LIBROS
LOS IMPOSIBLES: ENTREVISTA A JORGE LANATA
Una entrevista del quinto libro de la serie “Los imposibles” (Editorial Planeta),
Por Leonardo Padrón. Prodavinci <www.prodavinci.com>
11 de Junio, 2012
Siempre quisimos entrevistarlo. Supusimos que nos daría una entrevista acorde a su leyenda: incendiaria, polémica. Y así fue. Con su sobrepeso de honestidad. Con su verbo sin anestesia. No es gratuito que el Colegio Nacional de Periodistas lo convocara como invitado especial a participar a propósito del Día del Periodista, en el foro Periodismo bajo la Línea de Fuego, celebrado en la Universidad Central de Venezuela.
Años atrás habíamos compartido un almuerzo con un amigo común. Esta vez esperaba por mí en la terraza de un hotel al aire libre, emboscado por el ruido persistente de una fuente de agua. Esperó con paciencia que lográramos calmar las aguas. Tenía listo el gatillo para disparar sus respuestas. Conversamos largamente y nos brindó, con el desparpajo que lo caracteriza, reflexiones y anécdotas en torno a un oficio que él mismo se ha encargado de redimensionar. Pero antes fue él quien hizo las preguntas, como todo buen periodista. A fin de cuentas, era una suerte de corresponsal en un campo de guerra ideológico. Porque eso es Caracas en estos albores del siglo XXI. Lo habían hospedado al lado de un lugar de fuerte simbolismo político: La plaza Altamira, sitio de batallas y decepciones, de viejos entusiasmos y ruda mengua. Lanata sentía similitudes inquietantes entre Caracas y Buenos Aires. Ya el cáncer del Presidente Chávez era noticia pública y él me mostraba cómo lograba detectar la información veraz de la tendenciosa. Fumaba con cada sílaba del idioma. Olisqueando noticias. Exactitudes. Y luego comenzó el despliegue de su verbo. Pura artillería pesada. Y deslumbrante.
POSTAL
Tiene cara de pocos amigos y ya varias veces lo han botado de su trabajo: por bocón, por deslenguado, por frontal, por escupir verdades y alborotar conciencias. Tiene cara de pocos amigos y, lo peor, casi siempre muerde. Tiene cara de pocos amigos pero una de sus herramientas de trabajo es el humor. El humor corrosivo, el que interpela, el incómodo, el que desnuda manchas y vergüenzas. Tiene cara de pocos amigos y ya está harto de que lo comparen con Michael Moore, el gran documentalista norteamericano. A fin de cuentas, su reputación se la ha forjado por sí solo desde los 14 años cuando comenzó a ejercer el periodismo. Se llama Jorge Lanata, y es uno de los periodistas más irreverentes de la esfera latinoamericana. Es autor de más de una decena de libros; fundador, entre muchas cosas, del célebre diario argentino “Página 12” y la revista “Veintiuno”, conductor de varios programas que han dejado notable huella, documentalista de alto fuelle, y uno de los protagonistas indiscutibles del periodismo independiente. En Argentina lo llaman el rey de los quilombos. Es, por definición, un periodista políticamente incorrecto. Sus reportajes le han garantizado un buen caudal de enemigos. Pero hasta sus detractores le reconocen una honestidad a prueba de dólares. Es una de las figuras con más credibilidad en su país. Ha ganado más de 30 premios que avalan una trayectoria, un estilo, una persistencia. En definitiva, insistimos, tiene cara de pocos amigos, se llama Jorge Lanata, posee un sello intransferible y es un periodista imposible de no entrevistar.
UN PERIODISTA PRECOZ
¿Cómo es que alguien se inicia en el periodismo a los 14 años? ¿A cuenta de qué esa calistenia de precocidad?
Por caradura, absolutamente. Yo iba a un colegio privado que tenía una revista, y empecé a escribir en ella a los once o doce años. Por supuesto, mis textos eran malísimos, yo era un niño. Pero pasó una cosa increíble, que es que un periódico de la ciudad de Avellaneda, que por cierto se llamaba Ciudad, empezó a publicarme las notas de la revista del colegio, porque sí. Y eso me dio como coraje, ¿no? Recuerdo una vez que estaba en el centro porque había ido a ver a una tía mía, y en el centro estaba Radio Nacional, así que entré a pedir trabajo. Yo tenía 14 años y pedí hablar con el gerente de la radio. Y nada, estaba Dios de mi lado, qué sé yo. Me recibió, era un viejo locutor que se llamaba Suárez Castro. Y le dije que yo escribía. Y me contrataron para escribir informativos. Y empecé siendo recontra menor, ni siquiera podía firmar el contrato de trabajo, iba mi padre a firmar por mí, porque yo no llegaba a los 16. Por supuesto, mentía con respecto a la edad, yo decía que tenía más, y tenía la suerte de que aparentaba ser mayor, por lo que yo decía que tenía 17 o 18. Pero era mentira, tenía 14. Los únicos que sabían la verdad eran los de administración porque, por supuesto, ellos me firmaban el contrato. Y así empecé, de caradura.
Pero para tener a los 14 años un vínculo emocional con el periodismo es porque tenías rato leyendo, averiguando o haciéndote preguntas sobre el mundo, no?
