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domingo, noviembre 24, 2024

El indigenismo perdido, o cómo llenar de sentido los vacíos

Por Jorge Basilago*

Las ausencias y los vacíos modelan gran parte de nuestra existencia. Cada pérdida, todo detalle que olvidamos –por azar o, peor aún, intencionadamente- o que somos incapaces de explicar, los silencios que guardamos, nos definen y señalan muchas de nuestras fronteras, de las inconcebibles a las inconfesables. Son espejos que nos juzgan, al reflejar nuestras carencias. Lidiar con esos espacios en blanco, para volver a llenarlos de sentido cuando sea posible, es un enorme acertijo que no siempre se logra resolver sin ayuda. 

Un año atrás, luego del fallecimiento de la socióloga, escritora y politóloga María Arboleda Vaca, su compañero de vida por más de 40 años –el también sociólogo, periodista y editor Raúl Borja Núñez- se enfrentó a las preguntas mudas de toda desaparición. Poner en orden los apuntes y manuscritos de Arboleda no le acercó respuestas para elaborar el duelo, pero le ofreció otra perspectiva del vacío y de la memoria: la de un ensayo inédito que rescataba imágenes sobre la cotidianidad indígena en el Ecuador, en gran medida ignoradas o menospreciadas hasta la actualidad. 

“Mi intención al publicar ‘El indigenismo perdido’ es afectiva. Primero, como reconocimiento de que este documento es uno de los pocos con los que María se identificaba sin reparos, como autora”, sostiene Borja, en diálogo con La Línea de Fuego. Pero más allá del factor sentimental, o unida a él, surge la validez de un escrito que rastrea huellas cubiertas por el polvo del olvido:  “Cuando se tome este material con una mirada crítica, y busquemos una explicación del por qué estas fotografías no fueron integradas al indigenismo en Ecuador, este libro habrá cumplido una función muy relevante para reconstruir el camino perdido”, reflexiona.

Hallar lo que no se busca

“Creo que hay cierta fatalidad en esto: rara vez llego al lugar hacia el cual parto”, escribió siglos atrás Laurence Sterne. Y María Arboleda no buscaba un rasgo extraviado del indigenismo al momento de toparse con él. De hecho, la recopilación de imágenes que llevó a cabo entre 1979 y 1981, para montar el Archivo Fotográfico del Banco Central del Ecuador (BCE), no se concentraba en la población indígena y originalmente fue encomendada a la productora de Freddy Ehlers: “Freddy no es un trabajador de campo, así que necesitaba contratar a otra persona; no tengo claro cómo se produjo el contacto con María, pero ella, desde muy jovencita, tuvo una virtud particular para ese tipo de trabajo”, observa Borja.

El proyecto de Irving Zapater –entonces director del Departamento de Cultura del BCE- implicaba que Arboleda recorriese pueblos y ciudades, en todo el país, en busca de tesoros fotográficos conservados por familias o instituciones de origen y condición diversa. “Primero, ella tenía que exponer el motivo de su visita, convencer a las personas de que se trataba de un asunto serio y de que el material que tenían era considerado patrimonio del Ecuador”, relata Borja. Cada pista o testimonio la guiaba hacia nuevos aportes visuales que llenan vacíos históricos, desde el impulso urbanístico hasta la evolución de las costumbres de la población. 

Así, la investigadora obtuvo y catalogó para el BCE más de tres mil daguerrotipos y fotografías, correspondientes al período comprendido entre 1860 y 1960, que todavía hoy llevan los mismos números de archivo consignados en sus fichas manuscritas. “En ciertos casos, la gente se convencía tanto de la importancia del trabajo de María, que no solo autorizaban la copia sino que donaban los originales, mediante la suscripción de un acta”, recuerda Borja. A lo largo de todo el proceso, Cristóbal Pecas Corral y Dalton Burgos, dos fotógrafos experimentados, fueron los asistentes técnicos responsables del copiado, preservación o restauración del material recopilado.

