“Hasta ahora lo que se ha descubierto es que cuando la gente está en la pobreza es muy difícil ser feliz. Por eso la primera misión es combatirla”.
Freddy Elhers, Secretario del Buen Vivir. El Universo 31 de agosto del 2014.
La pequeña nación asiática de Bután desde la mirada cartesiana del occidocentrismo[1] es considerada un país pobre. Haciéndole innumerables críticas en base a las nociones de lo que el piramidalismo considera rico o pobre y el cual básicamente está en relación al nivel de acumulación material que ha alcanzado una persona o un país. Valores y parámetros que no se ajustan a la filosofía o conciencia budista de concebir y de vivir la vida, para quienes la riqueza está más allá de lo material y entra en dimensiones subjetivas, espirituales y concienciales. Mientras para Occidente lo más valioso es lo material, para Oriente es lo espiritual[2] (actualmente ya no lo es tanto).
Frente a ello Jigme Singye Wangchuck, algo así como el rey de Bután, propuso en 1972 otro indicador y al cual le llamo Felicidad Nacional Bruta (FNB) o Felicidad Interna Bruta (FIB) en contrapartida y parafraseando al denominado Producto Interno Bruto (PIB). Intentaba ser un indicador para medir la calidad de vida en términos más holísticos y vitales[3], y no solamente en términos económicos y productivos, es decir, tomando en cuenta elementos relativos y no solamente a los objetivos. Estos últimos, a través de la ilustración y del positivismo, como teorías de sustento del piramidalismo racionalista, habían logrado estandarizarlos en el medio académico como universales y superiores. Fruto de su típico monoculturalismo o en su convicción de creerse la mejor cultura, por no decir auto considerada la única que hay y ha habido sobre la faz de la tierra, aunque en alguna época así fue defendida.
Después de la revolución patriarcal que se diera hace unos 5000 años en el actualmente denominado Medio Oriente, y que terminara con la milenaria forma de vida basada en el sistema matricial o matrístico, empieza paralelamente el proceso de encumbramiento y de consolidación del patriarcalismo con la creación e instauración de una serie de instituciones, valores y características de tipo vertical o piramidal. Uno de los principales elementos de este piramidalismo naciente será la magnificación y separación de la razón sobre lo intuitivo, y que posteriormente conducirá a la potenciación de la materialidad sobre la espiritualidad o de lo objetivo contra lo subjetivo. Este racionalismo que se enciende germinará paulatinamente hasta alcanzar su nivel más elaborado y estructurado con los filósofos clásicos (Sócrates, Platón, Aristóteles). Con lo cual se produce la ablación del cerebro derecho o el también llamado cerebro femenino o subjetivo, lo que conlleva paralelamente al proceso de domesticación de la mente integral y de la comunidad como sistema de vida. A todo lo cual le llamarán posteriormente civilización y en ruptura con lo matricial, a la que a su vez le configuraran como el pasado bárbaro y a la época más antigua como la salvaje prehistoria.
El cerebro izquierdo o cerebro masculino se repotencia, como de igual manera todo lo relacionado con el principio masculino de vida y que luego degenerará en el machismo, muy conocido hasta nuestros días. Esta división o separación del funcionamiento armónico de los cerebros provocará posteriormente una manía por dividir, fragmentar, separar, especializar, reducir, todo cuanto existe sobre la vida. Por ejemplo, de una milenaria visión y acción holística sobre el cuerpo y el ser humano, a una especialización por sus órganos (reduccionismo).
Este camino logocrático alcanza un nuevo nivel más profundo con Galileo y su propuesta de cuantificarlo de todo, para posteriormente con Bacon poner al varón (no a la mujer) como único modelo de medida de todas las cosas. De esta manera y correlativamente la naturaleza va dejando su condición de Madre Tierra dadora de vida, para pasar a ser solamente objeto de explotación y de consumo. Proceso éste que continúa y alcanza su máxima cúspide con Newton y Descartes a través de su visión mecanicista de la vida. Hasta aquí alcanzando el racionalismo patriarcal su cima, para paralelamente empezar su estancamiento y decadencia con el aparecimiento del paradigma relativista de Einstein.
