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martes, noviembre 5, 2024

SANTOS: LA GUERRA COMO ‘CONTINUUM’

SANTOS: LA GUERRA COMO ‘CONTINUUM’

Le Monde Diplomatique. Edición Colombiana

Por: Carlos Gutiérrez , editor desdeabajo http://www.desdeabajo.info

 Aprendió y repite sin pausa en todos sus discursos. “Resultados todos los días, resultados en los diferentes frentes, creo que nos van a llevar finalmente a la paz” […] Por el momento, lo que hay que hacer es obtener resultados en el frente militar” (1). Si en algo hay continuidad entre el gobierno que encabeza Juan Manuel Santos y el de su antecesor Álvaro Uribe es en “la guerra como estrategia de paz”. Sus reiteraciones en tal dirección permiten afirmarlo.

La continuidad es, sin duda, fruto de una valoración militar (la maniobra forzada y en defensiva de repliegue insurgente, con pérdida y retraso de sus tránsitos urbano y suburbano que exhibió la guerrilla, no significa su derrota y aún, sin las transformaciones políticas del país, permite valorarla como factor político de potencial peligro y traba para la relegitimación del régimen, un margen que con relevo de mandos (2) la ‘inmuniza’ ante propuestas de desarme y rendición) que evidencia otra vez cómo en asuntos de gobierno, más que oír e incluir a todos, pesan las decisiones de poder –económico y militar– tradicional y establecido. Para nuestro caso:

Son las conclusiones emanadas del alto mando y sus ‘asesores’ internacionales y del entorno agroparamilitar industrial: ¡Guerra como camino a la reconciliación nacional!

Se trata de un camino, una conseja y una consigna que, con absolución y exclusión de toda responsabilidad del Estado y su carácter excluyente, no exploran y niegan la opción de una posible fórmula o compás de cese de fuegos, mientras la insurgencia no evidencie hechos de paz y hasta tanto no haya –con el uso gubernamental de una cortina: “[…] cese de la violencia, la renuncia a la utilización de cualquier vía armada, la liberación de los secuestrados […]” (3). Son exigencias útiles para no variar la política oficial y profundizar el rebufe de la guerra.

En ofensiva, ahora es el Gobierno quien da las ‘bienvenidas’

En un segundo anuncio, luego que el presidente Uribe advirtió dos semanas antes del 7 de agosto que “los colombianos tendríamos una noticia”, el 11 de septiembre el presidente Santos anunció en Montería la bienvenida que darían a las farc. Doce días después cayó en su campamento, por efecto de un ataque aéreo con bombas de precisión, el Mono Jojoy, blanco de una operación de larga preparación y varias veces abortada.

El hecho llevó a Santos a decir que “[…] cuando dijimos espérense a la bienvenida de este Gobierno, no nos referíamos sólo al Mono Jojoy sino también a la operación contra el Mono Jojoy y a muchas otras”. Como confirmación, el 20 de noviembre hubo otro ataque desde el aire, esta vez contra Fabián Ramírez, miembro del estado mayor de las farc, que, en combinación con un comando especial de infantería, copó su campamento, sin que hasta el momento haya un resultado final del bombardeo. Evidente: la ofensiva oficial no es casual. Su política de reacomodo institucional y contra algunos efectos de la paramilitarización anterior, requiere lograr un rápido desenlace con la subversión.

En ese propósito, los ataques contra la guerrilla continúan una línea operativa que empezó el 1º de marzo de 2008. Ese día, en una acción de cohetería teledirigida sobre un campamento de Raúl Reyes, dieron muerte al tercer hombre en mando –además, responsable diplomático– de la organización alzada. Tal vez, resultado acumulado de la aplicación del ‘plan Colombia’, que multiplicó y legalizó la presencia de efectivos y tecnología del ejército de los Estados Unidos y de otros gobiernos en nuestro país.

