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miércoles, diciembre 18, 2024

UNA NUEVA ESTÉTICA EN LAS LUCHAS DE IZQUIERDA: LECTURAS AUTO CRÍTICAS A NUESTRAS ACCIONES URBANAS. Por Eloy Alfaro

 

Empiezo recordando a un comando del grupo armado Alfaro Vive Carajo. Guerrilla que en uno de los peores regímenes del Ecuador inició un enfrentamiento al sistema, y a quienes lo defienden. La brutal embestida de Febres Cordero, un facho industrial guayaquileño que en ese momento era presidente de la república, descabezó al movimiento y lo diezmó, aunque su ideario de cambio se mantuvo. Finalizaba la década del 80, para el estatus quo, esto fue un triunfo, pues los poderes oligárquicos se consolidaban, sin una amenaza comunista real a la vista.

El triunfo de la derecha sobre las pretensiones revolucionarias de este colectivo social marcó una época, que además puso en evidencia la fragilidad democrática de este país, que se expresó en las siguientes décadas. Febres Cordero vivió un hecho conocido como el Taurazo, que fue una sublevación realizada por comandos de la fuerza aérea en la que capturaron al presidente de la república pidiendo la libertad de uno de sus generales leales a la tropa. Esto se dirimió a balas.

Con estos dos hechos: la presencia de un grupo guerrillero anti sistema cuyas propuestas trascendieron y las fuerzas armadas que se enfrentan a tiros buscando consolidar a un grupo oligárquico, marcaron el cierre de una época y de una visión y práctica de izquierda que buscaba la revolución.

La brutalidad del modelo neoliberal que se expresó a partir de los años 90, marcó el inicio de otro momento en la lucha de la mayoría de izquierdas, en los que la revolución ya no era un eje en la lucha. Las grandes movilizaciones sociales y los procesos de resistencia que vinieron después, se convirtieron en esfuerzos reivindicativos y no revolucionarios. En este contexto surge el indio como sujeto social. A pesar de la contundencia y fuerza del movimiento indígena, su lucha no es por la revolución, sino por existir en un Estado Nación que aún les niega como pueblo.

Haré un acercamiento a la práctica, pensamiento y forma que tomó la izquierda o izquierdas en las dos últimas décadas (90 – 2000). Desde una mirada auto crítica y prospectiva. Tomo este límite de tiempo pues el anterior fue marcado por la lucha revolucionaria. En el período en cuestión surgen otros actores de izquierda, sin embargo la mayoría conducen sus luchas desde una perspectiva de reivindicación.A continuación analizaré el rol de las izquierdas desde tres entradas analíticas.

 

  1.  

La historia del Ecuador es también la historia de las luchas sociales, que en los años 90 tienen un nivel de efervescencia mayor que en otras épocas, no solo por la gran cantidad, sino sobre todo por la diversidad de los actores que adoptan formas propias de acción y lucha en contextos compartidos de discriminación. Las formas son diversas, aunque las necesidades son las mismas o tienen un fondo común. Son los movimientos sociales, con visión reivindicativa, los protagonistas de estas dos décadas.

Todos estos procesos fueron de creatividad muy grande que ante la estética del poder de ese entonces, sirvieron para romper los cercos que se habían creado, la creatividad y la lucha en diferentes formas y escenarios hicieron que el poder fuera desbordado, y así los grupos en resistencia puedan consolidarse y extenderse. Aspectos inverosímiles fueron de gran ayuda en la generación de conciencia, los grafitis de la ciudad, el humor, la irreverencia, la multiplicidad de organizaciones, sujetos sociales organizados o no que irrumpían la cotidianidad de las luchas “formato” que mantenía la izquierda. Todo esto contribuyó de manera difícil de cuantificar, pero llenó de cualidad, diversidad y nuevos valores a la protesta. El 2005 fue el momento mayor de conciencia y confrontación, pues el desarrollo de la lucha llevó a que sectores importantes del pueblo se levantaran, sin necesidad de convocatoria o liderazgo de partido o movimiento social alguno; después empezó el declive.

