Werner Vásquez Von Schoettler
werner.vasquez@telegrafo.com.ec
La memoria es la que siempre está en disputa por cada uno de los individuos en una sociedad. Es el correlato de la historia y en muchas ocasiones la sombra de la historia oficial. La memoria es aquella que permanentemente nos cuestiona lo que somos; la que entra en disputa con los valores morales que tenemos.
La memoria es un suceso continuo de fuerzas por recordar, por intentar recordar con cierta “fidelidad” lo que vivimos, lo que fueron aquellos tiempos que han pasado y que siempre estamos atados por un universo de afectos e interpretaciones. Sin embargo, la memoria es un campo de fuerzas, de luchas por saber continuamente y no olvidar el pasado. Las élites siempre cuestionaron y temieron la memoria social: aquella que se transmite en silencio, en los gestos, en lenguas diferentes, con códigos propios. Las élites inventaron su propia historia, como respuesta a la memoria social. Las élites hicieron de sus memorias la historia oficial de sociedades enteras.
La oficialización de la memoria, como historia, fue el mecanismo más efectivo y afectivo para que todos “creamos” en un pasado que nos acompaña y que nos obliga a sujetarnos a la tradición. Siempre disputamos a la historia oficial; siempre hay voces que recuerdan, reviven, el pasado en el cual participaron; y esas voces como cuentos son la garantía de no creernos todo lo que nos han enseñado. La memoria y la historia oficial han creado un circuito de disputas por la fuente: o es la palabra hablada o la palabra escrita. Las élites se nutrieron del control de la palabra escrita, desvalorizando la palabra hablada. Y así esa palabra escrita en el derecho, en las leyes atrapó a la política. Para muchos la ley no es política porque, asumen, que está por encima de las creencias políticas y mágicamente nos convertimos en seres civilizados.
La ley siempre cumple el papel de moralizar a la política. Y eso es lo que pasó con los medios privados de información: pretendieron apropiarse de la política convirtiéndose en guardianes de la ley. Se convirtieron en jueces de lo público, desde la administración mercantil de lo privado. Basta observar cómo utilizan su memoria, para evocar tiempos pasados: democracia, instituciones solventes, participación (?). Casi pareciera que el Ecuador fue perfecto, que no hubo sistema hacendatario, que no hubo gamonales, terratenientes, patrones, etc.
De pronto demuestran una incapacidad, como las élites a las que representan, de visualizar el futuro; forzándolos a ver en el Ecuador de las castas, los referentes para la moralización del presente. Aún siguen anhelando y siguiendo los pasos del “patrón galito”: la voz de la Hacienda-Estado por excelencia.
Hicieron de sus voces la voz de la esfera pública; fueron imaginando su Ecuador en blanco y negro. Un país de siervos, de familias perfectas, a imagen y semejanza del Opus Dei.
Lo que me queda claro, es que la memoria es un campo de lucha. No conozco la situación de esa lucha en Ecuador, pues soy argentina, (viajé por primera vez a ver a mi hijo, casado con una ecuatoriana y tengo allí mi nieta ecuatoriana) En Argentina compiten el monopolio privado y el estatal. Al grupo monopólico Clarín (privado) se le opone el oficialista: Szpolski & Garfunkel, dueño de varios periódicos, de Canal 7, canal 23…Hay programas de tv como 678, de propaganda oficial, y financiados con publicidad oficial. El manejo de lo que se designa como la “pauta publicitaria” ha provocado el cierre del diario Crítica, privado, pese a tener gran tirada recibía $ 2 millones. Página 12, periódico oficial que vendía unos 13 mil ejemplares recibió desde el 2009 $41 millones. Recietemente se ha agregado otra empresa oficialista, Vilas -Manzano. Quiero decir con todo esto, que la posesión de medios masivos ha quedado bastante equiparada. Tal variedad me parece saludable, desde el punto de vista de la libertad de expresión y de un pluralismo que evite la manipulación de los individuos. uniformándolos en una sola visión de la realidad y de la historia.
Supongamos que los medios de difusión privados, representen una minoría. Creo que en una democracia la minoría debe tener también una expresión. De lo contrario, estaríamos en un régimen totalitario.