Gabriel Páez Hernández se apasiona al hablar y ríe con frecuencia. Tiene muy buenos motivos para hacerlo: el filme Sacachún (2018), proyecto que abarcó ocho años de su vida y la de su compañera Isabel Rodas, acaba de ser distinguido como el Mejor Largometraje Documental en el Festival Internacional de Cine de América en Hidalgo, México (FICAH). Un logro que, tomando en cuenta la actualidad de la industria cinematográfica ecuatoriana, cayó como una lluvia fresca en medio de una cruda sequía.
“Más que un premio que nos ilumine el ego, lo sentimos como un reconocimiento a la perseverancia, al aprendizaje, a la entrega, a la posibilidad de trabajar en equipo y a nuestra responsabilidad como comunicadores de una historia por medio de la veracidad y la sensibilidad”, reflexiona Páez, dando pie a la charla con La Línea de Fuego, en la que el documental y el galardón obtenido sirvieron como disparadores de muchas otras cuestiones.
Un acercamiento humano
A través de una mirada comprensiva y tierna, Sacachún acompaña a los ancianos habitantes de ese diminuto caserío de la provincia de Santa Elena, en el que no ha llovido durante décadas. La parsimoniosa existencia de los personajes solo parece agitarse al relatar la lucha para recuperar el monolito ancestral de San Biritute, trasladado sin consulta por las autoridades a un museo en Guayaquil. La sed de agua y de reparación histórica se entrelazan, en la narración, con la fe y la religiosidad popular.
Gabriel.- ¿Cómo supieron de esta historia?
La verdad es que nos cayó del cielo, porque tampoco la estábamos buscando. Mientras hacíamos gestiones para coordinar la producción de nuestra primera película de ficción, Santa Elena en Bus (2012), me dio curiosidad la conversación de dos hombres que estaban cerca. Sus comentarios tenían un tono burlón, como los típicos chistes machistas de nuestra tierra. Por su intermedio supe que existía un pueblito llamado Sacachún, en el que solo vivían viejitos, donde tenían una figura de piedra con forma de pene erecto, que ellos creían que hacía llover. Aquello activó mi instinto y enseguida decidimos con Isabel ir a conocer el lugar, sin cámaras, solo para saber qué había detrás de todo esto.
¿Cuál fue su primera impresión en esa visita?
Nos encontramos un pueblo maravilloso, como salido de algún cuento de García Márquez; y con la humanidad de Arcadio, el panadero, que fue el primero que nos recibió, nos invitó a un pancito y nos empezó a contar su versión casi sin preguntarle nada. Como si la tuviera atragantada y necesitara gritarle al mundo lo que les había pasado. Supimos inmediatamente que ahí había una película. Pero como además era una historia contada por adultos mayores, también supimos que no teníamos mucho tiempo, debíamos apurarnos para que no se perdiera.
¿Qué otras dificultades encontraron cuando quisieron iniciar el rodaje en el lugar?
Un problema que aumentaba la desconfianza de los comuneros, es que la prensa local se había encargado de hablar del tema desde la misma burla que yo escuché la primera vez, entonces los sacachuneños le tenían un poco de fobia a las cámaras y a los periodistas… porque eran tildados constantemente de “herejes”. Nos costó cerca de cuatro años conseguir la proximidad que se siente con los personajes en la película.
Otro tema complejo fue lograr que las mujeres nos dieran su testimonio, porque ellas solo me hablaban cuando apagaba la cámara. Ahí fue cuando Isabel tomó mayor protagonismo como directora, y se enfrentó a esta necesidad de abrir la ventana a la voz de las mujeres. Fue muy lindo cuando sucedió eso, porque finalmente tuvimos la posibilidad de entrarle a la historia desde otra perspectiva, desde otras voces e incluso desde otras formas de entender el cuento.
Y también se nos hizo difícil decidir, ya en la mesa de edición, no incorporar elementos ajenos a la voz del pueblo, fuera de los registros en el museo. Es decir, teníamos mucho material de la pugna política para recuperar a San Biritute, testimonios de antropólogos, historiadores, museógrafos… Pero sentimos que las voces académicas podían entorpecer ese relato tan bello de los abuelos, nacido de la tradición oral, y lo que preferimos fue darle más valor a este aspecto.