Queda claro que llegamos a un nivel de lucha y resistencia tan alto, que logramos parar algunos golpes del modelo neoliberal como el rechazo al TLC, ALCA, la salida de la petrolera Oxidental, la no privatización de empresas estratégicas, el golpe a la democracia tradicional, etc. Con nuestra lucha hicimos que huyan varios presidentes, que se cierre la Corte Suprema por varios meses, que nadie crea en el Legislativo. Que se construyan dos Constituciones, entre otras cosas. También nos derrotaron.Nos funcionó lo que hacíamos y lo continuamos haciendo, lo especializamos, lo mejoramos y perfeccionamos, pero perdimos la creatividad. La matriz de acción se mantuvo, incluso las rutas para la acción eran las mismas, los cantos y consignas eran las mismas, siempre fue usada la calle principal de la ciudad que confluye en los centros de poder. Los que marchan y se movilizan eran siempre los convencidos y persuadidos. La ciudad seguía sin inmutarse mientras se realizaba la acción. Caímos en lo que Hobsbawn menciona como la geografía del poder, es decir mantuvimos las acciones entorno a donde creemos que está el poder político, pero no el financiero o el religioso.

“Las manifestaciones callejeras raras veces han apuntado directamente a ninguno de los edificios de las grandes compañías. Se necesita mucho más que la rotura de unas lunas o la ocupación de unos metros cuadrados de oficinas para perturbar la continuidad de las operaciones de una moderna petrolera… Las revoluciones nacen de situaciones políticas y no porque algunas ciudades estructuralmente aptas para la insurrección”.(2003; 316)

El Poder construye y diseña la ciudad de acuerdo a ejes o polos de atracción, nosotros jugamos en esa cancha y fuimos absorbidos. El levantamiento indígena por más fuerte que pueda ser, en lo rural, en las carreteras, si no llegaba a las puertas de Carondelet, o al parque El Arbolito, “no se sentía” en lo urbano y en el litoral ni existía. La geografía del Poder regionalizó nuestras luchas, haciéndolas localizadas y sin el eco nacional necesario para transformar una sociedad. Mientras luchábamos por llegar al Congreso o el Poder Ejecutivo, quienes detentan el Poder estaban en sus casas, muy alejados de estos centros simbólicos mirando las acciones por CNN.

Con esto perdimos la iniciativa en la lucha y permitimos que el poder conozca cómo y qué hacemos. Perdimos la posibilidad de acción en otros espacios que no sean los de la universidad, el colegio, la plaza, la carretera, la sierra. Luchar en otros escenarios no tenía sentido, pues no “llegábamos a los oídos del Poder” o no era el escenario de acción que controlábamos. Incluso protestábamos en horario de trabajo y respetando los fines de semana.Todo esto configuró una estética de la lucha desde la izquierda, y desde el Poder una estética de cómo resistirla. El Poder “nos aprendió” y luego aprehendió: conoció cómo hacíamos (por tanto como resistir aquello que hacíamos); cómo se manifestaban nuestras necesidades (cómo frenarlas y desviarlas para que no afecten el Poder real); cómo y desde dónde se construyen los discursos de cambio (para asumirlos como propios y dotarles de significaciones inofensivas); aprendió cómo se construye proceso social y redes solidarias de acción y ayuda mutua (para conducirlas a intereses propios).

El Estado no reaccionó como en otros países vecinos desapareciendo líderes y dirigentes (hubo violencia, sin duda) que siempre vino desde el Estado. Nosotros nos defendimos. El Estado reaccionó asumiendo la protesta, resistiendo, aguantando, incluso soportándola mientras no derive en cuestionar los otros poderes, que es donde se concentra el Poder real, la banca, las cámaras, los barrios exclusivos, etc. Mientras no hubiese bancos tomados o cámaras de producción apedreadas, lo demás era soportable. Con esto se absorbió a la lucha de izquierda. Incluso se recibieron a las movilizaciones que llegaban a las puertas del Congreso oCarondelet, la autoridad recibió las demandas y documentos de propuestas, después poco se hacía.El Poder entendió que era mejor responder a algunas demandas de tipo reivindicativo a fin de no ahondar contradicciones. La movilización terminaba en la entrega de la propuesta y el “compromiso” de la autoridad. En ocasiones también terminaba con bombas, gases y tanquetas. No había manifestación urbana “válida” si ésta no derivaba en confrontación.