En este último nivel, han surgido otros investigadores que retoman y profundizan el milenario paradigma relacional, con ello reunificando al cerebro derecho y el izquierdo, lo que vale decir lo masculino y lo femenino, o lo objetivo y lo subjetivo. Será especialmente el paradigma quántico el que trastrocará definitivamente con el paradigma newtoniano-cartesiano. Sin embargo de ello, solo cierto sector de la intelectualidad y la academia han asimilado estos nuevos paradigmas, pues la mayoría de sectores siguen funcionando y viviendo dentro de parámetros positivistas. No importa si sean derechas o izquierdas, siguen manejándose en base a estereotipos antropocéntricos, materialistas, instrumentalistas, todos ellos de raigambre patriarcalista.
En estos últimos 500 años el piramidalismo colonialista se ha dedicado a imponerlo en todo el mundo a través de su patriarcalismo genocida, intentando convertirlo en el único modelo, referente, estereotipo, guía, de lo que es vida, cultura, paz, libertad, amor, etc. Y todos aquellos que no se acerquen a este modelo civilizatorio son llanamente sentenciados como tercermundistas o subdesarrollados, e imponiéndolos como “misión” y “visión” de vida el de “desarrollarse” o “progresar”. Es decir, el de trabajar para parecerse a los que marcan el ritmo del conocimiento o de los que saben cuál es la correcta manera de vivir. Que es lo que en última instancia buscan estos indicadores, poner a todo el mundo a la cola del primermundismo o sociedad del bienestar, principalmente como exportadores de productos naturales.
El Neo-Colonialismo Aristotélico
Esta manía por separar y cuantificar todo, ha conllevado contemporáneamente al aparecimiento de los indicadores, con los cuales aspiran a medir más perfectamente la “realidad”. Para ello han venido experimentando con una serie de econometrías, cuya base es el objetivismo patriarcalista y que ha sido puesto como centro epistemológico del mundo. Pero frente a algunos fracasos de estos indicadores y principalmente a muchas críticas al monoculturalismo o eurocentrismo se han intentado recrear otros indicadores, pero a la final la mayoría de ellos no han salido del racionalismo piramidal a pesar de que se han integrado elementos subjetivos en sus mediciones.
Así, se ha incorporado como elemento de medición a la felicidad, pero aplicando el mismo epistemocentrismo con que se ha venido manejando. Es decir, el problema no está tanto en los indicadores en sí, sino en los fundamentos o paradigmas que lo sustentan, como en el caso de Bután que maneja otras variables para acercarse a la realidad, sin que sea la razón instrumental del patriarcalismo la única ni la mejor. En otras palabras, seguimos en el paradigma reduccionista y no se actúa relacionalmente, lo que implica salir del eurocentrismo de derecha e izquierda, y reformular la visión desde las filosofías de la alteridad o de los pueblos matriciales. Esto conlleva una descolonización mundial a todo nivel, especialmente gnoseológico para actuar desde otras variables relacionales, que sean integrales, sistémicas y orgánicas. Consecuentemente estamos frente a un reajuste filosófico a todo nivel, que implica rebasar a la mayoría de presupuestos construidos por el patriarcalismo en estos 5000 años y que se sistematizan modernamente en el concepto del primermundismo.
Si bien, últimamente se ha intentado abrir un poco más el abanico incorporando principios provenientes de otras culturas, pero a la postre el resultado ha sido tan solo la integración de nuevos elementos a la misma cancha y a las mismas reglas de juego establecidas por el status quo y sus diferentes tentáculos. Una típica posición posmodernista en la que es posible consumir de todo un poco (socialismo moderno), siendo lo importante el hecho de consumir por consumir, sin que éstos sean asimilados o interiorizados, para incorporarlos o cuestionarlos. Lo único que se hace es integrar o incluir categorías de otras tradiciones y filosofías en el mismo paraguas del piramidalismo, para así contentar a los yuppies economistas de las revistas faranduleras, como Forbes, y a todo lo cual hoy le llaman inclusión, participación, interculturalidad… Y con ello han logrado desmovilizar a ciertos sectores intelectuales y políticos, que se han desviado de los asuntos raigales para quedarse en las ramas, y que en última instancia conducen a que el sistema se reinstaure más fuerte (gatopardismo). Por lo tanto, el problema no es en sí mismo de los indicadores sino de los criterios bajo los cuales se mide, los que obviamente no pueden ser universales por mas que quiera la ONU hablarnos de derechos universales, cuando son los derechos del positivismo impuestos a todo el universo.
