En el marco de la problemática discursa, Dilthey planteó el siguiente axioma: “Comprender al autor mejor de lo que él se comprende así mismo”. Este es el punto de partida para que el gobierno de Correa considere a los ciudadanos: únicamente como perceptores frente al quehacer político publicitado a nivel nacional, que se basa en el supuesto “cambio de matriz política” de la “larga y triste noche neoliberal” a la Revolución Ciudadana. Bajo este esquema de pensamiento y la lógica del sujeto hablante (el Presidente), la sospecha es inexistente y – por ende – la verdad oficial se convierte en dogma, ya que los ciudadanos, al tratar de entender los argumentos del Gobierno sin rebatirlos, los reafirman.
Sin embargo, la intencionalidad del sujeto hablante, que es ante todo actor político, no puede quedar desapercibida. Por ello, el ciudadano o sujeto oyente debe romper el esquema funcionalista de la comunicación (emisor-mensaje-receptor) donde únicamente cumple un rol pasivo: el de perceptor, para convertirse en un sujeto interprete capaz de comprenderse a sí mismo y entender el discurso. Esta ruptura lo constituye como sujeto político.
Desde el poder, el gobierno tiene claro el guion para estructurar sus discursos. Por ello, el notorio acercamiento entre el sujeto hablante (el Presidente) y los oyentes (ciudadanos), a través de mensajes que – por su carácter maniqueo – posicionan la imagen de un Presidente contrario a la derecha y crítico de la “izquierda infantil” y que se muestra amigo de los sectores populares. De esta manera, los mensajes que utiliza Correa ponen de manifiesto un universo común entre este y los ciudadanos: la “recuperación de la patria” (que “estaba” en manos de la burguesía) para los más necesitados. Desde esta óptica, el lenguaje es un mecanismo creador de “evidencias”.
Es así que los discursos del Presidente se convierten en objetos de deseo para los oyentes, ciudadanos considerados “improductivos en el esquema capitalista mercantil”, que de una manera u otra satisfacen, paulatinamente, sus necesidades. Por ejemplo: con el bono de desarrollo humano, la seguridad social, las carreteras, las becas para estudiar en el extranjero, etc. Es decir, el Gobierno pone de manifiesto su poder- traducido en voluntad política- para “aliviar” las condiciones de vida de la gente. En este sentido, deseo y poder constituyen lo que Paul Ricoeur denominó “voluntad de verdad” en los oyentes, que está ligada a la confianza en el gobernante.
Pero esto es un arma de doble filo, porque la “voluntad de verdad”, la confianza que tienen la mayoría de ciudadanos en Correa dio pie para que este, en sus distintas intervenciones y a nombre del pueblo, les expropie la palabra y la capacidad de decidir sobre temas que son de su interés: las enmiendas a la Constitución- principalmente la reelección indefinida-, la explotación del Yasuní, etc. Mientras, desde el régimen, los discursos marcan enormes brechas entre los temas de interés social y político.
Es así como el sujeto oyente es excluido de la politicidad, porque este es el marco de acción “distintivo” para los miembros del movimiento de Gobierno, aunque muchos de ellos no comprendan ni siquiera lo que significa, y para ciertos “entendidos” de la academia que, desde las aulas, intentan teorizar justificativos para este apartheid institucionalizado desde Carondelet.