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martes, noviembre 5, 2024

LA PAZ DE SANTOS GANA EN COLOMBIA.

LA PAZ DE SANTOS GANA EN COLOMBIA
Por Silvia Blanco

El País

16 Junio 2014

 

Juan Manuel Santos consiguió la noche de este domingo el respaldo al diálogo de paz que inició con la guerrilla en noviembre de 2012 y al que había fiado su carrera política y la reelección. Obtuvo el 50,9% de votos frente al candidato uribista, Óscar Iván Zuluaga, abanderado de la mano dura contra las FARC, que se quedó en el 45%, lo que muestra la brecha que la negociación de La Habana ha abierto entre los colombianos. El resultado garantiza la continuidad del proceso, el que más posibilidades tiene de prosperar por los avances que ya ha conseguido Santos, después de tres intentos frustrados que han lastrado la confianza de los colombianos en esta apuesta.

Exultante y rodeado su familia, pronunció anoche un discurso en el que subrayó la trascendencia de la elección. “La historia tiene sus momentos, y este es el de acabar con este cruento conflicto”, dijo. Habló de que la paz es la oportunidad de “emprender profundas reformas” y destacó: “El mensaje de hoy es también para las FARC y el ELN: Este es el fin. Es el fin de 50 años de violencia”. Santos advirtió que el camino “no ha sido, no es ni será fácil”, y se dirigió a los que desconfían del proceso: “Esta no será una paz sin impunidad. Será una paz justa”.

La campaña ha sido una de las más crispadas, salpicada de escándalos y vertebrada en torno a la negociación. El uribismo y su candidato Zuluaga —considerado por muchos una mera extensión del muy popular y carismático expresidente Álvaro Uribe— consiguieron derrotar a Santos en primera vuelta, agitando la acusación de que el presidente es un castrochavista que ha vendido el país a la guerrilla, y sobre todo el rechazo de una parte de los colombianos a la participación en política de la guerrilla si hay un pacto final. Zuluaga, que en la primera vuelta consiguió el 29,2% de los votos frente al 25,6% de Santos, no reconocía la naturaleza política del conflicto armado y puso condiciones —que las FARC dejen de cometer atentados y de reclutar niños— para que continuara la negociación.

Las conversaciones de paz no han logrado una gran movilización del electorado colombiano, pero sí han reducido la abstención del 60% de la primera vuelta, celebrada el 25 de mayo, al 53%. La calle de la universidad a la que acudieron por la mañana a votar Gloria Roa, de 53 años, y su hija Diana Tipazoc, de 22, tiene unos desniveles tan pronunciados que parecen escalones. Viven en un barrio de clase media de Bogotá, el 7 de Agosto, de casas bajas de colores, socavones en el suelo, enjambres de cable colgando de postes y plagado de talleres de coches. Diana participó porque quería que continúe el diálogo de paz con la guerrilla. “He visto los debates en televisión y creo que hay que intentar acabar la guerra. Por eso voy con Santos”, dice.

La visión contraria provocó que Diana Bautista, médico de 26 años, acudiera a votar. En la primera vuelta se abstuvo, pero recogía el temor de una parte de los colombianos respecto a la negociación con la guerrilla: “Me da miedo que gane Santos, se les está dando demasiado a las FARC a cambio de nada. Ellos siguen matando, robando y extorsionando”, argumenta. Cree, además, que el Gobierno apenas ha hecho nada por la sanidad pública, que es “terrible”, describe. “Hay pocos especialistas, el servicio está saturado, faltan algunas medicinas… Solo en los últimos dos meses hicieron algo, eliminar las trabas burocráticas para que todos puedan tener servicio de urgencias”, explica.

Santos puede exhibir exitosas cifras macroeconómicas —crecimiento del 4,3%, reducción estadística de la pobreza en 2,5 millones de personas, una tasa de paro en descenso, en el 9,6%— en sus primeros cuatro años de Gobierno, pero todavía Colombia es uno de los países más desiguales de América Latina y del mundo. Muchos acusan a los políticos de ser una élite desconectada de los problemas de la gente. “Yo no voto por ninguno. Esto ha sido una batalla entre ellos, no les preocupa la delincuencia, no hay buena educación, hay mucha pobreza”, decía Gloria Roa junto a su hija, que va con Santos. La campaña no ha abordado los temas que le importan: “Nosotros aún estamos pagando la universidad de ella a plazos. Acabó en diciembre y está con nosotros en una tienda que tenemos de accesorios de coche porque no hay trabajo ni tiene experiencia”, asegura.