Sin duda, estos hechos –en fila con a la muerte natural de Manuel Marulanda (marzo 26 de 2008), mando histórico de esta guerrilla, así como al asesinato de Iván Ríos por efecto de una traición (marzo 7 de 2008), y la de Martín Caballero (octubre 25 de 2007) por un ataque aéreo– muestran claramente que la guerrilla de mayor ancestro campesino perdió el control de los secretos para sobrevivir, reponerse y crecer al ritmo necesario de cierto protagonismo nacional. Es deducible que los varios golpes infligidos al Secretariado tienen el propósito oficial e internacional de romper la línea de mando y producir las desbandabas de la oficialidad media y de la tropa.

Inflexión de la acumulación guerrillera

Además de su vanguardismo, y de una práctica reiterada de abuso e imposición del ‘poder armado’ en sus periferias y su avance, con sustento en la ‘masificación’ y por tanto despolitización del reclutamiento, si algo caracterizaba a las farc era la continuidad de sus mandos. En su totalidad, jefes producto y expresión del nunca resuelto problema de la tierra, clara manifestación y testimonio de una guerra campesina que alcanzó solidaridad urbana, estudiantil, obrera, de una amplia intelectualidad; formados en largos años de vida guerrillera, procedentes de la ciudad o hijos del campo, todos reflejaban con disciplina la doctrina y el “plan estratégico” de la organización. Esa constante les permitía exteriorizar una línea de mando que, así no convenza o no se comparta, generaba respeto en su proceder.

Era esa línea, típica de una estructura militar, de ejército –no de organización político-militar, como caracterizó a otras experiencias guerrilleras en Colombia–, el factor que les garantizó a las farc la prolongación de su origen y el extender su influencia a nuevas zonas rurales con intención de copar las alturas de la Cordillera Oriental y cercar la capital del país, así como concentrar fuerzas móviles, dar continuidad a planes y cursos de formación, y reponer con celeridad las bajas que le infligía el ejército, sin afectar su capacidad de reproducción y ataque.

Asimismo, el área grande de ‘retaguardia estratégica’, y las de movimiento y retaguardia de los miembros del Secretariado, así como su plan de protección y apoyo en el amplio e intrincado centro-oriente-sur del país, con llano y selva y el alto tramo de la Cordillera Oriental –que por el dispositivo ejército-policía-paramilitares no consiguió articular con el Bloque del Magdalena Medio–, eran uno de sus secretos fundamentales. Precisamente, tras ocho años, con ‘paciencia’ en el acopio de inteligencia de combate, con la absoluta superioridad y el dominio aéreo, y de su sorpresa en el ataque y bombardeo, pero, sobre todo, penetrando sus comunicaciones, el ejército oficial decidió concentrar y preparar sus operaciones sobre el máximo organismo de mando. Al parecer, puso en práctica el consejo de Sun Tzu: “Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo: si tuvieras que librar cien guerras, serás cien veces victorioso” (4).

Además de la ‘infiltración’ en los perímetros de cada uno de los frentes, de fácil alcance en sectores de población que sobreviven con el raspe y la oferta de dinero del mercado mundial ‘oficial’ y paramilitar de la “pasta de coca”, otra novedad les permitió a las fuerzas oficiales avanzar en sus planes: la tecnología y su progreso de senso-localización en tiempo real.

Todo indica que los rastreos satelitales, con apoyo del ejército de los Estados Unidos, y la grabación con instrumentos de vuelo sin piloto de tecnología israelí, inglesa y alemana y sus organismos secretos, la siembra aérea y terrestre de sensores facilitó averiguar con precisión las comunicaciones y la movilidad fariana, e identificar de modo más preciso las zonas del traslado y la concentración de sus tropas y sus mandos.

