26 agosto 2014
Cuando se llega a saber que un multimillonario como Bill Gates alquila un yate por cinco millones de dólares semanales para pasar vacaciones con su familia, uno no puede menos que preguntarse qué mismo es la felicidad.
En esta sociedad productora de mercancías la felicidad está representada en el consumo y lo que es peor, el consumo establece los grados de felicidad: infeliz si consume lo elemental, poco feliz si se consume poco, más feliz si se consume más y así hasta el nivel de Bill Gates.
Este estilo de vida convierte al trabajo en una esclavitud y a la mercancía en un fetiche tiránico que controla la vida humana. Los poderes económicos organizados del capital han creado las condiciones para que hasta el más infeliz de los mortales arrastre, durante toda su vida, las cadenas del consumo. Creo no exagerar si afirmo que casi un 80% de la población mundial vive atada a la esclavitud del crédito, crédito para el consumo.
¿De qué felicidad estamos hablando? De una felicidad postiza. El capitalismo no nos ofrece otro horizonte que el consumo. Por eso ahora la industria ha banalizado la producción de mercancías. Hoy las madres pobres pueden comprar una docena de calcetines para sus hijos por un dólar, no importa si el próximo mes tiene que repetir la operación.
La felicidad real está basada en el trabajo cuando a éste se le desvincula del consumo. Se tiene que trabajar para producir bienes de uso, aunque esto al Mashi economista le pueda parecer una herejía.
En la sociedad del Sumak Kawsay no se trabajará para ser felices, sino para estar felices. Los valores de cambio se reducirán drásticamente, con lo cual se crearán las condiciones históricas apropiadas para que el trabajo sea la primera razón de la vida y no una esclavitud.