Así había una estética de lucha de acción-reacción. El Estado y el Poder realizaba una acción y nosotros reaccionábamos en consecuencia, ellos ponían las agendas. Por ejemplo, algún gobierno planteó firmar el ALCA, otro el TLC, otro trajo la base de Manta; a todo dijimos NO. La lucha social, a pesar de la contundencia, legitimidad, pertinencia que tuviera, nunca avanzó a la construcción de aquello que soñábamos, no se concretó en comunidades libres y liberadas, en recuperación de espacios y auto defensa para una nueva sociedad. En la creación de referencias. Siempre esperamos el advenimiento de la revolución, de la explosión social para empezar la construcción de la sociedad soñada. No se logró trascender pues la visión reivindicativa de la izquierda, válida y urgente en ese entonces, no bastaba para construir un proyecto de sociedad, de mundo, de civilización diferente, que sea el orientador de las luchas y el convocante para las movilizaciones.

Esto también sucedió porque partimos de una matriz de acción y cambio mal interpretados del marxismo, así entendimos que la revolución se hace por etapas: primero se forma el partido y la estructura, se construye organización popular (con cuadros, dirigentes, líderes); luego se inician las acciones que pueden durar años; y finalmente la revolución que termina con la toma del Poder “para el pueblo”. Era un grupo (partido, movimiento, revolucionarios, etc.) los que luchaban y tomaban el Poder para el pueblo, no era el pueblo por sí y para sí quien lo hacía.

La revolución siempre fue la etapa final, no el principio del cambio y la motivante de la lucha, es decir siempre el futuro esperado quedó para ser construido después, no se lo construyó ahora, incluso la construcción de los hombres y mujeres nuevos que planteaba el Ché, quedaron para después. Mientras tanto se continuó desarrollando organización, partido, lucha en y desde el capitalismo. En este aspecto no hubo sector social que actuara de manera distinta los ecologistas, los socialistas, las mujeres, los indígenas, los marxistas leninistas, los comunistas, los rockeros y los Punk, todos actuaron bajo la misma matriz… dejo por fuera de este análisis al movimiento indígena y su lucha histórica, para otro momento, pues amerita muchas lecturas.

 

  1.  

Cuando Bern Witte (2002), en la biografía de Benjamin, cuenta como éste en sus escritos berlineses relata su juventud y observa cómo actúan los nazis, éste ve que la violencia nazi también se orienta a destruir la burguesía. La destruye no para acabarla, sino para que resurja, fuerte, nueva, moderna, más capitalista, pura, para eso la destruye, a fin de que surja acoplada al nuevo modelo de sociedad que ellos diseñan. Este análisis que hace Benjamin en sus escritos, sirve para reflexionar en nuestros días, como operan los mecanismos del sistema para sostenerse. Es decir es una ilusión que la oligarquía en nuestro país, está destruida. Más bien se podría afirmar que está en un proceso de depuración de rezagos feudales que eran parte hasta hace pocos años, y que se reflejaba en el manejo y práctica gamonal de los gobernantes que la representaban. Ese es un rasgo que trata de despojarse. Aunque en apariencia se creyera destruida. Pero también trata de despojarse de la misma izquierda, que resultó muy efectiva para frenar el los afanes globalizadores, pero no transformadora. La postración de la burguesía, es también un esfuerzo por dejar atrás a su alter en tanto que afán de cambio o humanización del capital: la izquierda, consolidarse sin ella, o consolidarse sobre ella. La Alemania actual es la expresión de una burguesía campante, que surgió de las cenizas del “Tercer Right” pero que dejó sin posibilidades de respuesta a los proletarios.

En este país, en los últimos años y en el 2010, y creo que en los que vendrán; no se ha dado un proceso de aniquilación de los líderes sociales, hay unos apresados, criminalizados y perseguidos, no hay un proceso sistemático de exterminio. Los mecanismos son más sutiles y efectivos. Pero no es por eso que la izquierda pierda o se detenga y luzca postrada. Ya lo vimos en el Cono Sur, donde las dictaduras eran realmente brutales y buscaban acabar con el “peligro comunista”, a pesar de esa violencia y persecución, los partidos y movimientos de izquierda se desarrollaron y lograron sobrevivir. Acá es otra la historia, sin aquella violencia física, se siente una postración de los sectores subalternos, funcionó la violencia psicológica y el amedrentamiento mediático. La izquierda no está destruida, sino despojada. Está atenta, pero sin capacidad de acción y contundencia. La izquierda perdió su Aura, es decir aquello que le permite tomar la iniciativa.