¿Cómo y por qué decidieron incorporar la mirada de Justin, el único niño del poblado, dentro del documental?
Eso fue muy loco, porque como trabajamos sin guión preestablecido, al principio nosotros forzamos inconscientemente las cosas para hacer que se sienta aún más la ausencia de los jóvenes. Suena algo morboso, como si pensaras más como un director que como un ser humano (risas). Pero Justin empezó a aparecer en los encuadres “sin querer queriendo”: tú ponías la cámara para grabar a una vaca, sola y flaca, y de repente asomaba el pequeño a jugar con ella. Entonces tomé la decisión de no cortar y empezar a seguirlo, sin saber mucho a dónde me iba a llevar eso; pero encontramos la belleza de esa esperanza implícita en la niñez y más aun en un contexto como el de Sacachún. Creo que sin ese regalo que fue Justin, el documental no tendría la fuerza que tiene.
Del reconocimiento y la adversidad…
Luego de su estreno en 2018, en una sala de Santa Elena abarrotada por los comuneros de Sacachún y sus familias, el primer documental realizado por Rodas y Páez (responsables de la productora independiente FILMARTE, junto a Carolina Rodas) inició el ciclo de participación en festivales nacionales e internacionales, que no concluye con su reciente coronación en México. Pero que se ve afectado por las duras condiciones que enfrenta el sector en nuestro país.
¿Qué importancia simbólica y práctica tiene un premio de estas características para ustedes?
En términos prácticos, representa la posibilidad de exponer la película. Porque nosotros teníamos planificada para este año una estrategia con nuestros distribuidores a nivel nacional e internacional, en salas, que comenzaba en abril pasado. Claro, luego llegó la covid-19 y todo eso se fue al demonio (risas). Pero ahora, con la repercusión mediática del premio, tenemos la posibilidad de que la gente se entere de que esta película existe y que tiene un valor agregado al ser reconocida a escala internacional; y también se abre una nueva posibilidad gracias a la visualización en línea, en plataformas como Choloflix –que ha ganado mucha fuerza durante la pandemia- o Mowies. El premio nos da la posibilidad concreta de realizar una distribución internacional real, para generar una ganancia, que luego veremos si es mucha o poca.
Y dentro de lo simbólico creo que es importante, en un momento tan duro para la producción independiente de cine en el Ecuador y en el mundo, que se realicen festivales a nivel virtual, para que los productos circulen y la industria continúe de alguna manera. Si hablamos de América Latina, tenemos una crisis muy grave de circulación de contenidos: acá no se ve nunca una película chilena, o un documental brasileño, a menos que hayan ganado un Oscar, por ejemplo. Entonces, estos premios –que la mayoría de las veces no entregan dinero en efectivo- permiten visibilizar nuestro trabajo y nuestra cultura en otros lugares, y brindan oportunidades para lograr que sea sostenible esta forma de vida que es hacer cine.
¿Cuáles son los planes para Sacachún en el futuro inmediato?
Nos queda todavía el segundo año de gira de festivales y de distribución, pero ese mundo es muy desgastante, si uno no tiene los contactos o la experiencia necesarios… Además hay una inversión importante que hacer, porque cada festival te pide entre 10 y 100 dólares, y tienes que aplicar a 100 si quieres que te seleccionen en dos; es un recurso bastante importante que se nos complica. Por ahora, vamos a tratar de darle fuerza a lo que viene este mes, el Festival de Cine de las Alturas en Jujuy, Argentina, donde tenemos una selección oficial en competencia. También estamos esperando la confirmación de algunos otros festivales en Uruguay, en México, y todavía nos queda un territorio gigante por avanzar que es Europa y Asia.
¿Cómo afecta a las proyecciones del sector cinematográfico ecuatoriano la fusión por decreto del ICCA y el Ifaic, que fue tan cuestionada?
