La contaminacion del tejido social: La resistencia de líderes Sápara de la Amazonía ecuatoriana y la estrecha visión de los estudios de impacto ambiental relacionados a la extracción
02 de abril 2018
A la sombra del peor caso de contaminación petrolera en el mundo, los Sápara, un grupo pequeño de indígenas, están protegiendo desesperadamente su isla de selva en la Amazonía ecuatoriana.
Esta comunidad, que antiguamente se cifraba en decenas de miles, cuenta en la actualidad con tan solo unos cientos de Sáparas supervivientes, fruto de la devastación sufrida por su población durante siglos de colonización, desplazamiento y esclavización. Ahora viven en un momento precario; muchos se sienten amenazados por la contaminación petrolera que ha matado y enfermado a sus vecinos del norte.1 De hecho, esta amenaza les ha impulsado a organizarse contra los planes del gobierno ecuatoriano, que pretende extraer el petróleo dentro de su territorio.2
Las operaciones petroleras en el territorio Sápara están todavía en fase de exploración, pero los impactos dañinos de la industria ya comienzan a notarse. La industria petrolera ha invadido a las comunidades Sápara y a su territorio — no necesariamente a través de la contaminación química del agua (todavía), sino contaminando el tejido de la vida social. La violencia se ejerce contra las personas que defienden su tierra: a veces en forma de amenazas e intimidaciones y, a veces, incluso con el asesinato.
Este tipo de contaminación—que amenaza, agrede, causa terror y perturba la mente, la psique, el espíritu y la vida cotidiana—no suele incluirse en los estudios de impacto ambiental. Dichos estudios (que constituyen una de las pocas herramientas que tenemos a nuestro alcance para defender los derechos humanos en casos como este) no sssuelen tener en cuenta esta amenaza. Básicamente, se enfocan en analizar las transformaciones sufridas por los ecosistemas cuando se llevan a cabo exploraciones y extracciones en el terreno; sin embargo, apenas tienen en cuenta la violencia emocional y psicológica que sufren las comunidades desde el momento en que comienzan las negociaciones.
Más que un problema físico
Mientras caminaba por la selva de una comunidad Sápara el año pasado, el corazón se me salió del pecho cuando una de mis anfitrionas que caminaba conmigo, de repente se paró en seco. Un grito resonó entre los árboles y me di cuenta de que provenía de ella. Mi sorpresa apenas me permitió detener el paso, pero los dos niños pequeños que estaban en nuestro grupo se quedaron paralizados de miedo, sin poder dejar de lanzar miradas por todo el manto verde que nos rodeaba.
“Así es como nos aterrorizan”, me decía mi anfitriona mientras señalaba con la punta de su machete los árboles caídos en nuestro camino. “Son los hombres que mataron a Anacleta”, mi otra anfitriona susurró, “Quieren que sepamos que nos están siguiendo”.
Los ojos de los niños se agrandaron. Sentí un peso en el corazón. El sol se ponía y me preocupaba que no pudiéramos volver a su hogar de forma segura. Además, me sentía responsable por mi amiga, a quien yo había invitado a viajar conmigo.
Aproximadamente tres meses atrás, no lejos de donde estábamos, algunos miembros de la familia de Anacleta la habían encontrado boca abajo en el suelo de la selva, desnuda y mutilada entre machetes desechados. Al contar la historia, un pariente me mostró las fotos: el cuello de Anacleta estaba de color morado, como si la habían estrangulado. Los moretones en su cuerpo, algunos pensaron, eran evidencia de violación. Otros miembros de la comunidad afirmaron que se trataba de suicidio, abuso doméstico o chamanismo pero, según otros, junto a Anacleta había una extraña colección de esquejes del bosque, que varias mujeres habían entendido como una advertencia; una especie de “lista negra”. Aquellos que se oponían a la extracción de petróleo, especialmente las mujeres, eran vistos como el próximo blanco de violencia en una guerra que podría diezmar a su gente.