En esta crítica al occidocentrismo y desde una visión de multiculturalidad se ha tratado de subjetivar aún más. Algunos han encontrado en la propuesta de Aristóteles de la felicidad (“el bien perfecto”) como el indicador más adecuado o principal para medir la situación de vida de la población. Los posmodernos aristotélicos vienen sosteniendo que la felicidad es un indicador universal, bajo el argumento de que sin importar la cultura este sería el fin de la humanidad.
Desde 1968 varios intelectuales se han propuesto medir la felicidad[4], pero su mirada ha terminado siendo antropológica al no poder sentir desde el otro individuo y desde la otra cultura, pues es obvio que lo que causa felicidad a un campesino africano no es lo mismo que a un afro-estadounidense académicamente domesticado. En el caso del Ecuador, muchos criollos –últimamente autodenominados mestizos- no han podido entender que muchos indígenas prefieran las chozas a las modernas casas de cemento, aunque sean consideradas signo y símbolo de desarrollo. Algo que sí lo han entendido algunos occidentales que cansados de tanto cemento han comenzado a construir sus bio-casas y crear comunidades alter-nativas, para ello tomando como ejemplo a prototipos provenientes de las culturas ancestrales del tercer y cuarto mundo.
El caso más patético, es del país de Bután -que hacíamos referencia anteriormente- y al que le han hecho algunas mediciones, y tomando como elemento central a la felicidad. Según unos estudios, el 68% de los butaneses se declaran infelices, y según otros estudios le sitúan a Bután como el octavo país más feliz del mundo, por delante de Estados Unidos[5]. Lo cual refleja claramente que todo depende del tipo de índice que se aplique y dentro de que contexto académico y paradigmático se ubiquen los investigadores.
Por otro lado, tampoco es verdad que la felicidad sea el fin para todos los pueblos de la humanidad, como señala Freddy Elhers, Secretario del Buen Vivir del correismo[6]. Por ejemplo, para los pueblos originarios[7] de Amerindia el fin de la vida está más allá de la felicidad o de la satisfacción hedonista[8], teniendo otros elementos más interesantes, como por ejemplo la solidaridad. Y así otros, cuyo sentido máximo se sintetiza en lo que se llama el Despertar de la Conciencia o el nivel de conocimiento para entrar en la energía pura sin ninguna interpretación de la mente dictatorial sino de la totalidad del ser.
Por tanto, es falso lo que señala el aristotelista de René Ramírez, -máximo del Senescyt y uno de lo más prominentes intelectuales de la revolución ciudadana-, de que la felicidad[9] es la máxima aspiración de los pueblos andinos. Quizás para algunos indígenas modernos colonizados lo sea (Carlos Viteri), pero para la ancestralidad milenaria indígena ha sido la activación de la conciencia su forma de ser y de existir en la vida. En todo caso, un nivel de medición más adecuado para el mundo indígena, sería ver el nivel de respeto o de equilibrio que se guarda con las diferentes formas de vida. En este sentido el índice de huella ecológica sería el más importante para sus políticas sociales y económicas, que en el caso del “capitalismo salvaje” (derecha) y el “capitalismo verde” (izquierda) es tan solo un saludo a la bandera.
Esta propuesta ecuatoriana de la felicidad como termómetro de medición proviene de esta izquierda colonizada que pretende equiparar al Buen Vivir aristotélico[10] con lo que sería un tal Buen Vivir andino. Cuando es otra trampa del etnicismo colonialista que al incorporar ciertos folclorismos creen que están abriéndose a la alteridad o saliendo del monoculturalismo, sin entender que la raíz está en el patriarcalismo, el logocratismo y el civilizacionismo, del cual tienen que sanarse si quieren un cambio profundo.
