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03 April 2014
Hay que tener miradas en plural sobre el conflicto minero; no sólo detenerse en la coyuntura, en el conflicto desatado entre cooperativistas mineros y gobierno, sino también tener una mirada histórica, llamaremos una mirada larga, además de otras miradas, que podríamos llamar medianas, que retoman periodos, quizás ciclos; por ejemplo los ciclos de las nacionalizaciones. También es importante tener una mirada no sólo local, no solo nacional, no sólo regional, sino mundial. No hay un espacio en el mundo que no esté compenetrado por lo que pasa en el mundo. Los espacios están entrelazados y hasta yuxtapuestos. Particularmente en lo que respecta a la minería es indispensable ubicar sus conflictos en los contextos mundiales, en los contextos de los mercados de materias primas, en los contextos del mercado internacional. Estas miradas múltiples pueden ayudar a integrar las perspectivas, las visiones, los enfoques, tratando de armar una comprensión articulada de tiempos, de espacios, de lugares, de rubros, de procesos, una comprensión de la complejidad minera.
Partamos de lo siguiente: Desde la Colonia nuestros territorios, los territorios de Abya Yala, han sido incorporados al mercado internacional, al sistema-mundo capitalista, a la economía-mundo capitalista. Son las fuerzas de este mercado, de este sistema, de esta economía, las que han codificado a los seres de nuestras tierras como recursos naturales, como materias primas, como objetos, minerales, de extracción. Son estas fuerzas las que han dado lugar a procesos de proletarización de la población, convirtiendo a parte de ella en trabajadores; en el caso que nos ocupa, en trabajadores mineros. Es el capitalismo que invistió a los hombres del Altiplano y de los valles en obreros mineros, a las mujeres en palliris. Es este capitalismo el que convirtió al país en un país minero. En este sentido somos un invento del capitalismo, un producto del sistema-mundo capitalista, en los ciclos largos correspondientes de acumulación de capital.
Las luchas sociales de los trabajadores mineros nacen también, como contraste, con la llegada de este capitalismo. Los obreros mineros plantean reivindicaciones económicas, derechos del trabajo, derechos sociales; los obreros mineros convierten estas luchas económicas, con la experiencia, en luchas políticas. Nacen organizaciones anarquistas, el anarcosindicalismo es la base de la historia del movimiento obrero en Bolivia. Después aparecen los partidos marxistas, que orientan la ideología proletaria hacia la interpretación histórica de la revolución permanente. En concurrencia con esta versión, la interpretación de la revolución por etapas compite en los congresos mineros. Sin embargo, a pesar de la influencia ideológica de los partidos marxistas, el proletariado boliviano nunca dejó de ser anarco-sindicalista. Refiriéndonos a los periodos de luchas del siglo XX. Las crisis de este perfil proletario se hacen sentir en dos momentos históricos, con todos sus dramatismos; con la derrota de la Asamblea Popular (1971), con la derrota de la marcha por la vida (1986). Esta última derrota ha sido destructiva de este perfil histórico del proletariado boliviano. Después, los trabajadores sindicalizados, aglutinados en la COB, no lograran volver a recuperar este perfil, ni la incidencia histórica en el acontecer político. La COB de hoy, en el tercer quinquenio del siglo XXI, no es, de lejos, el poder dual que fue a lo largo de medio siglo. La COB de hoy está muy lejos de preocupaciones ideológicas y de formación de cuadros. Estamos ante una COB circunscrita a las luchas económicas y sectoriales, políticamente se encuentra sometida a los vaivenes de las relaciones concomitantes con el gobierno populista. Hablamos de una COB que representa a una minoría privilegiada del proletariado boliviano; la gran mayoría del proletariado, preponderantemente femenino, que tiene características nómadas, no está sindicalizado. A los dirigentes de la COB no les interesa sindicalizarlos, organizarlos y defender sus derechos, mancillados por explotaciones inhumanas del capitalismo salvaje implementado. Este “proletariado” sindicalizado, por lo menos, en tajada, forma parte de las clases privilegiadas, ganando buenos salarios, en contraste con la gran mayoría del proletariado, que no cuenta con salario seguro; cuando lo obtiene, aunque sea por tres meses, el salario es magro. Parte del proletariado nómada son los trabajadores de las cooperativas mineras; jóvenes incorporados a la extracción minera, en condiciones rudimentarias. Este proletariado nómada es súper-explotado por los administradores de las cooperativas mineras, además de tenerlos bajo su control.
