POR EL DERECHO A UNA POLÍTICA CULTURAL*
Hugo Renato Palacios** Lalineadefuego <www.lalineadefuego.info>
En estos tiempos de globalización cabría preguntarse si América Latina, y particularmente el Ecuador, se encuentran en una situación de cambios políticos, de crisis o de regreso a viejas formas de dominación política con el membrete de “Yo sí que soy de izquierda”.
Más allá de las adhesiones o de las críticas que este proceso genera, muchos se preguntan si una revolución puede ser posible si no conlleva una transformación cultural. Aunque para las élites, el tema político y económico es lo prioritario, y en ello ponen todos sus esfuerzos, dejando de lado el tema cultural, que es fundamental. La importancia de lo cultural reside en un conjunto de significaciones involucradas en ese campo y porque una profundización cultural podría incrementar la politización de las masas y encaminarlas a una participación real en la construcción de su propio destino.
La Ley de Cultura es una prueba del desinterés en este campo. Fue debatida con interés antes de que se aprobara la nueva Constitución, e incluso, posteriormente. Pero como suele suceder con los temas que no suman votos ni venden publicidad, la Ley de Cultura debe estar olvidada en el cajón más inaccesible del escritorio del Presidente de la Comisión respectiva, quien posiblemente se hará viejo antes que en el Pleno se escuche por fin la frase “Segundo debate de la Ley de Cultura”. Los trabajadores de la cultura y los activistas de los movimientos sociales deben exigir que se acelere el proceso, caso contrario lamentarán por años esta oportunidad perdida. En diciembre del 2009 se realizó el primer debate, y se afirmó que un plazo máximo de febrero del 2010 estaría lista su aprobación. Sólo han pasado desde entonces 53 meses.
¿Qué mismo es la cultura?
La cultura, décadas atrás, era vista simplemente como un espacio donde solo tenían cabida los artistas y los intelectuales, y no todos ciertamente, sino solo aquellos que miraban hacia las altas cumbres. En la década de los 80, la manera de entender la cultura se amplió rebasando aquel ámbito tan exclusivo. A partir de allí, ‘las culturas’, en plural, tuvieron que ser analizadas con otro lente, desde el cual se le dio forma al concepto de identidad, que durante muchos años fue el hilo conductor por donde pasaban todos los proyectos calificados como culturales. Pero con el paso del tiempo y la implosión de grupos y movimientos sociales, de resistencia y lucha por una serie de reivindicaciones, surgió una aspiración que se venía gestando por años: la pluriculturalidad.
Entender la cultura es entender lo que somos y los que nos forma como individuos y como sociedad. Nelson Reascos,[1] (Informe Cero, Ecuador 1950 -2010: 2011) catedrático ecuatoriano, sostiene que la cultura nos identifica y nos construye como seres valiosos, nos proyecta, nos dignifica.
La cultura —y sus múltiples articularidades— pone en acción a muchas y superiores habilidades humanas: el pensamiento y la imaginación, el razonamiento y la capacidad de invención, el saber y el hacer, la vinculación y comunicación con los parecidos y diferentes. Se mueve genialmente entre la realidad y la fantasía, entre el ser y el deber ser, entre el acierto y el error, entre el amor y el duelo, entre la vida y su negación.
Resulta importante, entonces, comprender a lo diverso, al otro, a lo distinto. Es aquí donde la interculturalidad tiene cabida, puesto que enfatiza la ‘otredad’, es decir el esfuerzo para reconocer a los diferentes sin una valoración jerárquica, sin pretender educarlos, equipararlos o asimilarlos. Reascos dice que la ‘otredad’ es una nueva ética que busca convivir con los diferentes sin descalificarlos, que los otros son todos aquellos que no son como yo. Sin embargo, aunque distintos, son iguales en valor y derechos. Distintos, diferentes, pero al mismo tiempo iguales, es la nueva filosofía de vida.
La cultura sigue siendo un tema del que se puede hablar, pero sin hacer bulla; no genera réditos electorales, no le interesa a los medios de comunicación ni tiene la jerarquía que poseen términos como economía o política. La cultura, a pesar de la importancia simbólica que tiene como enriquecedor del espíritu de los pueblos y como un elemento transformador de viejas prácticas al igual que como dinamizador de sujetos y procesos históricos, en la práctica sigue siendo vista por las altas esferas como un tema más, que no merece la importante difusión que tienen otros temas.
