CALLEJONES SIN SALIDA EN EL POTOMAC
Middle East Report http://www.merip.org/
Traducido por Silvia Arana
Cada gobierno de EE.UU. tiene como vocero un “think tank” (centros de análisis político-ideológico) de Washington; un cortesano que rinde pleitesía a todos sus actos. Para el afortunadamente concluido gobierno de Bush, el eco fue el American Enterprise Institute y los neoconservadores de su órbita. Para el gobierno de Obama, es el National Security Network, una organización fundada en 2006 para brindar “enfoque estratégico a la comunidad progresista de seguridad nacional”.
Con un déspota árabe -apoyado por EE.UU.- caído en desgracia y huyendo de Interpol, y otro enfrentándose a una intifada de proporciones históricas, muchos miraban expectantes a Washington, con la esperanza de que el Presidente Obama retomara su discurso en Cairo de junio de 2009, para mostrarle a las masas árabes movilizadas que él sintió, y quizás, entendió su dolor. En su lugar, las poblaciones árabes escucharon una variante del tema de siempre: “El gobierno de Obama alienta reformas políticas que no desestabilicen la región”. Esta oración, tomada del comunicado de prensa del National Security Network del 27 de enero, lo dice todo: La democracia es el mejor régimen en teoría, pero si causa cualquier interrupción a los negocios, Washington prefiere la dictadura.
Y entonces, aunque no causó sorpresa, dejó una imborrable y profunda mancha para Obama y su entorno de “progresistas” cuando el presidente habló en la Casa Blanca en la noche del 28 de enero -“Viernes de Rabia” en Egipto- y anunció que continúa apoyando el régimen indefendible del Presidente Hosni Mubarak. Con esto garantizó que la furia árabe del invierno de 2011 será redirigida cada vez más hacia Estados Unidos y sus vasallos regionales.
El 28 de enero en Egipto fue un día tumultuoso e inestable. Las demostraciones de masa a continuación del Día del Policía el 25 de enero resultaron ser más concurridas y más entusiastas de lo previsto por los análisis más optimistas. Fueron quemadas estaciones de policía y sedes del oficialista Partido Nacional Democrático en los barrios de clase media de Cairo al-Azbakiyya y Sayyida Zaynab al igual que en barrios pobres de Alejandría, Suez, Port Said, Damietta y Damanhour como también en el Alto Egipto y en Sinaí. La sede principal del Partido Nacional Democrático en la misma plaza Tahrir fue incendiado. Alejandría, segunda ciudad de Egipto, fue tomada por las protestas que sobrepasaron la capacidad de la policía anti motines. Los tanques recorrían las ciudades, se declaró toque de queda; pero las muchedumbres lo ignoraron y el ejército (en su mayor parte) no disparó.
En Al Yazira, cuya cobertura en árabe y en inglés capturó audiencias en todo el mundo, los reporteros no estaban seguros de qué tono usar, tan veloz era el paso de los eventos y tan contradictorias eran las señales procedentes del poder. En Washington, el extrovertido Secretario de Prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, dio un anuncio especial sobre Egipto y, respondiendo a una pregunta directa, dijo que Obama no había hablado con Mubarak. Gibbs continuó diciendo que la ayuda estadounidense a Egipto, la segunda mayor en importancia desde 1979, iba a ser “revisada”. Un vocero del Pentágono agregó que el comandante en jefe del ejército egipcio, de visita en Washington para consultas había adelantado su viaje de regreso a su país. ¿Había el gobierno de Obama abandonado al dictador egipcio? En Cairo, hacia la medianoche, el vocero del parlamento egipcio, Fathi Surour, dijo que pronto iba a hacer una “declaración importante”. Según la Constitución egipcia, como la de Túnez, el vocero del parlamento queda a cargo del estado ante una vacante presidencial. ¿Va a marchar al exilio Mubarak? En el canal de idioma árabe, varios reporteros, comentaristas y analistas apenas podían disimular su alegría. No solamente parecería que Mubarak va a huir exactamente como lo hizo Zine El Abidine Ben Alí, sino que lo hará con menos manifestantes muertos que en Túnez.