Una estimación ilustrativa de lo que acontece la dio el periódico La Protesta[1], donde calcula que se trata de 15 mil propietarios cooperativistas, que controlan y súper-explotan a 100 mil trabajadores cooperativistas mineros. Si bien no podemos verificar estas cifras, por lo menos son orientadoras en lo que respecta a las estructuras del trabajo en las empresas cooperativas mineras. No nos interesa discutir las cifras, puede hacérselo más tarde con una investigación; lo que importa es comprender que esos trabajadores cooperativistas forman parte del proletariado minero. Que no estén sindicalizados no es un requisito para que sean proletarios. No reconocer esta situación, llevaría a errores garrafales en el análisis. El problema de las fuentes de trabajo no se resuelve tomando territorios fiscales o territorios de las empresas mineras públicas; tampoco se resuelve defendiendo los territorios fiscales y los espacios de las empresas públicas. El problema de las fuentes de trabajo, que es configurado por el mercado y los precios de las materias primas, no va a ser resuelto por una política económica extractivista. Es como apostar a la vulnerabilidad constante, a la dependencia del mercado de las materias primas. Esta apuesta del gobierno, por el extractivismo, tiene corto alcance; es una apuesta a la dependencia y a la vulnerabilidad del trabajo.
Al respecto, puede ser que en el gobierno haya dos tendencias, en relación a la minería; una, estatalista, que considera que la salida económica es el fortalecimiento y defensa de las empresas públicas; otra, que apuesta a la defensa de las cooperativas mineras, incluso, en algunos casos a su expansión, aunque sea a costa de la minería estatal. Fuera de estas tendencias en el gobierno, queda claro que los administradores de las cooperativas, que pueden aparecer, en variados casos como dirigentes, promueven la expansión y el desarrollo de las empresas cooperativas mineras. Es a estos dirigentes y administradores de las cooperativas a quienes les interesa el enfrentamiento; por eso lo atizan. Son ellos los más interesados en la aprobación de la Ley Minera extractivista. Esta Ley expresa los intereses de estos dueños de las cooperativas mineras. No la de los trabajadores mineros de las cooperativas. En la Ley, por ejemplo, no se menciona, para nada, los derechos de los trabajadores de las cooperativas. Son sencillamente esclavos.
El recurso de esta burguesía cooperativista minera es la movilización de sus afiliados, recurriendo a la cantidad, llegando a los bloqueos de caminos. Desde los enfrentamientos en Huanuni (2006), entre obreros y cooperativistas, hay una lista creciente de muertos. En estos conflictos, el proletariado minero enfrentado no defiende, efectivamente, los intereses de clase, usando el término marxista – sin ponerlo, ahora, en suspenso, por razones pedagógicas -, sino los intereses de otros. En un caso, el de los trabajadores mineros cooperativistas, los intereses de esta burguesía cooperativa; en el caso, de los trabajadores sindicalizados, los intereses de una burocracia estatal y de la burocracia sindical. Los acervos de clase, en el sentido de la formación discursiva hegeliano-marxista, se defienden contra el capital, también contra las burocracias. Los intereses de clase están ligados a la emancipación de clase y a la liberación de la dependencia respecto al sistema-mundo capitalista. En la perspectiva mayor, los intereses de clase están vinculados al desmontaje de la economía extractivista. Estos objetivos, de emancipación de clase, de liberación, de superación de la economía extractivista, no pueden lograrse con un proletariado desunido, mucho menos enfrentado.
Una primera conclusión es pues, que, de ninguna manera se puede aceptar enfrentamientos entre hermanos de clase. Los trabajadores mineros sindicalizados y los trabajadores mineros de las cooperativas no tienen por qué estar enfrentados, cuando tienen enemigos comunes. El capital invertido en la minería, en todas sus formas, es la causa de las distintas formas de explotación del proletariado minero. El enfrentamiento histórico no es entre proletariado sindicalizado y proletariado no sindicalizado, cosa que se ha atizado en la última década.
