El centro de investigación por la paz Gernika Gogoratuz organiza, desde ayer y hasta mañana, sus XXIII Jornadas Internacionales de Cultura y Paz en Gernika, que tienen como plato fuerte la conferencia Poder y paz. Economía de paz. El poder de la paz, narrada a dos voces entre Santiago Alba Rico y Yayo Herrero. Aprovechamos la oportunidad para entrevistar a esta última, poseedora de un extenso currículum relacionado con la docencia y el activismo ecologista y feminista, en una inabarcable carrera que le ha llevado a coordinar desde Ecologistas en Acción hasta, más recientemente, FUHEM.
¿Qué podemos entender por economía de paz?
Yayo Herrero: Hay que partir de la consideración de que lo que vivimos en los países occidentales es un sistema económico que le ha declarado al guerra a las personas y a los territorios. Se ha construido de espaldas a la naturaleza, no conoce los límites físicos del planeta, es un sistema que se basa en la extracción creciente de materiales y la generación creciente de residuos. No sigue las pautas que rigen lo vivo. Además, es un sistema económico que está basado en la explotación del trabajo de las personas y que se apoya en una cantidad ingente de trabajo oculto que, de forma mayoritaria, realizan las mujeres en el ámbito privado de los hogares. Este sistema ha conducido, en muy pocas décadas, a una situación de previsible colapso físico. Por tanto, una economía de paz es una reconstrucción de los vínculos entre la economía, la naturaleza y las personas, poniendo el bienestar y el mantenimiento de la vida en el centro y sustituyendo al lucro como núcleo de la organización social.
Es curioso que señales que el sistema vigente da la espalda a la vida y al ser humano, porque no hay sistema económico que se mantenga sin personas, ¿no?
Y. H: Por una parte, hay mucha ignorancia en la construcción teórica de la ciencia económica, para la que sólo tiene valor aquello que puede expresarse en términos de precio, y para la que la tierra y el trabajo siempre pueden ser sustituibles por capital. Es una ciencia absolutamente analfabeta desde el punto de vista ecológico. Si además añadimos la desvinculación de la ciencia económica con la moral y la política, en el sentido de que se considera una ciencia neutral que elabora leyes y proposiciones universales, tenemos servido el conflicto entre la vida y la economía. Las políticas económicas privilegian el lucro a costa de recursos decrecientes. Nos encontramos con la paradoja de que, aunque la economía depende absolutamente de las personas, cada vez deja excluidas a más personas.
¿Esto es lo que lleva al colapso?
Y. H: Absolutamente. Es la única consecuencia inevitable que tiene no mirar el rumbo que tomamos. No será un colapso inmediato en los países del centro. Pero si le preguntas a un iraquí, probablemente te dirá que que sí percibe esta situación de colapso. Irak ha pasado de tener uno de los consumos per cápita más altos de petróleo antes de la invasión, a tener uno de los consumos de energía más bajos después de ella. Sin transición, por la vía de las armas y de la destrucción de la vida comunitaria más atroz que se pueda imaginar.
Dices que los países del centro son los que tardarían más en percibir el colapso. Pero también son los más dependientes en cuanto a fuentes de energía y materias primas…
Y. H: Cualquier país desarrollado es totalmente deficitario en materias primas y excedentario en residuos. Son países que han sobrepasado los límites de lo que permiten sus propios territorios, economías caníbales que sobreviven devorando territorios y personas de otros lugares del mundo. Si se llegase a la situación de que los países periféricos se negasen a exportar sus materias primas en las condiciones en que lo hacen actualmente, se produciría un colapso material evidente en los países centrales. ¿Qué ocurre en el marco de la economía globalizada? Existen armas poderosas que permiten que los países del centro ejerzan esta hegemonía. Armas no sólo militares, que también, sino a partir de las reglas de la OMC, de las políticas de la UE… este marco de reglas injustas permiten la perpetuación de la economía del expolio.
¿Podrías dar algún ejemplo de este marco injusto?