No la golpearon, no la masacraron, la dejaron seguir con su forma de acción (recordemos que en las luchas de los noventa y dos mil, había mucho de reivindicación y poco de revolución), continuó con eso y llegó hasta dónde encaminó su lucha, se agotó. Consiguió lo que quería, un Estado que reivindica, pero no transforma. Un Estado orientado hacia el progreso, con discurso de izquierda. ¿Cómo se expresa el Aura y su pérdida? Podemos decir que (Benjamin2009), el Aura es lo contrario al progreso lineal. Progreso que elimina la Utopía, la posibilidad de cambio, la capacidad de soñar, es la negación de la capacidad redentora de la revolución. Por ello la revolución es fundamental, pues está revestida, bañada, conformada, impulsada, encaminada por la Utopía redentora de un mundo en rumbo a la catástrofe a donde conduce el progreso.

La izquierda se convirtió en “un vehículo funcional para la realización de un desarrollo evolucionado” y con ello perdió “la capacidad mesiánica capaz de interrumpir ese desarrollo”(Benjamin 2009) y esa interrupción es también una irrupción, es lo que llamo el Aura de la izquierda revolucionaria; en definitiva es la esencia que alimenta esa capacidad de dar la vuelta, es la posibilidad redentora de un mundo distinto. La pérdida del aura es una ruptura con el pasado, con la historia, con lo que fue y sobre todo con lo que puede ser. Al meterse a encabezar el progreso, con nombre de revolución ciudadana la izquierda se extravía, olvida que “la continuidad es catastrófica, porque desatiende el contenido semántico del pasado y del antepasado y no lo usa para las soluciones (revolucionarias) actuales” (Buchenshorst; 2009; 19). Es decir que montarse en el tren del progreso implica solo mirar al frente, nunca atrás, pues se considera que nada de lo que está atrás puede enseñarnos algo. Así solo lo nuevo tiene validez y es necesario, todo lo demás es inútil, es infantilismo.

Esto es posible porque después de tanta lucha, de décadas de acción y resistencia, finalmente perdimos la batalla decisiva, aunque todos creímos que la ganamos. No solo que la perdimos, sino que además desmantelaron y despojaron nuestro discurso y nuestros mitos, se llevaron líderes y referentes de lucha, se legitimaron en las urnas. Fuimos derrotados. Producto de esta pérdida, ahora “la izquierda” en el gobierno es administradora de las ideas de revolución en marcha hacia el progreso. Complementariamente quienes se suman y conducen el tren del progreso –antes luchadores y luchadoras anti civilizatorios– se convierten en una clase que no le debe nada a nadie. Sólo con una clase así puede construir aquello que ya se avizora, una Nación, un discurso, una verdad (la del progreso), con una clase que solo obedece. Con esto “hemos derrotado la misma guerra que festejamos” (Benjamin; 2009, 77)

Toda la lucha anterior (décadas 90 y 2000) que como se dijo salía a borbotones, no se expresa ahora “en estos 7 años de revolución ciudadana”. Es como que enmudecimos, quedamos sordos, tullidos, como veteranos golpeados de una guerra que se perdió. Entonces la victoria frente al modelo neoliberal y sus expresiones globalizantes y globalizadoras, la resistencia a imposiciones, ahora resultan solo aparentes. Pues tenemos nuevas formas de lo mismo. Lo que se veía como triunfo hace pocos años ahora es la derrota. Hacia dónde vamos, después de tanta lucha, nos deja estupefactos. El rumbo que tomaron las cosas producto de nuestra lucha es la derrota, no supimos administrar el producto de nuestras luchas. Olvidamos el grafiti que decía: “la lucha nos da lo que las urnas nos quitan” o aquel otro, “nuestros sueños no caben en sus urnas” y nos metimos en el juego que nos condujo a donde estamos. Cambiamos la urna por la lucha. Eso hizo que perdamos lacondición de sujetos políticos, nos convertimos en espectadores de una obra que ayudamos a montar. Nuestra condición de espectadores nos impide ser actores, es decir, vemos lo que ocurre en la obra, en la que perdimos control. Vemos lo que ocurre desde fuera y a la vez desde muy lejos, vemos todo por TV. Pero trasladamos nuestra capacidad de incidir al Estado, él lo hace por nosotros.

