EL VERDUGO: Cuánto de esa España franquista queda hoy todavía.
David Guzmán. Desde el País Vasco <www.chutamadre.wordpress.com>
Cuando acaba la película El Verdugo de García Berlanga (1921-2010) del año 1963, lo primero que me pregunto antes de salir del cine es cuánto de esa España franquista queda hoy todavía. Digo, de esa España dominada por la cobardía y la crueldad.
Lo resumo brevemente, para quien no haya visto este film: un pobre enterrador sueña con marcharse a Alemania, donde puede convertirse en mecánico. Sin embargo, se enamora de la hija del verdugo, cuyo oficio consiste en aplicar el garrote vil a los condenados a muerte. Al final, el pobre enterrador termina convertido en verdugo él mismo.
La vieja España se convierte a la democracia una vez muerto Franco. Sueña con volverse un país, digamos, como Alemania. Se siente joven y llena de vida. Vive un periodo de prosperidad, los años 90, en los que su romance con las finanzas especulativas y con las transnacionales parece que la convierte en una nación próspera. Treinta años después del fin de Franco, atrapada por la crisis internacional, España mantiene a casi el veinte por ciento de su población en el desempleo, las hipotecas se cumplen y la gente pierde sus casas, y Rodríguez Zapatero aparece en la televisión diciendo que ofrece vender a China las transnacionales que tiene en América latina. España que soñaba con rejuvenecer, ha terminado por convertir en víctimas a sus propios hijos, y a los países a los que ha enviado sus transnacionales.
Mientras camino por la calle y pienso en esta cinta y recuerdo las palabras del presentador que la comentó, advierto que el pobre enterrador no busca por sí mismo el destino de verdugo, sino que existe una suma de circunstancias, una presión social que lo somete poco a poco, una sucesión de errores propios que lo hunde completamente al final. Yo mismo me siento un poco enterrador y un poco verdugo, y me pregunto cuántas de las circunstancias que me han llevado hasta aquí, de la presión social que a veces me hostiliza y de mi propia ceguera termina a veces por hundirme. Pero existe algo que el verdugo ignora: la rebeldía.
Esa es la sensación más dolorosa de este film: el protagonista es incapaz de rebelarse. Eso hubiera significado pasar al lado de los condenados. Y sin embargo, durante toda la película asistimos a la crisis de conciencia del pobre enterrador, que es incapaz de asumirse como verdugo. Aunque al final lo haga, y se pierda para siempre.
Así como sucede con estos personajes de película, sucede también con nosotros, los seres reales, y sucede también con las sociedades. Asistimos hoy a la crisis de España, o más bien, a la falta de rebeldía con que asume esta crisis. Si bien antes, hace unos meses, la salida a la crisis económica no estaba del todo clara, ahora sí resulta evidente que la suma de circunstancias externas (dependencia del euro, bajo desarrollo industrial en relación con los países del norte), la presión social y política que ejercen las empresas privadas (que antes eran públicas), ligados a la inocuidad política de sus representantes y a la indolencia de un pueblo que se ha acostumbrado a la comodidad, terminen por convertir a España en verdugo de sí misma y de otros.
Mientras no prenda la rebeldía, no cabe esperar otro desenlace.