“Cuando los tigres pelean en el valle, el mono inteligente espera para ver cómo termina”, decía Putin en junio de 2019, en medio de la guerra comercial de EE.UU. y China. Esta guerra que pasó a ser viral de modo mediático y coronavírico, después de dos años, reposicionó al gigante asiático en la hegemonía capitalista. La muralla imperial china demostró que pudo controlar el virus en pocos meses, mientras que todo el mundo occidental, año y medio después, no ha podido salir de las espigas críticas del contagio.
La contradicción histórica que mueve China se muestra simbólicamente como el imperialismo económico que festeja los 100 años de fundación del Partido Comunista. El comunismo se opone por principio al capitalismo y su desarrollo imperialista, pero China utiliza la ideología comunista como una máscara de la estructura capitalista de explotación de mil cuatrocientos millones de trabajadores, a través del aparato burocrático más impresionante: 91 millones de afiliados al Partido. China tiene el más alto número de multimillonarios capitalistas del mundo, supera el millar, y todos se originaron en el partido. Lo que existe en China es un imperialismo capitalista dirigido por el Estado bajo una formación jerárquica; ningún tipo de socialismo. China es un buen ejemplo de la razón cínica que critica Peter Sloterdijk.
El Partido chino fusionó sus características con las de la jerarquía imperial histórica, se cambiaron símbolos, pero permanecieron las costumbres de dominación cotidiana: persecución, autoritarismo, violación de los derechos humanos. Se mantuvieron los esquemas de subordinación de las religiones imperiales para conquistar a millones de campesinos, y después pasaron al modelo burocrático. Los monasterios fueron reemplazados por las “granjas de reeducación”. La primera impresión del libro Rojo de Mao fue de 900 millones. El secretismo, los arreglos internos, el parentesco para escalar en el poder burocrático permitió acumular capital social. La frase lapidaria de la esposa de Mao, Jian Quing, se sigue escuchando: “el sexo es importante, pero es más importante el poder”.
Aunque algunos hagan una distinción entre la China de Mao y postmao, si se leen cuidadosamente los discursos de Mao, se pueden encontrar ya en ellos direcciones imperialistas, ansias de expansión. El gobernante de China y el emperador dinástico asiático se fusionaron en medio de una increíble diversidad cultural e idiomática. La estructura burocrática imperial china alcanzó el máximo de su apogeo en el siglo XXI, abrazada de transformaciones tecnológicas nunca vistas. China logró convertirse en potencia mundial tras el mayor bloqueo económico y político de los imperialismos occidentales, tras varios años de austeridad e inversión en educación, ciencia y tecnología. Si algo tienen en común China y Rusia ha sido su capacidad de pensar a largo plazo, los objetivos culturales y educativos se convirtieron en la principal base de la acumulación capitalista estatal e individual.
El Partido chino fusionó sus características con las de la jerarquía imperial histórica, se cambiaron símbolos, pero permanecieron las costumbres de dominación cotidiana: persecución, autoritarismo, violación de los derechos humanos.
*Jaime Chuchuca Serrano es abogado, licenciado en Ciencias Políticas y Sociales, licenciado en Ciencias de la Educación, en Filosofía, Sociología y Economía. Magíster en Sociología. Doctorando en Ciencias de la Educación.