II
La ley de cultura y sus telarañas
En septiembre de 2009, el Ministerio de Cultura presentó el proyecto de Ley de Cultura ante la Asamblea Nacional. A este proyecto, se le sumaron dos proyectos más presentados por La Casa de la Cultura Ecuatoriana y la Coordinadora Cultural de Alianza País. Sin embargo parece que para la gran mayoría de artistas estos proyectos de ley no tienen un contenido importante de convocatoria. Quizá se deba a la poca socialización de los mismos o al descrédito asociado con sus promotores. Acostumbrados a estar relegados o marginados, muchos de los trabajadores de la cultura piensan que salga lo que salga de la Asamblea será un alka seltzer más, que se desintegrará al poco tiempo de ser puesto en las aguas de la realidad cultural del país. José Morán, actor de teatro y narrador oral, oriundo de la provincia de Manabí,[2] opina que las políticas culturales del Ministerio están bastante alejadas de las prácticas culturales y artísticas, pues existe una desconexión total con sus actores; son conceptualizadas desde lo alto de la pirámide gubernamental. Es decir, existe la percepción generalizada de que los planes y programas culturales son impuestos y no generados por quienes viven el día a día con su trabajo artístico.
Los cineastas son, quizás, los mejor organizados en este aspecto. Cuentan con un Consejo Nacional de Cinematografía (CNCINE) que ha logrado posicionarse en el imaginario nacional como un organismo eficiente y digno de ser imitado. Son muy pocos los cuestionamientos que se les hace y sus concursos cuentan con un nivel de transparencia que todavía no logran conseguir aquellos programados por el Ministerio de Cultura[3]. A pesar de ello, algunos cineastas perciben que la ley no los favorece necesariamente, sobre todo porque creen que el CNCINE perdería parte de su autonomía.
En otras áreas artísticas los protagonistas no han logrado consolidarse como actores organizados que den la pelea en la Asamblea Legislativa. Hay esfuerzos aislados de parte de algunos colectivos, sobre todo de los artistas escénicos, pero parece ser que todo queda en buenas intenciones, sin conseguir resultados contundentes. La Comisión Ocasional de Cultura de la Asamblea Nacional presentó el borrador del proyecto de Ley de Cultura, para su discusión y aprobación en el segundo debate, en la que se prevée la creación de nuevos institutos culturales: de Artes, del Audiovisual, de la Investigación de la Memoria y el Patrimonio, de Bibliotecas y Archivos, de Museos y Sitios y de la Casa de la Cultura. Una de las discrepancias giró en torno a si se mantiene o no la autonomía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. El segundo debate tendría que haberse realizado antes de febrero de 2011, según lo estipuló la Comisión. Sin embargo, han transcurrido más de dos años y la ley sigue estancada. Pareciera que siempre habrá para la Asamblea leyes más importantes que la Ley de Cultura. La viabilidad de esta ley estará determinada por las coyunturas políticas.
Si el gobierno actual está realmente interesado en una revolución cultural debería plantearse seriamente los postulados generados en Montecristi. Diversos actores sociales y culturales generaron propuestas surgidas desde las realidades históricas de distintos pueblos, desde las vivencias, la lucha y la acumulación histórica que hoy los visibiliza como sujetos de derechos con sus propias reivindicaciones. Es decir, con una visión dialéctica en donde los temas de apropiación y resignificación cultural los vayan construyendo desde su lugar de enunciación. Por ello es imprescindible comprender que la cultura no se reduce a una cuestión de derechos ni de promoción y apoyo de eventos, sino que la misma debe ser en un puntal estratégico del Estado para lograr el tan anhelado sumak kausay, en donde se inscriba una revolución cultural profunda y con verdadera participación ciudadana.
Según el filósofo boliviano Raúl Prada, la cuestión central reside en profundizar el proceso iniciado, “darles una participación abierta a las masas, iniciativa a los jóvenes, y organizar a los trabajadores y a los campesinos como efectivos órgano de poder”.[4] Algo que al gobierno actual, a juzgar por sus actos, no le interesa. Prioriza la racionalidad institucional en lugar de la organización social. Muchos de los dirigentes de Alianza País extraviaron su sujeto histórico. Prada, quien es un estudioso del proceso constituyente boliviano, sostiene que si se piensa en una revolución cultural que transforme las estructuras caducas de los Estados, se debe ver a al Estado como un instrumento de politización de las masas, con una apertura a la participación, la acción directa al igual que a la vitalización colectiva de las decisiones.
