Quito, enero 2013
Un largo debate atraviesa el tiempo: ¿cuál es el papel del individuo en la historia? El relato de la historia se centra en los individuos: no existiría la Ilíada sin Aquiles, Héctor y Elena; ni la Odisea sin Odiseo, Penélope y Telémaco. El análisis de la historia ve los pueblos, los colectivos: no existirían Aquiles ni Odiseo sin el pueblo griego y sus dioses.
En los extremos, una visión dice que la historia la hacen los grandes hombres, la otra dice que la hacen fuerzas supraindividuales. Ninguna soluciona el tema: “o bien lo general es absorbido por lo particular y la historia se vuelve no solamente irracional, sino también absurda en la medida en que cada elemento particular toma el aspecto de lo general, y en ella reinan, consecuentemente, la arbitrariedad y la contingencia; o bien lo particular es absorbido por lo general, los individuos no son más que instrumentos, la historia está predeterminada y los hombres sólo la hacen aparentemente.”[1]
La historia Venezuela desde los noventa está marcada por la figura de Chávez; y esa figura logra proyecciones continentales y globales, se convierte en piedra de toque para los alineamientos, para las tomas de partido. Con la enfermedad y la posible muerte de Chávez, la pregunta es ¿podrá continuar el proceso “bolivariano” sin su figura central?
No hay respuestas neutrales. Desde la oposición se resalta el papel del individuo: la ausencia de Chávez terminaría el proceso. Los medios buscan los signos: el primero es buscar las disputas y las escisiones dentro del PSUV, Maduro contra Diosdado Cabello, el ala izquierda contra el ala derecha, el poder civil contra el poder militar.
Desde el otro lado, se destaca el papel del proceso: “De igual modo, Chávez es tan solo el catalizador de un proceso más profundo. El motor del cambio han sido su movimiento político y sus gobiernos, no una única persona, por carismática y popular que sea. Y la condición para su desarrollo, con o sin Chávez, es el apoyo social.”[2]
No hay un desenlace prescrito. El resultado “no se adquiere nunca por anticipado o fuera de la historia, sino únicamente en la historia y en el desarrollo de ésta. También el elemento de incertidumbre, de incalculabilidad, de apertura y de falta de conclusión, que se presenta ante el individuo en acto, bajo la forma de la tensión y de la imprevisibilidad, es un componente constitutivo de la historia real.”[3]
Quizás es una oportunidad para reflexionar sobre ¿quién decide? y, sobre todo, ¿cómo se decide? Las respuestas van por dos lados: ver cuál es la fortaleza de la institucionalidad democrática establecida en Venezuela sobre la base de la Constitución del 99; y ver qué representa el proyecto bolivariano.
Hasta ahora, tanto el sector oficial como la oposición se remiten a las disposiciones constitucionales como el marco para responder a esta situación. Aunque quedan dos interpretaciones: el oficialismo declaró, a través del reelecto Presidente del Parlamento que no hay plazo para el retorno de Chávez, pues cuenta con un permiso aprobado por unanimidad por la Asamblea. Mientras tanto, desde la oposición se busca convertir al 10 de enero en el día decisivo: si Chávez no se juramenta debería procederse al encargo temporal al Presidente del Congreso y a la convocatoria a elecciones. La correlación de fuerzas dentro del parlamento está a favor del oficialismo. Empero puede abrirse un debate con la posición del poder judicial.
Al igual que otros procesos “progresistas” del Continente, el régimen del Presidente Chávez no es de coyuntura, es más bien de período, responde a dos dinámicas: la respuesta al cambio de ciclo después del fracaso del modelo neoliberal; y la respuesta a las modificaciones del Estado nacional liberal ante las nuevas condiciones de la globalización. En los catorce años de gobierno, Chávez ha sentado las bases de una nueva hegemonía: se ha conformado un nuevo bloque en el poder, en donde las Fuerzas Armadas juegan el papel de una especie de partido del régimen, participan nuevos y antiguos sectores empresariales, cuenta con una importante base social, y con relaciones internacionales definidas.
La estructura de poder combina formas bonapartistas-populistas-autoritarias, con su propia versión del “socialismo del siglo XXI”. Si bien se basa en un liderazgo fuerte, con rasgos carismáticos y clientelares, el proceso ha logrado institucionalizar las formas asistenciales como base del apoyo de amplias bases sociales. En este sentido se puede prever cambios, pero dentro de la estructura constituida. El propio Chávez, consciente del riesgo de la enfermedad, se encargo de designar a su sucesor, el Vicepresidente Maduro, disposición que difícilmente va a ser cuestionada por los diversos sectores que componen el proyecto bolivariano. La perspectiva apunta a la constitución de un mando compartido, pues Maduro no podrá desempeñar un papel fuerte como el de Chávez.
