El Comité de Solidaridad Furukawa Nunca Más y la Asociación Sindical de Trabajadores Agrícolas, Bananeros y Campesinos (ASTAC), dos historias de trabajadores agrícolas, que han tocado el corazón del régimen de dominación y/o explotación laboral en el campo, la tierra y el derecho a la libre organización en la agroindustria.
Los primeros ganaron la demanda y obligaron a la empresa a pedir disculpas públicas, reparación económica y repartir cinco hectáreas a cada una de las y los trabajadores por los años de explotación en condiciones de esclavitud moderna y la violación de derechos; los segundos logaron que la Corte de Provincial de Justicia de Pichincha reconozca su derecho a la libre sindicalización y su deseo de convertirse en un “sindicato por rama”, nada menos que el banano como rama de actividad. Los dos hechos han pasado sin pena y sin gloria en los grandes medios de comunicación, pero constituyen un sismo para el régimen y tienen una enorme trascendencia para las luchas populares.
El punto es que, desde la reforma agraria en 1964 y 1973, el régimen de dominación en el campo se ha “modernizado”, gracias al apoyo del Estado (recursos directos, crédito, exoneración de impuestos, incentivos para la producción, etc.), los hacendados se convirtieron en empresarios y luego pasaron a ser grupos económicos integrados a los agro negocios globales. Sin embargo, a pesar de las promesas de desarrollo y libertades, a pesar de la presión de las organizaciones indígenas y campesinas que no dejaron de defender sus tierras y territorios, el modelo se caracterizó por la persistencia de la gran propiedad y la sobreexplotación laboral.
El levantamiento indígena de 1990 y la presión de las comunas sobre la tierra perturbó la tranquilidad de las élites terratenientes que habían logrado contener los conflictos por tierra en el entramado normativo de la época (IERAC, INDA); pero en 1994 la lucha por la tierra se clausuró con la Ley de Desarrollo Agrario, las elites lograron poner candados para el reparto de tierras, sobre todo, se eliminó las causales para la afectación de tierras creando un dispositivo potente para persuadir las aspiraciones de las organizaciones.
Con la expansión de la agroindustria, se presumía que los sindicatos y el creciente números de trabajadores agrícolas se convertirían en los actores de la defensa de los derechos conquistados, pero el movimiento sindical entró en crisis desde mediados de los años 80 y en 1991 la reforma laboral blindó a las empresas obligando a las organizaciones un mínimo de trabajadores para organizar un sindicato. Las razones de la crisis sindical aún están por estudiarse a fondo, pero, fue evidente que, con complicidad del Estado, las empresas reforzaron su estrategia de persecución sindical, desarmaron los sindicatos privados y montaron un régimen de explotación laboral en el cual los trabajadores pierden derechos cotidianamente. Hacia los años noventa, el sindicalismo público se convertiría en el espacio de resguardo y de resistencia al neoliberalismo. A pesar de la enorme resistencia de los indígenas y trabajadores frente al neoliberalismo, tanto la lucha por la tierra, como la ampliación de derechos laborales en el campo parecían estar cerradas durante los noventa.
La constitución del 2008 abrió nuevamente el debate, la apuesta de la Asamblea Nacional Constituyente de eliminar la tercerización laboral y las formas de precarización laboral, así como la proscripción del latifundio y la apuesta por un régimen de Soberanía Alimentaria avivaron las esperanzas de las organizaciones. Sin embargo, a pesar de que el nuevo gobierno tenía como aliados a las organizaciones de trabajadores como la FENACLE que empujaba el sindicalismo por rama; y la FENOCIN – CNC que impulsaron la ley de tierras vía iniciativa popular, los cambios no se dieron y buena parte de las organizaciones indígenas, campesinas y de trabajadores se ubicaron en la oposición al gobierno. El gobierno, no sólo mantuvo una apuesta por el desarrollo, sino que reforzó los intereses de las élites terratenientes; a pesar de los avances constitucionales y los discursos de izquierda, en diez años, las exportaciones no pararon y se abrieron nuevos mercados, pero perdimos más de 400.000 has de productos campesinos y las organizaciones de trabajadores como ASTAC no pararon de denunciar la violación de derechos laborales, los efectos nocivos del uso de agro tóxicos para la salud, la falta de condiciones laborales, la presencia extendida de la esclavitud moderna, etc.
Tras la constitución hubo una disputa intensa por la construcción de una normativa, pero la Ley de Tierras, la Ley de Semillas, la Ley de Agua y la reforma laboral solo mostraron los límites de las fuerzas, el gobierno no tuvo la voluntad política para avanzar y las organizaciones la fuerza para obligarlo. Con Lenín Moreno las organizaciones intentaron negociar con el gobierno, pero este se alineó con los intereses de las élites y promovió una nueva reforma anticampesina y antilaboral; de hecho, logró que, en medio de la crisis y la pandemia, sean las y los trabajadores y sectores populares los que paguen la crisis.
El resultado final fue que la agroindustria cobró fuerza en el neoliberalismo, creció con el progresismo y hoy, gracias al control del Estado que le permitió Moreno y Lasso, garantizar su tasa de ganancia, a costa de subordinar campesinos y explotar trabajadores. Es en ese complejo contexto en el cual, los trabajadores de Furukawa y ASTAC llegan para anunciar que el futuro no está cerrado.
ASTAC, siguiendo el camino de las mujeres trabajadoras remuneradas del hogar que ya habían logrado convertirse en sindicatos por rama (UNTHA-SINUTHRE), pero que pasó desapercibido por el resto de la sociedad, nos muestra que se puede romper el blindaje de las empresas privadas y renovar el sindicalismo tan golpeado. Su sentencia no solo les permite convertirse en el primer sindicato por rama en la agroindustria, sino que, interpela al ministerio a que reconozca a toda organización que lo requiera. ¿Quién imaginaría que el sueño de las “empleadas domésticas” daría jurisprudencia a la lucha de los trabajadores bananeros? ¿Quién se hubiera imaginado que la conquista de los trabajadores bananeros alumbraría la esperanza de todos los y las trabajadores en el Ecuador?
El trabajo en condiciones de esclavitud moderna no es una excepción del abacá, las condiciones de esclavitud moderna, la explotación infantil y la violación de derechos de trabajadores también han sido denunciadas en el banano y, con seguridad, las otras ramas de producción agroindustrial también mantienen sus tazas de ganancia sobre la explotación de los trabajadores. Con lo cual, Furukawa nos muestra que en esas condiciones de explotación está la oportunidad de reactivar las causales para el reparto de tierra y la dignificación de los trabajadores.Furrukawa y Astac nos dan lecciones y nos obligan a pensar que el contexto laboral en el campo puede cambiar y que el régimen de explotación laboral puede fracturarse. Puede resultar un deseo optimista, pero estos dos nos dan claves para pensar y renovar el sindicalismo.
ASTAC, siguiendo el camino de las mujeres trabajadoras remuneradas del hogar que ya habían logrado convertirse en sindicatos por rama (UNTHA-SINUTHRE), pero que pasó desapercibido por el resto de la sociedad, nos muestra que se puede romper el blindaje de las empresas privadas y renovar el sindicalismo tan golpeado.
*Stalin Herrera es sociólogo por la Universidad Central del Ecuador; Magíster en Estudios Latinoamericanos, con mención en Estudios Agrarios por la UASB, Sede Ecuador (Quito); realiza estudios doctorales en Estudios Latinoamericanos en la UNAM.