Y. H: Toda la PAC (Política Agraria Común), donde se privilegia el modelo de agricultura industrial, penalizando a los pequeños campesinos y a los modos de producción relacionados con la agroecología. Estos grandes cultivos se suelen dar en áreas que están siendo deforestadas, potenciando procesos de acaparamiento de tierras, disminuyendo la capacidad de los sumideros del planeta… Es un caso claro.
¿Qué importancia debe tener el sector de la agricultura dentro del modelo de la economía de paz?
Y. H: La vida humana es absolutamente deudora de la fotosíntesis. Es la única forma de incorporar energía a la cadena alimentaria. A la humanidad siempre le separa una cosecha de la extinción total: un año sin cosecha, y no habría humanidad. Hasta que no se invente una forma de sobrevivir sin comer, el sector primario es esencial. Ahora se ha privilegiado este modelo de agricultura industrial, que hace que la producción de alimentos, algo esencial, se someta a las propias reglas del resto de mercancías. Por encima de satisfacer necesidades humanas, la producción de alimentos busca la generación de beneficios. Cuando hablamos de que los pequeños agricultores convencionales están en la ruina, tendríamos que mirar todo el modelo de producción, distribución y consumo. Ahí veríamos que unas pocas multinacionales controlan toda la distribución. Los campesinos reciben un pago por sus cosechas totalmente ruinoso. A veces ni les compensa. Esto no es una ley natural, las políticas de precio no caen del cielo. Es un ejercicio de poder desde quienes controlan la distribución, que a su vez condicionan qué se produce, cómo y dónde. En ese sentido, el movimiento del campesinado, desde el Movimiento Sin Tierra en Brasil hasta la Vía Campesina en Europa, se está articulando para romper la política de precios y que los campesinos, al vender directamente su producción, perciban unos precios justos, y rompiendo también la barrera cultural absurda entre la ciudad y el campo, dos estructuras que son interdependientes. No me sorprende que en el Estado español haya más de 100.000 personas implicadas en cooperativas de consumo autogestionadas. Algo autoorganizado y pequeño, que con el apoyo de políticas públicas podría tener un impacto mucho más grande, incluso en la creación de empleos.
¿Cómo se lograría convencer a la gente para cambiar de actitud?
Y. H: Ahí está el principal escollo. El discurso mayoritario de los medios de difusión no es éste, incluso la agenda política invisibiliza algunas iniciativas alternativas que están ganando peso. No obstante, a partir de la irrupción del 15-M estamos viviendo un momento en el que, de forma insuficiente pero creciente, hay mucha gente que sabe que por esta vía hay algo que no funciona. Están surgiendo muchos medios de comunicación alternativa, blogs de personas inquietas que permiten que fluya otra información… la duda es si este flujo es lo suficientemente interesante como para confrontarse con la apisonadora del ajuste estructural que estamos padeciendo. Este cambio de imaginario colectivo es central y muy atractivo para las personas. Un modelo social que no sea tan violento puede crear grandes cotas de felicidad. Pero hace falta dar un salto que por el momento no se ha dado.
Todavía no se ha alcanzado un grado de maduración.
Y. H: Vamos de camino, pero todavía no.
Antes has dicho que el sistema vigente no es político ni moral. Quizá habría que matizarlo, porque hay regímenes políticos que se llevan muy bien con el capitalismo…
Y. H: Sí, hablaba de la política como la moral de lo colectivo. Este sistema capitalista no funciona porque hay un poder político que legisla la desregulación.
¿Y podría, desde la gran política, darse el cambio requerido?
Y. H: Mi sensación es que no, si no hay una fuerte presión por parte de un movimiento político ciudadano. Los gobiernos nacionales no han querido darle la vuelta a esta situación. Están ahondando la crisis. Dan la sensación de ser gobiernos cautivos y presos de las políticas impuestas ante las que “no hay alternativa”. Un cambio de las dimensiones que necesitamos o viene exigido por un movimiento ciudadano o no se va a dar.