El primer efecto de esta ventaja oficial fue obligar al desdoblamiento de las fuerzas guerrilleras, y de este modo poner a menos su concentración de tropa, tanto como el conocimiento, el hostigamiento y la posible operación sobre los puntos avanzados del ejército. Así, la guerrilla perdió la ventaja táctica y de combate –nunca estratégica– que acumuló en los años 90 del siglo XX. Esa misma ventaja llevó o forzó a las tropas guerrilleras a una dualidad máxima: obligar a la movilidad extrema de sus mandos o, por el contrario, a su asentamiento en territorios donde garantizaba un total control. En cualquier caso, perdía su avance operacional que ganó en la década anterior.

Paralelo con la actividad de inteligencia moderna, y de comprar, recibir y garantizar la protección en tierra de las aeronaves y el equipamiento para el control y la superioridad aérea y para acelerar su velocidad de reacción y el traslado de soldados que procuró el ‘plan Colombia’, las Fuerzas Armadas desplegaron otras acciones y maniobras para atacar de diversa manera la estructura de las farc:

  • La ofensiva paramilitar para el ataque de sus supuestas bases de apoyo rurales y su línea financiera, y la persecución y el exterminio de los apoyos y redes urbanas.
  • La ‘guerra política’ (facilitada por la prolongación del cautiverio de militares rehenes y civiles secuestrados), que minó su discurso político con el cerco ideológico y político a sus bases de apoyo, con efectos incluso sobre parte de la oficialidad media con mando en territorios en disputa y de poner en riesgo la disciplina interna (casos Iván Ríos, Karina).

 

De esta manera, una vez rotos los diálogos del Caguán y tras un notable incremento de la tropa –sin reparo en su estricta formación política e ideológica–, las farc comenzaron a sufrir el lento pero persistente desmorone en varias de sus estructuras: Cundinamarca, Caldas, Magdalena Medio, Antioquia, Costa Atlántica. A la vez, con una reingeniería en las Fuerzas Armadas, el incremento de su tropa y el presupuesto anual, amén de su nueva relación en número y modernización del ‘combate aéreo’, desaparecen las concentraciones o ‘cuerpos de ejército’ rebeldes, con repliegue de otras de sus estructuras –sanidad, logística, inteligencia, etcétera; paso éste que facilita el cierre de la maniobra oficial e internacional de cerco sobre la retaguardia del ejército guerrillero, parte del cual trasladó su repliegue sobre las distintas fronteras que tiene el país. La neutralidad de los ejércitos vecinos –forzada o consciente, para salvaguardar su población de una extensión política, social y militar del conflicto colombiano– impidió el cierre de un cerco total a la insurgencia. Por supuesto, con tensión de las relaciones políticas, hasta el punto de romperlas con Ecuador y Venezuela.

Diez años de guerra y ofensiva oficiales plenas, totales. Es una hostilidad que les ha exigido a fondo a todas las armas del ejército –con perjuicio de la moral institucional y de las Fuerzas Armadas, y de la profundización democrática de la sociedad y el poder local. Además, despliega en forma total otras variables de la confrontación: la aceptación oficial ‘encubierta’ de organismos profesionales de mercenarios internacionales, la impunidad con los ejes intelectuales, financieros y de coordinación operativa del paramilitarismo; la guerra psicológica, la biológica, la política. Guerra a todo costo y sin ningún miramiento ni límite.

El narcotráfico, principal aliado del Estado en el combate contrainsurgente. Como no, es perceptible un afán por destruir el enemigo, pero no por superar las causas que le han dado combustible al conflicto que por medio siglo conmociona al país y de este modo lograr la paz. A cambio, la élite política, económica, militar, religiosa y de los medios de comunicación ‘cooptó’, admitió al gran narcotráfico-terratenientes como socio criminal para replegar a la guerrilla; ‘plan Colombia’ y recursos del narcotráfico fueron los pivotes complementarios de la estrategia militar ganadora “[…] El peso específico del Comando Sur en la definición de la orientación de los recursos […] condujo a una articulación con la Estrategia de Consolidación de Territorios concebida […] bajo su asesoría, durante  la administración Uribe Vélez […] (para) “la focalización de las zonas donde se establecen los programas, no se avienen con la presencia o no de cultivos de uso ilícito, sino esencialmente, con los ámbitos de la acción militar del Estado para el control de territorios, generalmente ricos en recursos mineros, estratégicos en la intercomunicación terrestre u óptimos en el afianzamiento de una agroindustria exportadora. Esta orientación ratifica la decisión política tomada desde 2002 y que fue planteada desde 1999, cuando en Washington se discutía la orientación del Plan Colombia, en el sentido de que más que las drogas, el problema de Colombia era el nivel de control que grupos insurgentes poseían en un alto porcentaje del territorio (Las cursivas son nuestras) (5).

