Entrevista a Michelangelo Bovero, filósofo político italiano.
“VIVIMOS EN DEMOCRACIAS QUE PUEDEN CONVERTIRSE EN AUTOCRACIAS ELECTIVAS”
por Fabián Bosoer. Clarin <www.clarin.com>
La concentración de los poderes ejecutivos es un fenómeno que está presente en distintos regímenes políticos contemporáneos y erosiona los fundamentos de la democracia.
Las sociedades eligen a sus gobernantes pero los regímenes políticos están sufriendo un preocupante proceso de “des-democratización”, advierte Michelangelo Bovero, filósofo y politólogo italiano considerado el principal discípulo de Norberto Bobbio. Afirma que cuando el poder del elector -del pueblo- se reduce a la elección del guía supremo, y las instituciones legislativas sólo se dedican a aprobar los proyectos del gobernante, entonces el nexo entre elecciones y democracia está desdibujado. Estas y otras consideraciones críticas tienen el sustento de su prestigio intelectual como uno de los principales teóricos de la democracia contemporánea.
Bovero es titular de la cátedra de Filosofía Política en la Universidad de Turín y autor de numerosos libros; entre ellos, Orígenes y fundamentos del poder político , precisamente junto a Bobbio. En el marco de una reciente gira latinoamericana, invitado en Buenos Aires por la Universidad de San Martín (UNSAM), conversó con Clarín . Y explica aquí por qué cree que la democracia “es una obra de arte que ha sido vandalizada” y cómo se puede recorrer el camino que lleve a repararla.
¿Qué quedó en las democracias actuales de los ideales democráticos clásicos?
Aprendimos de los antiguos a llamar democracia a un régimen en el que las decisiones colectivas, las normas vinculantes para todos, no emanan de lo alto, es decir, de un solo sujeto o de unos pocos sujetos que se erigen por encima de la colectividad, sino que son producto de un proceso de decisión que se inicia desde abajo, desde la base, en el cual todos (o muchos) tienen el derecho de participar de manera igual e igualmente libre. La democracia es el régimen de la igualdad y la libertad políticas. Las reglas del juego democrático están contenidas implícitamente en los principios de igualdad y de libertad políticas, o bien, que es lo mismo, son reconocibles como democráticas aquellas reglas constitutivas -constitucionales- que representan una consecuente expresión jurídica de esos principios. Por eso, dichas reglas valen como las condiciones bajo las cuales un régimen es reconocible como democrático; o sea, como un régimen de igualdad y libertad políticas. El juego político es democrático si, y a condición de que, tales reglas sean respetadas; si éstas se alteran o se aplican de manera no coherente con los principios democráticos, entonces se empieza a jugar otro juego. Tal vez incluso sin darnos cuenta de ello.
Norberto Bobbio advirtió sobre “las promesas incumplidas de la democracia”, refiriéndose a aquellos ideales que se veían contrastados por el funcionamiento de los regímenes democráticos ¿Siguen incumplidas las promesas de igualdad y gobierno del pueblo?
Usted recuerda el célebre ensayo de Bobbio El futuro de la democracia , escrito en 1984. Aun habiendo considerado con un realismo desencantado las características y las tendencias de las democracias reales de la posguerra, él afirmaba sin dudarlo que no obstante todas las transformaciones que los nobles ideales democráticos habían sufrido, contaminándose con la poco noble realidad de la política práctica, no se podía hablar propiamente de una “degeneración de la democracia”. Bobbio sostenía que aun la democracia real más alejada del modelo no podía ser confundida de ninguna manera con un Estado autocrático.
¿Cuál es su evaluación tres décadas más tarde?
En mi opinión, hoy el problema se presenta en términos mucho más serios. Considerando la historia reciente de las democracias reales, debemos preguntarnos si estos regímenes (unos más, otros menos) no se han acercado peligrosamente a una frontera crítica, y si incluso, en algunos casos, no se haya ya cruzado la línea de demarcación entre la democracia y la autocracia, es decir, entre un régimen que asegura todavía algún grado apreciable de igualdad y de libertad política, y que por ello permite una cierta forma de autodeterminación colectiva, y un régimen en el cual, en cambio, las decisiones caen, generalmente, de lo alto.
¿No es injusto comparar el pobre rendimiento o calidad de nuestras democracias con el carácter destructivo de las autocracias que sufrimos en el pasado?
No creo que debamos comparar las viejas dictaduras con las nuevas democracias, si a eso se refiere. Se han dado progresos políticos enormes, sobre todo en regiones como América latina que sufrieron esas dictaduras. Lo que señalo es que el proceso de democratización que ha caracterizado, aunque de manera discontinua y heterogénea, los últimos dos siglos, consistió en el acercamiento de muchos sistemas políticos reales al paradigma de una correcta aplicación de las reglas del juego: ampliación de los derechos de participación política hasta llegar al sufragio universal, mejores garantías de libertad y así sucesivamente. Pero, si un análisis desprejuiciado de la realidad contemporánea nos llevara a constatar que los regímenes que hoy comúnmente son llamados democracias han invertido la ruta, alejándose de este paradigma, ¿no deberíamos entonces hablar de una degeneración de la democracia y de una decadencia progresiva hacia la autocracia?