Sí, claro. Yo tuve una infancia rara, porque cuando yo era muy chiquito, tendría quizás cinco o seis años, mi mamá tuvo un tumor cerebral que la llevó a estar toda su vida con un lado del cuerpo paralizado, y tuvo una lesión en el centro del habla. Ella no podía hablar, te podía decir sí o no, pero no podía formar palabras. Yo igual me comunicaba con ella, porque era mi madre. Estuvo así 40 años. Y eso marcó mucho mi vida, la de mi padre, la de todos. Yo no vivía con ellos, cuando era pequeño me fui a vivir con una tía y una abuela, y tuve una infancia rara en el sentido de que tuve que crecer de golpe. Leía mucho, estaba mucho tiempo solo. No era un niño muy común, digamos.
EL PERIÓDICO QUE ROMPIÓ EL MOLDE
Hay otro hecho notable en tu historial. A los 26 años, en otro alarde de precocidad, fundas un periódico que ya es célebre en el periodismo latinoamericano: Página/12.
Lo que pasa es que a esa edad uno cree que es grande. Y ¿vos sabes qué? Eso es bueno, porque creerte eso te permite hacer las cosas. Si uno a los 26 años pensara: soy un pendejo de mierda, uno no haría nada, tendría miedo de todo. Es una edad para patear las puertas. Y está bien. Yo hice un diario pensando que sabía cómo se hacía un diario. Mentira, yo no sabía nada. Yo lo veo desde hoy y yo era un chico; era, además, uno de los más jóvenes de la redacción. Yo me acuerdo que me tocaba contratar a la gente en un bar, porque no teníamos ni oficina, y yo le decía a los tipos: “¡Renunciá al Clarín y vení a trabajar conmigo! Los tipos me miraban y decían: ¡este está loco!
Pero tú llamaste a gente como Oswaldo Soriano, a Martín Caparrós.
Claro, y a Horacio Verbitsky, a Eduardo Galeano, a Miguel Bonasso.
¿Y cómo los lograba convencer un muchacho de 26 años?
No sé, me imagino que hubo distintos casos. Yo antes de hacer Página/12 hice una revista que se llamó El Porteño, que fue un mensuario. Ya la revista esa estaba saliendo, nosotros la compramos y armamos una cooperativa de periodistas, fue la primera y última vez en mi vida que yo armé una cooperativa. Insoportable. En Argentina armar una cooperativa es una locura.
¿Pero no era una declaración de independencia maravillosa?
Por un lado sí, pero por otro era una invitación a discutir todo el tiempo, estábamos más tiempo discutiendo las asambleas que haciendo la revista, era imposible. Y aparte, éramos muy chicos y teníamos una visión totalmente utópica y tonta de qué era una cooperativa. Por ejemplo, ganábamos todos lo mismo, y no es justo, porque el tipo que llevaba las cartas, el cadete ganaba lo mismo que el director, y el aporte no era el mismo. Éramos muy poquitos, cocinábamos ahí, me acuerdo, comíamos ahí, era una cosa muy militante. Fue interesante esa época, fue linda, pero el tema de ponernos todos de acuerdo fue muy difícil. Éramos muchos y encima muchos periodistas, que es lo peor.
Discutíamos todo el tiempo. Ahí conocí a muchos de los que después llevé a Página/12. Tomás Eloy Martínez, y otros muchos, apostaron a estar con nosotros y se engancharon con el proyecto.
Uno percibe Página/12 como un periódico que le sacudió las telarañas al periodismo ortodoxo, tradicional. ¿Cómo fue esa sacudida?
Hicimos algo que en su momento no advertí, solo mucho después me di cuenta de ello. Y es que tuvimos una actitud inteligente, por supuesto de casualidad: como no sabíamos hacer un diario, discutimos sobre él como si nunca antes hubiera existido uno.
Como si estuvieran inventando la misma noción.
Como si estuviéramos inventando el diario, ¿me entendés? Y eso fue buenísimo porque nos hizo redefinir todas las secciones, entender por qué hacíamos lo que hacíamos. Lo discutimos desde cero. A mí Página/12 me dio dos cosas, básicamente. Primero, la seguridad de que yo siempre iba a trabajar en esto. Antes yo no tenía esa seguridad porque había empezado a trabajar en la escritura desde muy chico. Me habían echado de un montón de lugares, me habían dicho que mis notas eran malas, me habían hecho esperar horas y horas en la entrada de una redacción; es decir, tuve la vida de cualquier persona normal. Por eso digo que yo no tenía la seguridad de que siempre iba a ser periodista. A partir de Página/12 yo sentí que pasara lo que pasara, me echaran o me tomaran, yo siempre iba a vivir de esto. Y en segundo lugar, la otra cosa que descubrí fue que en tanto yo más fuera yo mismo, mejor me iba a ir. Porque cuando a uno le piden que sea otro, le piden que sea San Martín, Bolívar, Chávez, Perón, cualquiera. A nadie le dicen sé vos.
Claro, siempre te ponen un paradigma, un referente.
Y uno crece pensando que tiene que ser otro. Y es una equivocación porque de lo que se trata es de ser uno, siendo vos sos distinto de por sí, porque no hay otro igual, en lo malo y en lo bueno. Y yo me daba cuenta en Página que yo quería hacer cosas que nadie quería hacer. Por ejemplo, un día Menem dio un indulto y lanzamos una portada en blanco. ¿Cómo vas a hacer una portada en blanco? Un diario no hace eso. La hicimos y fue un éxito increíble, la transmitió CNN, y en todo el mundo hablaron de la tapa en blanco. Una vez Menem dijo que éramos periodistas amarillos y le compré papel a la guía de teléfonos y hice Amarillo/12, le cambiamos la marca al diario y dijimos: “sí, somos amarillos, ¿y?”. Esas cosas nadie las quería hacer, yo era el único tipo que iba por ahí. Y cuando hacía esas cosas, funcionaban. Eso me dio mucha confianza de decir: tengo que tratar de sintonizar conmigo y escuchar menos el entorno.