Anacleta no era una de las principales activistas, pero tenía parientes que venían luchando contra la extracción del petróleo de forma notoria a nivel internacional. La investigación sobre su muerte aún está en proceso, y todavía no se ha realizado la autopsia, pero independientemente de quién sea el responsable, el hecho de que muchos miembros de la comunidad vinculen la brutalidad sufrida por Anacleta con la industria petrolera, refleja la amplia “guerra” de invasión capitalista a la que ellos dicen enfrentarse, y que ha robado la vida de al menos una persona Sápara más (Vallejo y Duhalde 2016).
El grito de mi anfitriona era una forma de decirles a los hombres misteriosos de la selva que estábamos en un grupo que no les temía. Nuestra esperanza era que pudiéramos parecer más fuertes de lo que realmente éramos—del mismo modo que, como ellos dicen, uno puede tratar de parecer más grande y más amenazante frente a un jaguar si levanta los brazos. El regreso a casa, lamentablemente, no alivió nuestro miedo abrumador. El hogar, que debería ser un lugar cómodo y seguro, ya no lo era.
No había servicio de teléfono ni internet, y la única radio que nos conectaba con la ciudad más cercana (a un viaje en avión de distancia) funcionaba sólo durante el día. No estábamos preparados en caso de ocurrir una emboscada.3 Los familiares no querían confrontación ni violencia, y, hasta donde yo sabía, siempre buscaban paz.
Solo una sección muy pequeña de la casa tenía paredes y una puerta, y estaba hecha de listones de madera; la cerradura se podía romper con muy poca fuerza… Adentro, y en el porche, nos quedamos vigilantes toda la noche, con nuestras linternas buscando cualquier cosa extraña entre las sombras proyectadas por la luna entre las hojas de los helechos y los árboles que nos rodeaban. Fueron momentos de esperar con el alma en vilo y sin los medios necesarios para defendernos de algo aún más terrible, que desde la muerte de Anacleta y tal vez mucho antes, la gente de la comunidad había llegado a conocer bien.
El poder del miedo
Afortunadamente, a la mañana siguiente todos estábamos a salvo; pero yo me sentía avergonzada de terminar ya mi visita y regresar a Quito tan temprano. Sin embargo, mis anfitrionas me sorprendieron al darme las gracias por dar testimonio, y de ahí credibilidad, a su miedo.
Numerosas fuerzas sociales trabajan para minimizar y deslegitimar el temor que consume a las comunidades que se enfrentan a la industria extractiva; los estudios han demostrado que esto sucede así en muchos lugares del mundo (ver por ejemplo: Auyero & Swistun 2009; Jain 2013; Masco 2008). Para mantener las operaciones extractivas cuando existe tal resistencia, las partes poderosas e interesadas trabajan duramente para convencer al público de que el miedo a la toxicidad y otros daños relacionados con la industria es algo patológico, o ‘demente’ (Goldstein & Hall; Stawkowski 2017). En cualquier caso, las personas que están en primera línea de esta lucha tienen que luchar constantemente para mantener su forma de vida en medio de tales dinámicas hostiles.4
Muchos líderes Sápara en resistencia han perdido a sus familiares en asesinatos, han recibido amenazas de muerte, han vuelto a casa después de expediciones de caza para encontrar a sus gallinas muertas, degolladas y colgadas, o han recibido visitas extrañas que, si bien no hacen daño explícitamente, atormentan solo con su presencia y las historias escalofriantemente vagas sobre los motivos por sus visitas. No es de sorprender por tanto que a los Sáparas se les hace cada vez más difícil seguir con las tareas diarias. Desde la muerte de Anacleta, no importa el género, la edad o la fuerza física, a pocos de los que experimentan o son testigos de estas situaciones tan nocivas, no tienen ganas de moverse solos o de caminar por su territorio, ya sea para cuidar las chackras, buscar comida en la selva o visitar parientes cercanos.
Las consecuencias de todo esto son doblemente graves. Primero, en el territorio, lo que se requiere para la reproducción social es muy difícil de lograr. En segundo lugar, muchos líderes de la resistencia están en tan grave peligro, que a menudo se ven obligados a huir de sus territorios.
Las mujeres que me hospedaron en su territorio, por ejemplo, se han vuelto cada vez más nómadas. Están constantemente preocupadas por el mantenimiento de sus jardines mientras buscan alivio en las ciudades. Alojarse en las ciudades les proporciona una seguridad relativa, así como mayores oportunidades para defender a su nación indígena ante las poderosas autoridades gubernamentales.
