EN RUSIA HAY CAMBIO, PERO LA PLAZA ROJA NO ES TAHRIR, POR HINDE POMERANIEC
December 16th, 2011 ELPUERCOESPIN <www.elpuercoespin.com.ar>
“Fuera Putin”, “Ya es hora de irse a casa, muchachos”, “Por una Rusia sin Putin”. Las consignas son contundentes y las marchas, populosas y exaltadas. Es por eso que muchos comenzaron a preguntarse si la ola de indignación que viene recorriendo el mundo llegó finalmente a Rusia. Aunque es posible leer en este contexto las últimas manifestaciones en Rusia, sería inadecuado hacerlo sin reparar en la singularidad de la realidad política y cultural de ese país.
Cuando dejó la presidencia en 2008, se sabía que Vladimir Putin no pensaba volver a casa. El hombre que domina con mano firme la política rusa desde su llegada al poder, doce años atrás, buscó seguir cerca de las decisiones sin vulnerar la Constitución, que no le permitía un tercer mandato. Así, se corrió por un tiempo a su viejo rol de primer ministro y dejó en su lugar a su socio y delfín, Dmitri Medvedev, quien lejos de satisfacer a los agoreros no lo traicionó.
La primera pista de que las cosas ya no eran como solían ser fue una tremenda silbatina en un torneo de judo, un escenario familiar para Putin, cinturón negro y gran cultor de las artes marciales. La segunda -más preocupante- fueron las múltiples denuncias de fraude en la noche de las legislativas del domingo 4, cuando el oficialista Rusia Unida se quedó con poco menos del 50% de los votos y perdió la mayoría en las Cámaras, muy lejos de resultados anteriores. Las “desprolijidades” en la votación y en la difusión de los resultados, en un contexto menos próspero y con pronóstico de tiempos difíciles para la economía, colmaron la paciencia de la gente que durante años apoyó ciegamente a Vladimir Putin, el restaurador de la dignidad perdida y quien les devolvió la confianza como pueblo luego del neoliberalismo desaforado de Boris Yeltsin.
Es cierto, por primera vez aparecen con fuerza las piedras en el camino del líder y esas piedras no vienen de afuera, pese a que él acuse al gobierno de Obama de influir en el clima de desestabilización. La gran diferencia con otros momentos del ciclo de gobierno de Putin es que hoy Rusia podría pagar muy cara una ola de violencia interna. Lejos de los tiempos en que mandaba a disolver por la fuerza cualquier manifestación opositora por pequeña que fuera (y de que el propio presidente se viera involucrado como instigador en crímenes contra opositores), hoy el gobierno ruso autoriza esas marchas y busca que la represión a los revoltosos no se desmadre. No es casual que el presidente Medvedev haya anunciado una investigación por las denuncias de irregularidades de las últimas legislativas o que Dmitri Peskov, influyente vocero de Putin, haya advertido que el gobierno tomará nota de los reclamos populares. O que el propio Putin anuncie que en su próximo gobierno el tema de la defensa de los derechos humanos será un eje. Después de años de fatigar diplomacias y con una crisis económica que se expande sin respetar fronteras, Rusia está a punto de ingresar a la OMC y viene bregando por revertir su imagen autoritaria para ser visto como un país en donde la democracia es más que una palabra en el diccionario.
Se necesita aquietar las aguas para que todo fluya: finalmente, y sin minimizar ni los reclamos ni la salida de la gente a la calle, no hay espíritu revolucionario en esas multitudes y tampoco se trata de todavía una desmesurada muestra de furia popular. En su gran mayoría son jóvenes urbanos de clase media que no vivieron los tiempos soviéticos, a quienes se suman los opositores de siempre y algunos pícaros de ocasión. Veinticinco mil personas (como dice el oficialismo) o cuarenta mil (como dice la oposición) en Moscú siguen siendo una muestra significativa pero aún pequeña de una población de 12 millones.
Hay, sí, un cambio de época y Rusia no permanece inmune. Dos cosas emergen como realidades incontrastables. La capacidad de convocatoria de las redes sociales no tiene techo (tanto la de aquellos que llaman a tomar las calles como la de los blogueros oficialistas que salen a contrarrestar la embestida) y para los ambiciosos de poder parece haber llegado a su fin el sueño del gobierno eterno. Sin embargo, haríamos mal en confundir esta bienvenida manifestación de fastidio de una población que parecía anestesiada luego de décadas de comunismo y de un ingreso furioso a lo peor del capitalismo con una revuelta popular y mucho menos de corte “progresista”. Bien lejos de eso, la mayoría de las figuras emergentes de la oposición se ubican a la derecha del espectro político (algunos anclados en un nacionalismo de riesgo, además) y varios provienen de las filas putinistas, sólo que han perdido la paciencia luego de años de cuidar las formas sin que les llegue nunca el turno.
También están aquellos que se están anotando a último momento para salir a pelear en marzo por la presidencia, como el multimillonario Mijail Projorov. Posiblemente algunos cuenten con el apoyo extramuros que podría darle EE.UU. a quien garantizara alejar del Kremlin a Putin, un personaje incómodo e indócil para los planes del Departamento de Estado.
Sin embargo, quienes sueñan con una primavera árabe en el frío invierno polar deberían tomar nota de que el pragmático Vladimir Putin no es Kadafy, tampoco Mubarak. Sus políticas y su entramado ideológico están bastante más cerca de los de figuras europeas como Berlusconi y Sarkozy, aunque el país que comanda aún sigue sin aprobar materias sustanciales de institucionalidad y calidad democrática. Inesperadamente, el escenario se le complicó y hasta podría hablarse del comienzo del fin para el hombre cuya acumulación de poder y capacidad de sintonía con las masas algunos compararon con las de los zares. Lo que sería sin dudas un error es imaginar que Putin pueda escaparle a esta pelea o retirarse vencido antes de subir al ring. O al tatami.
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Hinde Pomeraniec es periodista, editora y autora de “Rusos. Postales de la era Putin”.