13-09-17
Yo creo que basta echar un vistazo sobre el universo para advertir que, ciertamente, no reina la justicia.
Jorge Luis Borges
Todos los seres humanos debemos comer para vivir, cada uno de los alimentos que se ingieren a nivel mundial provienen de la tierra, por esta razón el acceso a la tierra siempre será un problema vigente, no solo para los debates académicos o para la vida de los campesinos, sino para la población de todo el planeta como consumidores de alimentos.
La tierra en el sur global ha permanecido atado a una agricultura capitalista depredadora, sedienta de agroquímicos, concentradora de gigantescas extensiones de tierra, promotoras de monocultivos con semillas transgénicas y controlada por pocas pero poderosas corporaciones trasnacionales.
Quien controla la tierra controla la producción de alimentos y por ende controla la vida. Los estudios rurales críticos de Blanca Rubio, Liisa North, Cristóbal Kay, Víctor Breton entre otros, nos demuestran que las tierras más fértiles del continente son controladas por el agro negocio. Si recorremos el paisaje rural latinoamericano podemos ver que el suelo es utilizado para la producción de monocultivos, desde México hasta Argentina los productos son similares, soya, canola, caña, banano, café, maíz, palma, teca, balsa, etc. Miles de hectáreas del mismo cultivo, el uso del suelo en Latinoamérica es principalmente para la agricultura industrial capitalista, los mercados internacionales, la especulación financiera, los biocombustibles, el alimento para animales o para el turismo de “cinco estrellas”.
La tierra en la región se inclina según la voluntad de actores extraterritoriales: que son grupos, empresas u organizaciones que no son endógenos al espacio geográfico[1] pero que, sin embargo, tienen la capacidad de proyectar sobre él una dirección política, productiva o económica. Este uso del suelo tiene como actores no a los campesinos sino a las grandes agroempresas multinacionales, que son los agentes económicos cruciales del capitalismo global, la biotecnología y la producción transgénica.[2] El acaparamiento de tierras explota en el 2008 con el auge de la crisis alimentaria global, periodo que fortalece una nueva fase productiva donde el uso del suelo pasa a ser parte de la agricultura industrial, las agroindustrias, industrias alimentarias, distribuidoras y comercializadoras de productos agropecuarios. No es un azar que los grupos económicos mundiales que más se han fortalecido son los que comercializan semillas, agroquímicos o supermercados[3].
La consecuencia de esta tendencia provoca el desplazamiento de campesinos, pueblos ancestrales; y, fortalece la acumulación por despojo. Esta realidad cambia notablemente la estructura agraria mundial y niega la posibilidad de impulsar reformas agrarias en beneficio de los campesinos. El resultado de esta política es una polarización, entre la agricultura campesina y aquellos productores agrícolas capitalistas con acceso a las inversiones y los conocimientos para entrar en los nuevos mercados de exportación, con nuevos productos como el brócoli, hortalizas, frutas, flores entre otros.
La presencia de China en el uso del suelo en el continente, es evidente, sin embargo también existen grandes compañías norteamericanas y latinoamericanas de origen argentino, o brasileño que invierten en la producción a gran escala de soja, pastos o ganadería. Los estudios de Víctor Breton nos dicen que Paraguay, por ejemplo, es el caso más dramático. En este país, casi dos tercios de toda la producción de soja son controlados por capitales, inversionistas, terratenientes, de origen brasileño y argentino. El uso del suelo entonces es un problema de soberanía nacional, los gobiernos latinoamericanos deben decidir si destinan sus tierras a la producción de alimentos para sus ciudadanos o destinan la tierra para monocultivos de exportación.
Empresarios como George Soros de origen norteamericano usan el suelo para producir soja y pastos para el ganado, él es dueño de 400.000 hectáreas en la Pampa argentina y posee más de 160.000 cabezas de ganado. En suma, los grandes inversionistas internacionales han posicionado a la tierra como una nueva fuente de acumulación de capital y de resguardo de los mismos, la inversión más rentable de hoy día es la tierra.
Este modelo es parte de un proceso de expansión y reestructuración de los agronegocios a nivel global, la integración industrial, la emergencia de nuevos actores, los flujos crecientes de capital Sur-Sur y la profundización de la financiarización de la agricultura. François Houtart nos decía que, este uso del suelo se desarrolló en América desde principios del siglo XIX, “el capitalismo agrario ha tenido como base el modo de producción agrario exportador. Hoy en día, en todos los continentes conocemos la penetración del capitalismo agrario, principalmente en nuestros países”. Los campesinos ya no tienen tierra ni en las uñas, ahora venden su fuerza de trabajo en agro empresas de rosas, brócoli, palmicultoras bajo la llamada agricultura de contrato y migran a las ciudades para engordar los cordones de pobreza urbana.
El modelo de desarrollo rural hegemónico es fomentado y controlado por empresas transnacionales que legitiman y promueven distintos flujos económicos, especulan en los mercados y bolsas de valores internacionales con los precios de estas materias primas. Intentan cubrir sus huellas con lo que llaman “política de responsabilidad social” que lo único que logra hacer es cooptar, promover clientelas y someter a los gobiernos y a ciertas organizaciones, si hay algo que los gobiernos llamados progresistas profundizaron con mucha fuerza fue la reprimarización exportadora, basta ver su políticas agrarias para saber que todos, Correa, Lula, Morales, Kirchner, etc. Se subieron al tren de los monocultivos de exportación. El Ecuador continúa en esta dinámica ahora con el slogan “Minga Agraria”, antes fue “Cambio de Matriz Productiva”[4].