Estas mismas autoridades gubernamentales han cuestionado de innumerables maneras su legitimidad como líderes.5 Mientras tanto, los procesos que ocultan los sucesos de opresión y violencia cometidas por el estado alimenta los discursos sociales y políticos que asocian la llamada ‘migración’ de los Sápara a la ciudad con el encanto por la ‘modernidad’ y las promesas del ‘desarrollo’ .6
Esta situación beneficia a la industria petrolera puesto que, sin tener que recurrir al desastre que causarían (más) asesinatos, los líderes de la resistencia representan un obstáculo cada vez menor para los pocos que quieren extraer ganancias del crudo que yace por debajo del territorio Sápara. Además, la mera presencia de personas indígenas en las ciudades es utilizada por los poderosos para armar un discurso convincente sobre la idea del “progreso” que es, supuestamente, el deseo de todos, incluyendo las personas que aún no se han alejado de la selva. Cada día que pasa, este discurso se consolida más, funcionando así como la excusa perfecta para la destrucción del territorio indígena, la nación indígena, y las personas indígenas.
La toxicidad que supera las barreras
Es importante tener en cuenta que este socavamiento sistemático del tejido social indígena es lo que está ocurriendo antes de la extracción del petróleo de los bloques concesionados. Es algo que se olvida tan fácilmente, porque las dos mejores herramientas para luchar contra compañías petroleras–estudios de impacto ambiental y demandas de perjuicios tóxicos–se basan en la ocurrencia hipotética o real de un evento biofísico, generalmente un derrame de petróleo, para construir un caso para los que están, o podrían estar pronto, afectados negativamente por dicho evento.
La violencia que hoy se ejerce contra los líderes Sápara de la resistencia se está manifestando antes de que ocurra cualquiera de estos hipotéticos “eventos”, y por lo tanto, no forma parte de lo que se considera dentro de la contabilización de daños. Del mismo modo, los estudios de impacto ambiental y las demandas de perjuicios tóxicos responden a “eventos” específicos, no a la opresión acumulada, a la violencia o a la intimidación que está teniendo lugar.
Sin embargo, la confianza depositada en estas herramientas numéricas de medición – como las estimaciones de cuántos peces de una especie en particular podrían verse perjudicados, o la probabilidad de que una persona expuesta a toxinas pueda desarrollar enfermedades respiratorias – no es capaz de plasmar los daños infligidos a la psique, al espíritu, y a la comunidad.7 La preocupación por los números y por las realidades que son más susceptibles de ser divididas y cuantificadas, pone de manifiesto que hay muchas otras cosas que no se toman en consideración. El clima tóxico de miedo e intimidación que desciende sobre las comunidades Sápara, no solo es resistente a esta reducción, sino que también está fuera del ámbito de actuación temporal de estas mediciones, que solamente ven problemas cuando se rompe un estándar ambiental.8
La toxicidad, sin embargo, no es solo un compuesto químico. La toxicidad no sólo se encuentra en la materia física del petróleo crudo y sus subproductos, causando cánceres y otros tipos de enfermedades corporales. La toxicidad se refiere a cualquier cosa que sea dañina; a cualquier cosa que actúe como un veneno9: es por eso que la “masculinidad tóxica”, las “hipotecas tóxicas” y las “relaciones tóxicas” existen en muchos léxicos populares. En el caso de los Sápara, y para muchas otras nacionalidades y comunidades indígenas de todo el mundo, la industria petrolera produce un clima de toxicidad antes de que el crudo siquiera se extraiga del suelo. Si bien es posible que el entorno geográfico y biofísico aún no se vea perjudicado, incuestionablemente lo es el entorno social.
Deteniéndose ante nada
El racismo contra los pueblos indígenas es un veneno que no sólo ha negado a los Sáparas su derecho a la autodeterminación, sino que también ha bloqueado los esfuerzos por reconocer y responder a la violencia que los está matando. Si bien la extracción del petróleo promete traer beneficios para algunos, el racismo intenta justificar los horrores que causa a otros.