El proceso de paz ha acaparado la atención en la campaña, pese a que asuntos como la educación, la inseguridad o el paro figuraban como prioritarios para los ciudadanos en las encuestas. Lo son, por ejemplo, para Ana Jennifer Gómez, que va por la calle a votar con sus cuatro hijos de la mano. Ella iba a votar por Zuluaga. “Acaban de venir a vivir a Bogotá conmigo. Soy desplazada de la zona de Caquetá por las FARC. Mis hijos se quedaron con su abuela mientras yo trabajaba aquí de interna y les mandaba dinero”, cuenta. Para ella, que trabaja 12 horas al día en un taller de costura, la paz es algo muy lejano: “Sé cómo es la guerra y cómo es el campo. Los políticos solo quieren poder, allí no llega ninguna ayuda”. Ella va a pedir el subsidio que se da a los 5,5 millones de personas que, como ella, han tenido que huir de sus casas en estos 50 años de conflicto en los que ha habido 220.000 muertos. Ella no confiaba mucho en el futuro del proceso de paz que recibió el apoyo de la mayoría. Estaba concentrada, decía, “en ver cómo podemos sobrevivir todos aquí. Tengo que sacar a mis hijos adelante”.

 

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LA COLOMBIA QUE NO VOTA

En la segunda vuelta votaron 16 millones de personas de los 33 que estaban habilitados
S. B. / E. R.
Bogotá 16 JUN 2014

Los habitantes de Barú, una isla sobre el Caribe colombiano muy cerca de Cartagena de Indias, decidieron abstenerse de votar. Se quedaron en sus casas durante las legislativas de marzo, también en la primera vuelta presidencial a finales de mayo y lo hicieron de nuevo este domingo como protesta por el olvido en que los tienen sus gobernantes. “Sin agua, sin carretera y sin educación, Barú no participa en la votación”, fue el mensaje que algunos exhibieron en pancartas.

Esta es una de las manifestaciones del desencanto de los electores colombianos con sus políticos. En los últimos 16 años, los que salen a votar no han superado el 49%. Sin embargo, en esta última elección presidencial el abstencionismo se disparó y llegó en la primera vuelta al 60% y en la segunda al 53%. “No me gusta ninguno de los dos, así que no voy a ir a votar”, dijo Ángelo, de 25 años, en la mañana del domingo. Está junto a un puesto de arepas en una zona de oficinas de Bogotá junto a Laura, de 22, que tampoco vota. “Zuluaga es la vuelta de [el expresidente 2002-2010] Uribe, y Santos no ha hecho nada. No hay seguridad en la calle, toda la política es corrupción”, criticó.

En las dos vueltas presidenciales a la apatía de siempre se sumó la guerra sucia entre Santos y Zuluaga, que al final se reflejó en el elevado número de abstencionistas (votaron cerca de 16 millones en la segunda vuelta, de los 33 que estaban habilitados para votar). A esto habría que añadir el voto en blanco, que de un habitual 2% llegó en la primera vuelta al 6% y en la segunda al 4%. Uno de los políticos que abanderó esta opción es el senador del Polo Democrático de izquierda, Jorge Enrique Robledo, para quien aliarse con Santos o Zuluaga, como ha hecho la mayor parte de la izquierda y la propia excandidata presidencial Clara López, era traicionar su conciencia.

Colombia ocupa el primer lugar entre los países abstencionistas de la región. Los analistas coinciden en que al descrédito de los partidos políticos se suma una falta de conexión entre los políticos y las necesidades reales de la gente. Esa es la razón por la que Lorena, una camarera de 20 años, tampoco votó. “Prometen cosas que no pueden cumplir. Solo se preocupan de la paz con las FARC, pero no hablan de la violencia que vivimos en la calle, hay robos y asesinatos todos los días”, dice.

