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GOBIERNOS PROGRESISTAS Y REVOLUCIÓN. por Pablo Ospina Peralta

28 enero 2015

El fantasma del progresismo se extiende por Europa. La victoria de Syriza en Grecia y el probable triunfo de Podemos en España llena de expectativas y temores a las izquierdas del viejo mundo. Por un lado, la oportunidad de escapar al conocido recetario de políticas de austeridad y privatizaciones fraudulentas. Por otro, el peligro de la desmovilización y la atenuación de las enormes energías sociales que despertó la crisis y la oposición al ajuste y la corrupción. En Grecia el cansancio por años de manifestaciones en las calles y huelgas nacionales vino antes. En España, la indignación sigue alimentándose con cada nueva noticia que confirma la podredumbre generalizada de los dueños del país.

Los paralelismos con el progresismo latinoamericano son evidentes. En los dos lados del Atlántico el zafarrancho neoliberal con su cortejo de desigualdades, recortes sociales y negocios ilegales aceleró una generalizada desconfianza en los sistemas políticos. Las opciones de centro derecha y centro izquierda ganaban las elecciones oponiéndose a los efectos desastrosos del neoliberalismo para aplicar inmediatamente en el gobierno las mismas recetas del rival. Había buenas razones para dejar de creer en tantas promesas desgastadas. Aparecieron entonces opciones nuevas a derecha e izquierda del arco ideológico tradicional. Pero en ningún caso significativo han despuntado opciones anti-capitalistas. Los más radicales prometen un mejor Estado de Bienestar.

La diferencia más significativa entre ambos procesos políticos es que el progresismo latinoamericano emergió victorioso en tiempos de bonanza para los exportadores de materias primas. El progresismo europeo tiene su hora de la verdad en medio de una aguda y repetitiva crisis de las economías centrales. El margen para maniobrar es mucho menor. Una razón más para la inquietud. ¿Resultará una rápida decepción que llevará a toda Europa a manos de la nueva derecha xenófoba? ¿Sucumbirán los movimientos sociales de jóvenes y trabajadores que emergieron en la crisis ante una nueva succión de las energías de cambio a manos de desabridas reformas cosméticas?

Ante la experiencia penosa de nuestro insípido progresismo latinoamericano, muchos están tentados a considerarlo una deriva inevitable. Toda salida electoral o centrada en el uso del aparato estatal como palanca del cambio social estaría condenada por adelantado. El problema es que las estrategias alternativas también han mostrado sus limitaciones. La estrategia zapatista de construir gobiernos autónomos locales vive en la marginalidad, el aislamiento y la impotencia. Emergen de su experiencia, como de la experiencia de cajas de ahorro, cooperativas y comunidades alternativas, destellos que prefiguran el futuro. Pero sobreviven ahogadas por las aguas turbias del sistema social mayor que las envuelve y condiciona. La estrategia de la lucha armada, incluso donde funcionó, culminó también con regímenes personalistas, centralizados y a veces moldeados por los principios militares de las organizaciones que los lideraron. Nada más lejos de sus resultados que la descentralización del poder, el florecimiento de las energías autónomas de los subalternos y la experimentación abierta que requiere todo cambio social verdadero y profundo.

Pero cada una de esas estrategias tiene también grandes méritos por exhibir. Al reformismo se le debe el Estado de Bienestar, que en algunos países, como los escandinavos, llegó a ser muy radical y tuvo logros impactantes en la calidad de vida, en la apropiación de los espacios públicos y en una educación más respetuosa de los niños. Los momentos iniciales de las grandes revoluciones socialistas, desde la Cuba de inicios de los sesenta hasta la Nicaragua pletórica de energías democráticas de los primeros años ochenta, pasando por las experimentaciones educativas y artísticas de la Rusia soviética de los primeros años veinte; todas ellas tuvieron conquistas grandiosas, algunas de las cuales perduran hasta hoy. Las experiencias alternativas de hoy en día, acorraladas y todo, muestran principios de solidaridad, cooperación y éxito que no podemos desconocer. ¿No es Wikipedia un ejemplo notable de calidad, de servicio público y de cuestionamiento radical a la expertolatría? ¿No son las experiencias de jóvenes viajeros que usan sin costo los departamentos de voluntarios a lo ancho del mundo, muestra de que podemos organizar las cosas de otra forma?

Si empezamos a considerar la revolución no como un hecho que llegará un día y cambiará todo desde el pie hasta el alma; sino como un proceso largo, dilatado en el tiempo, que vivirá avances y retrocesos, que aprovechará crisis y recomposiciones; que experimentará soluciones fracasadas y luego volverá a intentarlas de otro modo y con otro nombre; entonces las tres estrategias pueden y deben combinarse en lugar de enfrentarse como enemigas. Pero la base de esa combinación es saber que a ningún gobierno, ni siquiera al nacido de una guerra revolucionaria, podemos exigirle que haga la revolución por nosotros. Lo que podemos y debemos exigirle es que fortalezca en lugar de debilitar a los grupos, asociaciones y militantes que exigen más y que luchan por cambios profundos y revolucionarios. La deriva autoritaria del correísmo, que eleva a los altares a expertos y tecnócratas iluminados en sustitución de los movimientos sociales, las organizaciones y el protagonismo de los pobres, no es una fatalidad inevitable. Hay ejemplos locales y nacionales, desde el Chile de Allende hasta la Bolivia de Evo pasando por la Bengala del Partido Comunista de la India, que muestran que políticas estatales adecuadas y respetuosas pueden promover la participación, la organización y el protagonismo social en lugar de asfixiarlos. Eso sí podemos exigir a los progresismos.

Incluso si en España y Grecia las medidas sociales y económicas no van muy lejos, puede quedar un amplio espacio para exigir más. Y si los movimientos que lo demandan en muchas otras ocasiones se alejan de esos progresismos, es perfectamente posible respetar su autonomía y llegar a acuerdos puntuales aunque no existan acuerdos globales. Los movimientos no tienen por qué suponer que con un gobierno amigo o que alguna vez fue cercano, se cumplirán todos sus deseos. No hay nada mágico en el cambio histórico. Los gobiernos no son los protagonistas del cambio pero definen varias de las condiciones en que se lleva a cabo la lucha. Lo que cabe esperar y exigir es un aumento de las oportunidades para ir más lejos. Mejores condiciones para la imaginación y la experimentación social. Un aumento del arco de posibilidades para quienes luchan y hacen sobrevivir las esperanzas revolucionarias. Por eso, la victoria del progresismo en el sur de Europa no es un fracaso anunciado. Es una oportunidad.

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