El Buen Vivir de la “izquierda progresista” no es lo mismo que el Sumak Kawsay
En este sentido el Buen Vivir de la “izquierda progresista” no es lo mismo que el Sumak Kawsay de los pueblos originarios, pues son dos conceptos diferentes que provienen de dos filosofías diferentes, como igual de desemejante es la filosofía budista (o una rama de ella) y que ha recreado el concepto de la Felicidad Interna Bruta propuesta por el rey de Bután. Mas claramente, el Buen Vivir es un concepto en construcción con el aporte de varias corrientes provenientes de la filosofía europea, tomando como base a Aristóteles hasta las últimas tendencias modernas y posmodernas: ecologismo, feminismo, etnicismo, culturalismo… Por el contrario el sumak kawsay es un paradigma construido –aunque no acabado-, es decir, está en movimiento de acuerdo a los cambios que se producen. Así por ejemplo, la situación que se originó a partir de la invasión europea que alteró y modificó totalmente su realidad, desde sus propias formas de concebir la vida. Lo cual originó un estado de infelicidad o de tristeza que ha sido detectado por ciertos índices de medición, como el de la fuente ENENDU del 2007 elaborada por René Ramírez que coloca a las provincias ecuatorianas con mayor población indígena como las más infelices. Es decir, esta tristeza no es algo contemporáneo o natural de los pueblos de la sierra andina sino que es pos-colombino. Y éste índice de Ramírez no lo entiende y se limita a medir en términos materiales contemporáneos y dando como resultado a otras causas, las mismas que son subsecuentes de otras primarias. Incluso dentro de los mismos niveles materiales no logra entender que la infelicidad está en relación al nivel de necesidades creadas por el capitalismo y la modernidad, es decir, al crearse nuevas necesidades y al delimitarse por el sistema sus propios niveles de valoración, es obvio que se generen niveles de inconformidad desde fuera de su propio sistema comunitario.
Es decir, son elementos que vienen de la exterioridad y desde la subjetividad del sujeto dominante y que no son parte de su propio proceso de construcción social y cultural. Así, no es el mismo el concepto de riqueza y de pobreza el que tiene el occidentalismo y el indianismo. No es lo mismo un indígena de una comunidad poco o nada colonizada en el que su nivel de felicidad es altísimo, que un indígena colonizado que sufre retaliaciones racistas y que incluso ha devenido en alcohólico como una forma de aplacar su pérdida de identidad. Esto quiere decir, que si el investigador no va al fondo puede caer en conclusiones falsas como la de dicho informe en que pretenden decir que el indígena andino de la sierra es triste por naturaleza. Por lo tanto medir la felicidad desde econometrías y categorías reduccionistas que conducen a prejuicios, cuando a simple vista se puede mirar en los ojos de los niños indígenas que viven en el medio rural y dentro de comunidades, que son más alegres que los niños urbanos y de fenotipo europeo, que tienen más necesidades por satisfacer y más obligaciones que cumplir, lo que implica mayores niveles de stress y de ansiedad.
Pero si les preguntan a los dos tipos de niños si son felices, por los dogmas sociales impuestos a unos y otros, o por el racismo imperante los niños indígenas dirán que son infelices y los niños urbanos que son felices. Incluso la idea de felicidad podría estar asociada al nivel de stress o de ansiedad de una persona. En otras palabras, lo que racionalmente podría ser identificado como anormalidades por la psicología, para los involucrados podría ser un síntoma de felicidad. En consecuencia tampoco la felicidad es un elemento idóneo que pueda medir un nivel de vida. Por eso es muy interesante la visión de los pueblos originarios y matriciales del mundo entero para quienes es la Conciencia el centro de la vida, aunque nunca se han propuesto cuantificarlo.
