27 de marzo 2018
América Latina: una coyuntura excepcional
La excepcional coyuntura social latinoamericana de los primeros lustros del siglo XXI se explica por la confluencia de dos tendencias más o menos coincidentes en el tiempo: a) la mejoría de las condiciones de inserción de las economías latinoamericanas al mercado mundial debido a una serie de factores entre los que destaca el llamado boom de las commodities (precios reales al alza de las principales mercancías de exportación, principalmente recursos naturales); b) los cambios políticos de finales del XX y comienzos del XXI. Primero bajo la forma de agudización de la lucha de clases a lo largo del continente, con protestas y movilizaciones de cuño anti-neoliberal; y, acompañando a éstas, la emergencia de coaliciones electorales exitosas que desembocaron en el establecimiento de un conjunto de gobiernos a los cuales se conoce bajo la denominación genérica de progresistas o posneoliberales. Detengámonos en el segundo aspecto, aunque con plena conciencia de que la primera tendencia (cambio de la coyuntura económica) sirvió como un soporte muy importante de las políticas posneoliberales.
El ascenso de gobiernos con agendas críticas al neoliberalismo fue el resultado de un largo ciclo de protesta y movilización social que tuvo como punto de arranque el Caracazo en 1989 en Venezuela, y continuó con la rebelión neozapatista de 1994 en México; así como por un periodo de gran convulsión social en algunos países de América del Sur entre 2000 y 2005, que condujo a la destitución de seis presidentes como resultado de movilizaciones populares: el aborto del intento de reelección fraudulenta de Fujimori en Perú en el 2000; los derrocamientos de Mahuad y de Gutiérrez en Ecuador en 2000 y 2005; el abandono de Fernando de La Rúa en Argentina en 2001, en medio de una insurrección más o menos generalizada; y, finalmente, el derrocamiento de Gonzalo Sánchez de Losada en 2003 como corolario de la “Guerra del Gas” y la renuncia de su sucesor, Carlos Mesa, en Bolivia en 2005. A estos acontecimientos habría que agregar los triunfos de plataformas electorales con programas que tomaban distancia en menor o mayor medida del neoliberalismo: la elección de Hugo Chávez como presidente de Venezuela (1998); a la que siguieron la de Lula, en Brasil (2002); de Néstor Kirchner, en Argentina (2003); Tabaré Vásquez, en Uruguay (2004); Evo Morales, en Bolivia (2005); Rafael Correa, en Ecuador (2006); y Fernando Lugo, en Paraguay (2008). Hacia finales de la primera década del siglo XXI, aproximadamente 60% de la población latinoamericana vivía en países con gobiernos autoproclamados “de izquierda”.
Este cambio en la coyuntura latinoamericana, operó en un contexto más amplio de movilizaciones contra diferentes facetas del neoliberalismo a escala planetaria, entre las que se destacan las protestas contra el Acuerdo Multilateral de inversiones (AMI) en 1997; la “batalla de Seattle”, que frustró la Ronda del Milenio de la OMC en 1999; la confluencia de movimientos de izquierda en torno al Foro Social Mundial a partir de 2001; las movilizaciones globales contra la intervención norteamericana en Irak en 2003; el desarrollo de campañas contra el libre comercio en todo el mundo, incluyendo la victoriosa contra el proyecto estadounidense del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en 2005. Y, en años más recientes, las movilizaciones en diferentes puntos del globo (Medio Oriente, Grecia, China, etc.) que, de una u otra manera, estallaron para oponerse a algunos de los rasgos más agudos de la mundialización del capital en su fase neoliberal: la especulación alimentaria, las políticas de austeridad, la superexplotación del trabajo, entre otras. Esta etapa de rebeliones y resistencias se encuentra aún abierta, y está signada en la mayoría de los casos por una clara vocación más reformista que revolucionaria, pero pensamos que no por ello deja de representar una amenaza real a las formas actuales de dominación del capital a escala global.
Lo primero que habría que asentar es la falta de consenso sobre cuál término es el que mejor caracteriza a la coyuntura regional (principalmente sudamericana) de los primeros tres lustros del siglo XXI, siendo los de uso más común los siguientes: posneoliberalismo, progresismo, neodesarrollismo, marea rosada, socialismo del siglo XXI, socialismo del Buen Vivir, entre otros. Sin pretender agotar la polémica en torno a este complejo aspecto, creemos que, dada la gran variedad de diferencias nacionales en lo que respecta a los procesos sociales que les antecedieron y a los alcances y límites de cada caso, tal vez la idea que mejor da cuenta de sus aspectos comunes es la de posneoliberalismo. En este sentido, coincidimos con los investigadores Ruckert, Macdonald y Proulx quienes, después de analizar una amplia literatura académica sobre el fenómeno posneoliberal, llegaron a la conclusión de que “la noción de posneoliberalismo es de utilidad si la entendemos no como una ruptura total con el neoliberalismo, sino como una tendencia a romper con ciertos aspectos de las prescripciones de la política neoliberal” (2016: 2). Esto es válido para un conjunto de dimensiones políticas clave que apuntaron, según cada caso nacional, a un menor o mayor distanciamiento de las políticas neoliberales, en los que los autores citados destacan los siguientes: renacionalización de la economía; reorientación de las políticas comerciales; cambios en los sistemas de captación de rentas y de impuestos; gasto social y modificación de las políticas de regulación del mercado laboral, a lo cual habría que agregar cierta vocación por recuperar márgenes de soberanía nacional, sobre todo frente a los Estados Unidos y, en esta misma tesitura, de apostar por la construcción de mecanismos de integración regional novedosos.