Cabe entonces reconocer que los objetivos desplegados por el ejército oficial se han conseguido parcialmente. Pero aun por esta ruta, quedan años de guerra y luto. 

Una respuesta y ajuste con nuevas prácticas de acercamiento, ataque y retirada de la insurgencia al plan operativo oficial en marcha, tiene reflejo en decenas de combates con despliegue en el sur del país. Son los casos de la muerte en emboscada del teniente coronel Édgar Javier García, comandante del Batallón 27 del Ejército –la de mayor rango–; de las emboscadas en Putumayo el 21 de mayo de 2010 (19 soldados heridos y el 10 de septiembre del mismo año (8 militares muertos); en Nariño, el 10 de mayo de 2009 (7 militares muertos); en el departamento del Caquetá, el 25 de mayo de 2010 (nueve infantes de marina), o los ataques y combates diarios, librados en terrenos del departamento del Cauca, como maniobra y hostilidad insurgente para impedir el cierre de la tenaza oficial sobre sus estructuras del sur del país y sobre el Huila, donde supone el Ejército que opera Alfonso Cano, su actual comandante general.

Para el parte oficial, el enemigo está en repliegue. Han quebrado su despliegue estratégico sobre Bogotá, y su capacidad de reclutamiento y abastecimiento de armas. Han impedido –¿definitivamente?– sus provisiones de cohetería tierra-aire para neutralizar la ventaja aérea oficial. Han roto o debilitado a la guerrilla los puentes (en propósitos estratégicos) con la izquierda urbana; resquebrajan sus líneas de comunicación interna y externa, etcétera. Pero… aún existen.

Según el Presidente Santos, el plan del ejército llegó al punto de inflexión: “En las guerras, en la historia, siempre hay un punto de inflexión. Yo, deliberadamente, cuando fui Ministro de Defensa, nunca quise utilizar la expresión ‘Es el comienzo del fin’. Ni siquiera cuando le dimos a ‘Raúl Reyes’ ni con la Operación Jaque. Pero esta operación contra el ‘Mono Jojoy’, esta exitosa operación, sí es un punto de inflexión, donde creo que, con un buen margen de confianza, podemos decir que es el principio del fin de las farc” (6). “Muertos o capturados”. Igual que a Uribe, a Juan Manuel Santos le satisface la guerra como camino de paz.

¿Paz o silencio? ¿Hasta cuándo, sin solución de las causas que propiciaron la rebeldía y el levantamiento en armas de tantos miles y miles de connacionales, cuya lista nadie tiene? 

1 Juan Manuel Santos, en su alocución del 17 de agosto de 2010.

2 Variante que en su momento el M-19 tras la muerte de Jaime Bateman y las bajas de Gustavo Arias, Iván Marino Ospina, Álvaro Fayad, Carlos Jacqui, no pudo reemplazar con cuadros de Comando Superior. 

3 Juan Manuel Santos, en discurso al término de la primera reunión con los Altos Mandos de las Fuerzas Militares y de la Policía, 9 de agosto de 2010.

4 Tzu, Sun, Los trece artículos sobre el arte de la guerra, Ministerio de Defensa, España, 1998, p. 47.

5 Ver en esta edición. Vargas, Ricardo, Colombia: ¿un caso exitoso de la guerra contra las drogas?, pp. 12-13.

6 Juan Manuel Santos, palabras en La Macarena (Meta), 26 de septiembre de 2010.

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