Obviamente todos en el medio estamos muy preocupados, en especial por la inestabilidad que genera. Más allá de que parezca beneficioso para la gente que pertenece a las otras ramas de la gestión o de la producción cultural, porque el Ifaic era uno de los peores institutos del Estado. Pero no se agotaron todas las instancias previas a la fusión, ni hubo un debido proceso técnico de investigación o de justificación que la avale. Y lo peor es que, por mejores intenciones que tuviesen, las elecciones del año que viene pueden cambiar todo de nuevo.
Además esto se da en un momento crítico para el país y para el mundo. Y es preocupante porque las nuevas generaciones –hablando del cine ecuatoriano exclusivamente-, que venían con un impulso muy fuerte, se encuentran con un escenario complejo para su desarrollo laboral. Porque por último, si uno lleva 15 años en esto como es mi caso, puede inventarse alguna salida. Pero si estás empezando y te meten el pie de entrada, levantarte va a ser un poco más difícil.
¿Qué alternativas o propuestas han surgido desde los colectivos de realizadores, productores y gestores para superar esta situación?
Yo soy parte de la directiva de Copae (Corporación de Productores y Promotores Audiovisuales del Ecuador), y desde allí hemos vislumbrado la necesidad de sentarnos a dialogar, de escuchar y de opinar. De levantar una voz fuerte y unificada. Claro que hay que protestar –porque esto es una bofetada a la gestión cultural, que nos afecta desde el quehacer y también desde el sentir, desde lo psicológico-, pero no podemos quedarnos solo en eso.
Es importante que nos demos cuenta cuál es nuestro papel en este tema, cómo debemos asumir nuestra participación ciudadana, nuestra posibilidad de hacer política pública, para manifestarnos hacia la creación del mejor escenario posible. Creo que debemos estar atentos y participar activamente en los procesos de agremiación. Pero ese es otro de los males que deja todo esto: el sector que desde hace años venía acercándose, construyendo y hablando en términos similares, se dividió de nuevo para mal. Y lastimosamente, ahora el responsable de llevar la fusión adelante, abandona el cargo y se lanza a presidente –en referencia al ministro de Cultura y Patrimonio, Juan Fernando Velasco–, dejándonos en nada. Entonces, no podemos permitir que se nos quite lo conseguido. Más que nunca, las nuevas generaciones del cine tenemos un compromiso con quienes lucharon antes que nosotros.
El valor y el costo
“Parte de la profesión del cineasta es dedicarse, en un 80% del tiempo, a buscar recursos para financiar sus proyectos”, admite Páez. En el caso de Sacachún, el realizador estima un costo aproximado de 200.000 dólares, de los cuales solo unos 40.000 llegaron a través de los fondos de fomento públicos. “Otros espacios de gestión cultural, como la responsabilidad de la empresa privada, en Ecuador están muy poco explotados o trabajados; recién este año se presentó una reglamentación sobre el tema. Por suerte, desde sus primeras etapas, este proyecto tuvo muy buena acogida en espacios internacionales, que no nos dieron mucho dinero pero sí nos permitieron viajar y conseguir avales para aplicar a otros fondos”, explica.
Más reconocimientos para Sacachún
A última hora de ayer, sábado 19 de septiembre, las autoridades del Festival de Cine de las Alturas (Jujuy, Argentina) anunciaron que Sacachún mereció dos nuevos premios en su competencia oficial, en las categorías de Mejor Montaje Documental y Mejor Largometraje Documental. La buena noticia para los realizadores es también una oportunidad para el público: quienes todavía no hayan visto esta notable producción galardonada en México y Argentina, podrán disfrutarla GRATIS este domingo 20 de septiembre, con solo registrarse en la web oficial del evento.
*Jorge Basilago, periodista y escritor. Ha publicado en varios medios del Ecuador y la región. Coautor de los libros “A la orilla del silencio (Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos-2015)” y “Grillo constante (Historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti-2018)”.
Fotografías: Cortesía FILMARTE y capturas de las páginas web de los festivales mencionados en el artículo.