Cuando la política está más en la TV que en la calles, esa es una estetización de la política. El ejercicio político a través del medio deviene en la misma sensación que cuando admiramos un objeto en un museo. La política es observada, contemplada desde fuera, siendo otro, sin participar. Otros en la pantalla pelean por nosotros, y definen cómo y de qué manera se pelea. Nos convertimos en sujetos pasivos de aquella lucha, nos convertimos en observadores. En este caso el Estado y “los actores de la política y la vida” pelean, en el medio y a través de él, por nosotros.Pero,¿qué ocurre cuando el espectador ha dejado de estar en el entorno donde se realiza la obra y tiene que ver las cosas de manera fugaz a través de la TV? Cómo opera el medio frente a la realidad y cómo le llega a este al luchador de izquierda, que ya no es protagonista.

Esta creación de significados que se da a través de la política en los medios y por ellos, hace que el sujeto pierda su condición y se convierta en objeto paralizado, pues ya no quiere tomar distancia del medio que le lleva la verdad a la comodidad del espacio donde lo mira. Es decir aquello que mira afuera de su entorno inmediato, la familia, el colectivo, la sociedad, ya no es verdad, la verdad está en los medios. Esa estética está en toda la publicidad gubernamental, publicidad que se yergue como la única verdad posible. No es información posible es VERDAD. El problema de esa comunicación mediática, que trae una única verdad, es que se convierte en algo fugaz en el tiempo, que a pesar de no reconocer tiempo y espacio anteriores, reconoce el aquí y ahora, va dejando en quienes son espectadores aspectos recurrentes, comunes, permanentes, como la imagen y el símbolo nuevos que corresponden al líder poseedor de esa única palabra correcta. Es así que la política transmitida a través de los medios y en spots, o enlaces nacionales, se convierte en una amenaza para la experiencia anterior, aquella de la izquierda, aquella del pueblo soberbio, aquella de lucha, en tanto que medio de reproducción social y política.

Es una amenaza pues vive un momento. En cambio la acción del sujeto social que lucha es una narración cuyo argumento se sustenta en el tiempo, es decir recoge luchas anteriores, la revive, pues su fuerza e intención es lo que alimentan el deseo de  victoria. Por ello mismo no se agota y su fecundidad es inmensa, dando que pensar y provocando diversas lecturas y conclusiones. Si la pérdida de la acción social del sujeto que lucha o resiste, si ésta “remite a la pérdida de la experiencia y la capacidad de transmitirla, este hecho mismo descansa sobre un hecho más amplio y radical: lo que ha cambiado es la forma de vida que ejerció de ecosistema para su surgimiento y desarrollo” (Amengual; 2008, 47).

Así los medios que transmiten la política, cumplen el mismo rol que los museos, donde nosotros vamos a ver la obra de arte o el patrimonio, ahora nosotros a través de los medios miramos la política, y nos horrorizamos con ella o la aplaudimos, las dos actitudes pueden suceder en un mismo noticiero en un mismo programa, a la misma hora, en el otro canal. Pero no solo que miramos la política en el medio, sino que, a través de él, encontramos sentidos a la vida, a través de las ideas de lo bello que los medios venden entre noticia y noticia. Así la política a través de los medios y la vida a través de los medios cumplen el mismo rol que los museos: nos muestran algo como natural, como verdad, como real, se naturaliza lo desnaturalizado.La izquierda ahora tiene la misma sensación frente a la realidad que estamos viviendo, es como un dejàvú. Lo que los medios nos muestran resulta intocable, por dos razones: hay una sensación de putrefacción de aquello que vemos (el deterioro de aquello llamado revolución) y por ello no lo tocamos; y por otro lado, no vemos el sentido de hacerlo.

Hay una “tranquilidad” en la gente de izquierda so-metida en el Poder, pues de alguna manera este momento histórico, ha significado “una suerte de bienestar” que inmoviliza, que extirpa las ganas y razones de lucha. “Es como que después de tanto años de estar en tantas cosas, en el día, en la noche, en marchas, en reuniones, etc., ahora ya por fin no hace falta continuar en eso y es bueno porque a uno le permite descansar, dedicarse a la casa y a la familia (ciudadano en el barrio 2010)”. El hecho de que haya modernización para muchos eso ya es revolución. Las cosas funcionando es un indicador de que ya se cumplió el objetivo.

Postura egoísta que inmoviliza y desmoviliza, que hace que se baje la guardia. Esta sensación es común en muchos sectores de izquierda organizados o no. ¿Cómo se explica esto?, pues la única razón es que durante los últimos 20 años, la lucha ha sido porque no se lleven el Estado, por no perder lo conseguido, era una lucha reivindicativa y no revolucionaria. Por ello, muchos de los revolucionarios que lucharon en estos años, una vez conseguidas las razones de la lucha, tener un Estado, creyeron cumplir la labor revolucionaria. Nada más errado.