Entonces, la relación que ves entre movimientos sociales e instituciones es de presión.
Y. H: No solamente. Los movimientos sociales están trabajando para confrontar y presionar, pero también crean alternativa. No sólo hacen movimiento, también colaboran en la construcción de laboratorios y experiencias nuevas. Pero las instituciones actuales, salvo honrosas excepciones, no tienen como prioridad ni el bienestar de la gente ni salir de un sistema con un agujero cada vez más grande. Al no haber un discurso en esta línea desde las instituciones, da la sensación de que, o se construye desde abajo y se presiona para crear otro marco instituyente y constituyente, o va a ser difícil que salgamos de esta situación.
¿Está cerca el momento óptimo?
Y. H: Nunca he conocido un momento de tanta indignación entre la gente, ni de tanta construcción de iniciativas en los barrios. Es un momento idóneo para plantear estos debates y reflexiones. Es el momento ideal para hacerlo. No me da miedo movilizarme para impulsar los cambios, lo que me da miedo es que no se haga.
La historia está llena de oportunidades perdidas.
Y. H: Sí, pero la crisis energética y económica nos ponen en una situación en la que no podemos seguir de esta manera. Quizá a nivel macroeconómico haya mejoras, pero a costa de un número creciente de personas que van a quedarse fuera. Puede mejorar dentro de unos años la coyuntura, pero será para caer de nuevo al cabo de unos años si no se hacen las transiciones ecológicas necesarias. Incluso para hacer una transición a un modelo energético renovable hace falta energía. Si consumimos la que queda en profundizar en este modelo loco, podría llegar a ser físicamente inviable realizar estas transiciones.
Desde la perspectiva de la economía de paz, ¿qué otros sectores y actividades serían clave y tendrían que consolidarse? ¿Cuáles tendrían que desmantelarse por formar parte de la economía de la violencia?
Y. H: Creo que la clave está en hacerse tres preguntas: qué cosas son las que satisfacen necesidades humanas, qué hace falta para producirlas, y en qué sectores puede tener lugar esta producción. Hay cosas que se producen hoy y que no responden a necesidades, como todo lo relacionado con la industria militar. En buena medida, la industria del automóvil debe decrecer, porque no va a ser posible mantener el uso del coche privado sólo para una pequeña parte de la población del mundo.
Pero surgirían voces diciendo que es una medida impuesta, dictatorial.
Y. H: Claro, dirán que es dictatorial, que queremos volver a las cavernas… pero a poco que uno se ponga a sumar infraestructuras, coches y gasto de energía, verá que es inviable. Por otra parte, hay otros sectores que sí tienen que crecer y desarrollarse. Por ejemplo, la rehabilitación energética de edificios. Todo el parque de viviendas que se han hecho en el Estado español en los últimos años es totalmente ineficaz desde el punto de vista energético. Hay unas posibilidades tremendas de creación de empleos dentro de la utilización de las energías pasivas. El tránsito a las renovables también puede crecer, tal y como establece un estudio de la Complutense que habla de una posible evolución a un sistema basado en renovables para el año 2030. Todo lo relacionado con economía de cuidados (somos una población totalmente envejecida), la agroecología, la producción forestal, un modelo de transporte colectivo que llegue a todas partes… Cuando quieres reducir el consumo de energía fósil, necesitas más trabajo humano, más personas empleadas. ¿Qué problema hay? Pues que este modelo es incompatible con las tasas de ganancia que pretenden tener algunas empresas capitalistas. Y ahí es cuando nos encontramos con una tensión, que no es más que la vieja tensión de la lucha de clases.
Ese debate sigue actual, entonces.
Y. H: Es algo plenamente vigente. Si vivimos en un planeta con recursos naturales limitados, es evidente que el reparto de riqueza es la única forma de caminar hacia la justicia. Y el reparto de la riqueza supone que luchar contra la pobreza es, en realidad, luchar contra la riqueza excesiva.