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EL LENIN ECUATORIANO Y EL FIN DE CICLO DE LOS GOBIERNOS PROGRESISTAS EN AMÉRICA LATINA Por Massimo Modonesi*

Abril 26 de 2017

El miedo de “hacerle el juego” a los adversarios es de los más cómicos y está ligado al concepto insulso de considerar estúpidos a los adversarios; y también ligado a la no comprensión de las “necesidades” histórico-políticas, por las que “ciertos errores deben hacerse” y criticarlos es útil para educar al bando propio. Antonio Gramsci (Q 14, &33, 1689)

La ajustada victoria del candidato de Alianza País, Lenín Moreno, en la segunda vuelta de las recientes elecciones presidenciales en el Ecuador, ha sido presentada por algunos corifeos del progresismo latinoamericano como la prueba de lo infundado de la hipótesis del fin del ciclo de los gobiernos de centro-izquierda en la región. A este resultado, según ellos, hay que sumar además que el Evo se apresta a postularse para una nueva re-elección, a pesar del referéndum que la rechazó, que el gobierno bolivariano de Maduro, no obstante las evidentes dificultades, se mantiene de pié y que la debilidad de los gobiernos de Temer y de Macri anunciaría el regreso del lulismo y de un peronismo más o menos K. Al sostener que no hay tal fin, aceptan implícitamente la idea de ciclo y defienden que éste sigue en una fase ascendente.

En efecto, en ausencia de un concepto más apropiado, la noción de ciclo, en el terreno de la sociología de los movimientos sociales, apunta a una oleada de expansión e intensificación de las luchas, seguida por un reflujo al margen de si resultaron exitosas o no en la materialización de sus demandas. Aplicado a la secuencia movimientos antineoliberales-gobiernos progresistas que marcó el cambio de época entre mediados de los 90 y mediados de los 2000, la idea de ciclo -que en el mundo anglosajón fue formulada como pink tide, oleada o marea rosa- implicaba dar cuenta de una simultaneaneidad entre procesos nacionales que confluían en un escenario regional en el que la mayoría de los países eran gobernados por fuerzas que podían definirse progresistas, mutatis mutandi, aun en sus matices de diferenciación ideológica y que solo una parte de ellas asumiera explícitamente esta calificación. Siendo así, como el inicio del ciclo se ubica en la historia político-electoral latinoamericana entre 1998 y 2006, entre la elección de Hugo Chávez y de Rafael Correa, el fin de ciclo se plasma en el trastocamiento de la geografía del progresismo gobernante en dos pilares fundamentales (Argentina y Brasil) mientras en los remanentes vive dificultades evidentes o procesos involutivos internos de carácter regresivo que desdibujan sus rasgos progresivos originarios.

La victoria de Lenín Moreno es relevante no tanto por confutar la hipótesis de fin de ciclo sino porque pone un alto a la derechización en curso, que es la contraparte de la crisis del progresismo en América Latina, pero es obvio que pone de relieve la crisis del correísmo. Así que el fin de ciclo es un dato, digan lo que digan, el ciclo tal y como se configuró se está terminando. No fue un ciclo breve; implicó una vasta extensión regional cuya sincronía duró más de una década, lo cual queda registrado en la historia política latinoamericana. El fin de este ciclo no quiere decir que desaparezcan del escenario político las fuerzas que lo protagonizaron y que la disputa con las derechas revanchistas y restauradoras no siga abierta, como efectivamente lo demuestra no solo la persistencia del evismo, del frenteamplismo y del correismo-leninismo, aún con sus respectivos giros conservadores, sino las luchas en Argentina y Brasil en donde se entremezclan corrientes diversas sin que los partidos progresistas sean los protagonistas ni, a primera vista, el punto decisivo de articulación y convergencia política. Cuando, con Maristella Svampa, usamos la fórmula del post-progresismo (http://rebelion.org/noticia.php?id=215469) fue fundamentalmente para apuntar a este escenario de retorno del conflicto y de apertura de horizontes emancipatorios, de fin de lo que llamaría gobernabilidad progresista, para plantear la necesidad de pensar y actuar más allá de su formato y su perímetro políticos ya que el nudo fundamental -que queda en segundo plano en la crónicas y las escaramuzas cotidianas- es que en la disputa entre continuidad progresista y restauración derechista no aparece todavía una alternativa desde la izquierda, desde los movimientos sociales y las fuerzas anticapitalistas. En medio de la repolitización de las luchas sociales en los difíciles tiempos de derechización que estamos viviendo, existe la posibilidad de construir una perspectiva de izquierda post-progresista, que rescate el horizonte emancipatorio que se estancó en el ciclo de institucionalización y pragmatismo gubernamental y en cuyo seno podrían tener consistencia vetas anticapitalistas.

Aquí se bifurcan los caminos y distancian los lugares de enunciación. Amén de los intelectuales que acríticamente hacen propaganda de los gobiernos progresistas, asumiendo la lógica del cierre que critica Gramsci en la epígrafe, desde una perspectiva más reflexiva y teóricamente sólida, de ecos poulantzianos, hay quienes argumentan la necesidad de no menospreciar ni sobrestimar los márgenes de maniobra de los Estados y los gobiernos actuales –márgenes de políticas públicas por la izquierda y límites respecto del mercado mundial capitalista por la derecha– y, por otro lado, de no exaltar normativamente la autonomía de los movimientos sociales, supuestamente martirizados por los progresismos pasivizadores y clientelares e inclusive reconocer que hubo iniciativas gubernamentales que resultaron en dinámicas de politización y movilización de las clases subalternas.

Esta cuestión es crucial en la valoración de la época y del impacto del ciclo en el terreno profundo de las relaciones socio-politicas, de la transformación o conservación de las estructuras de dominación, dejando momentáneamente de lado la cuestión crucial ligada a si hubo un efectivo o simulado postneoliberalismo en el terreno socio-económico. Aun concediendo que efectivamente hubo y hay elementos contradictorios y contratendencias, sigo convencido de que, sean cuales sean los márgenes y el poder real de estos gobiernos, el punto es si se usaron para propiciar la socialización del poder decisional, la autoorganización y la autodeterminación de las clases subalternas dejando fluir, impulsando o cobijando las iniciativas desde abajo o, por el contrario, obstaculizándolas.

Éste es el criterio último y discriminante respecto de la caracterización de proyectos que, aun sin ser revolucionarios, propician tendencias emancipatorias o en cambio las obstruyen. Y en este terreno, el balance tiende a ser más obscuro que claro, lo cual termina decantándose en un juicio perentorio a la hora de la necesaria síntesis. Por otra parte, no se puede equiparar y medir con la misma vara política movimientos sociales y políticos en lucha y partidos en el gobierno, los vicios o límites de unos y otros son de distinta naturaleza ética y política e implican diversos tipos de acompañamientos militantes e intelectuales, siempre críticos y nunca complacientes, pero fundamentalmente orientados contra el poder que se ejerce arbitrariamente de arriba hacia abajo.

 *Tomado de Desinformémonos

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