El cambio depende también de la correlación de fuerzas con la oposición. Hasta el momento hay más bien debilidad en las filas opositoras, después de dos derrotas electorales consecutivas. El liderazgo de Capriles dentro de las filas de la posición, corre más riesgo que el reconocimiento de la sucesión de Madura en las filas oficialistas. El espacio de maniobra de las presiones internacionales se ha reducido; el propio gobierno de Obama, ante las versiones de un acercamiento con Maduro para enfrentar a Diosdado, se ha apresurado a aclarar que se mantendrá alejado del manejo de la situación.
En caso de un desenlace fatal del Presidente Chávez y de adelanto de las elecciones, mayores posibilidades de triunfo tiene el PSUV, tanto más que la cultura latina tiende a identificarse con el sufriente. Chávez puede pasar a convertirse en un símbolo que difícilmente puede ser atacado: después del deceso, todo muerto es bueno, dice el refrán popular.
“La relación entre el individuo y la historia no está contenida solamente en la pregunta: ¿qué puede hacer el individuo en la historia? Plantea también el problema de lo que puede hacer la historia de (con) el individuo.”[4]
Una debilidad de las estructuras carismáticas es la falta de proceso y tiempo en la sucesión. Hay una diferencia respecto a experiencias como la de Sudáfrica con Mandela que supo dar paso al proceso y constituirse en un signo. En el caso de Venezuela, no puede descartarse tampoco la segunda oportunidad que a veces abre la historia, la posibilidad de que se realicen las elecciones y Chávez se recupere, quedando como una figura fuerte, similar al papel que Fidel Castro desempeña en Cuba después de su enfermedad.
[1] KOSIK, Karel, El individuo y la historia, “L’Homme et la societé” N9 9, julio-septiembre 1968, París, Traducido por Fernando Crespo Editorial Almagesto, Buenos Aires, 1991. Hay versión electrónica, http://www.correntroig.org/IMG/pdf/Karel_Kosik_-_El_individuo_y_la_historia.pdf, consulta enero 2013
[2] GARA EDITORIAL, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=161843, consulta enero 2013.
[3] KOSIK, K., Op. Cit.
[4] KOSI, K., Op. Cit.
Observo en el artículo un análisis bastante acertado de lo que sucede acá en Venezuela en la actual coyuntura política, como acertada es la idea de kosik sobre el individuo y la historia para fundamentarlo. Bien por esa Napo.
Ninguno de los procesos progresistas latinoamericanos se enmarca en las concepciones teóricas -europeas- respecto ni de la organización del Estado (por más que se copie el modelo de Montesquieu) ni de la organización social en partidos políticos (habría que revisar el marxismo -cuyos principios fundamentales a menudo han sido convertidos en dogmas, para interpretar el fenómeno latinoamericano a la luz del marxismo), ni de la comprensión misma del devenir histórico. Es verdad, por cierto, que la debilidad de nuestros procesos radica en el bajo nivel de la conciencia social, y por ello la presencia vigorosa de líderes que, con diferencias de un país a otro, dirigen los procesos. Venezuela tuvo un fuerte Partido Comunista hacia los años 50 del siglo XX, pero ese partido fue incapaz -entrampado como estuvo en la política hegemónica de la URSS- de conducir a las masas (como pretendía al llamarse “vanguardia de la clase obrera”). Vino luego la alternancia en el poder, tras la dictadura de Pérez Jiménez, de dos partidos de derecha: el COPEI y AD. Esta última dizque socialdemócrata. Ambos, pero sobre todo la AD, con un altísimo nivel de corrupción, al tiempo que de entrega al poder imperial. Los intentos revolucionarios fueron sofocados a sangre y fuego -como la Rebelión de Carúpano- hasta que la fatiga popular encontró en el líder una posibilidad de cambio. Eso ocurre ahora con Chávez y la Revolución Bolivariana. Se esperaría radicalización del proceso, a fin de socializar la economía, golpeando, claro está, a la burguesía empresarial, encadenada a la red corporativa internacional. Pero, al momento, lo más rescatable es la posición antiimperialista de ese proceso y el impulso a la unidad sudamericana y del Caribe, y ojalá, a posteriori, latinoamericana. Por eso, el cacareo dentro y fuera de Venezuela respecto de la “ruptura” de la Constitución, al no posesionar a Cabello, no es sino un intento del imperio y de la oligarquía venezolana por encontrar el punto para la reversión.