Luego Mubarak, de 82 años, apareció en la televisión estatal de Egipto. Los egipcios deben haber sentido que viajaban al pasado, al momento en que nada sacudía al régimen de 30 años: Esgrimiendo que llevaba las reivindicaciones de las demostraciones de protesta en su corazón, Mubarak prometió acelerar su programa de reformas políticas y económicas. Claramente, a juzgar por las escenas en las calles, había elegido el equipo equivocado de ministros para implementar su gran visión. Todos los ministros iban a ser reemplazados, bajo su sabia guía ejecutiva, por supuesto. Mientras tanto, alertó que “hacer fuego en las calles” no era la manera de dialogar con el gobierno. Las fuerzas del orden y la ley iban a imperar.
A este fósil de oración, esta medio degradada, medio falsa confianza de que todo era normal mientras la capital se quemaba en la madrugada, respondieron las figuras de la oposición egipcia de manera inmediata e inequívoca. Amin Iskandar del Partido Karama, una rama del movimiento naserista, predijo que Mubarak había dado su último discurso, porque la revuelta continuaría firme. “El pueblo egipcio no será burlado otra vez” por la repetición de viejas promesas incumplidas, declaró. El siguiente invitado de Al Yazira, Isam Sultan, fue más lejos que Iskandar diciendo que las demostraciones van a seguir presionando sin pausa hasta que Mubarak se vaya. Eso ha sido, después de todo, la clara demanda de las protestas desde el Día de la Policía en adelante.
Pero aparentemente el gobierno de Obama no presta atención. Obama marchó hacia el podio minutos después de que Mubarak terminara su discurso, dejando pocas dudas de que ambos discursos fueron coordinados con anticipación. Primero, expresando preocupación por evitar más derramamiento de sangre, luego poniendo tácitamente en el mismo plano a las exageradamente armadas, habitualmente brutales fuerzas de seguridad egipcias con los desarmados, golpeados y heridos manifestantes, llamando a estos últimos a “expresarse pacíficamente”. Era un eco de la actitud condescendiente de Mubarak diciéndole a la gente que la “violencia y la destrucción no los llevarán a conseguir las reformas”. Luego agregó sal a las heridas, aclarando que la cercana relación entre EE. UU. y Egipto es en realidad una relación con Mubarak, quien ha prometido una mejor democracia y debe ahora darle sentido a su promesa.
Sin duda, las protestas a través de la región han sido una oportunidad para Washington de regañar a sus aliados árabes por su inaceptable negligencia de las aspiraciones juveniles y de su descarada apropiación de las riquezas de sus países. En el Foro por el Futuro en Doha, Qatar, que tuvo lugar el 13 de enero, la Secretaria de Estado Hillary Clinton exhortó a su audiencia de las élites árabes a “construir un futuro en el que ustedes, jóvenes, puedan creer, sostener y defender”. Los urgió a “invertir en educación vocacional”, a crear trabajos, eliminar la corrupción; tener elecciones cuyos resultados no estén manipulados; dejar de lado la hostilidad contra la participación civil de la gente común. Pero los regímenes siguen siendo el destinatario político del gobierno al que pertenece H. Clinton. Estos regímenes crearon las crisis actuales a través de décadas de avaricia y desprecio por sus gobernados; y ahora a ellos mismos se les confía la resolución de las crisis. El vicepresidente Joe Biden fue desprolijo como siempre pero se mantuvo dentro del libreto en respuesta a una pregunta de Jim Lehrer de PBS, se negó a calificar a Mubarak como dictador, diciendo en su lugar: “Creo que ha llegado el momento de que el Presidente Mubarak sea más receptivo a algunas de las necesidades de la gente”.
Como lo ha demostrado ante el ejemplo de Túnez, y como podría demostrarlo la experiencia egipcia, EE.UU. estará al lado de los estados árabes autoritarios que son sus favoritos hasta el amargo final. De la escena del 28 de febrero en el Potomac, no queda claro que EE.UU. sea capaz de ni siquiera imaginar un curso alternativo.