Cada proceso nacional debe ser estudiado en su especificidad histórica concreta, de lo cual se desprende que cada experiencia posneoliberal significó algo distinto en cada caso y en cada momento de su despliegue, oscilando entre los siguientes sentidos del componente “pos”: a) seguir bajo el neoliberalismo, pero corregir algunos de sus excesos; b) ir más allá del neoliberalismo en la forma en que aquél concibe la política y el estado; c) buscar la creación de un nuevo proyecto (económico, político e ideológico) nacional/regional no neoliberal, pero en el marco del capitalismo; d) sentar las bases para la transición de un periodo posneoliberal hacia una lucha de horizontes más amplios, potencialmente anticapitalistas, como fue el caso de Venezuela bajo el gobierno de Hugo Chávez, cuyas múltiples iniciativas políticas contribuyeron a poner en la mesa la discusión sobre los límites de la civilización capitalista y la necesidad de poner en marcha lo que él concebía como un largo periodo de transición, para superarla.
A lo anterior habría que agregar un aspecto que con frecuencia se olvida en los diferentes análisis: el hecho de que los alcances y límites de cada una de las experiencias “pos” no puede ser explicada exclusivamente a partir de las iniciativas gubernamentales, sino que tienen que ser comprendidas como el resultado de un complejo entramado de relaciones de fuerza en las que intervienen, además de aquéllas (las iniciativas gubernamentales), la fortaleza o debilidad organizativa e ideológica de las formaciones de clase (tanto las de las clases dominantes como las de los subalternos) en cada una de las naciones; de la dinámica del conflicto social resultante de lo anterior, así como del grado de injerencia y capacidad de boicot y chantaje de factores de poder nacionales y extranjeros, entre los que destaca de manera particular el intervencionismo norteamericano, que jugó un papel prominente a lo largo de todo este periodo para combatir abierta o silenciosamente no pocas de las iniciativas de los gobiernos posneoliberales e, incluso, tomando parte activa en los esfuerzos por abortar procesos en marcha.
Es posible sostener que más allá de las particularidades nacionales de cada uno de los procesos posneoliberales recientes, hay algunos elementos que en mayor o en menor medida se encuentran en prácticamente todos ellos, los cuales también se pueden ver como aspectos constitutivos de una opción reformista o socialdemócrata latinoamericana, tal como es entendida por Piqueras (2014): como aquélla que —sin plantearse necesariamente un horizonte poscapitalista— abre la posibilidad de dar cabida a formas más o menos democráticas de regulación de la reproducción social, lo cual implica: a) mayor distribución del poder social; b) mayor participación del conjunto de la sociedad en las decisiones que la afectan; c) mayor distribución o redistribución del conjunto de la riqueza social: “la opción reformista tiene que ver con el grado de apertura democrática, equilibrio social y redistribución de recursos que se da en una determinada formación socio-estatal, o bien incluso a escala sistemática” (2014: 14). De acuerdo a este autor, la opción reformista se sostiene en la medida en que se generan mecanismos reguladores basados en la integración (siempre parcial y muchas veces mediada por el Estado) del Trabajo en la definición de las reglas de la reproducción social en todas sus dimensiones: las más inmediatas que regulan la relación trabajo asalariado-capital, pero también de aquéllas que van más allá de ésta, pero también enmarcan el campo de la lucha de clases: relación de soberanía frente a otros estados; márgenes de participación política de los subalternos; orientación general de las políticas de Estado, etc. Estamos de acuerdo con Piqueras cuando propone que los anteriores “no son mecanismos unilaterales dispuestos por el Capital, que nunca los emprendería por sí mismo. Son, sobre todo, éxitos de las luchas del Trabajo, conquistas en forma de elevación de la medida de la dignidad de los seres humanos y del nivel de exigencias sociales en relación a aquélla” (2014: 21).
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Publicado primero en la revista Crisis
* Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Central, candidato doctoral en Estudios Latinoamericanos.
Ud. se olvida de dos características fundamentales de los regimenes que Ud. los llama “posneoliberales” o “progresistas”:
a) la corrupción generalizada en todos ellos con el objeto de crear una nueva oligarquía para perpetuar la “revolución” y
b) la represión a los movimientos obreros, indígenas, ecologistas y clases medias.