Lo que debería ser el camino lógico para profundizar un proceso cultural, no lo es para el actual gobierno. Metido en la trampa de la popularidad y las encuestas, se desmarca de la posibilidad de politizar a las masas, de encaminarlas a políticas plurinacionales que descolonicen los viejos esquemas y promuevan una verdadera participación de la población, empoderándola a partir de un proyecto común y desburocratizador de las anquilosadas prácticas administrativas.
El Ministerio de Cultura y la visión de los artistas
El Ministerio de Cultura, apenas creado, dio pasos firmes para establecer lineamientos que apunten a una política cultural. Elaboró el llamado Plan Nacional de Cultura 2007-2017. Este documento fue discutido y aprobado por Antonio Preciado, escritor esmeraldeño y el primer Ministro de Cultura en la historia del país.[5] En opinión del pensador ecuatoriano Fernando Tinajero[6] (Informe Cero. Ecuador 1950-2010: 2011)
…fue un plan ambicioso que recogía muchos de los postulados que habían sido ya proclamados por el movimiento iconoclasta de los años sesenta (del cual el propio Preciado provenía), y se enriquecía con los aportes de las más recientes investigaciones antropológicas y por el saber de algunos expertos extranjeros.
Sin embargo Preciado no duró mucho tiempo en la cartera de Estado, hubo muchos cuestionamientos por su falta de experiencia en el manejo de temas de gestión y administración cultural. Preciado fue reemplazado por el Viceministro Noriega, quien a su vez, y al cabo de aproximadamente un año, fue sustituido por la actual Ministra de Cultura, Erika Silva. Según varios actores y gestores culturales, el Ministerio sólo se ha dedicado a proponer concursos y determinados auspicios que no logran cuajar en una realidad como la nuestra. Xavier Silva, cantautor y gestor cultural,[7] sostiene que el Ministerio es un espacio de oficinistas que no logran entender su rol. Se los llama activistas culturales, cuando en la práctica no pasan de ser burócratas, con rango de tramitadores. El Ministerio debería enfocar sus esfuerzos en temas trascendentes; la cultura tiene que ser asumida por el Estado y la ciudadanía como algo esencial para la transformación de los pueblos, como una construcción permanente en la que se den las condiciones necesarias para una revolución cultural, y en la que, las y los ecuatorianos, finalmente se perciban a sí mismos como partícipes y hacedores de su propia realidad histórica.
Además de lo dicho, también hay temas coyunturales que deben ser asumidos debido a las urgencias y necesidades del sector artístico en particular. El bailarín, coreógrafo y maestro Wilson Pico[8] sostiene que las políticas del Ministerio han generado cosas importantes pero que, en general, se quedan solamente en buenas intenciones. No existe una repartición de recursos bien equilibrada. El discurso del gobierno menciona la equidad, pero sigue habiendo desigualdad entre los artistas del sector oficial y los artistas independientes.
Lo que plantea Pico se comprueba con el hecho de que el Ballet Ecuatoriano de Cámara recibe un apoyo enorme mientras que el resto de grupos de danza independiente no dispone de una ayuda tan generosa. Por otro lado existe un afán gobiernista de formar artistas profesionales; un ejemplo de ello es la Universidad de las Artes. Parece ser, añade Pico, que ciertos proyectos no van acordes con la realidad en que vivimos. Hay un criterio académico que se contrapone con los saberes de la cotidianidad. En el mismo andarivel, Arístides Vargas[9], reconocido dramaturgo y director teatral, en una entrevista con la revista Vistazo afirma que en Ecuador la inmensa mayoría de la gente de teatro no tiene título. Eso no quiere decir, concluye A. Vargas, que no haya estudiado,
“…sino que ha estudiado en lugares donde no se dan títulos, porque para hacer arte lo que necesitas es ser un buen artista. Y eso no te lo da un título, sino tu naturaleza y tu práctica sensible. Lo que un título te da es integrarte a una dinámica productiva, y ahí está la inexactitud de la interpretación del rol de la cultura y el arte en esta sociedad, pues la naturaleza y el rol del arte es siempre la des-integración, no la integración.”
