02 mayo 2015
Si no sabe lo que es CRISPR, no se preocupe, 99.9 por ciento de la humanidad tampoco. Mejor dicho, preocúpese: es una nueva tecnología de biología sintética de alto poder que está siendo usada para modificar genéticamente desde plantas y mosquitos a cerdos y primates, incluidos embriones humanos, lo cual podría cambiar en forma permanente las características genéticas de nuestra especie.
El 18 de abril 2015, un grupo de científicos chinos, de la Universidad Sun Yat-sen en Guangzhou, China, reportó haber modificado genéticamente embriones humanos con esa técnica, en la revista científica Protein & Cell (Liang et al). Semanas antes, las revistas científicas Nature y Science habían publicado los llamados de varios científicos de alto nivel –incluido dos premios Nobel– a establecer una moratoria sobre la ingeniería genética en embriones humanos, en particular sobre la modificación de líneas germinales. Ese tipo de intervención cambia la información genética no sólo del individuo al que se aplica, sino de toda su descendencia, o sea, de la especie.
Los científicos que trabajan en ello alegan que la modificación genética de línea germinal se necesita por razones médicas (en el caso del equipo en China, para eliminar un gen responsable de la talasemia, un tipo de anemia hereditaria). Pero si la tecnología demuestra ser viable, se abrirá la caja de Pandora de producir “bebés de diseño”, por preferencias estéticas, para ser supuestamente más inteligentes u otras razones mucho más allá que la salud. En el contexto de las industrias biotecnológicas y farmacéuticas, esto será el principal negocio.
El trasfondo tecnológico de la polémica es la aplicación de una nueva técnica de biología sintética, anunciada en 2012, llamada CRISPR/Cas9 (clustered regularly interspaced short palindromic repeat (CRISPR)-associated system), o repetidos palindrómicos cortos aglomerados regularmente e inter-espaciados, que ha mostrado un nivel mucho más alto de precisión para modificar genéticamente organismos vivos, microorganismos, plantas y animales, ya que permite cortar y silenciar, eliminar o remplazar secuencias genéticas, con mucha más exactitud que las tecnologías usadas anteriormente.
Permite además cambiar las funciones genómicas, sin necesariamente introducir nuevo material genético permanente en el ADN, por lo que junto a otras técnicas recientes de biología sintética, como TALEN y ZFN, se las agrupa en lo que llaman “edición del genoma”. Pese a ser tecnologías incipientes, el entusiasmo científico y económico de la edición genómica en animales, plantas y humanos es enorme y generalmente acrítico, exceptuando el uso en embriones humanos.
Para la industria biotecnológica, la edición genómica no sólo es más rápida y eficaz, es también una forma de evitar regulaciones, alegando que no se introduce nuevo material genético. Esperan convencer al público de que “no son transgénicos” para que sus productos no encuentren tanta resistencia social.
Que sea posible “editar genomas” con estas y otras tecnologías no supera los muchos vacíos e incertidumbres que persisten sobre las funciones de los genes, las interacciones con el resto del genoma y con muchos otros componentes epigenéticos e incluso ambientales y ecosistémicos, ni tampoco las incertidumbres sobre los potenciales efectos secundarios adversos, en muchos casos imprevisibles.
Varios estudios sobre usos de CRISPR/Cas9 –y ahora el del equipo chino sobre embriones humanos– han mostrado que aunque el corte es preciso y el remplazo con otra secuencia puede ser eficaz, el proceso no acaba allí, ya que el uso de esta tecnología provoca también la mutación de secuencias que no eran el objetivo. Al actuar como una reacción mutagénica en cadena, puede atacar los genes causantes de ciertas enfermedades hereditarias, pero al mismo tiempo silenciar o eliminar defensas naturales del genoma ante otras dolencias.
En el caso de la modificación de insectos con CRISPR/Cas9 para combatir la malaria, una de las preocupaciones manifestadas por científicos de la Universidad de California en San Diego es que la tecnología demostró tener una eficacia tan alta en propagarse (97 por ciento contra una tercera parte de otras técnicas) que, de aplicarse, en una o dos generaciones ya se habría modificado genéticamente toda una población de mosquitos en un área, sin tener claro los efectos secundarios no deseados de esta transformación, ni en los mosquitos, ni en el ambiente o incluso los cambios en otros agentes de la propia enfermedad que trasmiten.
Este tipo de riesgos no son aceptables en ningún caso, pero más claramente en el caso de liberaciones al ambiente –como plantas, mosquitos, etcétera– y por supuesto, en la modificación de líneas germinales humanas, que llevarán a cambios en el genoma humano que afectan a toda la especie, con efectos dinámicos y sinérgicos impredecibles para nuestros hijos.
Según el Dr. David King, de la organización Human Genetics Alert del Reino Unido, que trabaja hace años en este tema, el llamado a una moratoria y directrices voluntarias sobre la modificación genética humana que están haciendo ahora algunos científicos es totalmente insuficiente, ya que hay más de 40 países que ya la prohíben. La medida urgente ahora, ante estas nuevas tecnologías, es establecer una prohibición internacional y permanente contra la modificación genética de líneas germinales humanas.
Además, necesitamos una moratoria real, no voluntaria de los que desarrollan las tecnologías, para abrir un debate social amplio e informado, mucho más que científico, sobre estas nuevas tecnologías y sus implicaciones sociales, ambientales, económicas, de salud y bioseguridad.
*Investigadora del Grupo ETC
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/05/02/opinion/025a1eco