Estas políticas no son recientes, los gobiernos heredaron las políticas que se fueron consolidando desde los 60’s con el paradigma de la economía verde, esta tesis se profundizo en los 90’s con las medidas neoliberales, las corporaciones en alianzas con los gobiernos que impulsaron esta propuesta hoy cosechan:
- Acaparamiento de grandes extensiones de tierra
- Siembra de un mismo producto (monocultivo)
- Utilización masiva de agroquímicos y consumo de agua
- Mercantilización de productos agrícolas (mercados internacionales y bolsas de valores)
- Despojo y acumulación de capitales
- Contaminación ambiental
- Deterioro en la salud de trabajadores agrícolas y consumidores urbanos
En el cono sur, en esta década, todos los gobiernos, ya fuesen progresistas o no, se subieron al tren de los commodities[5]. La justificación para tomar esta vía fue la del crecimiento económico, reducción de pobreza etc. Sin embargo vemos que no fue una salida en verdad satisfactoria. Si bien los gobiernos pudieron captar una mayor porción de los excedentes de estos rubros para dedicarlos a la inversión social, a contracara, los efectos de las políticas públicas expandieron las fronteras agrarias, redujeron la cantidad de tierras arables, nos alejaron de la soberanía alimentaria y agudizaron la dependencia respecto de los mercados internacionales.
Los gobiernos de turno NO están dispuestos a cambiar el uso del suelo y pasar a una agricultura de la vida que sea sustentable, solidaria, segura y soberana como nos dice Jaime Breilh. La fuerza del cambio surge hoy de los sectores subalternos, campesinos, indígenas, consumidores concientizados, intelectuales y todos aquellos que luchamos por la defensa de los territorios a través de la movilización y unidad de las comunidades victimizadas, hacia la articulación con los movimientos sociales. Esta alianza permitiría cambiar las leyes e instituciones que hoy defienden el modelo agrario hegemónico.
La agenda a seguir debe contemplar el resguardo de los territorios, las prácticas agroecológicas, y la lucha contra el extractivismo y los megaproyectos. Para materializar estos deseos es urgente fortalecer a las organizaciones, proponer leyes en favor del medio ambiente y movilizarnos para hacerlas cumplir. Generar políticas de apoyo a la agricultura familiar campesina. Solo con la lucha, la movilización y la propuesta podremos enfrentar el poder de las grandes empresas transnacionales.
Superar la pobreza en el campo implicar terminar con la deuda agraria, acaparamiento de tierra, agua, ausencia de apoyo técnico, falta de comercialización, escasos servicios de apoyo a la producción, entre otros. En América Latina en general – y en particular en Ecuador – los sectores rurales han sido y son marginados por el sistema. Si los gobiernos no cumplen con la deuda agraria, los campesinos desaparecerán, dejando la producción de alimentos en manos de las corporaciones, con todas las implicaciones socio-ambientales que ello implica.
Mantener el modelo actual es acabar con los suelos, destruir la salud de los trabajadores agrícolas y de los consumidores, descampenisar las zonas rurales, ampliar los cordones de pobreza urbana producto de la migración campo-ciudad. Si persiste el statu quo acabaremos con la vida como la conocemos, las empresas serán dueñas “hasta del aire que respiramos”, crecerá la pobreza y el modelo agroexportador se fortalecerá a tal punto que será imparable. Por todas las razones expuestas, ¡este modelo a largo plazo es insostenible!
La agricultura de la vida, en cambio promueve la diversificación, sin agroquímicos, generadora de empleo; es el camino idóneo para la producción de alimentos sanos y culturalmente apropiados. Promueve la relación directa entre productor y consumidor, en ferias barriales, encuentros locales de agroecología, turismo comunitario etc. De esta manera se puede llegar a tener una sociedad más equitativa y con impactos positivos en el medio ambiente, la salud y la solidaridad en la comunidad.
Finalmente, es sensato decir que el acceso a la tierra, acompañado de educación y mejores condiciones de salud, acceso a mercados y una relación directa entre productores y consumidores es capaz de contribuir de modo sustantivo a disminuir la pobreza rural y desarrollar el campo desde otra perspectiva socio-cultural. Para esto es indispensable la unidad de acción entre academia, movimiento campesino-indígena, ambientalistas y consumidores urbanos y todos los que queremos un mundo mejor.
* politólogo por la universidad central del ecuador, especialista superior en cambio climático de la universidad andina simón bolívar, magister en estudios latinoamericanos con mención en relaciones internacionales. doctorando (ph.d) en estudios latinoamericanos en la UASB. Actualmente es el coordinador del taller de estudios rurales de la Universidad Andina Simón Bolívar Sede- Ecuador. Autor del libro los grupos económicos en el ecuador.
[1] ospina & hollenstein, edit. jamás tan cerca arremetió lo lejos. quito: universidad andina simón bolívar, 2012.
[2] Otero. el régimen alimentario neoliberal y su crisis: estado, agroempresas multinacionales y biotecnología. antípoda, nº 17 julio – diciembre 2013.
[3] Para una lectura sobre el caso ecuatoriano ver: Acumulación en la Revolución Ciudadana: grupos económicos y concentración de mercado en el sector agropecuario. De Jonathan Báez.
[4] Para una lectura profunda ver: ¿qué lugar ocupan el campesinado y la soberanía alimentaria en la gran minga agropecuaria? Del Investigador agrario Esteban Daza y el “paquetazo agrario”: claves para entender la política agraria en el ecuador del director del IEE Stalin Herrera.
[5] productos primarios que son vendidos en mercados internacionales, sirven para especular en las bolsas de valores, pueden ser minerales, petróleo o producción agrícola como: maíz (etanol), soja (mayormente transgénica, sobre todo en bolivia, paraguay, argentina y brasil), palma africana, canola, caña de azúcar, brócoli, etc. estos productos pueden ser vendidos tanto como alimento humano cuanto animal (comida de reses, pollos, puercos) o como insumos para biocombustibles.