Los fondos de los concursos
Otra fuente de descontento son los concursos públicos para hacerse acreedor de fondos, donde se generan muchas inequidades. Vamos a citar un ejemplo. El último llamado a fondos concursables para las artes escénicas y el fondo editorial, tuvo como principales ganadores a proponentes de la provincia de Pichincha, más específicamente de Quito. Cerca del 80% de los premios fueron otorgados a beneficiarios de la capital. Y nadie duda de que se lo merezcan, pero deja una herida abierta para los gestores culturales de provincia, quienes se sienten relegados y acusan, no sin razón, de centralistas a los encargados del Ministerio.
Hay más preguntas. ¿Existe algún proceso para que la gente de provincia pueda acceder a esos premios? ¿Se los ha capacitado? ¿Los formatos establecidos para el concurso guardan relación con las distintas realidades locales? ¿Los indígenas, negros y campesinos pueden participar en pie de igualdad en concursos cuyas bases no toman en cuenta su realidad? Parece que en esto se sigue evidenciando una forma de discriminación hacia los sectores más desfavorecidos, especialmente de los pueblos afro e indígenas. En el discurso están presentes pero en la práctica siguen invisibilizados y tratados como un asunto folclórico, como lo raro, lo exótico, lo que es arte pero no tanto. La interculturalidad continúa siendo un tema pendiente en el país.
Otro aspecto que preocupa a muchos artistas se refiere a la gratuidad de los eventos. Juana Guarderas[10], actriz a cargo de una sala de teatro independiente, El Patio de Comedias, considera que la accesibilidad a la cultura es plausible, pero advierte que la gratuidad de los eventos ha ocasionado que el público se acostumbre a no pagar por ver arte. Guarderas afirma que actualmente es difícil vender un espectáculo de teatro, puesto que las salas de teatro independientes se han visto afectadas por la falta de público que ha preferido la economía del bolsillo antes que la calidad del arte. Según sus estimaciones, el público en eventos pagados ha disminuido en un 50%.
Parece que se trata de privilegiar la cantidad, los resultados donde hablen los números, lo masivo, antes que la calidad o los procesos de formación, que serían mucho más ricos e interesantes.
III
Políticas culturales que partan desde la realidad de cada pueblo o provincia.
Son indispensables, entonces, propuestas que partan desde lo local. La cultura y todas sus manifestaciones no pueden ser entendidas desde la sabiduría de unos pocos funcionarios, por más importantes que estos sean. El hecho de reconocer la diversidad plantea la necesidad de trabajar desde los propios espacios de realización, generando debates, capacitando a la gente, buscando un ejercicio de apropiación de su realidad, de su historia. Y buscando formas para que el campo y la ciudad se encuentren como iguales y diversos, lo que implica sin duda, organización, movilización y control social permanente. Y no solo hay que centrar todos los esfuerzos en los creadores de producción cultural, también se debe tomar en cuenta a los consumidores de esos bienes culturales.
Juan Luis Mejía afirma que en este el campo hay investigadores latinoamericanos que han hecho los aportes más profundos y novedosos en los llamados estudios culturales.
Mientras las políticas culturales siguen centradas en el creador y en años recientes en la producción de bienes, investigadores como Néstor García Canclini, Jesús Martín Barbero y Guillermo Orozco centraron su atención en el receptor, en el consumidor final de los bienes de la cultura.
Por lo antes dicho, es importante entender que el Sistema Nacional de Cultura[11] debe estar en sintonía con las políticas del Ministerio de Educación, de la Secretaría de Pueblos, Movimientos Sociales y Participación Ciudadana, para ejecutar acciones conjuntas e integrales. Esto responde al objetivo de que, desde los primeros años, se vaya involucrando a las niñas y a los niños, a las organizaciones sociales, culturas urbanas, nacionalidades y comunidades indígenas y afroecuatorianas, etc., en las manifestaciones artísticas, tanto de la ciudad como del campo. Es necesario tender puentes para conseguir la tan anhelada interculturalidad.