UN PERIODISTA INCÓMODO
Algo que ha distinguido tu paso por los medios, y estamos hablando de los radioeléctricos, los impresos, los televisivos, es que te han despedido unas cuantas veces. Cuéntanos las razones esenciales por las que te suelen despedir.
En general me han echado de la televisión. Yo no soy un tipo de la televisión, yo escribo. Siempre lo defino por omisión: lo que no puedo dejar de hacer es escribir. Yo puedo no hacer televisión, puedo no hacer radio, pero igual escribo, aunque publique o no, no tiene que ver con eso. Yo llegué a la televisión cuando me fui de Página/12. En un momento el periódico se vendió al grupo Clarín, y yo no estaba de acuerdo con la venta porque pensaba íbamos a perder independencia, cosa que en efecto pasó. Y entonces me fui del diario. Para el periódico fue un golpe muy grande, porque mi identificación con Página/12 era inmediata. Mi nombre aparecía en la contratapa, todo el mundo sabía que yo lo había fundado. Pero igual me fui. Y luego de eso empecé a trabajar en radio, y después en televisión. Cuando vos estás en la televisión te das cuenta por qué no llegaste antes ahí. Yo digo que la televisión es como el Caruso del poder, es como la electricidad, un lugar de 220 constante. No hay ningún medio más popular. Vos estás en la televisión y te conocen en todo el país. Vas al último rincón y dicen: ahí va Lanata. A lo mejor no te ven, pero saben quién sos. Y eso produce millones de cosas, malas y buenas, por supuesto. Por un lado la sensación, que para mí es linda, de que estando en la calle nunca me va a pasar nada malo, o sea, que en la calle me protegen, que está todo bien.
En la calle te sienten cercano.
Sí, la gente me trata como si fuera el primo. “¡Eh, no fumes tanto!”, “¿Qué hacés, gordo?”. Y yo lo miro y digo: “¿Y vos, pelado, cómo andás?”. Qué sé yo, cualquier cosa. Y eso está bien. Pero la televisión también tiene cosas terribles. La presión que yo he recibido en millones de programas ha sido mucha. Y llegó un momento que empecé a enfrentar la televisión diciéndome a mí mismo esto: yo tengo que poder irme de acá cuando tenga ganas, ¡esto no me puede ganar! Si yo siento que soy un tipo de la televisión me van a cagar, porque voy a morir ahí. Y el problema con eso es que terminas saltando en un programa de sorteos y cuando te das cuenta ya estás diciendo cualquier estupidez. Entonces dije: no me voy a sentir un tipo de la televisión.
Así lo encaraste.
Lo que pasó es que yo trabajé siempre con total independencia en la profesión. Nunca me fijé qué gobierno estaba, ni cuáles eran los intereses de nadie, y muchas veces por intereses concretos de los canales, me tuvieron que sacar. En su momento yo estaba en un canal que el dueño era además propietario de los aeropuertos. Cuando Menem le dio los aeropuertos, el tipo me sacó del canal. Después, otra vez me volvieron a sacar también durante la época de Menem. Y la última vez fue durante la época de Néstor Kirchner. Es gracioso, por un lado me echaban y por otro lado tengo 11 Martín Fierro, que es el premio más importante de la televisión argentina. Era algo loco: el sistema me tomaba, me hacían hacer un programa, el programa tenía rating, era un éxito, pero me echaban y después me premiaban. Es decir, los mismos que me echaban me decían: fuiste el mejor. Una locura.
Tu principal enemigo era realmente el poder, el gobierno de turno.
Sí, claro.
Estaban también los dueños de los medios.
Yo siempre decía: nosotros somos una especie de error del sistema, estamos acá hasta que se den cuenta de que estamos. Entonces, tratemos de hacer todo ahora porque en algún momento se van a percatar y nos van a echar. Y fue así. Todavía hoy sigue siendo así.
Ahora, tú estás siempre emplazando al poder y te empinas particularmente con los corruptos. ¿Qué consecuencias te ha traído eso?
Un montón. A nosotros siempre nos cobran la entrada el doble, pero yo elijo eso. Yo podría haber hecho Ámbito Financiero en lugar de Página/12. Yo sé hacer un diario económico de derecha, y si no sé podría aprender, pero elegí hacer Página/12. Y esa elección tiene un costo. Yo podría haber hecho Showmatch y Bailando por un sueño, pero no estoy cómodo ahí. Elijo hacer esto que hago y lo hago de manera consciente. El costo de mi elección es tener problemas, que me echen, ganarme enemigos poderosos. Pero es lo que yo soy.
Alguien dijo una vez que su termómetro para saber cuál era la salud de la libertad de expresión en Argentina era ver si Jorge Lanata estaba al aire o no.
Esa fue una nota muy linda que escribió un director de Buenos Aires Herald, Bob Cox. Él fue el único tipo en Argentina que habló de los desaparecidos en el 76, el único diario en Argentina que se animó, frente a los militares, en un momento que mataban. La cosa no es que iban a ver si te mataban; te mataban en serio. El único tipo que se sentó en la máquina y dijo: acá hay desaparecidos, fue Robert Cox. Él escribió hace poco una nota muy linda, que yo le agradezco mucho porque yo no lo conocía, nunca lo había visto y lo llamé para agradecerle porque me pareció muy generoso de su parte. La nota se titulaba “Emblematic Lanata”, y decía eso, que cuando él volvía a la Argentina veía como estaban las cosas si yo estaba o no en la tele.