Como también es falso lo que señala Elhers de que: “Hasta ahora lo que se ha descubierto es que cuando la gente está en la pobreza es muy difícil ser feliz. Por eso la primera misión es combatirla.”[11] Parece que no ha leído o no ha entendido lo que dice el mismo Ramírez de quien hace tanta referencia el secretario del Buen Vivir, al señalar que la felicidad no es paralela a la pobreza o riqueza, a lo que se conoce como la paradoja de Easterlin: “No obstante, en 1974 Richard Easterlin planteó uno de los mayores desafíos a este supuesto al descubrir una de las mayores paradojas que caracteriza a las economías de los países industrializados. Easterlin observó que a pesar de que la prosperidad de esos países aumentó a lo largo de los últimos cincuenta años, la felicidad o satisfacción con la vida de sus habitantes se mantuvo constante. Por ejemplo, como se aprecia en el gráfico 1, el estadounidense promedio es, actualmente, casi tres veces más rico que el estadounidense promedio de 1950. Sin embargo, los habitantes actuales de Estados Unidos no son más felices que quienes vivieron allí medio siglo atrás. Esta constatación (ciertamente ya conocida popularmente: «el dinero no compra la felicidad », se dice) es la base de aquello que en el campo de la ciencia económica se ha denominado paradoja de Easterlin.”[12]
Buen país
Simon Anholt, un especialista británico en políticas públicas ha diseñado un último índice al que le ha denominado Buen País y cuyo propósito es medir lo que “cada país contribuye al bien común de la humanidad, y lo que quita»[13]. En la lista presentada se evalúa cómo es la economía de cada país, y su contribución global a la ciencia y tecnología, cultura, paz y seguridad, orden mundial, planeta y clima, prosperidad e igualdad, y salud y bienestar. Para elaborar este índice ha tomado 35 elementos que utilizan otros índices provenientes de distintos organismos mundiales, los que obviamente siguen la matriz eurocéntrica, sería mejor decir la patriz eurocentrista.
La lista empieza con Irlanda como la mejor nación por su contribución y legado a la humanidad y a la salud del planeta. Luego vienen Finlandia, Suiza, Holanda, Nueva Zelanda, Suecia, Reino Unido, Noruega, Dinamarca y Bélgica. Pero, resulta que algunos de estos países tienen los índices con más altas tasas de suicidio en el mundo. Por otra parte, estos países -a pesar de sus grandes políticas de reciclaje pero por su alto nivel de consumo- son los países que mayor huella ecológica producen al planeta, afectando al cambio climático y a la continuidad de la vida. A pesar de ello están considerados como países del primer mundo (prosperidad), y por el contrario, por ejemplo Bolivia por su tipo de economía todavía mayormente comunitaria genera una huella ecológica pequeña para el planeta y a pesar de ello es considerado país tercermundista o subdesarrollado.
Es decir, un país es mejor o es más desarrollado mientras su vida sea más artificial, y por ende, peor o más subdesarrollado mientras más natural sea. Y por el contrario, desde otras visiones ecologistas y espirituales, los países más industrializados son los países más enajenados y volátiles, con más enfermedades psicológicas y emocionales. Este un nuevo ejemplo de como el patriarcalismo civilizatorio es escatológico y valora lo que genera tensión, disputa, muerte como lo más desarrollado, incluso sobrevalora a la competencia como uno de los elementos más altos de vida, algo que no es acrecentado por los pueblos matriciales.
En este mismo Índice de Buen País tenemos a la cultura como otro rubro de medición. Aquí cabe preguntar ¿cuál cultura? ¿hay culturas superiores e inferiores? Desde el relativismo cultural y la interculturalidad se ha debatido ampliamente que no hay culturas mejores ni peores sino diferentes, algo que obviamente desde el eurocentrismo es un absurdo y se siguen creyendo ser la cultura más avanzada de toda la historia de la humanidad. De otro lado, si quieren hacer referencia a cultura en relación al nivel de escolaridad de una población, para nosotros es referirse al nivel de aprendices que están en proceso de alienación colonial, es decir, cuántos han ingresado al sistema formal académico del aula al que han entrado a domesticarse. Sistema racionalista, memorístico, interpretativo que ha sido incorporado como el sistema tipo de lo que es una educación de excelencia, cuando han existido y existen otras pedagogías y axiologías que son totalmente diferentes y que incluso podrían ser más “eficientes” y “eficaces” para un despertar de los dos hemisferios cerebrales. De ahí, que en occidente mismo algunos han cuestionado al sistema oficial y han creado métodos alternativos como el Montessori, Steiner, Pestalozzi, etc.