Los estudios de impacto ambiental son una encarnación de ese racismo cada vez que se omite el daño que experimentan las personas afectadas por un proyecto. En Ecuador, son los ministros del gobierno y las empresas ricas (normalmente manejadas por personas de piel más clara) quienes deciden qué es lo que cuenta como un “impacto” y qué no, justificando así el destino que están decidiendo para los Sápara.
Más específicamente, estos estudios de impacto reflejan cómo, en la práctica, a los pueblos indígenas se les garantiza sólo el derecho a la consulta y no a su consentimiento cuando se trata de extraer petróleo de su territorio: proponen medios para prevenir o minimizar los impactos potenciales, en lugar de permitir detener un proyecto en su totalidad (CDES 2016).
Por eso, en la lucha por la justicia, el tema de la consulta libre, previa e informada se ha convertido en un punto focal de acción colectiva: es un mecanismo legal para garantizar que las comunidades reciban suficiente información sobre un proyecto extractivo antes de que comience, para que pueden tomar la decisión de decir no, sin miedo a la represión. Los tratados internacionales firmados y ratificados por Ecuador, así como la constitución, conceden este derecho.
Pero muchos funcionarios gubernamentales han argumentado que lograr el consentimiento para un proyecto no es un requisito; las comunidades, dicen, solo deben ser incluidas en las discusiones (Melo 2013). Por esa razón, algunos activistas indígenas ahora dicen no al proceso de consulta, entendiendo que el estado no cumple con el respeto a sus derechos y dignidad.
El clima tóxico de miedo e intimidación que está corroyendo el tejido social de la nación Sápara y el bienestar de la comunidad, antes del inicio de la extracción del petróleo, debe ser contabilizado si queremos reconocer el verdadero costo de esta situación. A menos que la población Sápara tenga una voz real en lo que sucede en su territorio, la toxicidad se filtrará en todo, matando desde todos los ángulos.
Los líderes Sápara, que se han enfrentado a todo tipo de peligro, continúan su lucha en primera línea, rechazando más violencia y destrucción. El grado de apoyo que ellos reciben de nosotros es una prueba de cómo el racismo y los discursos que elogian el desarrollo han contaminado nuestro pensamiento.
NOTAS
1 El peor desastre relacionado con el petróleo del mundo en la historia, señalaron los científicos, se encuentra en la región amazónica del norte de Ecuador, donde la corporación Chevron-Texaco ha admitido haber arrojado intencionalmente miles de millones de galones de desechos tóxicos al medio ambiente. En una demanda en curso de 25 años de edad, más de 30,000 agricultores y pueblos indígenas han estado buscando la responsabilidad corporativa y una remediación completa. Las actualizaciones sobre el caso legal pueden seguirse aquí: https://business-humanrights.org/en/texacochevron-lawsuits-re-ecuador.
2 A finales de enero de 2014 bajo el mandato del Presidente Rafael Correa, se firmaron dos contratos entre Ecuador y el consorcio chino Andes Petroleum que permiten 20 años de extracción en caso de que la exploración resulte económica y técnicamente viable. Más tarde, cuando el Secretario de Hidrocarburos de Ecuador declaró que había completado una consulta libre, previa e informada con las comunidades afectadas, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) argumentó que el proceso no se apegaba al mandato constitucional ni a los estándares internacionales (Vallejo 2014). Con el nuevo gobierno de Lenín Moreno hay muchas preguntas respecto a qué va a pasar con estos bloques petroleros, y muchas personas Sápara esperan que Moreno vaya a cumplir sus promesas de respetar a los pueblos indígenas. Para más información, ver esta declaración de la Asociación de Mujeres Sápara: http://amazonwatch.org/news/2016/0209-statement-of-the-sapara-womens-association-on-oil-exploration-in-their-territory.
3 Si nos atacan esta noche, me enseñaron, corre al bosque y te encontraremos. Podría llevarnos un par de semanas caminar hacia la seguridad, pero lo haremos. Mis anfitrionas, de hecho, lo habían hecho muchas veces antes, pero nunca llegó sin sus propios peligros. Ellas mismas todavía lloraban la pérdida de una amiga que murió en un viaje a causa de una mordedura de serpiente, curable pero solo cuando es tratada rápidamente con antídoto.