Otro tópico del conflicto, mas bien, horizonte del conflicto, es el desenlace de la lucha contra la dominación del capital. La finalidad de las luchas proletarias es abolir las relaciones capitalistas de producción. No mantenerlas, para seguir siendo explotado, cualquiera sea la modalidad. Cuando lo logren, liberarse de estas relaciones de explotación y dominación, el proletariado deja de ser automáticamente proletariado. La lucha contra lo que te ha creado como proletario es también una lucha por dejar de ser proletario. Como dice el discurso marxista, es abolir las clases sociales. Este proyecto histórico destruye la identidad que te ha instituido el capital, la identidad de proletario. No se acepta el nombre que te ha puesto el poder. Entonces el proyecto histórico de liberación no se realiza en una sociedad de obreros, una sociedad-fábrica, como ha confundido el socialismo real, sino una sociedad alterativa de seres libres, creativos, asociados, mancomunados, en constante devenir. Esta es la perspectiva histórica que vincula a las luchas proletarias por el porvenir con la defensa de la madre tierra.
El conflicto entre obreros mineros sindicalizados y trabajadores mineros cooperativistas desgarra al proletariado en su contingencia coyuntural. En esta pelea es el proletariado el que pierde; en los posibles desenlaces hay tres escenarios hipotéticos: gana el Estado, gana la burguesía cooperativa, ambos empatan. En los tres hipotéticos desenlaces pierde el proletariado. Después de la experiencia de las formas dadas de capitalismo de Estado en Bolivia, llámese reformismo o populismo nacionalista, donde el proletariado ha jugado un papel importante, constitutivo, al impulsar las nacionalizaciones, se comprende que las nacionalizaciones forman parte de actos constitutivos soberanos, acciones históricas constitutivas de la formación de la clase que contiene a la nación, como decía René Zavaleta Mercado. Sin embargo, el capitalismo de Estado no es la finalidad histórica del proletariado; el fin del proletariado, como abolición de las clases sociales, no se encuentra aquí. La realización histórica del proletariado es, paradójicamente, su propia disolución; esto es el comunismo. El comunismo, en pleno sentido de la palabra, es la sociedad sin Estado, la sociedad ácrata. La finalidad histórica del proletariado es la muerte del Estado y del capital, las dos caras de la misma moneda, las dos caras del poder.
Entendiendo que el capitalismo es no sólo la explotación de la fuerza de trabajo, sino también la dominación de la naturaleza – no vamos a discutir tampoco este término moderno de separación, de escisión[2] -, la finalidad histórica del proletariado es también la liberación de la potencia de la vida de las mallas de la colonialidad, del capital y del Estado. La defensa de la vida, la defensa de la naturaleza, debe formar parte del programa histórico del proletariado. Es este un tema crucial para la lucha de liberación del proletariado. Este es el nudo donde el marxismo ha fracasado o ha retrocedido, entregándose, paradójicamente, inconscientemente, al capital. El marxismo al no salir de la modernidad, del paradigma del desarrollo, de los marcos de la revolución industrial, mantiene la dominación del capital sobre la naturaleza; al hacerlo reitera la reproducción del capital. Por eso, la liberación de la potencia de la vida de los diagramas de poder, inscritos en las territorialidades ecológicas, se vuelve una tarea prioritaria en la lucha de liberación del proletariado.
