La obra de Tábara resume las características más positivas del trópico ecuatoriano y de sus habitantes: la feracidad y el calor de la tierra, que se prolongan en cierto hedonismo natural y desenfadado de la gente, cuya aparente frivolidad no está reñida con una honda sabiduría para la convivencia. Es una obra refrescante que alienta los mejores sentimientos estéticos del contemplador. Ya es parte irremplazable de la cultura nacional. Su autor, como dice Carlos Areán, el más versado estudioso de la trayectoria del artista, “es uno de los más grandes pintores de Iberoamérica y ( ) también, de los más generosos y auténticos.”