Existen ventajas y desventajas con la reelección indefinida. Sin embargo, la sociedad ecuatoriana, otra vez, se apresta a decidir, incluido con su silencio, pensando en las circunstancias, y no en el sistema político que construye o que le conviene tener. Se está ya debatiendo si es o no positiva la reelección indefinida de Correa, mas no si la reelección indefinida es conveniente o no como parte del sistema de la política, no de cualquiera sino del ecuatoriano. El inicio de debate es ya a un punto desvirtuado que el gobierno, con los asambleistas, sitúan su propuesta sin asumirla, presentándole como una decisión involuntaria porque la prensa aceptaría la reelección de Nebot y no la de Correa, o porque existe reelección indefinida en países con larga historia democrática.
Cuando lo conveniente es situar lo que eso implica en Ecuador y considerando el pasado ecuatoriano.
Ecuador tiene una larga historia con lo que se identificó como su problema mayor en la política llamado el “personalismo” que junto con la inestabilidad, desde luego interrelacionados, formaban lo medular de lo que se quería dejar atrás al momento de la definición de la Constitución del 78. Una población embelezada en un caudillo, Velasco Ibarra, reiteradamente votado, no asumía definiciones políticas otras que las de su confianza en aquel conservador personaje, que le dio la posibilidad de ser ciudadano con el voto que él encarnaba. No contaban programas, menos aún las opciones ideológicas; y, diputados, ministros, alcaldes eran escogidos según la cercanía o no al caudillo. El pueblo se dividía no tanto por ideas cuanto por su apego o no al caudillo. Las disputas políticas quedaban empobrecidas por un debate de caudillos, la selección de candidatos las definían ellos, según sus aportes en votos o recursos, sin que contase su capacidad de ser políticos competentes. Como se concentraba poder, el juego político giraba alrededor del caudillo y no de ideas, tendencias políticas, capacidades de las personas y mal se podía esperar que predomine el sistema de derecho, si el caudillo podía pasar por encima. La población así no concebía la política de otro modo que definiéndose ante el caudillo. Mal podía funcionar la democracia.
Los criterios sobre el país y la cultura política era que a la gente le gustaba el caudillo y no obedecía otra cosa; sería pues su cultura, una insoslayable pasión por un jefe, redentor. No se consideraba que precisamente la gente así se definía porque era lo que tenía al frente como vivencia y con ello decidía. Del mismo modo que cuando uno vive en la miseria tiene una visión de las cosas, pero que generalmente se modifica cuando se pasa a otros niveles de vida.
Concentrar el poder, era claro, empobrece la sociedad, le vuelve presa de los que concentran el poder, se anquilosa y espera en los redentores. Postrada de sus capacidades, tiene como salida buscar al mayor caudillo.
Decidir la continuidad, con la reelección indefinida, de un presidente popular y hacerlo por él, terminará por reforzar esa cultura que precisamente la idea de revolución ciudadana a sus inicios buscaba cambiar. La historia verá no como simple contradicción sino como una traición fruto de la concentración del poder que ahora justifica todo incluido la negación de sí mismos.
Ecuador se propuso en los 70, y ahora regresa a los mismos cauces, crear condiciones para una vida política organizada por encima del “personalismo” y en que sea la sociedad organizada y activa en la vida pública la que contribuya a una vida política beneficiosa para la colectividad. Se esperaba que la sociedad aprendería así a ser actora de la solución de sus problemas. Se contaba paralelamente crear condiciones institucionales que coadyuven, en un positivo engranaje, a lo mismo. Resultaba entonces indispensable favorecer una bien establecida rotación y no concentración del poder, se requería para ello de partidos en serio que tengan programa, roten sus dirigentes, los formen para la competencia política y gobernar, todo lo cual a la postre formaría una cultura política democrática y favorable para enfrentar sus álgidos problemas como la desigualdad social o el subdesarrollo.
Hay varios aspectos a considerar para comprender por qué esta propuesta no prosperó sino parcialmente. Hubieron medidas erradas como la de pretender frenar el “personalismo” limitando la duración en los puestos de representación a todo nivel (salvo en la presidencia) a dos años, y sin posibilidad de continuidad. Fue crear ineficacia en la representación, desperdicio de recursos, volcar al país a una campaña electoral permanente y a la demagogia, desprestigiar a los partidos; la democracia fue la perdedora principal al mostrarse ineficaz. La continuidad de políticas y gestión resultaba indispensable, tomó cierto tiempo para asumir esto y cambiar las normas. Sin embargo, ahora se quiere pasar al otro extremo de una continuidad infinita sabiendo bien la tradición personalista, la tendencia a la concentración del poder que elimina las instituciones, frena una cultura democrática y postra la sociedad.
La idea referendaria por la cual lo que cuenta es que el pueblo escoja y decida, que eso sería el máximo de la democracia, choca con los hechos por los cuales hay momentos en la vida de las colectividades en que predominan las emociones y bien puede encarrilarse a decidir no lo que la razón y experiencia aconsejan sino lo que las emociones del momento predominan. El nazismo es uno de los mayores ejemplos de ello. Hay pues ideas y principios, que por ética, se debe asumirlos por encima de las circunstancias y del voto popular. Sino, podríamos seguir ejerciendo justicia de modo colectivo. No por azar se ha creado cuerpos legales precisamente con la idea que esos colectivos tienden a ser subjetivos, y que la justicia debía ser ejercida de otro modo, aún más la experiencia a mostrado que conviene que en la sociedad y el poder político prime la ley, precisamente haya un Estado de Derecho. Es decir no porque que el pueblo puede votar, que está mejor definido el interés general ni menos lo apropiado para definir un sistema político.
No es en cualquier contexto que incidiría la reelección indefinida. Comparar con los países parlamentarios en que existe reelección indefinida, no de una persona, sino de un partido, no es posible. En éstos existen instituciones políticas sólidas, división de poderes real, justicia independiente, cultura de la prioridad de la ley, cultura política ciudadana y cívica, es decir prima el Estado de derecho, no acontece nada de esto aquí. Aún más, todo el sistema es posible, porque hay partidos reales –con normas internas democráticas, rotación de dirigentes, reales debates internos- y tendencias identificables, carrera política de sus miembros para saber quien es quien. Sociedad y dinámica de partidos exigen rotación de puestos, en cambio, el partido puede tener continuidad.
Es comprensible y puede ser positivo la continuidad de políticas actuales, pero debe hacerlo AP, para eso están los partidos. Correa y AP siguen en deuda de crear partido. La reelección indefinida mostraría más bien que de revolución ciudadana no hay nada. Una derrota de sus ideas primigenias. El eliminar la limitación a la reelección, en un contexto de concentración del poder, es de hecho limitar la rotación, paralizan a los partidos, no permite que se desarrollen nuevos políticos, a la postre crean el vacío Primero copan todo y después es el gran vacío. Se crea la dependencia de la sociedad a los jefes y caciques.
Si además consideramos la ética pública, vale recordar que Correa en la campaña electoral anunció que sería su último mandato, pasaría a ser una promesa electoral, que desde luego influenció en los indecisos, debe ser una promesa a cumplir, revertir esto con la propaganda es dejar que la manipulación vuelva al cinismo norma.