Urcuqui, Ecuador. – Las botas de goma se meten rítmicamente en el barro húmedo y el cuerpo de patas múltiples gira, como un taladro, alrededor de su propio eje. El trabajo que están realizando las y los jóvenes abrazándose hombro a hombro es un trabajo que, normalmente, suele realizar la mezcladora de cemento. Pero hoy el material que se está triturando para que sea una masa homogénea no es el de la industria, el cemento; más bien, es una pieza del patrimonio cultural: la arcilla.
Apenas la mezcla con viruta de madera, arena, melaza y estiércol de caballo fermentados ha sido pisada lo suficiente. Las y los jóvenes la echan en la carretilla y la llevan a la pared en construcción.
Hay muchas manos hoy ayudando en Shungotola, una granja de Permacultura en las afueras de Urcuqui, a unos cien kilómetros al sur de la frontera con Colombia. Pertenecen a las y los estudiantes de arquitectura de la Universidad Central del Ecuador, en Quito, y muchos de ellos están trabajando por primera vez en una obra. Acá no se necesitan cálculos, planos y tablas de Excel, sino manos, palas y la tolerancia para ensuciarse. Una realidad a la que muchas arquitectas y arquitectos no les gusta exponerse, también en el Ecuador.
En la Facultad no se habla del barro
Esta es la razón principal por la cual Paulina Villamarin trajo su clase al taller en Shungotola: para abrir las cabezas de los estudiantes. “No deben creer todo lo que se dice en la escuela o en la universidad”, opina la arquitecta de 37 años. Paulina está convencida de que los estudiantes deben entrar en contacto con los materiales que están estudiando “especialmente cuando se trata de arcilla”.
Fue en diciembre del año pasado cuando alrededor de 120 estudiantes de arquitectura experimentaron el barro por sí mismos: prepararon mezclas, construyeron paredes de bambú, aplicaron revoques, fabricaron colores naturales. La excursión para este año ya está planeada; en parte porque la Facultad no tiene laboratorio propio en la ciudad y la tierra se tiene que llevar desde el campo.
La misma Paulina tempranamente entró en contacto con el barro. Sus padres trabajaban en comunidades indígenas y a menudo la llevaban junto con sus dos hermanos mayores. En Ecuador, como en muchos lugares de América Latina, los campesinos indígenas viven en casas de barro, y Paulina se sintió acogida desde un principio. Unos años después, ya estudiando en la Facultad intentó construir una maqueta de barro, pero con plastilina. No tuvo éxito. Guardó la pequeña casita en el congelador para que no se derrumbara.
Terminados sus estudios no sabía qué hacer con el barro y debido al poco tiempo no siguió investigando. Pero al volver a la Facultad, ahora como profe, se sorprendió al descubrir que en la Universidad todos hablaban del cemento y del hierro, pero nadie del barro. La madre de dos niños se dio cuenta que le faltaba algo. Y cuando escuchó la palabra bioconstrucción, supo que era.
Lo que en Paulina & Co. desencadena la euforia, internamente choca con resistencia y devaluación. Lo que están construyendo se desarma con el primer diluvio y va a caer sobre nuestros autos, fue uno de los comentarios, lo que están haciendo simplemente molesta, otro.
Para la nueva generación de arquitectos: ¿el barro es un camino viable? “Debemos preguntarnos por qué queremos ser arquitectos”, responde Paulina sin vacilar, “¿para construir rascacielos y hacernos famosos?” El factor clave no lo ve en el éxito financiero, sino en la satisfacción interna de cada uno. “Y el barro ofrece un enorme abanico de posibilidades de diseños que todavía conocemos poco”.
Que no se ensucie la señorita
Más abiertos que sus colegas en la Facultad, están las y los estudiantes de Paulina. La mayoría de ellas son curiosos y se acercan sin mucha vuelta a la tierra. Sus testimonios son las maquetas en el vestíbulo, cuidadosamente diseñadas y hechas con barro de verdad. Algunos incluso han formado mini ladrillos de adobe, de uno a tres centímetros. La nueva generación de arquitectos analiza, calcula, construye y busca información en Internet. Quieren conocer bien a las ventajas de los materiales renovables para poder argumentar.