Maria Arboleda y Dalton Burgos /La Línea de Fuego
María Arboleda y Dalton Burgos en Zaruma, durante el trabajo de campo que dio origen a “El indigenismo perdido”. Fotografía tomada por Cristóbal Corral.

Ya de regreso en Quito, a inicios de 1981 Arboleda entregó su informe final y los frutos de su labor de campo al BCE. Pero quedó personal e intelectualmente conmovida por la potencia documental de unas 250 imágenes de temática indigenista, conclusión a la que arribaría luego de analizarlas con detenimiento. “En el 90 por ciento de los casos, son encuentros que hacía el fotógrafo en la vía pública –en calles, plazas, puentes, campos y ciudades-, que dejan plasmada una realidad desnuda, o desnudada, del indio en el Ecuador”, detalla Borja sobre esos registros, que la población ecuatoriana aún hoy solo conoce de forma muy limitada.

Tomadas en las primeras décadas del siglo XX por Carlos Moscoso, Víctor Mena Caamaño, Remigio Noroña y Guillermo Illescas, estas fotografías no solo retratan escenas cotidianas de los habitantes originarios en aquellos tiempos. También rompen con la lógica racista usual en ese período, que se refleja en la costumbre de José Domingo Laso de eliminar a los indígenas de sus clásicas fotos de Quito porque, en su opinión, “afeaban” las escenas. “El mejor representante de la fotografía de esos años, es también el mejor representante del sector blanco-mestizo, que pretendió borrar una parte de su memoria que le molestaba; eso es muy fuerte porque como sociedad hemos querido hacer lo mismo”, advierte Borja.

Noroña/La Línea de Fuego
Uno de los “caballeros de la miseria”, como los llama María Arboleda: parte de una serie de expresivos retratos indigenistas realizados por Remigio Noroña.

Ver lo que nadie desea

“Lo que Illescas, Noroña, Mena y Moscoso nos dejaron, por cierto, fue parte de un intento social por dar al indio existencia en la conciencia nacional”, anota Arboleda en “El indigenismo perdido”. Un intento que la autora relaciona con el ensayo referencial de Pío Jaramillo Alvarado, “El indio ecuatoriano”, publicado por primera vez en 1922. “Él es quien pone la primera piedra para mejorar la legislación y las condiciones de vida del indio en el Ecuador, que para las clases urbanas medias y altas, mestizas, era una herida abierta. Y él puso sal encima para que arda. Ese es el indigenismo en el Ecuador, que fue muy potente y duró hasta los años sesenta”, puntualiza Borja sobre uno de los iniciadores de ese movimiento, con implicancias en todas las áreas del arte y el pensamiento nacional.

Las referencias a términos antiguos, hoy en desuso –como “repuntador”, que definía al trabajador encargado de conducir grupos de animales-, es la forma en que “El indigenismo perdido”nos reitera la vigencia del debate sobre la centralidad del lenguaje en la construcción de sentidos. Aquello que supimos nombrar pero olvidamos también se convierte en un vacío que nos limita, porque nos impide “ver”: “Nadie sabe, en la actualidad, qué era un guando. Alguien podrá decir que es ‘hacer fuerza común’, pero eso no alcanza a definirlo en su origen y en su dolor, porque el guando era la auténtica expresión del trabajo animal, llevado a un grupo de seres humanos”, indica Borja, quien incluyó en el libro tres imágenes de esta brutal forma de explotación indígena, descrita en la obra mediante una cruda cita de la novela Los guandos, de Nela Martínez.

Aunque en el ensayo Arboleda elige un tono muy medido y cuidadoso, con supremacía de lo descriptivo sobre lo analítico, lo más logrado son los contados pasajes donde permite que su prosa gane en hondura intelectual y brillo poético. “Hoy, en el cruce de esas dos coordenadas que son el espesamiento de nuestra cultura visual y el desarrollo de un movimiento indígena (ya no indigenista), que va creando su propio espacio de identidad, cabe este reconocimiento, que no es producto de una sola persona, ni de una visión, sino que ha sido posible gracias a la conjunción de esfuerzos de múltiples hombres y mujeres”, enfatiza la socióloga, a modo de reconocimiento, casi al final de su escrito.