Entiendo que una vez en el canal América TV, en el contrato había una cláusula muy particular que especificaba que podías fumar en la realización de los programas. En pocas palabras: o me dejan fumar en cámara o no hago el programa.
Sí, así fue. La cláusula 26. Encima yo me llamo Ernesto, y ponían para que no hubiera duda: “el señor Jorge Ernesto Lanata podrá fumar en el espacio de….”.
¿Y no había una resistencia natural de parte de ellos?
No querían, pero era más importante para ellos que yo estuviera. Me necesitaban. Fue tan ridícula esa discusión. Un día yo estaba con el dueño del canal, el gerente y un ingeniero que no me acuerdo quién era, discutiendo cuántos cigarrillos iba a fumar. Yo qué sé cuántos cigarrillos voy a fumar. Si es por el mal ejemplo a los niños, les digo: niños, no fumen, hace mal fumar. Yo no le recomiendo a nadie que fume. No soy tarado, sé que hace mal. Ahora, déjenme fumar en paz. Si yo no molesto a nadie, ¿cuál es el problema? Lo que sucede es que estamos muy acostumbrados a que la televisión sea hipócrita. Es una pavada.
Una vez dijiste: “no es fácil vivir de acuerdo con lo que piensas, a veces tienes agallas, a veces no”. Podemos suponer las razones que hayas tenido para decir eso, pero me parece mejor que desarrolles el tema.
Es muy difícil vivir de acuerdo con lo que uno piensa, es muy difícil ser consecuente.
Pero pareciera que el éxito que has tenido es porque le has hecho caso a tus agallas.
¡Ah… pero vos no sabes cómo son verdaderamente mis agallas!
Son mucho más grandes.
Claro. Yo me animaría a muchísimas más cosas, lo que pasa es que soy cobarde. Yo no me siento valiente. A mí me gustaría hacer muchas más barbaridades de las que hago, pero un montón más. Si yo fuera realmente libre haría cualquier desastre, pero lo que pasa es que no puedo porque soy cobarde también, me sobrepongo a mi miedo, a veces. Y, por supuesto, depende con quién compares. Si me comparas con un empleado de correo, soy valiente. Pero yo no me siento valiente.
LA FICCIÓN DE LA PRENSA SEGÚN LANATA
Vamos a asomarnos a otra frase que es clásica del estilo de Jorge Lanata: “¡qué gran mentira son los medios!”. Tú habitas en ellos, respiras en ellos, vives de ellos.
Sí, yo siempre decía que los diarios no son necesarios, están montados. Y digo esto y he fundado dos. Pero sí, los diarios están montados en la ficción de la información cotidiana: todos los días pasa algo que tengo que saber. Esto es mentira, es una cuestión comercial. Todos los días tiene que salir un diario porque hay publicidad todos los días y porque los quiosqueros tienen que vender el diario. Ahora, no todos los días hay información verdaderamente importante. Lo mejor que la gente podría hacer en lugar de leer diarios es leer un libro, no tengo ninguna duda de eso. Probablemente un libro te cambie la vida. A mí me hubiera encantado poder hacer alguna vez un diario que se llamara Cada Tanto, y que saliera cada tanto; yo registré esa marca pero nunca lo pude hacer y ya no creo que lo haga. ¿Cada cuánto se publicaría ese diario? Cuando tenga algo para decir. Vos imaginaté qué bueno sería poder blanquear el contrato de lectura, poder decirle al lector: yo voy a hablarte cuando tenga algo para decir, no voy a hablarte por obligación.
Eso ocasionaría que cada vez que saliera ese diario habría que salir a comprarlo.
Claro, ¿pero cómo lo sostendrías económicamente? Sería muy difícil. Pero no tengo dudas de que ese diario vendería muchísimo, porque sería un contrato de lectura honesto. Lo que pasa es que no hay manera de evitar la estandarización de la información. Pero bueno, necesariamente la información se estandariza porque al industrializarse eso tiene que suceder. Si no, no se puede distribuir. En el caso de la música fue por las radios, las radios no podían pasar temas de ocho minutos. En los años sesenta Los Beatles fueron los primeros que hicieron temas de tres minutos, antes los temas tenían ocho, veintidós, treinta y cinco minutos.
Claro, estandarizas la música, estandarizas la información.
Estandarizas todo.
Pasando a otro tema, ¿de verdad Jorge Lanata está harto de que lo comparen con Michael Moore?
No es que esté harto, pero me parece una comparación tonta; decir que somos iguales porque los dos tenemos exceso de peso y barba es una comparación bastante idiota. Conozco un montón de gente que tiene exceso de peso y barba.
Pero no creo que la comparación la establezcan solo por eso, también por el estilo.
A ver, a mí no me interesa Moore. Es más, yo hice el prólogo de uno de los libros de Moore en la versión en español. Es un tipo que me parece interesante, lo sigo desde hace mucho. Pero Michael Moore es muy americano y yo no soy nada americano. Yo siempre cuento que hay una escena de una película en la que él habla del tema de las armas, donde se para frente a WalMart y la tienda decide dejar de vender determinada arma, y él la aplaude. Yo nunca haría algo así. Pero él tiene esa cosa americana muy ingenua de decir: bueno, van a regenerarse. Yo soy mucho más cínico, a mí no me sale aplaudir a nadie. Y él, para mi gusto, editorializa demasiado en los contenidos. Dice todo el tiempo qué es lo que el espectador tiene que pensar. Yo no trabajo así.
¿Lo has conocido?
Personalmente no.
¿Te gustaría entrevistarlo?