Los deslices de la Casa de la Cultura Ecuatoriana
Hubo algún momento en que la Casa de la Cultura Ecuatoriana se convirtió en un referente obligado de creatividad, de lucha, de sueños. Pero lo que no se sabe con exactitud es en qué momento perdió la brújula y se extravió. Hoy en día, es un paciente en estado de coma, con respirador artificial desde hace algunos lustros. Esta institución cultural debe convertirse en un espacio donde tenga lugar un verdadero encuentro de culturas diversas, en La Casa de las Culturas. El arte no debe quedarse encerrado solo en sus cuatro paredes sino que debe salir de ellas, hacer una verdadera difusión en sitios donde casi nunca se ha presentado un grupo artístico o una exposición.
Es de público conocimiento que aproximadamente el 80% del presupuesto de la CCE se emplea en gastos corrientes. Parece ser que se mantiene un sesgo elitista en la comprensión de lo que es cultura. En pocas semanas habrá nuevas elecciones; sin embargo las mismas son cuestionadas por muchos artistas. No hay un proceso transparente e incluyente en ese proceso electoral.
Muchos se juegan por la autonomía de la Casa de la Cultura; otros critican la supuesta autonomía y plantean más bien que el Ministerio se haga cargo de la administración, haciendo una reestructuración urgente. Con la segunda alternativa se corre el riesgo de que la política cultural se vuelva oficialista y, por ende, clientelar. En cuanto a la autonomía, muchos artistas no entienden su significado, es decir, su función: si la autonomía ha servido para algo, ¿ha beneficiado a los artistas o se ha convertido en una casa burocrática de la cultura?
Wilson Pico, quien construyó su propio espacio dentro de las instalaciones de la Casa de la Cultura, con su trabajo personal y consiguiendo financiamiento en el extranjero, cuestiona seriamente la supuesta autonomía. A pesar de su ejemplar trayectoria y de todos los logros y procesos artísticos que ha generado dentro y fuera del país, nunca ha sido tomado en cuenta ni para hacer una sugerencia. Ha vivido muchos años de forma independiente dentro de la Casa de la Cultura, entiende mejor que muchos dirigentes y funcionarios el quehacer artístico del país, “pero posiblemente como no pertenezco a una familia de conexiones sociales y políticas, ningún Presidente me ha llamado”. Pico no entiende cómo son las elecciones para elegir presidente, como se reúnen los núcleos y se eligen entre ellos, es una cosa completamente oscura, antidemocrática, en la que los artistas no tienen nada que ver. Entonces, ¿de qué autonomía estamos hablando? “Hablo con ese derecho de haber sobrevivido bajo estas condiciones adversas. La Casa de la Cultura tiene que cambiar, empezando por el sistema de elecciones”.
Hay que reconocer, sin embargo, el trabajo que se ha hecho en la Cinemateca y de alguna manera en los Museos. Pero aquello no justifica el nombre que, hoy, le queda muy grande. La gente más conoce a la Casa de los Espejos por los conciertos que se dan periódicamente en el Ágora, pero no por ser un espacio de creación y de difusión permanente de las Artes. Muchos grupos independientes se quejan de la falta de apoyo y de espacios para ensayar, así como de una elitización de la cultura. Las culturas urbanas y otras identidades se sienten relegadas. La Casa de Benjamín Carrión debería ser un lugar de encuentro de la diversidad cultural y un ente de difusión de las obras de los grupos y colectivos.
¿Realmente existe apertura para las propuestas de los pueblos afroecuatoriano e indígenas? ¿Tienen estas culturas voz y voto dentro de la institución? La respuesta es que no lo tienen. Por lo tanto el debate en este aspecto debe profundizarse y democratizarse urgentemente. El actor José Morán plantea que debería transformarse en la Casa de Las Artes; y definirse como un espacio de investigación, creación y difusión de las artes y la literatura. Debe ser el espacio independiente de todas y todos los artistas y trabajadores de la cultura, en la que participen a través de talleres y en donde se desarrollen y potencien sus creaciones. Hay que formar nuevas generaciones de artistas.
Para esto es necesario que la nueva Casa de las Artes “Benjamín Carrión”, sea reestructurada en su totalidad, manteniendo su autonomía, ya que esta será la única garantía de que pueda desenvolverse con la independencia necesaria, al margen de cualquier gobierno de turno. Hay mucho que construir y mucha tinta en el tintero.
