“Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad”
Franklin, Benjamin.
El reconocimiento de la dignidad y los derechos como iguales e inalienables fundamenta el ejercicio de los derechos humanos. Pero la dignidad y el valor de las personas son solo observables en la igualdad de la libertad, porque sin la libertad no existen dignidad ni derechos. La ruptura endógena de la armonía del ser humano por perdida de su estado de bienestar, o exógena por la pérdida del bienestar con el entorno, desde la biología, la antropología o la ecología expresan lesiones a los derechos individuales y colectivos .
La lucha democrática es saludable, libertaria y digna, si es renacer del humanismo reinstalado solo como democracia plena; social, económica y política. Cuando a pretexto de inclusión se quieren legitimar modelos patriarcales autoritarios que hacen del modelo político una antípoda del modelo social – aunque se presuma de garantismo en los derechos – la democracia entrará en decadencia, porque solo la armonía de democracia económica política y social hará sostenible los paradigmas de cambio.
Si no hay inclusión, hablar de inclusión social a tono con un racismo político que rechaza a opositores y busca adherencia con lealtad canina es una contradicción que ofende a la democracia y a la justicia. El proceso autentico de inclusión responderá a la exclusión y marginación como reivindicación colectiva con protagonismo colectivo en todos los terrenos. De lo contrario, la espiral de exclusión continuará en su forma política, o en su forma económica o social, agravada con posturas mesiánicas de caudillos de pedestal lingüístico que determinan el bien y el mal, el juzgamiento y las sentencias, afirmando el culto a su propia personalidad.
La consagración de los derechos solo es posible con la movilización de la sociedad civil, pero se cree, o se quiere hacer creer, que resulta desde condiciones jurídicas que lo hacen posible. Esta visión pre dialéctica y antimarxista anticipa la norma al comportamiento social, asigna al Estado el rol de dinamizador normativo, y en los hechos vuelve al gobierno – estado, disciplinador – represivo, enemigo de la libertad, excluyente y antidemocrático. Así, se va construyendo un terreno donde la equidad y la igualdad son realidades inexactas por la separación de los no adherentes, y por la omisión de la sociedad civil como autora de los cambios. Se afirma un territorio de contrarreforma y contrarrevolución.
Los derechos conquistados en libertad hacen la dignidad de los pueblos, la igualdad, la libertad de prensa, la libertad de cultos, la no-autoincriminación, el debido proceso, son necesidades libertarias, necesidades que forman contestatarios ante un estado que asfixia y reduce. Los derechos sociales, de trabajo, gremiales, los de la asistencia sanitaria, irrumpen tan necesarios como los derechos ambientales sustentables, o los destinados a la paz, la información, a la autodeterminación de los pueblos, etc. (acá cobra vigencia el Yasuní y la perspectiva biótica en su protección).
La dignidad es una racionalidad, entonces la dignidad es propia de la condición humana y la libertad es esencia humanizada. Los gobiernos que aman la cárcel ponen en cuestión la dignidad y la libertad, y extienden las formas panópticas a toda la sociedad con la perspectiva secularizada y perenne de vigilar y castigar. Los gobernantes autoritarios requieren que toda la sociedad se cierre, se recorte, sea vigilada en todos sus puntos. Los individuos ya no serán sujetos sino objetos objetivables insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallarán controlados, en el que el poder se ejerce por entero, en una sucesión de figuras jerárquicas que garantizarán que el individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos (Michael Foucault).
Un modelo compacto de dispositivos disciplinarios ya se ejerce por el sistema judicial. La cárcel cumple la misión de intimidación extrema, la vigilancia total ejercida por el Estado en su conjunto de forma monopólica, desintegra la esfera de la privacidad, penetrando la intimidad con las nuevas tecnologías de vigilancia que vuelven a las personas más transparentes. La propuesta se afirma con la mistificación de lo necesario que se vende como dotación de seguridad. Mas seguridad, pero menos libertad, el buen negocio de aceptar la cárcel encuentra acólitos amargos. El terror panóptico promueve el funcionamiento automático: el ciudadano debe sentirse vigilado, sin necesidad de serlo efectivamente; el ciudadano no sabe si realmente es vigilado pero la sola posibilidad de serlo y de que su actuación pueda ser verificada por el vigilante, lo obliga a actuar conforme a las reglas. De tal forma que no sólo es vigilado sino auto vigilado.
La democracia plena se parece a la libertad sin serlo, pero el pensamiento libertario hablará de la democracia profunda con sus mínimos éticos. No solo admitirá la presunción del disenso sino la necesidad del disenso y esta será parte de la caracterización de la democracia. También será disenso, el ejercicio de resistencia civil frente a los abusos del poder.
Y cuando omnividente como el ojo de Dios, el estado paraliza cualquier intento de disidencia de los ciudadanos, la democracia de los libertarios será el ejercicio de lo visible por los ciudadanos, que utilizaran la tecnología para vigilar de manera constante y efectiva el desempeño del Estado, vigilancia efectiva, no en lo abstracto sino en la figura concreta de sus burócratas. Construir el contrapoder, significara escrutar sistemáticamente los actos del estado y sus entes, de manera tal que los vigilantes sean vigilados y los evaluadores evaluados. Entonces reconstituir la democracia y profundizarla es hacer que la ciudadanía observe los actos gobernantes de sus gobernantes, y esto es imperativo categórico e imperiosa necesidad.
…Sabina, Joaquín: “Qué pequeña es la luz de los faros de quien sueña con la libertad”…