Con El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009), el cubano Leonardo Padura consiguió demostrar que, además de ser un notable autor del género policial negro (sus novelas protagonizadas por el detective Mario Conde son de las más celebradas en lengua castellana), es un escritor capaz de trabajar otras líneas literarias y de introducirse en la historia del siglo XX con gran destreza narrativa y enorme sensibilidad.
Por Hinde Pomeraniec LA NACION <www.lanacion.com.ar>
Matar y morir por una idea
-Una posible lectura de su novela, sobre todo haciendo eje en la figura trágica de Ramón Mercader, tiene que ver con una pregunta, creo, y es ¿hasta dónde es un sujeto capaz de llegar por una idea? ¿Le parece que existe todavía en el mundo el modelo de ciudadanos o colectivos militantes por una idea?
-Los compromisos de las militancias, ya sean políticas, religiosas, hasta deportivas, que impliquen una aceptación acrítica y muchas veces fanática de una idea, la realización de un acto o la entrega de la voluntad individual, son siempre asuntos muy complejos que deben verse cada uno en su contexto y condición. Por principio creo que el ser humano no tiene por qué responder afirmativa y fanáticamente a una política determinada solo por fidelidad a una pertenencia o militancia. Siempre pienso que el hombre tiene el deber de pensar y luego la responsabilidad de aceptar. Quizás yo no sea un buen juez de estas disquisiciones, pues siempre me he negado a las militancias férreas partidistas, religiosas, sociales o fraternales, como la masonería, a cuya sombra me eduqué, pues mi padre es masón desde antes de que yo naciera y siempre soñó con que al llegar a la adultez yo también lo fuese. pero lo decepcioné. He debido luchar mucho, por la época y el lugar al que pertenezco, para mantener la mayor independencia de pensamiento, vida y decisión de que he podido gozar, y por eso rechazo las obediencias ciegas a las que obligan los compromisos militantes con grupos de diferente carácter. Creo que Ramón Mercader fue un hombre que entregó su vida a una idea y, lo peor, es que lo hizo de la manera más lamentable. Se convirtió incluso en un asesino de un hombre indefenso, lo mató con toda la premeditación y alevosía posibles porque obedeció la orden de alguien que le dijo que debía hacerlo, nada más y nada menos que por el bien de la humanidad y el futuro de la sociedad más justa, igualitaria y humana que había existido. Ese alguien, por cierto, era Stalin, responsable directo o indirecto de la muerte de unos 20 millones de personas, entre ellas León Trotsky.
-En su novela las mujeres más fuertes de la trama dan vida y llevan a la muerte, enamoran y matan de amor, pero también mueren y con su muerte conducen a la escritura: ¿hay algo de esto?
-Esta es una novela en la que hay varias mujeres con unos caracteres muy, pero muy fuertes. Caridad Mercader, África de las Heras, Natalia Sedova, y Ana, la mujer de Iván. Otras, como Sylvia Agellof (la “novia” de Mercader, una trotskista que es enamorada por el asesino con el fin de que lo acerque a Trotsky) se dejan manipular por el amor y, con ello, pierden hasta su propia voluntad y sentido de la vida. Caridad y Áfica son las representaciones del fanatismo llevadas hasta las últimas consecuencias. Son dos mujeres que en sus vidas reales se dedicaron a utilizar a maridos, amantes, hijos y amigos para hacer su labor, que era la que le ordenaba el Partido y los directivos de los órganos secretos. Ambas, hasta el instante de sus muertes, fueron consideradas y pagadas como agentes de la KGB. Fueron personas que vivieron para la más férrea obediencia, aun cuando supieran que cometían actos viles o desleales. (África se casó con Felisberto Hernández solo para obtener la residencia uruguaya y poder montar en Montevideo la oficina regional de la KGB. Allí se dedicó a utilizar a un grupo de jóvenes bien intencionados de la clase media para obtener información). Natalia, por su parte, es la fuerza y la fidelidad. Lo soportó todo junto a Trostky, incluso le perdonó su desliz con otra mujer que se las trae, Frida Kahlo (uno de los personajes más retorcidos que se puedan imaginar, a pesar de su talento). Natalia se mantuvo fiel a su amor y a su filosofía y creo que, de no haber sido por ella, Trotsky se hubiera derrumbado mucho antes de que le llegara el final. Su fuerza la permitió resistir el asesinato de sus dos hijos y luego no aceptar ninguna disculpa soviética. Respecto a Ana, que es un personaje de ficción, aparentemente más dulce, noble, desprotegida: ella es la lucidez. Si le permitió a Iván, cuando ya Iván no creía en nada, creer en el amor, también es la que lo empuja a creer en la responsabilidad y lo lleva a escribir. Su fuerza está representada en la descripción de su muerte y su importancia para Iván con el final de éste, que ya resulta indetenible luego de la muerte de Ana.