Nuestras prácticas de izquierda y de izquierdistas se han agotado. Ya no son la respuesta para enfrentar esta sensación de hastío, de repulsión a aquello que no nos gusta. La quietud nos vuelve parte de la escena, del museo, como otra pieza inmóvil en la vitrina. Eso no significa que debamos dejar de apedrear los bancos o no burlarnos del poder o dejar de soñar o no organizarse, de ninguna manera. Lo que nos hace falta es la conexión con aquello que esperamos, con la “utopía”. Debemos diseñar nuestra Utopía, alejada del Capital. Si es necesario crearla, no está lejos, ni requiere de grandes filosofías y elucubraciones teóricas. En definitiva lo que la izquierda necesita para cambiar todo esto, es regresar al inicio, parar su propio tren y darle otra dirección. Esto implica también una crítica y auto crítica profunda, no se puede poner el vino en odres viejos, con parches, se derramará, hay que poner el vino en nuevos odres, así servirá. Suelto algunas ideas prospectivas para la izquierda…

Es urgente repensar el Poder: Estábamos acostumbrados a luchar sin tener el poder, que cuando éste se presenta no sabemos qué hacer con él. La derecha en eso no vacila y aprovecha todos los resquicios para entrar y quedarse, para ejercer aquello en que la izquierda patalea. Desde el marxismo latinoamericano se construyó la idea de luchar por la toma del Poder hasta conseguir una sociedad justa. ¿No será que se construye una sociedad justa sin él de por medio?

Por ello ahora es urgente repensar el ejercicio del Poder sin que se lo reproduzca, sin que se lo postergue en el tiempo. Que no sea indefinido. Sino que se lo posea para  dispersarlo. Para crear un mundo nuevo y no para reproducirlo. Un poder para actuar de manera distinta, no como lo hacen aquellos que combatimos. Por otro lado, después de todo lo vivido, queda claro que No se lo toma para ejercerlo, sino para acabar con él. El ejercicio del poder es para construir una sociedad sin Poderes exclusivos de unos, frente a otros, sino para el Poder Popular, sin jerarquías.

Esto es paradójico y a la vez fatal desde el punto de vista de la democracia occidental basada en un poder central, férreo y centralizador, pero es una manera de parar el tren del progreso, que se nutre de quienes lo detentan para que lo conduzcan, y reproduzcan, que son quienes además siempre han pertenecido a un sector social con privilegios. Las jerarquías que ponen a unos sobre otros son el principio de la maquinaria capitalista, y eso hay que combatir. Tener el poder debe ser también para romper las jerarquías que humillan, que dominan. Actuando de esta manera, la Democracia como tal (como aquella conocida desde la modernidad) estaría en peligro.

Pero de lo que se trata es precisamente cuestionar esa matriz capitalista que se impuso en la modernidad, para pensar una distinta, es decir también soñar en una modernidad posible y no sólo desde esta modernidad imposible por la jerarquización que domina. El capitalismo hizo que creyéramos que la división del trabajo era posible solamente con la idea de un superior sobre otro inferior. Es decir se impuso la idea de dominado dominador, sobre aquella idea de trabajo complementario y solidario.

Esto también debe llevarnos a pensar en la forma Partido como criterio de organización y su rol en la jerarquización, en la conducción de proceso de cambio, en la sociedad futura y sobre todo en la sociedad presente. Queda por delante hacer la revolución, por ello es necesario preguntarnos sobre las formas de dirección adecuadas.

Es urgente repensar las formas, las prácticas y la orientación de la lucha, crear nuevas estéticas de lucha, diversas, múltiples, territoriales, gremiales, no necesariamente dependientes de una acción en pro de la toma del poder, ni de la línea única definida por un Buró. Debemos establecer espacios liberados de acción y construcción de esa sociedad futura, aquí y ahora que esos espacios se conviertan en referentes del cambio. Pero que no se conviertan en sociedades hippies al estilo de los años 60: hay que politizar el vivir comunitario, convertirlo en referente anti sistémico con ocupación de territorios, con fuerza de trabajo pensante, con autodefensa y sistemas de formación del hombre y la mujer nuevos, para la sociedad que queremos, con formas distintas de relaciones sociales, con espacios que no reproduzcan el régimen de propiedad del capital, sino que cree otros distintos.