Sí, a mí me gustaría entrevistar a cualquier persona, porque soy periodista. Cuando a mí me dicen: ¿vos entrevistarías al diablo? ¡Cómo no! ¿No sería buenísimo entrevistar al diablo? ¿Sabés las cosas que hay para preguntarle al diablo? Yo entrevisto a quien me pongas al frente, porque soy curioso.
RADIOGRAFÍA DEL PERIODISMO ACTUAL
¿Cuáles son los principales problemas del periodismo que se está haciendo en la actualidad?
Este no es un buen momento de la profesión. Creo que hace falta leer más, hace falta escribir mejor y no por una cuestión estética. Yo digo siempre que una nota bien escrita se entiende y una nota mal escrita no se entiende. Y si escribís y no te entienden estamos en un gran problema, porque en el periodismo te tienen que entender; si no, hacé literatura automática surrealista. Después, me parece que los estudiantes están más preocupados por ser famosos que por ser buenos. Y creo que se equivocan, no se dan cuenta que siendo buenos igual son famosos; lo que pasa es que ser bueno lleva más trabajo.
Y si eres bueno tienes más garantía de que esa fama dure más.
De mantenerte, claro. Se trata de estimular la sensibilidad. Ser más sensible frente al entorno va a hacer que preguntes mejor, que tus intereses sean más diversos, que conozcas más y que tengas más dudas. Un médico opera mejor si lee a Baudelaire que si no lo lee, yo creo verdaderamente en eso. Y un periodista también va a escribir mejor si lee a Alejandra Pizarnik que si no la lee. Se trata de eso, de ser más sensible frente a lo que pasa, eso te va a permitir reflejar mejor las historias de los demás y la tuya propia.
Sé que defiendes muchísimo Internet y dices que después de la imprenta es lo mejor que se ha inventado en la humanidad. Y estoy completamente de acuerdo, pero…
Un medio claramente democratizador.
Claro. Pero yo siento que Internet también genera vicios. En cuanto al periodismo, por ejemplo, siento que actualmente el verdadero reportero que hay en la calle es Google y su hermano, que es Wikipedia.
(Risas) Estoy de acuerdo.
Hay gente que ni sale a la calle.
Yo siempre digo que la redacción ideal es una redacción vacía, esta cosa del periodismo telefónico es una estupidez. Qué es esto de que ahora haces notas por teléfono. La realidad sucede en la calle, no sucede en el teléfono ni en la redacción. En la redacción a la hora temprana no tiene que haber nadie, tienen que estar a la hora de cierre, pero durante el día tienen que estar donde suceden las cosas: en la calle. Ahora, yo lo que diría con respecto a lo bueno y lo malo de la tecnología es que no hay que adjudicarle moral a las máquinas, las máquinas no tienen moral, las máquinas son lo que son según las uses. O sea, Internet es bueno o es malo según como vos lo uses, es una biblioteca mundial, ahí hay de todo, también hay pornografía. Y bueno, nunca en la vida todo eso estuvo a dos segundos de distancia de una persona común. ¿Cómo no vas a abrir esa ventana?
Hay algo que ha generado un debate en Venezuela, y creo que en Argentina, y en general en Latinoamérica estamos todos en esa línea tensa: la polarización. Y los periodistas también están cayendo en la trampa de la polarización. Entonces se habla de periodistas de izquierda, periodistas de derecha, periodistas que no retratan la realidad sino que sencillamente la condicionan, opinan, etc.
Sí, este es un momento particular de la Argentina. Hoy en la mañana, por cierto, empecé una columna diciendo: bueno, ya pasó el día del periodista, veamos un poco cómo está la situación. Y empecé a describir toda la situación de la prensa, acá en Venezuela, sin decir desde dónde escribía. Y vos lo lees y parece Argentina. Y entonces al final puse: ah, me olvidaba. Estoy en Caracas. ¿Por qué? ¿Ustedes pensaban otra cosa? Porque allá se ha instalado, igual que aquí, una grieta muy grande en la sociedad, una división instalada desde el poder. En Argentina no pasaba desde la época del primer peronismo, en los años cincuenta, esta cosa de gorilas por un lado, peronistas por otro, este asunto de “o estás conmigo o sos traidor”. Y eso polarizó mucho el discurso y las actitudes. Y si a mí me preguntabas hace cinco años yo te hubiera dicho: tengo un 99 por ciento de amigos. Hoy yo te diría, quizás, tengo un 80 por ciento de amigos, pero hay un 20 por ciento que no tengo y que antes tenía, y que he perdido producto de esa polarización.
Mucha gente dice que es imposible la objetividad.
A mí me parece que la objetividad, es cierto, no existe de manera completa, de manera química. En el vacío, no existe. Hay cosas que son ciertas y hay cosas que no lo son, y el problema de polarizar la discusión y de ideologizarla es que los hechos desaparecen. Los hechos no son de derecha ni de izquierda. Ahora está de moda preguntarse quién cuenta las cosas, en lugar de discutir qué es lo que contó. ¡Lo importante es lo que contó, no quién lo conto! ¡El hecho existe, no importa quién lo cuente! Y el periodismo se trata de eso. Nosotros no somos críticos; no opinamos sobre quién dijo tal o cual cosa. Damos información. Entonces, la idea del periodismo militante no es periodismo, es propaganda; ellos repiten y repiten consignas. Pero eso no es periodismo, el periodismo es otra cosa.
BAJO LAS ESCAMAS DEL ÉXITO
Cuando te describí en la presentación de esta entrevista como alguien que tiene cara de pocos amigos es porque…
¡No, hombre! Yo soy un tipo resimpático, soy casi Anita, la huerfanita.