¿Cuál es su respuesta a semejante interrogante?
Mi tesis es la siguiente: al observar en retrospectiva las últimas dos o tres décadas, es claramente reconocible un proceso de degeneración o “des-democratización”, que aunque se diferencie de lugar en lugar, es sustancialmente homogéneo y aún está en marcha, y que tiende a hacer que la democracia asuma gradualmente características de una forma de gobierno distinta, a la que propongo llamar “autocracia electiva”. Son regímenes en los cuales existen elecciones libres, en las cuales los votantes ceden el poder a una persona o a un grupo. En donde las decisiones se toman de arriba hacia abajo, desde los círculos de poder hacia la colectividad, en los que los ciudadanos son contados pero como tales se alejan cada vez más del juego político. Muchas democracias se han convertido en eso, en autocracias electivas.
¿No es una contradicción hablar de “autocracia electiva”?
La realidad política de nuestro tiempo es precisamente a la vez una contradicción y una paradoja. O al menos así se nos presenta, porque nuestros esquemas mentales, las categorías a través de las cuales estamos acostumbrados a pensar el mundo político, se revelan cada vez con más frecuencia inadecuadas. Algunas oposiciones conceptuales, aquellas que Bobbio llamaba “grandes dicotomías”, parecen debilitarse: como derecha e izquierda, o democracia y dictadura; otras se radicalizan en formas belicosas, como universalismo y particularismo. Términos que parecían estar estrechamente unidos se divorcian: precisamente, como democracia y elecciones.
¿Cuándo empieza a producirse, a su juicio, esta malversación de los principios democráticos?
Como fecha simbólica de esta inversión de ruta, se puede señalar el año 1975, cuando se publicó el famoso Reporte sobre la gobernabilidad de las democracias de Crozier, Huntington y Watanaki. El diagnóstico era en el fondo simple: la democracia es un sistema demasiado exigente en el cumplimiento de la función política esencial, que es la de producir decisiones colectivas. Por lo tanto, también la terapia aconsejada era clara: para hacerla funcionar “mejor”, de una manera más eficiente, debían disminuirse sus pretensiones. En caso de necesidad, la democracia debía convertirse en un régimen menos inclusivo, las normas electorales y la opinión pública podían ser manipuladas. No sólo razones de eficiencia, sino incluso pretendidas razones ideales eran invocadas para promover una drástica simplificación del pluralismo político, provocando de este modo la desafección de todos aquellos que no se reconozcan en ninguna de las alternativas disponibles. Para asegurar eficazmente la gobernabilidad, se tiende a concebir, a ingeniar y a practicar el juego político como un juego de “suma cero”, en el cual es atribuido todo el poder al ganador, a través de la absolutización del principio de mayoría.
¿Usted observa una línea de continuidad entonces entre los años ‘90 y la última década, en esta interpretación delegativa de la democracia?
Correcto, esa línea de continuidad se llama “hiper-presidencialismo”. Ocurre cuando la elección decisiva, o que es percibida como la que determina el rumbo político y el destino de una colectividad, al menos hasta la siguiente consulta popular, se resuelve en la designación del jefe del ejecutivo, al que le es conferido de facto el papel de conductor del Estado. Esta investidura constituye una franca contradicción con una condición institucional de la democracia: el órgano al cual le corresponde en última instancia el poder de tomar decisiones colectivas vinculantes debe ser siempre un órgano colegiado, representativo de la entera colectividad, o sea de la pluralidad y variedad de las orientaciones políticas existentes. En suma: una democracia representativa, para ser verdaderamente una democracia, debe ser de verdad representativa; y no lo es, si el poder decisivo y preponderante, por la calidad y cantidad de atribuciones y prerrogativas, está conferido a una sola persona.
*Bovero, 63 años, italiano, catedrático de Filosofía Política, Universidad de Turín; editor de la revista internacional Teoría Política.
Clarín, B Aires, 5 febrero 2012.
CONTRA LOS HECHOS NO HAY ARGUMENTOS….
Existen más preguntas que respuestas:
¿No estaremos cayendo los ecuatorianos en un super-presidencialismo o hiper-presidencialismo?
¿Todo, o casi todo tiene que decidir el Jefe del Ejecutivo? ¿El es el único conductor del Estado? ¿Por qué las decisiones colectivas vinculantes no decide un órgano colegiado, representante de la entera colectividad?
¿Es nuestra Democracia, verdaderamente democrática, representativa…?
¿Cómo ir construyendo utopías viables en este marco, dizque democrático…?
¿Cuál es nuestro Proyecto alternativo de Nación?
¿Cómo nos afecta la globalización a nivel político?
¿Qué conciencia tenemos de nuestra compleja realidad…?
¿Qué hacer realmente frente a esta situación…?