la concentración de riqueza, migraciones, levantamientos sociales, violencia estructural y guerras, autoritarismo y represión es un escenario que lo hemos vivido y que en la postpandemia las elites infladas de capital, parecen invisibilizar.
Otro escenario posible, aun marcado por tensiones de alta contradicción será las respuestas desde los movimientos sociales que hoy día encabezan las luchas democráticas y antisistema: pueblos originarios y mujeres, los primeros apelando a sus modelos ancestrales de coexistencia con la Pachamama y las segundas apelando a la sostenibilidad de la vida misma, del cual son las portadoras.
Construir sociedades sustentables es la alternativa y es tarea de todos: comunidad y gobiernos, actores económicos y academia. Sólo se requiere visión estratégica, voluntad política y concertación social.
El análisis científico y hasta filosófico actual advierte que la crisis sanitaria y el efecto confinamiento en lo fundamental ha sido generado justamente por el modelo de crecimiento el cual ha rebasado la capacidad del ecosistema global en responder con sus mecanismos naturales para absorber los impactos de la actividad humana.
*Patricio Carpio Benalcázar es Ph.D. en sociología, profesor-investigador en la Universidad de Cuenca. Director de la Fundación OFIS.
Referencias:
[1] Max Neef, Manfred. “La obsesión por el crecimiento es un diaparate”, entrevista realizada por la Fundación Decide en “La Línea de Fuego”, 5 de enero de 2016. file:///C:/Users/USER/Desktop/DOCs%20TWITER/%E2%80%9CLA%20OBSESI%C3%93N%20POR%20EL%20CRECIMIENTO%20ES%20UN%20DISPARATE%E2%80%9D_%20Manfred%20Max%20Neef%20_.html; Gudynas, Eduardo. “Ese pegajoso mito por el crecimiento económico”, en ALAI – América Latina en Movimiento, 9 de marzo de 2020 https://www.alainet.org/es/articulo/205127
[1] Meadows, Donella; Club de Roma; et al. “Los límites del crecimiento: Informe al Club de Roma sobre los predicamentos de la humanidad” México FCE 1972.
[2] Brundtland, Gro Harlem, et al. “Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo” ONU, 1987.
[3] Sen, Amartya. “Desarrollo y Libertad” Ed. Planeta Barcelona, 2.000
[4] Max-Neef, Manfred, et al. Desarrollo a Escala Humana, una opción para el futuro”. CEPAUR, Santiago, 1986.
[5] Arocena, José. “El desarrollo local: un desafio contemporáneo”, Taurus-Universidad Católica, Montevideo. 2001; Vázquez Barquero, Antonio. “Desarrollo endógeno. Teorías y políticas de desarrollo territorial”. file:///C:/Users/USER/Downloads/Dialnet-DesarrolloEndogenoTeoriasYPoliticasDeDesarrolloTer-2500824.pdf.
[6] Alburquerque, Francisco. “Economía del desarrollo y desarrollo territorial”, s/e. 2013.
[7] OXFAM Internacional. “Cinco datos escandalosos sobre la desigualdad extrema y como combatirla”, en https://www.oxfam.org/es/cinco-datos-escandalosos-sobre-la-desigualdad-extrema-global-y-como-combatirla
[8] Pronk, J. y Hak, M. “El informe de La Haya: Desarrollo sostenible, del concepto a la acción”, PNUD, CNUMAD. 1992.
[9] Carpio Benalcázar, Patricio. “El Buen Vivir, Utopía para el siglo XXI”, FUHEM, Madrid. 2019.
[10] Latouche, Serge. “El desarrollo sostenible es un slogan”, en revista La Marea N°37. https://www.lamarea.com/2016/04/27/85087/