Yo le mostré a una persona una foto tuya que salió en El Nacional, y le dije: “mira, él es Jorge Lanata”. Y me dijo: “¡oye, pero tiene cara de pocos amigos!”
Es mal tipo, ¡no lo veas más!
Cuéntame la verdad, ¿tienes más fanáticos que amigos? ¿Tienes más enemigos que abrazos?
No, afortunadamente yo tengo muchísima más gente que me quiere que la que no me quiere. Yo soy un tipo tímido, a mí no me gustan las reuniones y menos ahora que me conocen todos, porque todo el mundo está mirándome y yo no sé qué hacer; prefiero no ir porque me siento incómodo. A veces salgo con mi hija o con mi mujer, pero estoy mucho en mi casa y si no estoy afuera, en el exterior. No ando mucho por ahí. He tenido épocas en que sí, por supuesto, he salido muchísimo…
Hemos celebrado tus méritos, tus hazañas editoriales, pero me he asomado también a la gente que te critica. Y hay unos que dicen que te han botado de algunos lugares porque el que entra en conflicto con los medios es tu ego y no tú. Otros hasta se meten contigo porque has tenido un historial de mujeres muy bellas a tu lado.
Tuve suerte sí, pero eso es porque hablo. Porque si no yo sería virgen. Gracias a Dios hablo, entonces eso me ha permitido conocer gente.
¿Y qué le respondes tú a esas críticas?
Hemingway decía que no hay que responder, que lo que hay que hacer es trabajar y esperar a que se mueran. Yo prefiero decir que siempre todo lo que se diga de mí es cierto, básicamente lo malo. Sí, es cierto, soy un hijo de puta.
Una vez te preguntaron cuál era tu defecto y dijiste que ser narcisista.
Yo no me siento narcisista, pero probablemente sí lo sea, porque la gente me ve así. Entonces, está bien, yo no tengo distancia. No sé, yo soy Jorge, yo no me veo Lanata; los demás me ven Lanata.
No celebras los cumpleaños, no te gustan las reuniones, dejaste de preocuparte por la muerte y el dinero hace tiempo.
Lo de los cumpleaños es cierto, ¿sabés por qué? Porque como mi mamá estaba enferma yo viví toda mi infancia pensando: ya va a estar mejor, cuando esté mejor vamos a festejar. Y nunca estuvo mejor. Y eso me creó un rollo con los cumpleaños y con las fiestas. No me gustan.
¿Qué es lo peor que han dicho de Jorge Lanata?
Hablan todo el tiempo. La otra vez me preguntaron si tengo Twitter. No tengo Twitter, no tengo Facebook. Estaba en el Google Alert pero me borré porque estaba harto de estar mirando a ver qué carajo decían de mí. Y me sentía un histérico y un inseguro. Y como cualquier estúpido habla por Twitter… Hay gente que dice cualquier cosa, y de golpe me amargaba porque un idiota dijo tal cosa y yo me lo tomaba en serio. Estuve como un mes pensando y me perdí el respeto a mí mismo. Parecía que estaba por enfrentar un tratamiento de desintoxicación porque decía: ¿podré?, ¿podré borrarme de Twitter? ¿Podré borrarme de Facebook? Y un día dije: se van todos a la mierda. Y apagué todo y ahora sólo escucho la calle.
¿Ha habido algún momento que te hayan dado ganas de mandar todo al carrizo y reinventar tu vida?
Un montón de veces. Es la típica fantasía. Sí claro, me encantaría.
¿Y esa sensación te la han generado los conflictos laborales?
Muchas veces por algunos trabajos puntuales. Por ejemplo, yo investigué la bomba en la AMIA y la Embajada de Israel y escribí un libro que se llamó Cortinas de humo, que trabajamos muchísimo y que iba totalmente en contra de la hipótesis oficial. Incluso cuestionaba al juez, y decía que el tipo estaba haciendo las cosas mal y que había que sacarlo de la causa. Pues yo tuve que terminar ese libro con custodia policial porque me habían amenazado a mí y a mi hija Bárbara, la mayor, que para ese entonces estaría entre los diez años y doce años. Que me amenazaran a mí no importa, pero que lo hicieran con mi hija es una porquería. Y andaba con cuatro policías; es una cosa horrible. Y terminé el libro, se publicó y yo pensé: dejo esto, no quiero más hacer este trabajo. Y encima después nadie quería escuchar lo que yo había escrito. ¿Y sabés qué pasó? Diez años después teníamos razón, diez años después sacaron al juez. Y lo que nosotros publicamos seis meses luego del atentado se probó mucho tiempo después. ¿Y sabés qué hice con ese libro? Nunca lo reedité. Porque creo que la gente no merece leerlo, que se vayan a la mierda. Me enojé con la gente. No me quería sentir un idiota diciendo: ¡ay, lean mi librito! Métanselo en el culo, nunca lo van a leer. Solo guardo un ejemplar que me regaló un lector.
LOS ÍCONOS POPULARES
Me gustaría tu visión, en una palabra, de ciertos íconos de la Argentina. ¿El Che Guevara? Sobre quien, además, escribiste un libro, Muertos de amor.
Sí, un libro que me provocó una gran pelea con la izquierda. Porque la izquierda cree que es la dueña del pasado. Y también provocó que nunca más me dejaran entrar a Cuba. Yo había ido cinco veces, fui jurado de Casa de Las Américas, de Prensa Latina, pero después de Muertos de amor nunca me dejaron volver. Una vez les pedí la visa y me la negaron. El Che a mí me parece un ejemplo de generosidad y de arrojo muy importante en términos humanos, pero en términos políticos me parece de una miopía increíble. El tipo hizo todo lo que no tenía que hacer, llegó al peor lugar donde había habido una reforma agraria, como Bolivia, fue entregado por los campesinos que fue a defender, o sea, que los mismos tipos que él había ido a defender lo terminaron joder. Y tenía un concepto muy revolucionario y cerrado del mundo, y en algunos casos una crueldad innecesaria.