CONCLUSIÓN
En el Ecuador, como en la mayoría de Estados de América Latina, existe una preocupación por difundir las artes de élite y preservar los patrimonios. Al mismo tiempo se ha descuidado la importancia clave que hoy en día tienen las culturas tradicionales, la memoria oral, las prácticas ancestrales y, de manera crucial, el importantísimo papel de las industrias audiovisuales, que no suelen ser apreciados por algunos intelectuales, por su carácter masivo. Por otro lado, hay que reconocer que respecto al patrimonio y a la memoria social, el Ministerio de Cultura ha hecho importantes esfuerzos. Sin embargo, no dejan de ser gestos aislados que no guardan coherencia con una verdadera política de Estado.
La colombiana Ana María Ochoa[12], doctora en etnomusicología y folclore, plantea que si lo que busca el Estado es construir un ámbito de diálogo desde lo cultural, “tiene que asumir tanto la transformación de las estructuras administrativas como de las nociones de política cultural implicadas. Si no, se corre el riesgo de disfrazar viejos esquemas autoritarios con nuevas concepciones de cultura”.
Existe cierto afán por parte del Ministerio para generar un debate en determinados sectores con el fin de construir políticas culturales. Pero se sigue apostando a una racionalidad institucional en lugar de optar por la organización de los sectores involucrados en los temas. Hay que enfatizar el hecho de que las políticas culturales deben ser debatidas y analizadas por todos los actores sociales. Esto implica involucrarse en las discusiones y propuestas, en suma, crear un ambiente de politización de los temas culturales. Y hay que reconocer también, que si los artistas y gestores culturales no se organizan, no suman voluntades y no se movilizan, difícilmente se logrará una buena ley. Si ellos no participan dejarán el campo abierto para que las decisiones vengan desde arriba.
Corrigiendo todos estos factores se podría avanzar con la Ley de Culturas. Pero ninguna ley, por excelente que sea en el papel, tendrá los efectos y resultados esperados si permitimos que sean los mismos de siempre los que decidan. Por esa ley hay que luchar a diario, con el gobierno que sea, para que nuevas políticas culturales que beneficien a todas y todos, se concreten en la realidad y permanezcan en el tiempo. Lo más fácil, en momentos de crisis es quitarle presupuesto a la cultura, y a eso se lo hace de un plumazo. Por lo tanto, la organización y la veeduría constante de las políticas que se defienden y de las que se sumarán como un hecho dialéctico, no pueden ser descuidadas. Pero las preguntas persisten. ¿Qué están haciendo los artistas, intelectuales y gestores culturales para apropiarse de esta oportunidad? ¿Están peleando solo por su metro cuadrado, se está trabajando en propuestas que no engloban los intereses de toda la sociedad?
El Ministerio de Cultura debería ser un facilitador de procesos, encaminados a buscar una verdadera transformación cultural. Las políticas que surjan deben ser un puntal estratégico para el Estado, ya que solo así se garantizará que las y los ecuatorianos se perciban como sujetos activos dentro de su contexto histórico, como seres políticos, que organizados pueden construir su propio camino. Por ello hay que buscar y establecer mecanismos para que los derechos reconocidos en el papel se cumplan en la práctica. Sin la presencia de sectores organizados, que exijan constantemente que se cumplan sus derechos, difícilmente los gobiernos escucharán sus demandas.
Concluimos que una política cultural debe ser necesariamente un proyecto de Estado y no un proyecto de gobierno, del tinte que éste sea, puesto que siempre estará condicionado por las coyunturas políticas y los diversos intereses de grupo. Por ello la necesidad de generar procesos a largo plazo, en grupos, comunidades, organizaciones. Deben surgir del conocimiento profundo de la realidad en la que están inscritos y buscar formas inteligentes y sensibles que hagan de la interculturalidad un encuentro de reconocimiento fraterno con los otros.