4 Global Witness es una organización no gubernamental que, junto con la campaña por la rendición de cuentas, ha estado trabajando para registrar y aumentar la conciencia sobre las graves amenazas que se enfrentan los defensores del medio ambiente: https://www.globalwitness.org/en/campaigns/environmental-activists/.
5 Por ejemplo, el gobierno ecuatoriano, en numerosas ocasiones, se ha negado a reconocer oficialmente a los líderes Sápara elegidos democráticamente y legitimados por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (que están en contra de la extracción de petróleo), pero sí han otorgado ese reconocimiento a individuos que han sido afables con el Secretario de Hidrocarburos.
6 Vale la pena enfatizar que existen diversas razones por las cuales existe un movimiento migratorio hacia las ciudades. El deseo de vivir un estilo de vida urbano es sólo una de ellas. La organización indígena ha luchado históricamente contra las ideologías opresivas que, por un lado, rechazan la autenticidad de las personas indígenas que viven estilos de vida urbanos y, por otro lado, niegan a los pueblos indígenas su derecho a proteger sus territorios del “desarrollo” no deseado (ver, por ejemplo: Bessire 2014 y Tuhiwai Smith 2012).
7 Esto no significa que el cálculo del daño relacionado con la exposición a los productos químicos utilizados en la extracción del petróleo sea algo sencillo: está plagado de sus propios desafíos, como han señalado los expertos, como Suzana Sawyer 2004 (en el contexto de Ecuador).
8 El análisis de Amelia Fiske (2017) de los Estudios de Impacto Ambiental de la producción de petróleo en la Amazonía ecuatoriana demuestra cómo esos estudios se basan “en valores numéricos para hacer comparaciones y determinar la importancia comparativa de los impactos”, al mismo tiempo que subraya que el cálculo de esos valores numéricos no es un ejercicio objetivo (67).
9 David Pellow (2007), por ejemplo, argumenta que el racismo es un veneno tanto en su sentido figurado como literal: el racismo “llena el agua y la tierra literalmente, e invade nuestros cuerpos como los productos químicos que las ETN fabrican y bombean a nuestra atmósfera cada día. Los productos químicos tóxicos son la encarnación del racismo (y de la violencia de género y de clase) porque están destinados a producir beneficios para unos mientras hacen daño a otros “(46).
* Lindsay Ofrias es una candidata a doctora en antropología, beneficiaria de la beca de investigación Lassen en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Princeton. Sus estudios se centran en justicia medioambiental, petro-política y movimientos sociales.
Traducción: Paula Hernández Castro
Este artículo fue publicado primero en Inglés en la revista Anthropology and Environment Society’s Engagement blog, https://aesengagement.wordpress.com/2018/03/20/contamination-of-the-social-fabric-sapara-leaders-resistance-to-oil-companies-in-the-ecuadorian-amazon-and-the-narrow-vision-of-environmental-impact-studies/
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Agradecimientos: Me gustaría expresar mi más sincero agradecimiento a todas las personas valientes de la comunidad Sápara que me han abierto las puertas a sus vidas, han compartido conmigo sus historias y me han dado permiso para publicar este artículo. Estoy también profundamente agradecida a Theresa Miller, quien me ha brindado una magnífica orientación editorial y por la inspiradora ayuda recibida por George Byrne, Amelia Fiske, Ivette Vallejo y Meryleen Mena (cualquier falencia o defecto en el artículo es de mi entera responsabilidad). Este trabajo no hubiera sido posible sin el enorme apoyo recibido por parte de mi comité de tesis, João Biehl, Carolyn Rouse y Carol Greenhouse. Tampoco sin la financiación que me ha sido concedida gracias al Departamento de Antropología de la Universidad de Princeton, al Programa de Estudios Latinoamericanos, y al Centro de Salud y Bienestar.
Traducción: Esta traducción ha sido realizada por Paula Hernández Castro, de quien estoy muy agradecida por su atención a los detalles y su sensibilidad poética respecto a la materia. También, me gustaría dar las gracias a Meryleen Mena por su bellísima edición de una versión anterior escrita en español.