La experiencia dramática de los socialismos reales ha sido, en estos tópicos, el enfrentamiento con las formaciones campesinas. La guerra contra las clases campesinas, mas bien, deberíamos decir, mundos campesinos, rompiendo con lo que el mismo marxismo propuso en términos de alianza obrero-campesina, ha llevado a los estados socialistas de la Europa oriental a la guerra de exterminio del campesinado, buscando, por la vía de una descomunal violencia, la colectivización de la tierra y de la producción agraria. Esta modernización no era otra cosa que despotismo ilustrado, forzando la modernización “socialista”, modernización que se materializó en la edificación de la fabulosa mega-fábrica, instrumentalidad absoluta en que se convirtieron países de mayoría campesina. Mega-fábrica infructífera e ineficiente en cuanto a lo que hoy llamamos soberanía alimentaria. Estas políticas bolcheviques se convirtieron, paradójicamente, en el termidor de la revolución. Los bolcheviques destruyeron las dinámicas sociales, destruyeron la sociedad, la capacidad alterativa y creativa de la sociedad, convirtiendo al “socialismo en un solo país” en un gigantesco panoptismo. Lo que se había llegado a construir es un Estado burocrático absoluto, reproduciéndose sobre la agonía de una sociedad gélida, inhibida en sus capacidades y posibilidades, amputada de su imaginación, pues la misma fue sustituida por los planes quinquenales.
Los bolcheviques no aprendieron de lo mejor del populismo ruso, que los antecedieron en más de un siglo de luchas, además de ser una de sus procedencias. Los populistas enseñaron a Karl Marx otras rutas al comunismo, con lo que Marx estuvo de acuerdo, no los marxistas, que ocultaron la carta de Marx a Vera Zasúlich[3], considerando inconveniente presentarla pues cuestionaba la interpretación de la historia asumida oficialmente por el partido, cuestionaba la linealidad sucesiva de los modos de producción. En este tema hay que defender a Marx de los marxistas. La transición al comunismo no puede darse sin la asociación libre de los productores del campo, sin las comunidades campesinas. Este error histórico bolchevique fue uno de los comienzos del fin del socialismo real.
El proletariado no es la única clase que lucha contra la dominación capitalista, hay otras clases, están los pueblos subalternos, colonizados, heredando la colonialidad del poder. Otras clases lo hacen de otra manera; las formaciones campesinas lo hacen acudiendo a la racionalidad combinatoria de estrategias[4], con el objeto de preservar la matriz comunitaria. Mientras logren estas formaciones mantener la racionalidad combinatoria, la matriz comunitaria sigue vigente; cuando no lo logran, cuando se derrumba la combinatoria, por ejemplo, con la invasión completa de las lógicas del mercado, con la implantación del monocultivo, entonces la matriz comunitaria desaparece y el campesinado se abre a procesos de proletarización, por un lado, comprometiendo a la mayoría, y a procesos de aburguesamiento, por otro lado, comprometiendo a la minoría. El proletariado no lucha sólo contra el capital, luchan también otras clases y los pueblos subalternos, colonizados, herederos de la colonialidad. Es en el entrelazamiento de estas luchas donde se encuentra las transiciones efectivas al comunismo y a las sociedades ácratas. No en la paranoica imagen de clase solitaria, única vanguardia y consciencia histórica. Las transiciones al comunismo nunca fueron parte del programa bolchevique; los bolcheviques nunca salieron del horizonte del capitalismo de Estado, un modo de producción capitalista sin burgueses, al mando de la burocracia. Las transiciones al comunismo se hallan en las posibilidades abiertas en las composiciones alterativas de las dinámicas moleculares sociales, en el devenir de los perfiles y formaciones sociales.
El proletariado y las comunidades campesinas
El proletariado es la clase que constituye el capitalismo como fuerza de trabajo, como cuerpo mercantilizables, susceptible de vender su fuerza y sus capacidades. El campesinado se conforma en formaciones abigarradas sociales rurales, formaciones sociales heredadas, que acuden a una racionalidad combinatoria de estrategias de reproducción, defendiéndose de la avalancha capitalista y de la invasión de sus monopolios, más que de sus mercados. La matriz de las formaciones campesinas es la comunidad, diversa, variada, dependiendo de las historias concretas, las genealogías específicas, las territorialidades singulares. La comunidad es desgarrada por la expansión capitalista, en todas sus formas; aunque se mantuvo y preservó por siglos, enfrentando las capturas tributarias de las maquinarias imperiales antiguas, las anexiones de señoríos y formaciones feudales, la jurisdicción de las monarquías, las primeras incursiones coloniales, no pudo resistir a la desterritorialización capitalista.