* Este articulo fue producido gracias al apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo <www.rosalux.org.ec>
** Comunicador y gestor cultural
BIBLIOGRAFÍA
CARBONELL, Miguel, Constitucionalismo, minorías y derechos. Isonomia nº 12. Revista de teoría y Filosofía del derecho, Instituto Tecnológico de México, 2000
Martín Barbero, Jesús y Ochoa Ana María, “Políticas de multiculturalidad y desubicaciones de lo popular”, Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, Editorial Daniel Mato, Buenos Aires, CLACSO, 2005
Mejía, Juan Luis, Apuntes sobre las políticas culturales en América Latina, 1987-2009, Revista Pensamiento Iberoamericano Nº 4, Universidad EAFIT, Medellín, 2009
Montoya, Luz del Carmen, Tesis, “Las políticas culturas: herramientas de desarrollo local”. El caso de Cotacachi, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador, 2001
Reascos, Nelson, “La cultura, las culturas y la identidad”, Informe Cero, Ecuador 1950 -2010 en Estado del país, Quito, 2011
Tinajero, Fernando, “Las políticas culturales del Estado”. Informe Cero. Ecuador 1950 – 2010 en Estado del país, Quito, 2011
Consultas en la web:
Proyecto Ley de Cultura, Ministerio de Cultura, Quito, Ecuador, 2009, Internet: www.asambleanacional.gov.ec, Acceso: 25 de junio 2012
Agenda Constitucional Mínima para el sector cultural, Adrián De la Torre, Coordinadora Cultural PAIS, Internet: http://nuevaculturaecuador.blogspot.com/. Acceso: 2 de julio 2012
Entrevista realizada a Juana Guarderas, “La gratuidad de espectáculos afecta a artistas”, Publicado el 16/Febrero/2011, en www.HOY.com.ec
Entrevista a Arístides Vargas, hecha por el actor y articulista Santiago Roldós. “El arte de la desintegración”, 22 de marzo, 2012. http://www.vistazo.com/ea/entrevista/?eImpresa=1070.
Raúl Prada Alcoreza, “La Revolución Cultural” en Horizontes de la descolonización. Ensayo teórico y político sobre la transición. www.ar.grups.yahoo.com/group/ayllu/message1374. Acceso: 29 de julio, 2012
[1] Nelson Reascos, “La cultura, las culturas y la identidad”, Informe Cero, Ecuador 1950 -2010 en Estado del país, Quito, 2011
[2] Entrevista personal, 19 de julio, 2012. Morán recientemente obtuvo en la Habana, Cuba, el reconocimiento “Juan Candela” por su trabajo escénico como narrador oral.
[3] Para muchos cineastas y gestores culturales el hecho de contar con un jurado internacional en los concursos es un factor importante en el momento de avalar sus propuestas Y no es que los jurados nacionales que han sido nombrados en distintos concursos carezcan de solvencia o de ética, sino que pueden ser susceptibles a caer en prejuicios o subjetividades.
[4] Raúl Prada Alcoreza, “La Revolución Cultural” en Horizontes de la descolonización. Ensayo teórico y político sobre la transición. www.ar.grups.yahoo.com/group/ayllu/message1374. Acceso: 29 de julio 2012
[5] Su nombramiento fue un acierto, no solo como reconocimiento a su talla y a su trayectoria, sino por el hecho simbólico de ser un afroecuatoriano.
[6] Fernando Tinajero, “Las políticas culturales del Estado”. Informe Cero. Ecuador 1950 – 2010 en Estado del país, Quito, 2011
[7] Entrevista personal, 19 de junio, 2012. Tiene una formación como teatrero y cantautor. Genera proyectos de formación en teatro y canto coral.
[8] Entrevista personal, 23 de julio, 2012 en su Escuela de danza Futuro Sí. Wilson Pico es considerado un referente de la danza contemporánea en América Latina.
[9] Entrevista hecha por el actor y articulista Santiago Roldós. “El arte de la desintegración”, 22 de marzo, 2012. En: http://www.vistazo.com/ea/entrevista/?eImpresa=1070. Arístides Vargas, argentino nacionalizado ecuatoriano, dirige el grupo de teatro Malayerba, quien ha recibido una serie de reconocimientos internacionales por la profundidad y estética de sus trabajos escénicos.