La dedicación de las y los estudiantes se nota cuando se conversa con ellos. Hablan de sostenibilidad, ahorro de costos, cambio climático, protección del ecosistema, diseño moderno u orientación hacia el sol. Y con la frase de la estudiante Génesis (23) surge la sensación de que la historia y el presente están convergiendo en este mismo instante: “El barro no es sinónimo de pobreza, nos recuerda nuestra cultura, nuestros antepasados y de dónde venimos”.
Tan hermosas sus palabras, tan compleja la realidad en el siglo XXI. Porque cuando Génesis habló del taller de construcción de barro en su casa y pidió botas y guantes de goma a sus padres, le hicieron entender que una señorita como ella no tenía que ensuciarse las manos. Entonces, les explicó que un arquitecto no sólo tiene que aprender teoría, también debe practicar, y que al barro, como material de construcción, se accede fácilmente. Después de todo, argumentó, sus abuelos siguen viviendo en una casa de barro hasta hoy en día. Igual que un tercio de toda la humanidad.
Distintas fueron las reacciones en la familia de Álvaro (24), uno de los pocos estudiantes que ya había trabajado como albañil en obras comunes. Dos de sus tíos, ambos trabajando en construcción, sin más preámbulos quisieron saber si podían capacitarse en la construcción con barro.
En algunos países, como Argentina, se ofrecen cursos de capacitación, incluso financiados por el Sindicato de la Construcción; en Ecuador, en cambio, la capacitación se limita a talleres de organizaciones o mingas en las comunidades.
Sin embargo, tanto Génesis como Álvaro y su compañero Xavier (23), ven el mayor reto para poder construir con barro en la superación de la imagen negativa. “En muchos países se han tecnificado los sistemas constructivos con barro y el resultado son construcciones estéticamente sofisticadas”, destaca Xavier. “Allí la casa de barro ya está reconocida socialmente”.
Hoy en día, irónicamente, los académicos –de las mismas ciudades donde se han burlado del campesinado– quisieran tener apoyo técnico para construir con barro”
No es así en el Ecuador, al menos no en el ámbito urbano, donde se vive lejos de la vida cotidiana en el campo. Incluso los mismos campesinos van perdiendo el valor y la naturalidad de construir con barro. El mejor ejemplo lo cuenta Álvaro, que creció en un pequeño pueblo en las montañas cerca de Ambato. En lugar de construir de forma natural, hoy en día se utiliza cemento. Pero no porque la gente esté convencida del material, sino porque se pueden dar el gusto. Un fenómeno que también se puede observar en otras partes del continente.
Los que han construido con barro durante generaciones, cada vez más se sienten inferiores a las exigencias y estereotipos urbanos. Al mismo tiempo, a través de las publicidades de la televisión y la radio se acercaron a las creencias de la sociedad de consumo. Hoy en día, irónicamente, los académicos –de las mismas ciudades donde se han burlado del campesinado– quisieran tener apoyo técnico para construir con barro …
Xavier se expresa más reservado. “Lo bueno del barro es que se puede adaptar económicamente a las diferentes clases sociales, y se puede hacer mucho con poco dinero”. Considera que la construcción con barro debe ser reactivada de alguna manera, porque el conocimiento se está perdiendo.
¿Y Génesis? Finalmente, habla en nombre de muchos compañeros de la Facultad que, como ella, no vienen de la capital. “Acá en Quito, donde solo están pensando en rascacielos, no hay mucho que hacer. En cambio, en el campo la construcción con barro sigue siendo parte de la cultura. Como futuros arquitectos, debemos aprender de allá y luego volver para transmitir este conocimiento”.
*El autor participo en la organización y la ejecución del taller de barro en Shungotola en diciembre 2018.
Operador de mutantia.ch / Periodista independiente y vive entre el Atlántico y el Pacífico. Recién publicó su primer libro titulado “Manos de la Transición – Relatos para empoderarnos” (Apuntes para la Ciudadanía, Quito/Diciembre 2017). Publicado originalmente en: https://bit.ly/2BIM6vY