¿Borges?
Yo tuve la suerte de entrevistarlo dos veces. No hay Argentino que pueda prescindir de Borges, para bien, para mal, para lo que sea, pero Borges es parte de la Argentina.
¿Evita?
Es difícil distinguir a Evita persona de Evita personaje, yo todavía no he logrado una visión equilibrada de ella.
¿Gardel?
Es un gran personaje, inexplotado para el cine y para el teatro. Curiosamente el tango es muy importante en todo el mundo, pero Gardel no.
¿Maradona?
Yo tengo una buena relación con Diego desde hace muchos años. A mí me parece una maravilla que él a pesar de todas las locuras que hizo haya mantenido cierto equilibrio, algo impensable cuando uno ve la casa en la que nació. Cuando vos ves una foto de donde nació Diego y de lo que fue después, es un milagro que esté sano.
¿Por qué?
Porque viene de la menos nada. Y es un tipo auténticamente popular en todo el mundo.
¿Messi?
No lo conozco. A mí no me interesa mucho el fútbol, entonces no te podría decir mucho sobre Messi.
¿Charly García?
Yo tengo buena relación con García, hemos veraneado juntos, me parece un gran letrista. Él es también su gran enemigo, se ha boicoteado mucho; del rock nacional debe ser el mejor de los músicos. Siento que él cree que es un genio, yo creo que no, creo que el genio era Mozart, pero creo que es un grande. Capaz que es una cuestión generacional, pero muchos de mis amigos, de más o menos mi edad, un poquito menores, pero por ahí, cuarenta y pico o cincuenta, son músicos. Yo he sido muy amigo de Fito, nos hemos ido también de vacaciones muchas veces, hemos estado en Nueva York, en Punta del Este, en un montón de lugares y con Andrés Calamaro también.
BANDA SONORA
Audio 1
Hola Jorge, soy Boris Izaguirre. Estoy feliz de que estés en Caracas. Me encantaría que nos volviéramos a encontrar de nuevo en Londres o en Madrid, donde siempre comemos muy bien, o hacemos una reunión para ti en casa y terminamos todos los invitados encerrados en el ascensor y es una excusa perfecta para llamar a los bomberos. Pues todas esas cosas siempre son posibles gracias a ti. Así como por ejemplo descubrir a Hemingway, descubrir lo innecesario que son los puntos suspensivos en un artículo, en una entrevista, en un buen escrito. Y lo divertido y el enorme placer que es contar siempre con tu amistad.
Divino, Boris. Yo hace cinco o seis años que me encuentro con Boris todos los lunes, con él y con Álvaro Vargas Llosa y Gemma Nierga, en algún momento estaba también Jaime Bayly, y hacemos un programa que se llama La Ventana. Tenemos la suerte de que sea el primero en sintonía en España desde hace muchos años. Y Boris es encantador; yo lo llamo Truman, por Capote, es muy sofisticado, me encanta. Es un tipo muy divertido, tiene una mirada oblicua sobre las cosas, encuentra comentarios que a mí jamás se me ocurrirían sobre la ropa, el peinado, la manera de mirar, es superdescriptivo. Y es un gran escritor en ese sentido.
Audio 2
Se escucha un pequeño collage de un programa de TV de Jorge Lanata para el canal Infinito.
Esto es BRIC.
Uno de tus experimentos, de los más atractivos, es esa serie de documentales que hiciste sobre el tema BRIC.
BRIC son las siglas de Brasil, Rusia, India y China. Es una categoría económica. Son los países emergentes que más están creciendo en el mundo. Es una denominación que nació en una consultora económica en Londres, Goldman Sachs. Y después, increíblemente, lo que fue un documento terminó siendo real porque Brasil, Rusia y China se unieron y nació el BRIC, una especie de conglomerado de países.
Etuviste durante un año entero recorriendo esos países, saliendo a la calle, entrevistando a la gente. ¿Cuál fue el saldo más apetitoso que te quedó de esta aventura?
Primero, que viendo los países emergentes del Tercer Mundo te da la sensación de que una imagen posible del futuro es la que combina miseria más tecnología. Vos te encontrás en la India con desarrapados totales pero que tienen celular, miseria más tecnología. Yo he visto las peores escenas de pobreza en la India, pero en ese país la religión funciona como un catalizador increíble del descontento social. La gente piensa que en la próxima vida va a tener la revancha y entonces aceptan lo que les pasa. Y hay una cosa curiosa, a pesar de que hay gente muy mal y muy pobre, no son infelices, están contentos con su destino. Es una cosa muy extraña.
Esa es la resignación que a veces generan las religiones.
Sí, nunca había visto eso de una manera tan clara como en la India. Después me impresionó mucho la agresividad del capitalismo en China. Grabamos, por ejemplo, a gente que vive en jaulas, y cuando digo jaulas no es una metáfora, estoy hablando de espacios de un metro y medio de ancho por dos metros de largo, con alambre, con una especie de falso techo más bajo que el edificio, y ahí tienen una cama y una computadora, ahí viven. En Brasil, por ejemplo, me impresionaron los beneficios de la continuidad política, cómo gobiernos de distintos signos pueden tener trazos gruesos similares y eso permite que el país crezca de una manera insólita.