[10] Entrevista realizada a Juana Guarderas, “La gratuidad de espectáculos afecta a artistas”, Publicado el 16/Febrero/2011, en HOY.com.ec
[11] Definido por el Ministerio de Cultura como un colectivo asesor, planificador y coordinador de las actividades culturales públicas y privadas que persiguen el desarrollo cultural del país, la consolidación de la pluri e interculturalidad nacional y andina, y la vigencia de la diversidad cultural
[12] Ana María Ochoa, y Jesús Martín Barbero, “Políticas de multiculturalidad y desubicaciones de lo popular”, Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, Editorial Daniel Mato, Buenos Aires, CLACSO, 2005
Excelente trabajo
Gracias Hugo por el artículo y la investigación. Topa muchos de los temas claves del lento y tortuoso proceso que ha seguido la política y la gestión pública de la cultura. Hay algunos temas que quedan pendientes, que sería interesante investigarlos y desarrollarlos en el futuro: Las tensiones en torno al patrimonio cultural, su propiedad, su signo político y el huaquerismo de cuello blanco; la discrecionalidad de la asignación de fondos; la delgada línea entre eventos y propaganda; y fundamentalmente la corta visión de las industrias culturales, como estrategia clave en la construcción de la soberanía cultural. Temas que los menciono porque, muchos de estos,reflejan los verdaderos intereses políticos, que han bloqueado la ley en la Asamblea y han preferido una gestión en las instituciones alejada de los avances logrados en la Constitución de Montecristi.
Las expresiones culturales superiores son integradoras: millones de jovenes se han identificado con la música de los beatles durante seis décadas, millones de gentes se han maravillado con las obras de arte de Rembrandt, Picasso, etc., millones admiran obras innumerables obras arquitectónicas en todo el planeta; como se puede sugerir entonces que el arte no es integrador? Esos efectos se han causado aún en diferentes grupos culturales a los que produjeron las obras. Mismas que no fueron las únicas producidas en su época, sino las superiores en calidad. Muchas de esas grandes expresiones culturales citadas se produjeron bajo la exigencia o auspicio de alguna autoridad o poder, pero la mayoría fueron la iniciativa de quien llegó a un nivel de dominio de un talento, por iniciativa y convicción propia.
Y es en estos conceptos en donde falla la concepción del Estado “pluricultural”. Además de ser casi imposible que un Estado con recursos limitados, en un pais en el que las necesidades básicas estan aun insatisfechas, sea el “taita” o “prioste” de todo evento “cultural”. es ponerle un límite a la libertad, creadora de cultura. El Estado debe participar para promover la acción cultural y proteger los derechos y propiedad de los artistas. Esa promoción sin pretender limitar las expresiones culturales debe inducir a la optimización del talento humano mediante una sana competencia cultural. No todo grito es canto ni toda mancha pintura. Falta sin lugar a dudas educación cultural en los pueblos, quienes por hoy aceptan cualquier estridencia o vulgaridad como buena. Basta ver algunos programas de televisión o algunos videos en Youtube para saber que el Estado ecuatoriano no tiene identidad cultural. Pero eso si, el sr. presidente no es corto ni perezoso para decir que tal o cual es “un asco” o “una basura”. Con que principios? de cual cultura?
Si la demanda de la ley de cultura es para garantizar las partidas presupuestarias que garanticen el funcionamiento de distintos institutos o agremiaciones que mantengan a algunos “artistas” con vocación de burocrata, la pelea es inocua. La ley debe ser exigida para que garantice la actividad cultural en el Ecuador, delegando autoridad para el registro, la promoción y protección de las expresiones culturales.
Muy Buen trabajo…
Existen más preguntas que respuestas:
¿Qué Identidad Cultural tenemos como ecuatorianas/os?
¿Qué conciencia de Cultura tenemos como Pueblo Ecuatoriano?
¿Qué entendemos por pluriculturalidad?
“Yo no soy el otro, pero no puedo ser sin el otro…” Enmanuel Levinas)
Somos ecuatorianos, chévere.
¿Cuáles son nuestras diferenciaciones…?
¿Cuáles son nuestras alteridades…?
¿Cómo potenciar nuestras reciprocidades, solidaridades…?
¿Cómo ir tejiendo dialécticamente nuestras identidades…?
De acuerdo que tiene que ser política de Estado la Política Cultural…
¿Cómo ir construyéndola desde el Empoderamiento Social…?
Poder Social…
¿Cómo realizar nuestra Revolución Cultural como lo hizo MAO en China…?
¿Cuál es la incidencia y qué poder tiene una globalización cultural que nos bombardea diariamente…?
Como pájaros libres…
De libre vuelo…
Como pájaros libres…
Así los quiero…
Dr. Aurelio Vera Vera.
[…] es entender lo que somos y los que nos forma como individuos y como sociedad. Nelson Reascos,[1] (Informe Cero, Ecuador 1950 -2010: 2011) catedrático ecuatoriano, sostiene que la cultura nos […]