La percepción de inseguridad también influye. A pesar de que las FARC decretaron un alto el fuego durante la primera y la segunda vuelta, el uribismo denunció que no había garantías para votar en ciertos lugares del país en donde grupos armados presionaban a los electores. Así ocurrió el domingo en el Chocó, en el Pacífico, donde integrantes del ELN, la otra guerrilla con la que se ha empezado a negociar, impidieron que se instalaran mesas de votación. Aunque el Gobierno aseguró que controla el orden público en todo el país, casos como el del Chocó, provocan que algunos electores prefirieran quedarse en sus casas.

 

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EL CAMPO, UNA CUESTIÓN PENDIENTE
López San Miguel
Página 12

Hay un tema ineludible que el nuevo gobierno de Colombia tendrá que atender: la situación del campo. El sector rural paralizó gran parte de las rutas nacionales en los recientes paros agrarios, un asunto que Santos en su momento minimizó, pero durante la campaña admitió que se había equivocado. Los productores agropecuarios reclaman desde hace tiempo mejoras en las condiciones de su actividad, y realizaron dos grandes huelgas masivas, una entre agosto y septiembre del año pasado, y la otra entre abril y mayo de este año.
Los campesinos no dejan de señalar que el gobierno de Santos, así como el de sus antecesores, incumplió convenios para solucionar diversas crisis económicas que provocan altos costos de producción y de combustible. La crisis del campo está fuertemente vinculada al modelo de economía abierta, en el que prevalecen los Tratados de Libre Comercio (TLC). Los trabajadores rurales han reclamado un mayor presupuesto para el campo, condonación de créditos, reducción del precio de los fertilizantes y combustibles y freno a las importaciones de productos agrícolas que entran por la vía tanto de los TLC como del contrabando.

Un estudio que presentó en diciembre la organización Oxfam, pasado un año y medio de entrada en vigencia del TLC entre Colombia y Estados Unidos, concluyó que los productos más vulnerables de la economía campesina ante las importaciones provenientes del país del Norte son “el lactosuero, seguido por el arroz, el maíz blanco, la leche en polvo y la carne de cerdo”. Fernando Barberi Gómez, investigador de Oxfam, dijo al diario El Espectador que los resultados eran desalentadores. “En estos primeros meses las importaciones desde Estados Unidos han crecido a un ritmo mucho mayor que las exportaciones a ese país, provocando un deterioro en la balanza comercial. Y el sector campesino colombiano se ve forzado a competir en desigualdad de condiciones con productos que disfrutan de importantes subsidios al sector agropecuario en EE.UU.” Esto, dice el documento, hace prever una caída en la producción agropecuaria y, por supuesto, los ingresos de las familias campesinas.

Tras las huelgas agrarias, el gobierno puso en marcha subsidios y salvaguardas para productos sensibles al libre comercio. Sin embargo, distintas organizaciones de agricultores sostienen que estas medidas no han surtido los efectos prometidos, y continúan pidiendo que se renegocie el acuerdo con Washington, e incluso el que tiene Colombia con la Unión Europea. El punto central es la renegociación de los TLC, advirtió a Página/12 Diego Jaramillo Salgado, profesor de la Universidad del Cauca. Y agregó: “El impacto de las políticas neoliberales generó una reacción casi de supervivencia del campo, que se levantó. Ante ello, el Ejecutivo avanzó en acuerdos diferenciados, ya que no es lo mismo lo que reclaman los cafeteros que los cosechadores de papas. Esto dividió al movimiento campesino. No obstante, creo que la búsqueda de cambios estructurales llevará más tiempo”.

Es indudable que el sector rural se vio afectado por el conflicto armado, aunque en menor medida el último tiempo. Un gran número de campesinos emigró hacia las ciudades desde los años noventa hasta 2010, forzado por la violencia paramilitar y guerrillera; asunto que mermó tras la desmovilización de los paramilitares y con el avance del diálogo con la guerrilla de las FARC, actualmente en curso.

El emblema que llevó al presidente-candidato a ganar la reelección es su apuesta por la paz. Uno de los puntos de negociación ya acordado con las FARC trata sobre la tierra: el acceso y uso de la tierra, la formalización de la propiedad, el estímulo a la producción agropecuaria y los subsidios, entre otras cuestiones. Si Santos logra concretar el acuerdo de paz, probablemente los campesinos logren mejorar su realidad.

mercelopez@pagina12.com.ar

 

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