Y coherente.
En Brasil me impresionó mucho, también, el tema del narcotráfico, cómo hay zonas literalmente tomadas por el narcotráfico, estados dentro del Estado. Y en el caso de Rusia, ese país es una exageración. Los tipos que manejaban las empresas del Estado durante el comunismo se quedaron con ellas a los tiros. Entonces hay millonarios de miles de millones que no tenían nada antes y que ahora tienen un capitalismo también muy agresivo, muy de hampa.
GALERÍA DE IMPOSIBLES
Una ciudad.
José Ignacio, en las afueras de Punta del Este. Ahí tengo una casa en un lugar que tiene un faro. Es una ciudad donde vive poquita gente.
Un miedo persistente.
Un montón de miedos, no veo películas de terror, le tengo miedo a la oscuridad, tengo miedo a fracasar pero me sobrepongo a ese miedo.
Un libro que te robarías cien veces.
Hay muchos, pero me imagino que sería algún libro de poesía.
Una película.
Un montón, qué sé yo, las clásicas, Casablanca, Amarcord.
Un error recurrente.
Ser impulsivo. Pero qué sé yo si es un error o una ventaja, a estas alturas creo que es una característica inevitable.
Un paisaje que tengas tatuado en los ojos.
Buenos Aires.
Un periodista latinoamericano.
Rodolfo Walsh.
Una canción.
Más que una canción te diría las Variaciones Goldberg, de Bach.
Una muerte.
La muerte de mis padres.
Un pequeño crimen que seas capaz de confesar.
He cometido varios: contrabando, drogas… (Risas) Pero sacando esos, en general he cometido crímenes contra mí mismo, no contra los demás. Una vez cuando era chico me robé un libro y fui y lo devolví, no soporté la conciencia.
Un mandamiento personal.
Tratar de no traicionarme.
Una época del mundo en la que te hubiera gustado vivir.
Yo escribí un libro, Historia de Teller, una novela que transcurre en Venecia, y tuve la suerte de irme dos veces a escribir a esa ciudad maravillosa. Y ahí descubrí el Renacimiento. Fue increíble. Pero no me imagino ahí, yo me imagino acá en estos tachos de basura en los que vivo. Me imagino en Sao Paolo, en Buenos Aires, en Nueva York, me imagino ahora, no me puedo imaginar en otro momento.
Una comida.
En general me gusta comer pescado; si está bien hecho, me gusta.
Una travesura personal.
¡Qué sé yo, debe haber un montón!
Haces muchas en tus programas de televisión, ¿no?
Sí claro, esas cosas ante las que decís: Dios santo, no me voy a animar a hacer esto, y después lo hacés.
¿Un argentino memorable?
Julio Cortázar.
Una obra de Jorge Lanata que rescatarías del olvido: un reportaje, un periódico, una revista, un editorial, un libro.
Algunos momentos de Página/12, porque la renovación de la forma es infinita y se puede hacer sin afectar el contenido. Vos podés ser creativo y ser serio a la vez. Yo rescataría eso. Después el clima de algunos cuentos que escribí, la construcción del clima de un cuento que se llama “Veinte minutos”, algunas cosas que escribí sueltas.
Un jamás.
Te diría que jamás dejar de sintonizarme conmigo mismo, jamás tratar de ser otro.
Una frase que se parezca a lo que piensas del periodismo.
El periodismo es tener buenas dudas, buenas preguntas. Yo soy de la parte de la humanidad que no tiene respuestas; respuestas tienen los políticos y los religiosos. Yo tengo preguntas. Preguntar es desobedecer, es una buena actitud de vida porque vos estás cuestionando el objeto, vos estás diciendo: no te creo, ¿es así como vos me decís? ¿Es lo que me contás? A mí me parece que es una manera de ejercer la inteligencia crítica. Y creo que el periodismo es eso.
Qué poco sentido crítico que tiene el entrevistador… Acepta las respuestas de Lanata sin ningún cuestionamiento: ¿por qué alguien supuestamente anárquico y libertario trabaja para el emporio de medios que es Clarín? Un monopolio que se benefició con el golpe militar de manera ilegal? Y no hay una contradicción en ello? Y este es el mismo Lanata que en los 90’s analizara brillantemente la corporación mediática Clarín exigiendo leyes que terminaran con ella. Qué pasó con Lanata que ahora no menciona el tema? Otro de los medios en los que gustosamente colabora es el ultra-conservador La Nación -del cual el Comercio de Quito publica numerosos artículos anti-kirchneristas que brillan por la falta de análisis y el comentario barato. El rol del intelectual es analizar, criticar, no ser conformista, pero usando la misma vara con TODOS. ¿Desde cuándo la complacencia con las corporaciones es aceptable y loable? Es una bajeza, y los que la cometen no tienen autoridad moral para criticar a los ‘oficialistas’. Son iguales, incluso peores porque hoy -gracias a la amnesia de los principios anticorporativos y antiimperialstas y con el aura de ‘progresistas’- consiguen jugosos contratos con las grandes corporaciones mediáticas que reproducen sus diatribas contra gobiernos reformistas. Igual sucedió con Caparrós, cuyas notas seudo ‘rebeldes’ para el gran monopolio mediático español del diario El País critican la estatización del 51% de la empresa argentina YPF. Cómo se pueden llamar ‘izquierdista’ quienes eligen no ver las injusticias económicas y sociales causadas por los dueños del poder económico y mediático? Los que admirábamos a los lanata, a los caparrós de antaño, no podemos aceptarles este nuevo rol de escribas de las corporaciones.