Publicar lo que no debe olvidarse

Resulta difícil precisar, en la actualidad, las razones que llevaron a la autora a dejar inédito un escrito sobre el cual trabajó durante tantos años. Mucho más si se considera su alta valoración por quienes optaron, cuando muy pocos lo hacían, por registrar los rostros y padecimientos de “aquellos a quienes la sociedad mira, pero no ‘ve’”. “Mi hipótesis, puramente especulativa, es que quizás sintió que el texto se ‘atrasó’: si ella lo hubiese publicado hasta 1984, tras su primera versión, estaba bien; pero el tiempo fue pasando y, luego del levantamiento indígena de 1992, las organizaciones dijeron ‘gracias al indigenismo pero ya no queremos voces ajenas, porque tenemos la nuestra’”, arriesga Borja.

María Arboleda/La Línea de Fuego
María Arboleda, autora de “El indigenismo perdido”, en tiempos de su trabajo en la revista Nueva. La imagen fue tomada por la directora de ese medio, Magdalena Adoum.

De todas formas, durante el proceso previo a la publicación de “El indigenismo perdido”, el editor respetó “en un 95%” el último original de su compañera: más allá de cualquier posible anacronismo, lo importante fue preservar el concepto integral de un ensayo que propone un diálogo entre épocas. “En lo sustancial, es lo que María dejó redactado en 2019. Yo solo hice brevísimas correcciones, por ejemplo el agregado de las notas a pie de página, para poner en contexto algunos temas que pueden generar dudas a los lectores actuales”, describe Borja, quien tuvo el apoyo de su hijo, Raúl Borja Arboleda –fotógrafo de profesión-, en la revisión y cuidado de las 54 imágenes que ilustran la obra. 

Otro aspecto a tomar en cuenta es que, si bien la cuidada edición consta de muy pocos ejemplares, Borja aspira a establecer contactos a nivel nacional e internacional, para lograr un mayor reconocimiento de la obra. “Mi expectativa sería hacer alianzas con universidades –en Estados Unidos, en México, en Perú, en Chile- que permita esa difusión del trabajo, para que ya en el ambiente académico se lo tome como un tema de reflexión. Ojalá algo parecido se diese acá en el Ecuador, que nos correspondería. Por ejemplo, que se hagan lecturas críticas desde la antropología, desde la historia y desde la fotografía misma. Eso sería extraordinario”, se entusiasma el entrevistado.

Pero quizás lo más extraordinario que un volumen como “El indigenismo perdido” puede proponer, sea un diálogo entre épocas. No solo para llenar de sentido los vacíos de nuestros olvidos, sino también para advertir que ciertos rasgos de nuestra actualidad no son tan nuevos como parece, sino la larga sombra de un despojo ancestral. “Si quisiéramos salir al campo, a las ciudades, a los puentes, seguiríamos encontrando documentos fotográficos que dicen ‘perdón, pero todavía el indio, la india, son casi considerados semovientes, animales. Todavía cargan enormes bultos. Todavía caminan enormes trechos. Todavía visten harapos. Todavía enferman sin tener cura’”, finaliza Borja.

Hoy, en el cruce de esas dos coordenadas que son el espesamiento de nuestra cultura visual y el desarrollo de un movimiento indígena (ya no indigenista), que va creando su propio espacio de identidad, cabe este reconocimiento, que no es producto de una sola persona, ni de una visión, sino que ha sido posible gracias a la conjunción de esfuerzos de múltiples hombres y mujeres

–María Arboleda
Quienes deseen obtener información acerca del libro “El indigenismo perdido”, u organizar actividades de debate y análisis relacionadas con esa obra, pueden escribir por correo electrónico a Raúl Borja Núñez: raulborjanunez@gmail.com

 

*Jorge Basilago, periodista y escritor. Ha publicado en varios medios del Ecuador y la región. Coautor de los libros “A la orilla del silencio (Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos-2015)” y “Grillo constante (Historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti-2018)”.

 

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