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domingo, diciembre 22, 2024

Nomadland, balada para el adulto mayor

Por Samuel Guerra Bravo*

De vez en cuando el cine se acuerda de los olvidados, los marginales, los nómadas, los viejos, los rebeldes, los verdaderamente libres aunque sean a la vez las víctimas del capitalismo y la exclusión. Es el caso de Nomadland, el filme que acaba de ganar el Oscar-2021 a mejor película.

La directora de origen chino, Chloé Zhao, despliega un poema fílmico, intenso y melancólico, sobre desarraigados y almas errantes que han adoptado el nomadismo como forma de vida. El nomadismo es una forma de vida incorporada a la historia y la cultura norteamericanas. No es el caso de Latinoamérica o el Ecuador donde la forma de vida nómada solo se ve en casos específicos (los gitanos o, actualmente, los migrantes). Los nómadas no son vagabundos, no huyen de nada, están atravesados por circunstancias personales de pérdida, separación, o desarraigo, y solo quieren un modo de vivir que se convierte, en el plano de los hechos, en un modo de resistencia contra la misma sociedad consumista y capitalista que los ha generado y marginado.

La protagonista del filme ve ese modo de vida como una alternativa después de que lo ha perdido todo: su marido, su trabajo, su casa, su forma de vida, en un pueblo que ha dejado de serlo porque la industria a la que estaba articulado también ha cesado. Adquiere una furgoneta, la adapta con una cama, un área para cocinar y otra para lo más indispensable, y la convierte en su hogar itinerante. Un nómada no es el que no tiene hogar sino el que no tiene casa, que es diferente. Para disponer de dinero, hace cualquier clase de trabajos temporales, estacionales. Los nómadas viven en la carretera, se quedan donde pueden, y luego de un descanso o de pasar la noche, se marchan. El tiempo determinante es el presente, el pasado es lo que llevan a su espalda, el futuro es un tiempo sin esperanza. El peso existencial está en el presente, pero la existencia es tan frágil y leve que parece un brochazo frente a la inmensidad y belleza intimidante de la naturaleza (los árboles, el paisaje, las montañas, la nieve, el mar). La existencia ha sido reducida a sus dimensiones básicas: pensar, sentir, decidir, sufrir, disfrutar… Por ser tan elemental y simple, por ser la simplicidad misma, la vida puede concentrarse toda en un gesto de solidaridad con los otros nómadas, en una sonrisa que se da o se recibe, en una palmada en la espalda,  en una sublime indiferencia ante el mañana. Su existencia es supervivencia, fortaleza de ánimo, curación o superación de las pérdidas, encuentros afectuosos pero sin compromisos, despedidas sin adioses aunque con un sentido “nos vemos en el camino”.

El filme es un canto a la libertad, al autodominio, a la resistencia, a la renuncia de los convencionalismos de una sociedad que ha impuesto los criterios de que el dinero o la posesión de bienes son los modos correctos de vivir. Los nómadas muestran que hay vida más allá o más acá de la sociedad de consumo, y que es posible vivir sin comodidades, y sin una familia estable. 

La comunidad retratada en el filme está integrada en su mayoría por adultos mayores que perdieron sus bienes a raíz de la crisis norteamericana y mundial de 2008. Esta presencia de los adultos mayores me permite hacer una lectura diagonal del filme y enfocarme, sin olvidar la vida nómada, en los viejos como protagonistas de un período de la vida que en este año de pandemia ha sido desestimado y desvalorizado por las determinaciones del capitalismo.

Otra visión de los adultos mayores

La vejez no es ese período sombrío de declinación y enfermedad, costoso para el sistema capitalista, que la directora del Banco Europeo señalaba en los primeros meses de la pandemia, con el secreto mensaje de dejarlos morir. La vejez es una edad luminosa que solo tiene que encontrar sus potencialidades de vida, en lugar de los tradicionales enfoques de deterioro y muerte.  

No vamos a caer aquí en romanticismos inapropiados, pero sí podemos plantear con toda legitimidad que la vejez puede ser, como cualquier otra,  una edad creativa y crítica con el sistema. El asunto es encontrar el ángulo bajo el cual los viejos pueden ser y actuar como censores del capitalismo voraz. Hay mucho de contestatario en adoptar, por ejemplo, un modo de vida personal o grupal que sea en sí mismo una liberación de “la tiranía del dólar” (consumismo, endeudamiento permanente, estereotipos en el vestir, el comer, el habitar, el relacionarse con los demás, etc.).

