¿ESTADO DE OPINIÓN? NO, ESTADO VEGETATIVO
Carol Murillo Ruiz <www.lamalaconcienciadecarolmurillo.blogspot.com>
Me he preguntado, muchas veces, si lo que los diarios o noticiarios de radio y televisión divulgan (de verdad) pertenece a esa categoría llamada objetividad de la que tanto se jacta un montón de periodistas. Y lo pregunto porque en estos tiempos de confrontación se prefiere armar discursos sobre la objetividad, y no prácticas periodísticas de narración, digamos, asépticas.
Tengo una conclusión posible: lo que mejor ha sacado en limpio la actual disputa es que el género más utilizado en los medios –privados o públicos- es el periodismo político, o sea, una lectura liberal de los hechos; a propósito, precisamente, de otros dos conceptos mal-tratados desde tribunas periodísticas y oficiales, éstos son: Estado de derecho y Estado de opinión.
La lectura liberal de los hechos sociales es la herramienta principal de los profesionales del periodismo; porque aquí subyace esa especie de dispositivo ideológico que luce la era mediática y que, además, reparte un deber ser del periodista; un deber ser más cercano a un decálogo religioso que a un compromiso con la realidad inmediata. En ese ámbito se incluyen otros géneros periodísticos: la entrevista y el reportaje; sea en diarios, televisión, radio o páginas virtuales. Claro, sabiendo que cada parcela atañe, en muchas ocasiones, al reino de la subjetividad, la revancha y la rusticidad.
Hace poco un amigo argentino se admiraba de cómo había conocido la “realidad” del Ecuador: miró tres días los noticieros de TV. “Lo sé todo”, me dijo, un poquitín espantado. Semejante micro/macro radiografía me develó el por qué gran parte del periodismo (a la ecuatoriana) registra el periodismo político sin más.
Habrá quien me diga que el Presidente Rafael Correa ha erigido esta obsesión mediática y que los medios, tan propensos al escándalo o el amarillismo, configuran una agenda política que los direcciona a temas concurrentes y unívocos. Pero lo cierto es que buena parte del periodismo se alimenta ¿hace tres décadas? del bagazo de la cultura política, es decir, cree que los políticos son el ombligo del mundo, y al revés: los políticos creen que los media son casi el útero de sus madres.
Lo terrible es que tal distracción no tiene límites. La discusión de la Ley de Comunicación de nuevo somete la agenda de medios y políticos; empero la gente guarda sus velas para otro entierro. ¿Por qué? Porque el resumen de aquello harta a cualquiera: los políticos normando a la comunicación y los periodistas normando a los políticos. Y nadie quiere normarse.
La ley, en abstracto, es una entidad que conviene porque –supuestamente- ordena y disciplina a la sociedad. La ley, en concreto, es una amenaza porque reprime a todos. Y así, en pleno hartazgo, surge la idea de reforzar dos conceptos que, acaso, afinarían el debate: el Estado de derecho y el Estado de opinión.
La importancia de los mass media ha rebasado el imaginario inocente de los jabones o los políticos carismáticos. La venta de semejantes productos va más allá de la envoltura y la imagen. Ahora se trata de mercadear mejor los nutrientes de la información de lo público. ¿Recuerdan que hasta hace tres años todos decíamos “los medios de comunicación social”? Era un genérico muy aceptado y nada discutido. Entonces, los medios producían y gestionaban la información de los asuntos públicos y privados. Con legitimidad parecía. Hoy, para sujetar a los medios de comunicación social, aquel esterilizado genérico, se vuelve sobre la idea/base del Estado de derecho.
¿El debate mejora? Veamos: como el Estado de derecho alude a un sustrato liberal y la libertad de expresión también, por ahí se postula que el súmmum de aquello es el Estado de opinión. Pero, ¿un Estado de opinión nacido de los medios privados?
El galimatías es obvio. Un Estado de opinión solo puede forjarse en la estructura estatal/gubernamental –tal como lo concebía el colombiano Álvaro Uribe en su presidencia- y no desde los circuitos mediáticos privados como se confunde acá. O, tal vez, en alianza con ellos… pero no es el caso ecuatoriano.
Por supuesto, se puede jugar con la categoría política Estado (con mayúscula) y estado como situación; pero resulta infructuoso alterar –para el pueblo llano- la finura semántica de esas palabras. Por eso, la tesis del Estado de opinión (fuera del Estado) no alcanza para desnucar la información y la opinión publica(da) de los medios privados; porque su propio embuste los castiga.
Si sabemos que los media agitan y reproducen valores y antivalores sociales, políticos, culturales… y tantos otros; mejor sería preguntarse (y responderse) si hay otras poderosas fórmulas de elaborar y transmitir productos informativos; o agendas políticas; o guiones humorísticos; o concursos de baile; o reportajes turísticos; o documentales históricos; o campañas electorales; o salones eróticos en el trópico…
Y plantearse si procesar dichos productos, casi todos mediáticos (de otra poderosa manera), provocarán la muerte, ipso facto, del estado vegetativo de nuestros media.