LIBIA: UNA PRIMAVERA CONTROLADA
Pablo Stefanoni Página 7 <www.pagina7.bo>
Lo que ocurrió en 1989 con la caída del matrimonio Ceaucescu en Rumania es un caso de manual: cuando los revolucionarios son grupos demasiado heterogéneos y sin capacidad organizativa para asumir el comando, el poder recae en fracciones de las élites que tuvieron el olfato político para pasarse de bando en el momento adecuado y abandonar a los autócratas ante los cuales hacían genuflexiones pocos días antes.
Luego podrán fusilarlos como a los Ceaucescu, en un juicio tan merecido como farsesco, o mostrarlos en camilla ante un juez, como en el caso del convaleciente Mubarak en Egipto días atrás. Sin duda, una compleja trama de gatopardismos –especialmente los del Ejército y los servicios de seguridad– sigue intentando secuestrar la revolución en Túnez y Egipto para controlar los cambios hacia un régimen democrático.
En Yemen es difícil auscultar lo que pasa desde lejos -luego del atentado contra el Presidente- y en Siria las salvajes represiones de Al Asad parecen bastarle por ahora para conservar el control del poder (posiblemente la dictadura siria sea una de las que tiene mayor apoyo popular por cuestiones nacionalistas, históricas, religiosas y geopolíticas).
En ese marco, sorprendió el derrumbe del régimen de Gadafi. En Libia las cosas fueron aún más complicadas: un país desértico y escasamente poblado, donde aún perviven estructuras tribales y donde la oposición al excéntrico coronel estaba muy regionalizada. Y a esto se sumó una intervención de la OTAN que –necesaria para el triunfo rebelde- le quitó sin duda épica nacional a la victoria sobre la dictadura. Es simple: sin los bombardeos “aliados” el régimen nunca hubiera caído. Al parecer, el clientelismo masivo fruto de la monumental renta petrolera, el “síndrome de Estocolmo” (Gadafi está en el poder desde 1969), la represión eficaz y el apoyo genuino que el Guía de la Revolución pudiera tener le alcanzaban. Por eso el periodista Marcelo Cantelmi se pregunta en Clarín si quienes ganaron fueron los rebeldes o la Alianza Atlántica.
Si son los rebeldes eso tampoco tranquiliza demasiado. El reciente y no aclarado asesinato del líder militar rebelde Abdel Fattah Younes en julio pasado dejó un manto de dudas sobre si fueron “agentes gadafistas” o el resultado de una pelea de poder dentro del frente opositor (en ese caso una buena luz roja sobre el porvenir inmediato). Incluso se desconoce a la mayoría de los miembros del Consejo de Transición, así como sus credenciales democráticas, en muchos casos de muy reciente adquisición.
Para muchas izquierdas nacionalistas que congelan la historia y los símbolos, Gadafi seguía siendo un líder socialista del tercer mundo.
Pero en los últimos años, vía su hijo Saif Al-Islam, ahora en manos de los rebeldes y con un doctorado en Gran Bretaña, Libia pasó a ser aliada de Occidente contra Al Qaeda y amiga de empresas europeas y gobiernos, entre ellos el de Berlusconi. Pero al fin de cuentas, el mundo árabe cambió, Gadafi siempre es imprevisible y mejor tener un Gobierno más confiable -para Europa- en esta potencia petrolera.
El periodista Eduardo Febbro lo resume bien en Página 12: “En los próximos días se escucharán los tradicionales gargarismos occidentales sobre el triunfo de la libertad sobre la tiranía, en especial del gran socio del coronel, Gran Bretaña (…) El coro moralista de Occidente se extenderá como un sermón por todo el planeta y de poco o nada servirá recordar que, al igual que con los otros tiranos de la historia, sin la complicidad mercantil de Occidente estos dinosaurios asesinos nunca hubiesen existido”.
Habrá que ver si el nuevo Gobierno –la caída de Gadafi parecía un hecho al momento de escribir estas líneas– logra la combinación de democracia y autonomía nacional capaces de contribuir a dibujar un nuevo y más alentador mapa en el mundo árabe. Un mapa que podría quitarle a Israel su caballito de batalla de ser la única democracia en Oriente Medio, aunque ella se sostenga en una suerte de neo-apartheid contra los palestinos.