Marzo 08 de 2017
Trabajan en la sombra y su labor apenas es reconocida. Sostienen al país, pero deben luchar a diario para que se les tome en cuenta. Siembran, pintan, lavan, crean, cosen, venden, acogen, alimentan, educan. Las más audaces, además de todo lo anterior, salen a las calles, lideran asambleas, alzan la voz contra la injusticia e idean proyectos que mejoran la vida de sus comunidades. Combaten el sistema patriarcal que ahoga sus expectativas tanto en lo local como en lo global. Pero casi nunca ocupan portadas de periódicos. Rara vez tienen espacio en las emisoras de radio y televisión. Desde los márgenes, trabajan día a día por un mundo donde el género no determine las oportunidades vitales.
Pocas se consideran feministas. Muchas reniegan de esa categoría por parecerles extraña, lejana, urbana y acomodada. Sin embargo, forman asociaciones de mujeres, abren espacios de participación que rompen las cadenas de la cocina y la casa, alzan la voz contra la violencia machista y se rebelan contra la complicidad social que les roba su capacidad de cambiar el mundo sin necesidad de tener un hombre a su lado.
Ellas son Menkay, que preside la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE). Mencay lidera un proyecto de producción de cacao para desincentivar que los hombres sigan acabando con la fauna salvaje del Yasuní. El chocolate WAO supone una importante fuente de ingresos para las mujeres que siembran el cacao en sus chakras, una riqueza que repercute en sus comunidades y esboza una posibilidad de supervivencia más allá del horizonte petrolero.
Ellas son Lucía, que dirige el Grupo Artesanal Esperanza Negra (GAEN) de la comunidad afrochoteña de Mascarilla. De las manos de Lucía salen obras de arte que recuperan la memoria africana de su pueblo. Lucía vende a los visitantes las máscaras que crea, lo que le ha permitido abandonar su antiguo trabajo como empleada remunerada del hogar en Ibarra. Lucía ha dejado atrás años de discriminación por su triple condición de mujer, pobre y negra, pudiendo sacar adelante a sus hijos a pesar de ser madre soltera.
Ellas son Ena, que encabeza a las mujeres del Pueblo Kichwa de Sarayaku. Ena promueve la prohibición del alcohol en su comunidad, donde algunos hombres utilizan el pretexto de la cerveza o el aguardiente para postrar a sus esposas a base de golpes. Ena también impulsa las marchas contra la explotación petrolera del territorio amazónico. Hace un año, ella y otras valientes mujeres ocuparon las calles del Puyo para dejar clara su voluntad de defender sus territorios cueste lo que cueste.
Ellas son Ruth, que hace ya ocho meses y medio perdió a su hija Valentina, de 11 años, por uno más de los cientos de feminicidios que ahogan al país en un mar de sangre e impunidad. Ruth lleva más de 250 días batallando contra un sistema legal ineficiente que a los asesinos y a sus cómplices e ignora a las víctimas. Pero Ruth no se resigna y sigue agitando pancartas y expedientes para que la memoria de su hija contribuya a construir una sociedad antipatriarcal.
Ellas son miles y miles de mujeres que trabajan cada día para sus familias, sus barrios, sus comunidades y su país. No gozan de fama ni de atención, pero poco a poco generan las bases de un mundo más justo. Tras sus proyectos y sus sueños se esconde la energía que mueve al Ecuador.