El sublime encanto de la vejez radica en hacerse cargo de la propia vida, en encontrarse por fin con la posibilidad de ser plenamente libre, tan libre como para despreciar las ataduras del sistema, como para romper con estructuras, conceptos, estereotipos, costumbres, actitudes y mecanismos de subordinación (sistémicos, institucionales, sociales, etc.) que impiden una vida autónoma, llena de dignidad y sentido. La vejez es capaz de superar las estructuras del sistema e inventar o cultivar sus propios ritmos, códigos, rituales, recuerdos, señales: el encanto radica en administrarlo todo desde uno mismo y por uno mismo, cosa que no siempre se puede hacer cuando se vive bajo los convencionalismos sociales. La vejez es un encontrarse, un reconocerse, un liberarse de lo supérfluo. Las limitaciones de la edad, de la salud que se deteriora, de la pérdida de capacidades, no son un obstáculo para saber y sentir que con la vejez llega un tiempo en el que se es soberano de uno mismo, dueño absoluto del tiempo, libre porque las posesiones ya no son las que definen, porque se puede escapar al “tanto tienes tanto vales”, criticando con hechos y actitudes al sistema que pone lo esencial en el dinero o en las posesiones, y no en las personas. Desde la soberanía personal se puede incluso sonreírle a la desdicha o a la muerte. El presente puede ser tan intenso como la capacidad para concentrar la vida en las experiencias de cada día y abrirse a nuevos horizontes, ideas, aventuras, espiritualidades. La vejez es la forma suprema de culto a la vida a través del intenso convivir con actividades manuales, mentales, espirituales, estéticas, científicas… 

Despojarse de las posesiones, de los convencionalismos, del consumismo, de las máscaras cotidianas…, volverá contestatarios a los viejos sin necesidad de autonombrarse “de izquierda”. Y lo serán efectivamente en los hechos, en el modo de vida, que es distinto a pregonarlo en los discursos.

Lectura latinoamericana

Nomadland, la película de los adultos mayores, debe ser leída y entendida en el contexto latinoamericano, para reflexionar sobre lo que ocurre con nuestros viejos. Está bien disfrutar del tema de la película, de las locaciones, de la fotografía, de los personajes, de los diálogos simples y cotidianos, del encanto de la ruralidad, del horizonte infinito, del aire puro… Pero no debemos quedarnos allí porque si lo hacemos, la película no pasará de ser un elemento más de la cultura capitalista norteamericana que busca universalizar sus particularidades. Lo que nos corresponde es decodificarla,  avanzar hacia otro nivel de lectura que tome la película como un disparador para nuestras propias reflexiones, para volver la vista hacia nuestros viejos. Eso nos permitirá descubrir que, en comparación con el mundo desarrollado, la realidad toda en América Latina es marginal, y en ella los viejos son doble o triplemente marginales: por la explotación, por la pobreza, por el olvido del Estado, por la sociedad indolente, por la indiferencia de todos. En lugar de la “sociedad del espectáculo” o de la “sociedad  del cansancio” o de la “sociedad paliativa”,  nos corresponde hablar de la sociedad alienada, excluyente, indolente, racista, exclusivista, y de la resistencia que podrían ofrecer en ella nuestros viejos. 

Nomadland refleja a una clase media norteamericana desestructurada, que ha perdido sus bienes, pero que al menos tiene una furgoneta para convertirla en una casa rodante: un bien inaccesible para muchos latinoamericanos o ecuatorianos de clase media. No nos corresponde soñar con un modo de vida nómada, sino con un modo de vida altivo y desafiante, de soledad y espiritualidad secular, de los viejos que se resisten a morirse arrumbados en los sótanos capitalistas  de la existencia. Libertad, soledad, espiritualidad, soberanía existencial, apertura, solidaridad, son las fortalezas de los viejos que han decidido de una buena vez tomar en sus manos su derecho a vivir como les place, y a morir con la convicción de que la muerte no es sino un tránsito hacia una integración eterna con la Naturaleza (Spinoza). 

Eso nos permitirá descubrir que, en comparación con el mundo desarrollado, la realidad toda en América Latina es marginal, y en ella los viejos son doble o triplemente marginales: por la explotación, por la pobreza, por el olvido del Estado, por la sociedad indolente, por la indiferencia de todos


*Samuel Guerra Bravo, investigador independiente. Ha sido profesor de la Escuela de Filosofía de la PUCE. Autor de libros y artículos de su especialidad.

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