Hasta ahora, el creer en el advenimiento futuro utópico de los cambios ha significado el postergarlos, y con ello también la llegada del hombre y mujer nuevos ha sido postergada. Para empezar, poblemos nuestro país de comunidades liberadas, libertarias y liberadoras, y desde ahí disputemos sociedad, sentidos, pensamiento al capital, hasta derrotarlo. Pero habrá que estar preparados para defenderlas y también para ampliarlas. Algo así es impensable sin autodefensa. Mientras tanto, no dejemos de ocupar la calle, las plazas, el colegio, la universidad. Retomemos con urgencia la formación política, la formación en derechos, la formación en realidad nacional, la conciencia de la identidad; no dejemos por fuera la educación popular, la formación de colectivos, organizaciones y comunas. Con esto lo que buscamos es tener pueblos inteligentes y con pensamiento crítico como garantía de un real cambio. Sólo ese pensamiento crítico nos garantizará llegar a tener un real Poder Popular.

Es urgente repensar el sujeto o sujetos para el cambio y el rol nuestro con él, en él y desde él… sujeto diverso además. Esto debe llevarnos a pensar también en las formas de lucha de ese sujeto en torno a la realidad que se enfrenta. Lo que queda claro es que al menos por un tiempo los sujetos en lucha serán muchos, dispersos y diversos, con reivindicaciones y con ideas de revolución. Pero todos buscando afectar al sistema, desde distintos ángulos, todos buscando espacios de acción desde donde asumir la lucha radical, revolucionaria. Lo importante de esto es que, sin importar la no unidad de los sujetos en la lucha, que éstos compartan ideas, como estar claros en el lugar y la imagen del enemigo, y en como efectivamente combatirlo.

La ventaja desde nuestro lado es que el enemigo no ha cambiado, ha perfeccionado sus acciones, pero es el mismo, está visible y ubicable. El capital sigue en los espacios que ha conseguido torpedeando las acciones de cambio. Desde las cámaras de producción, los medios de comunicación, la banca, la iglesia. Lo qué es más complejo combatir es, sin duda, la idea de la institucionalización de los cambios y de quienes pelean por ellos. Pero ese es otro tema.

En ese mismo contexto de definir un sujeto o sujetos para el cambio. Es urgente No pelear por la igualdad en tanto que uniformización de las personas, sino por la diferencia en tanto que reconocimiento de la libertad del individuo y la colectividad, que crece con autodeterminación. El problema de la lucha por la igualdad radica en que quienes tienen el Poder definen lo que es ser igual, o los criterios de aquello conocido como igualdad. Por ello la idea de igualdad no debe ser el principal eje de la acción de la lucha de izquierda, sino la libertad y la diferencia.

Es fundamental ampliar las luchas con nuevos contenidos, por ello ubicar de mejor manera la variable ecológica como eje para cualquier transformacióny lucha de sentidos es indispensable en los actuales momentos. Las luchas que sociedades de Latino América y otras naciones del mundo han emprendido, para enfrentar a multinacionales que buscan la extracción de recursos naturales, son una muestra del potencial que tiene este tipo de luchas, que en muchos aspectos ha sido asumido por poblaciones sin ninguna relación con sectores de izquierda.

El cuestionamiento viene en el sentido de encontrar nuevos modelos de desarrollo, nuevas formas de vida humana en este planeta, que recreen la convivencia pacífica entre personas y el entorno. Un modelo de vida que no implique que otros pueblos o sociedad vean sacrificadas sus posibilidades futuras, en beneficio de las nuestras, sino más bien que implique un crecimiento conjunto.

Al respecto Benjamin critica la concepción marxista de lo que es trabajo, “pues considera que esa concepción sólo puede considerar los progresos del dominio sobre la naturaleza, no las regresiones de la sociedad… la dominación técnicamente fundada supone una técnica de dominación que implica el peligro de un endurecimiento totalitario de la sociedad” (Witte; 2002; 232). Es decir que una adecuada concepción de lo que es el trabajo y el rol que cumple éste en el nuevo orden, implica también pensarse las consecuencias de éste en la sociedad.