En definitiva, cualquier índice que se haga tiene una connotación filosófica y epistemológica, de la cual es importante tener muy en claro, para no caer en juzgamientos con perspectivas de otras concepciones, que a la final terminan calificando con un alto nivel de prejuicios morales e incluso de puritanismo a la hora de establecer las medidas. Bajo el argumento de interculturalidad o diálogo de saberes, lo que se ha hecho es un proceso de integrismo para acoplar la alteridad dentro del gran sistema mundo y con ello anular al otro, para un mundo hegemónico globalizado. Cuando lo que necesitamos es fortalecer la diferencia y la diversidad, no con el ánimo de polarizar las contradicciones, sino por el contrario, de aprender a respetar las diferencias. No se trata de llegar al uniformismo, en el que todos piensen y actúan dentro de las ontologías y hermenéuticas del primer mundo, es decir, del piramidalismo. Al menos ese es el propósito del paradigma del desarrollo, que aspira que todo el mundo se acerque al estilo de vida primermundista, en el propósito de ser catalogados como país que han alcanzado el progreso, es decir, que se han colonizado y domesticado dentro de los paradigmas dominantes.
En esta descolonización -incluidos los europeos dominados por el reduccionismo- el propósito sería la relativización de la noción de lo pobre y lo rico, desarrollado o subdesarrollado, para fundamentalmente mirarlo más allá de lo material. Para ello, será prioritario salir del racionalismo y del consumismo, para desde un paradigma relacional abrirnos a una verdadera y profunda interculturalidad, que permita el respeto y la convivencia entre las diferencias y las diversidades, como un signo de despertar de la conciencia que empieza alcanzar la humanidad. Quizás ese sea el salto cuantitativo y cualitativo que corresponde en este nuevo tiempo, que mas que medirlo en la mente será necesario aprender a vibrar conscientemente en el ritmo equilibrado de la vida.
Atawallpa Oviedo Freire
Multiversidad Yachay Wasi
NOTAS
[1] No confundir occidente con occidocentrismo, pues el colonialismo empieza en los pueblos de occidente, encabezadas por ciertas élites y de ahí se extiende al mundo entero. Para evitar malos entendidos vamos a utilizar el neologismo piramidalismo.
[2] En cambio para los pueblos ancestrales de Amaruka (América) no existe separación ni preminencia de lo material y lo espiritual, o viceversa. Todo es todo. Modernamente, hay también ya separación entre lo material y espiritual para los pueblos sobrevivientes de la invasión europea.
[3] La FIB principaliza la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.
[4] No obstante a partir de 1968, la escuela de Leyden, y específicamente los trabajos realizados por Van Praag, propusieron regresar la mirada sobre la felicidad como medida del bienestar de la población
[5] En un estudio realizado en 2005, el 45% de los bhutaneses declaró sentirse “muy feliz”, el 52% reportó sentirse “feliz” y sólo el 3% dijo no ser feliz. En el Mapamundi de la Felicidad, una investigación dirigida por el profesor Adrian White en la Universidad de Leicester (Reino Unido) en 2006, Bhután resultó ser el octavo más feliz de los 178 países estudiados (por detrás de Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia y Suecia). Y era el único entre los 10 primeros con un PIB per cápita muy bajo (5.312 dólares en 2008, seis veces menor que el de España).
[6] La razón de ser de los humanos es la felicidad. El Universo 31 de agosto 2014
[7] Nos referimos a los pueblos que existieron antes de la llegada del invasor europeo, y los cuales sobreviven a diferentes niveles, desde los pueblos mal llamados “no contactados” hasta los que han sido colonizados en un gran porcentaje y que ahora se denominan mestizos.
[8] Según Freddy Elhers el problema de la humanidad “es que venimos para sufrir.” El Universo 31 de agosto 2014.
[9] Últimamente Ramírez ha cambiado de opinión y propone que sea el tiempo la medida de cuantificación.
[10] En este sentido, basándonos en la filosofía ética de Aristóteles, defendemos que la mejor medida de ese Buen Vivir es la felicidad.
[11] El Universo, 31 de agosto 2014
[12] La felicidad como medida del Buen Vivir en Ecuador, René Ramírez.
[13] «Mi intención era medir la contribución de cada país al bien común de la humanidad, y lo que extrae de ella. Utilizando una amplia variedad de información de las Naciones Unidas y de otros organismos internacionales, le dimos a cada uno un balance que permite ver con un vistazo si es un acreedor neto de la especie humana, una carga para el planeta o está en el medio», explicó.
Atawallpa Oviedo Freire
POR EL SUMAK KAWSAY
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