Las razones para esta posición han cambiado poco a través de las décadas desde que EE.UU. devino el superpoder en el Medio Oriente. El interés estratégico número uno es el flujo de petróleo desde el Golfo Pérsico a la economía mundial, sin obstrucciones por un rival hegemónico o una nueva potencia regional que pueda aumentar los precios drásticamente o usar el arma del petróleo para extraer concesiones políticas de Occidente. El número dos es la seguridad de Israel. Pero el tercero, no confundir con terciario, es la estabilidad de las satrapías en las que Washington pueda confiar para salvaguardar sus otros intereses e iniciativas, sean estas los “procesos de paz” patrocinados por EE.UU. entre Israel y Palestina (y el embargo a Hamas que Egipto ayuda a mantener) o las campañas contra los movimientos islámicos en los que entusiastamente participaba el tunecino Ben Alí. EE.UU. premia a sus clientes con dinero y copioso armamento, sin darle importancia a los récords con respecto a la democracia o los derechos humanos. Después que el régimen de Yemen cancelara las elecciones en 2009, el paquete de ayuda de EE.UU. fue quintuplicado. Siempre ha habido opositores al aparato de política exterior de EE.UU. que reconocen el daño que se está haciendo, pero estos opositores han sido alejados de posiciones de poder real.
El arrogante gobierno de Bush, como a los seguidores del National Security Network les encanta repetir, “desestabilizó” el orden en el Medio Oriente, no sólo con la invasión de Irak sino también sus bravuconadas de “libertad en la marcha” a través de la maraña de autocracias aprobadas por EE.UU. A la “comunidad progresista de seguridad nacional”, como aquellos a su derecha del estrecho espectro político de Washington, les encanta ser tomados en serio por el poder, por ello generalmente se restringen a juzgar las políticas basándose sólo en el impacto que estas puedan causar en los intereses de EE.UU. La catastrófica pérdida de vidas causada por la invasión a Irak es raramente mencionada como un punto contra la invasión, y la sinceridad de la “doctrina democrática del gobierno de Bush recibe habitualmente arguendo, siendo la civilidad mucho más importante para los políticos estadounidenses que la responsabilidad o, para el caso, la decencia.
En el medio de las expresiones de lamento de los medios sobre las “opciones limitadas” de Obama en Egipto, a través de cuyo Canal de Suez cruzan los buques petroleros y los buques de guerra de la Quinta Flota de EE.UU. , la verdad es que todo el debate sobre promover la democracia en el mundo árabe y el Medio Oriente ha sido una larga y amarga broma de mal gusto. La cuestión no ha sido nunca sobre si EE.UU. debe o no promover la democracia; ha sido sobre cuándo EE.UU. dejará de suprimir la democracia. Los negociados con tiranos tienden una “trampa de compromiso” para Washington, que debe solemnemente jurar lealtad a cada caudillo para que los demás no duden en sostener su compromiso con EE.UU. Los déspotas, por su parte, asumen que los Marines o sus equivalentes correrán a su rescate cuando sea necesario. La mayoría, como Ben Alí, se equivocan, aunque más no sea porque un ambicioso subalterno esté esperando su oportunidad en las sombras. Mientras tanto, como los iraníes no han olvidado la lealtad hasta la última hora del gobierno de Carter al Shah 32 años después, ni los pakistaníes van a perdonar a EE.UU. por ponerse de lado del General Pervez Musharraf.
Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, los estadounidenses se preguntaron por qué su país fue un blanco. Muchos, por supuesto, concluyeron con la explicación emocionalmente reconfortante y centrada en sí mismos de “nos odian por nuestros valores” o adoptaron la teoría de la conspiración islámica de conquista del mundo.
La gente más sana reflexionó sobre el apoyo histórico de EE.UU. a Israel en su colonización de Palestina o la relación estrecha de EE.UU. con ciertos reinos asentados sobre inmensas reservas de petróleo. Pero estos factores no conforman la respuesta completa. Los que continúan preguntándose sobre el resto de factores deben considerar este día 28 de enero de 2011. Las palabras de Obama y su coro de apologistas lo dicen todo: Cuando se trata de las aspiraciones de la gente árabe común y corriente por una participación política genuina y por una verdadera autodeterminación, aquellos publicitados valores estadounidenses se suspenden, incluso cuando las “relaciones especiales” y las riquezas en hidrocarburos no estén bajo cuestionamiento. Y el sentimiento antidemocrático es bipartidario: En esta cuestión, hay una diferencia menos que ínfima entre demócratas “progresistas” y republicanos xenófobos, entre arabistas del Departamento de Estado de traje formal y fundamentalistas cristianos de camisa de franela, entre “realistas” de “el petróleo primero” y neoconservadores de “Israel primero”. No hay diferencia.