Se puede decir que las formaciones campesinas en la modernidad son, en cierto sentido, una respuesta de defensa frente al modo de producción capitalista, sobre todo frente a las decodificaciones del mercado, y en cierto sentido, son también una composición en el contexto del sistema-mundo capitalista. Sistema-mundo en desplazamiento, articulando territorios diversos, continentes diferentes, culturas y lenguas distintas, formas variadas de Estado en plena organización, sociedades singulares. Ambas formaciones y conglomerados de subjetividades, proletariado y formación campesina, tienen que ver con la genealogía capitalista. Sobre todo en las sociedades colonizadas el proletariado es arrancado violentamente de sus nichos ecológicos, de sus cobijos comunitarios, de sus formaciones campesinas. En este sentido, la distancia estructural con los campesinos no es tan grande; sus lazos con la tierra siguen vigentes, por lo menos en la memoria. En las sociedades coloniales y en las sociedades poscoloniales esta distancia es, mas bien, corta.
Sólo a una ortodoxia sacerdotal, a un fundamentalismo racionalista, que sustituye la complejidad por un esquematismo abstracto, vaciado de contenidos, se le ha podido ocurrir la peregrina idea de que el socialismo se construye haciendo desaparecer a los campesinos. Mas bien, las alternativas al capitalismo tienen como condición de posibilidad histórica la existencia de los productores de alimentos. El comunismo se basa en lo común de lo plural, en la pluralidad común. Sólo a los sacerdotes de la “revolución” se les ha podido ocurrir que el socialismo es la comunión de lo homogéneo, de lo uniforme. No se podía esperar otra cosa de los jacobinos, hijos oficiosos de la ilustración y enamorados de la modernidad, a la que entendían como la consagración de lo universal. Todo lo contrario, lo común se ejerce sobre la convivencia y coexistencia complementaria de lo plural.
Proletarios y campesinos luchan contra el capitalismo, desde sus singulares problemáticas; lo hacen como asociados productores, unos de alimentos, otros de bienes manufacturados. No en una alianza obrero-campesina, que subordina a los campesinos a la hegemonía del proletariado; tesis ésta de los jacobinos de las periferias del sistema-mundo capitalista. Sino en el juego flexible y creativo de las asociaciones complementarias de productores.
Cuando se trata de las llamadas comunidades indígenas originarias, que preservan la posesión común de la tierra, los usos comunes del territorio, los lazos comunitarios, las instituciones propias, las autoridades originarias, que luchan por la reconstitución de sus territorialidades, la relación es más compenetrante. Las formas comunitarias indígenas originarias son referentes históricos para activar la creación de múltiples formas comunitarias, instituyendo y constituyendo lo común como matriz vital de las dinámicas sociales.
Teniendo en cuenta estas consideraciones teóricas, la conclusión es la siguiente:
La defensa de la madre tierra, la defensa de los derechos de los seres de la madre tierra, que es la defensa de la vida, en todas sus formas, en sus ciclos vitales, liberando la potencia de la vida, es no sólo finalidad, sino es la condición de posibilidad histórica del socialismo, del comunismo, de las sociedades ácratas.
La ley Minera como dispositivo de dominación del imperio
La Ley Minera, aprobada en la Cámara de Diputados, está en el ojo del huracán, después es cuestionada por los cooperativistas mineros, a pesar de haberla consensuado con los obreros mineros sindicalizados y el ejecutivo. El desacuerdo tiene que ver con el artículo 151 que, en el proyecto de Ley consensuado, otorgaba atribuciones de asociación, de libertad de contratos con terceros, a las empresas cooperativas con otras empresas del rubro, sobre todo con aquellas que cuentan con disponibilidad de capital. Artículo que contraviene de pleno la Constitución, convirtiendo a las empresas cooperativas abiertamente en empresas privadas – antes lo hacían subrepticiamente -, en empresas capitalistas autónomas, capaces de incursionar, como el Estado, en exploración, explotación a gran escala, incorporando la tecnología devastadora que ahora se emplea en la minería por parte de las empresas trasnacionales extractivistas. Los cooperativistas mineros se lanzaron a la ofensiva, defendiendo el artículo 151, revisado por la Cámara de Diputados, exigiendo se vuelva a la redacción consensuada.