-Me gustaría conocer cuáles fueron las fuentes de su investigación y, puntualmente, de dónde sacó la información acerca el pasado abyecto de Caridad y su marido perverso y por qué decidió unir en un romance y hasta en la paternidad de una hija a Mercader y a África, cuando no hay bibliografía -al menos no la encontré- sobre este vínculo amoroso.
– Utilicé sobre todo, para Mercader y Caridad, el libro de Luis Mercader (hermano de Ramón), que no es demasiado confiable, pero dice algunas verdades; el documental “Asaltar los cielos”, de Rioyo y López Linares; las entrevistas personales que pude hacer, no tantas como hubiera deseado, pues algunas personas relacionadas con Ramón no quisieron atenderme; y, sobre todo, recogí lo que aparecía en las bandas de otros muchos libros, como el de Pavel Sudoplatov. Pero siempre partiendo de un principio mental: la sospecha. Esta es una historia en la que, por muchas razones, todos mienten. Respecto a África, encontré un excelente reportaje publicado en Uruguay, creo que en “Marcha”. Y, por supuesto, la relación entre Ramón y África es ficción, pero pudo haber ocurrido perfectamente, pues coincidieron en Barcelona antes y durante la guerra, y se movieron en los mismos círculos sociales y políticos. Y respecto a Caridad y su abyección, la mejor prueba que tengo de que el personaje fue realmente así, se la debo a uno de sus nietos (hijo de Montse Mercader) que me ratificó que su abuela era exactamente como yo la describía.
-Con su experiencia de vida del estalinismo y también con su experiencia literaria sobre el tema, ¿imagina que puede haber alguna clase de totalitarismo en democracia? ¿O es un oxímoron pensar así?
-Es un oxímoron total. Es una pena que el principio de crear una sociedad de iguales, en la que los hombres gozaran de la máxima libertad en un estado de máxima democracia haya derivado en un sistema en el que solo una voz se escucha y una figura se eterniza en el poder y toma todas las decisiones, como si fuese un ser providencial. Cuando algo así ocurre, en cualquier sociedad, lo que impera es el miedo y el miedo es el cáncer de la sociedad.
-El papel de varios artistas mexicanos en su novela (y en la historia, excepto porque una gran mayoría pretende olvidarlo) es entre polémico y patético. Durante mucho tiempo la izquierda resaltó el valor del compromiso político de intelectuales y artistas. ¿Qué piensas hoy de eso? ¿Es más valiosa la obra de un artista si hay “compromiso” político o la explícita adhesión a una idea?
-Los artistas comprometidos de manera militante con un partido, filosofía, Estado o poder terminan siendo siempre -o casi- marionetas de ese poder. No se puede jugar a hacer política desde el arte porque al final los políticos son los que utilizan a los artistas para sus fines políticos. Creo que el compromiso del artista debe ser con la ética ciudadana, con su sentido de la verdad y de la justicia, o cuando menos, con su arte, con la mayor distancia posible de los círculos de decisión política y con la intención de hacer política desde el arte. En el caso de (Diego) Rivera y (David) Siqueiros, su posible grandeza artística quedó manchada con su mezquindad humana motivada por sus militancias políticas. Las ínfulas de poder de Rivera y las payasadas militares de Siqueiros no pueden tener el perdón de que crearon arte para las masas, o que defendieron las causas de los humildes. Hay muchas maneras de hacer ese arte y defender esas causas sin convertirse en marionetas del poder. En su descargo debemos tener en cuenta que en esa terrible década de los años 1930, entre el comunismo y el fascismo, las opciones se redujeron y que las filosofías totalitarias consiguieron ejercer presiones totalitarias sobre toda la sociedad y no solo sobre los artistas..