En términos marxistas, para que esto sea posible se requiere de la izquierda y de todos quienes soñamos en una modernidad no capitalista de diseñar, analizar, encontrar, generar, buscar un nuevo eje de acumulación, que no se base en la extracción de energía (petróleo, gas, minería) que deteriora el mundo. Un eje de acumulación que permita una convivencia armoniosa entre sociedad y entorno, pero que no reproduzca modelos de desarrollo nefastos. Ahí está el reto. Lo otro es seguir con el discurso socialista, de armonía, de desarrollo limpio, pero en la misma matriz energética. En este sentido es urgente construir un discurso alternativo al Desarrollo Sustentable o Sostenible, caballo del Troya por medio del cual las modernizadas estrategias capitalistas acceden a lugares nunca antes pensados. Así proyectos de desarrollo sustentable con empresarialización de las relaciones comunitarias se instalan en comunidades amazónicas, que poco contacto tenían con el mundo exterior. Ahora bajo el discurso de desarrollo sostenible, de comercio justo, de buen vivir con la naturaleza, combinan turismo con relaciones jerárquicas de dominación, como gerente, subgerente, empleados, etc., poniendo en riesgo así la milenaria organización comunitaria.

¿Y la revolución qué?

Después de todo lo recorrido, está claro que la idea de revolución no puede, ni debe continuar con los mismos significados; hay que dotarle de nuevos, mayores, potentes contenidos y sentidos. Deben ser anti sistémicos. Es decir parar el tren, darle la vuelta. Redimir el mundo, pues sin revolución el mundo es un mundo sin salvación. Por tanto lo que queda es una labor mesiánica, que aparece imposible pero no lo es, es como pelearse contra los molinos de viento una vez que hayamos destruido a los gigantes. Pero hay que hacerlo. A qué nos referimos.

Benjamin define “el verdadero concepto de revolución como la interrupción de la perversa continuidad de la historia”. Para ello considera que la revolución se sustenta en un elemento que es el trabajo, que “lejos de explotar la naturaleza, esté en condiciones de hacer nacer de ella virtuales creaciones que permanecen dormidas en su seno” (Witte; 2002; 232)… así se ve al trabajo como un medio humano para trascender, como un mecanismo para crear y no destruir, para desarrollar y no acumular.

¿Cuál es el carácter de la revolución?

Hay que devolver a la noción de sociedad sin clases su rostro auténticamente mesiánico y esto se hace en el interés mismo de la política revolucionaria del proletariado. Al pensamiento no le corresponde solamente el movimiento de las ideas, sino también su detención”… es claro que la lucha deber seguir siendo una sociedad sin clases, pues sólo así es posible la redención, mientras esa diferenciación social exista, no hay alternativa. De igual manera es urgente un pensamiento que no se base en los parámetros que mantienen las sociedades clasistas, sino más bien que genere nuevos basados en las realidades colectivas. El fundamento de este pensamiento deber ser lo colectivo, solo así se garantizará que permanezca y especialmente sea irruptor. Si el pensamiento sigue siendo construcción exclusivamente individual, se mantendrá la matriz originaria de la sociedad clasista individual donde uno o una es triunfador/a y el resto perdedores. Eso no niega que haya pensamiento o pensadores individuales, sino que éstos deben ser resultado de la colectividad pensante, la matriz de aquello pensado por éstos debe ser colectiva, es decir que pierde razón fuera de ese campo.

La revolución debe buscar un triunfo, pero este no puede, no debe ser para convertirse en vencedor, no puede ser para dominar, incluso no puede ser para tomar el poder y asirse de él… “Quien quiera que domina es siempre heredero de todos los vencedores. En consecuencia entrar en entropía con el vencedor siempre beneficia al que domina… todos los que están ahora, han alcanzado la victoria participan de este cortejo triunfal en el que los amos de hoy marchan sobre los cadáveres de los vencidos”. La revolución no es para que otros (en nombre del pueblo) reproduzcan aquello que detestábamos en quienes nos dominaban. La revolución es para destruir las bases, el sostén del tren del progreso que corre, no es para buscarlo, es para cambiar de rumbo. Es por tanto un instrumento que poda y así permite resurgir una sociedad transformada. La revolución es para acabar con los instrumentos, sociales, políticos, técnicos y económicos usados para mantener control, dominio, terror, manipulación y la idea de progreso lineal. Todo lo demás es reformismo.

 

lalineadefuego
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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Muy buen análisis. felicitaciones. Esa es la luz para continuar con la reflexión, el trabajo, la lucha y la construcción de una sociedad nueva.

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