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01 agosto 2014
Sobre el poder seductivo del fascismo (y su retorno)
Hoy el fascismo sigue seduciendo: con una melodía más suave y a través de otros canales, pero calando en el mismo “vacío”. El principal “motivo” es la “seguridad”. El espionaje masivo, según el historiador Norman Pollack, se volvió un erastz del campo de concentración; su vínculo con la política de contraterrorismo pretende sofocar cualquier cambio democrático y social. Históricamente una herramienta del capitalismo para estabilizarse en tiempos de crisis y conservar la estructura de poder/riqueza, el fascismo reina en Europa (vide: las recientes elecciones europeas), en Estados Unidos (siendo Obama un “campeón liberal del fascismo american-style” según Pollack, véase: Counterpunch, 11 y 20-22/6/14), pero también en… Israel.
Ya desde la guerra de 1967 muchos advertían que con la ocupación de territorios palestinos los judíos internalizarían las prácticas y valores de sus verdugos, convirtiendo a Israel en un “Estado fascista”. Lo vemos perfectamente a la luz de la (siguiente) atrocidad en Gaza. “Hay enfermedad en mi casa. Es fascismo y racismo”, dice Yonatan Shapira, ex militar israelí disidente (Democracy Now!, 24/7/14). También el filósofo italiano Gianni Vattimo dijo: “Israel es un estado nazi y fascista, peor que Hitler” (Página/12, 27/7/14). ¿Provocación o un agudo análisis de la realidad? Ya desde hace tiempo Uri Avnery, el viejo activista israelí, denuncia “elementos” y “tendencias fascistas” en Israel, que se volvió… “la Meca de los racistas del mundo”. “El peregrinaje al Estado judío es objetivo de cada fascista esperanzado”, escribía (Gush Shalom, 17/12/11), apuntando a la extraña alianza entre Israel y la ultraderecha antisemita/nazi, que lo considera el “principal bastión contra el islam” (algo analizado por Slavoj Zizek en The year of dreaming dangerously, 2012, pp. 36-38). Lo único bueno es que a diferencia de los años 30, el que no tiene ninguna culpa es… Wagner. Es más: gracias a Daniel Barenboim, el judío-argentino con nacionalidad palestina, su música sirve como fórmula para el acercamiento árabe-israelí. La melodía seductora del fascismo ya no la tocan hoy las orquestas, sino los medios. Sobre la utopía sociopolítica (y la necesidad de recuperarla)
El último cuento de Franz Kafka fue Josefina la cantora, o el pueblo de los ratones (1924), sobre una ratoncita cuyo canto, aunque no era nada especial (“más bien parecía un chillido”), tenía un poder cautivador. Al parecer simple, pero leído con una clave política como lo hizo Zizek (Living in the end times, 2010, pp. 365-370), revela un potencial inesperado: la voz de Josefina importa no por sus valores, sino porque sirve de “mediador” y “vehículo” para la afirmación colectiva del sufrido pueblo de los ratones, una metáfora –se puede añadir– de cualquier comunidad precaria: no de casualidad Art Spiegelman en su cómic sobre el Holocausto (Maus, 1991) retrató a los judíos como ratones y los nazis como gatos (y los polacos como… cerdos). Citando a Fredric Jameson, que también interpretó este cuento, Zizek subraya que los demás ratones no necesitaban a Josefina para dirigirlos, sino para “revelar su esencia” y “garantizar su igualdad”.
En este sentido la historia de Kafka se vislumbra como la visión de una sociedad comunista igualitaria y una necesaria utopía sociopolítica. Hoy, sin embargo –apunta Zizek–, vivimos en los tiempos en que la “naturalización ideológica” capitalista alcanzó un nivel sin precedentes: pocos se atreven a soñar sobre las alternativas posibles; mientras la incontestada hegemonía del capitalismo, lejos de demostrar que las utopías quedaron atrás, está sostenida por su propia ideología, las utopías alternativas fueron exorcizadas por la “utopía en poder” que se presenta como “realismo pragmático” (First as tragedy, then as farce, 2009, p. 77). Hoy la utopía ya no es imaginar el mundo sin capitalismo, sino… intentar arreglarlo. Thomas Piketty describe su propuesta del impuesto global al capital (80 por ciento) como un “ideal utópico” –¡sic!– (Capital in the twenty-first century, 2014, p. 515). Bien le contestó Zizek: pensar que el modo de producción capitalista se quedará intacto con una medida así es realmente… “utópico” (Birkbeck Institute, 22/5/14). Pero la “utopía gatopardista” según la cual es posible obtener un cambio (distributivo) dentro del capitalismo para que todo quede igual, no es la que necesitamos. Las desigualdades sociales no son “fallas” arreglables con “medidas pragmáticas”, sino necesarios productos y sostenes del sistema. Más bien habría que recuperar la verdadera noción de la utopía, pensar en otra sociedad radicalmente igualitaria y retornar a la “idea comunista”, también un antídoto al fascismo.
Maciek Wisniewski, Periodista polaco
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/08/01/opinion/021a1pol