No solamente este artículo vulnera la Constitución, sino toda la Ley Minera[5]. Esta Ley, elaborada por un gobierno progresista, retrocede incluso, en comparación, de lo que todavía contiene como defensas públicas, con respecto al anterior Código Minero, elaborado, nada más ni nada menos, por los gobiernos neoliberales. Los populistas se atreven hacer cosas que ni los neoliberales se atrevieron. El gobierno reformista convierte a Bolivia en un paraíso fiscal para las empresas trasnacionales extractivistas y depredadora. Este es el “antiimperialismo” efectivo que practican estos gobiernos progresistas. Se entregan los recursos minerales a manos llenas a la vorágine capitalista de las empresas trasnacionales; las empresas cooperativas son sólo intermediarias, así como las empresas públicas también lo son, aunque en distintas condiciones. Las empresas públicas de la minería y las empresas cooperativas mineras son intermediarias en la explotación extractivista de los recursos naturales de los bolivianos, explotación no consultada al pueblo, a pesar que la Constitución establece el sistema de gobierno de la democracia participativa. En la cadena de la acumulación ampliada de capital, estas empresas sólo acceden a una parte mínima del plusproducto y de la plusvalía, incluso teniendo en cuenta las nacionalizaciones.
Como nunca antes el gobierno, la Asamblea Legislativa, la Federación Sindical de Mineros, la COB, la Federación Nacional de Cooperativas Mineras, regalan el agua a las empresas extractivistas, les abren las compuertas normativas, legales y reglamentarias para desviar los cursos de los ríos y de las otras formas de cursos de aguas. Sólo establecen procedimientos burocráticos para habilitar esta usurpación del bien común, del bien vital, de los ciclos de la vida vinculados a los cursos y ciclos del agua. Contraviniendo violentamente la Constitución, los derechos fundamentales, los derechos de los pueblos y las poblaciones, los derechos de la madre tierra. Haciendo desaparecer, en la práctica, la Consulta con Consentimiento, Previa, Libre e Informada.
Una Ley concebida como dispositivo represivo contra toda protesta y toda movilización en defensa de los recursos naturales, los recursos minerales, los derechos de los bolivianos, los derechos de las naciones y pueblos indígenas originarios. Es una Ley que criminaliza la protesta.
¿Cómo se ha llegado a semejante descarnada violencia contra el pueblo y la Constitución? ¿Qué hay detrás? ¿Qué hay en los entretelones? Esta conducta descomedida sólo es explicable por corrosión institucional, por corrupciones calamitosas, a todo nivel. Esta gente ha comprometido los recurso, la soberanía del Estado-nación, pues no es un Estado plurinacional, entregando el subsuelo a la lógica destructiva extractivista, a la acumulación de capital por despojamiento y desposesión. Lo ha hecho arteramente, ocultando la elaboración de la Ley, elaborándola en secreto, consensuando entre amigos, para dar el golpe al pueblo azorado y sorprendido. Este delito está tipificado en la Constitución, se llama traición a la patria.
NOTAS
[1] La Protesta: ¡Abajo la ley minera pro-imperialista del gobierno! La Paz; 1 de abril de 2014.
[2] Lo hicimos en otros escritos. Ver Devenir y dinámicas moleculares. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[3] Vera Zasúlich escribió a Marx en 1881; en la carta Vera solicitó la opinión del teórico de El capital sobre la tesis de los populistas rusos, tesis histórica-política que concibe a la comuna rusa (MIR) como la plataforma del socialismo.
[4] Ver de Raúl Prada Alcoreza Horizontes de los mundos posibles.Dinámicas moleculares; La Paz 2 013.
[5] Ver de Raúl Prada Alcoreza La tormenta minera. Rebelión; Madrid 2014. Bolpress; La Paz 2014. Dinámicas moleculares, http://pradaraul.wordpress.com/2014/04/01/la-tormenta-minera/.