04 de Julio 2015
“Que cada hombre y cada mujer que amén la libertad, lo propague con empeño, con terquedad, sin hacer aprecio de las burlas sin medir peligro, sin reparar en consecuencias, y manos a la obra camaradas y el porvenir será para nuestro ideal libertario.” Ricardo Flores Magón
Para el poder y la pedagogía convencional, el hombre es un “ser inconcluso” y un menor que se humaniza solo cuando aprende, y aprende para ser Más. (Aprenderá más a ser esclavo). Desprenderse de la carga de querer ser más ya es romper unos cuantos eslabones de esta cadena ideológica de la opresión. El neopositivismo educativo se mueve en la atmósfera del individualismo, y la meritocracia tributa a su afirmación.
Educar para ser libre nunca será convertirse en un nuevo opresor ni “identificarse con su contrario” (Paulo Freire), ni será el ser libre jamás una acumulación deportiva de títulos o saberes. Superar la dinámica opresor-oprimido resulta un acto libertario conciliado con el enfoque liberador que buscará no ser más ni menos, y hará respetar la libertad no como merito, sino como condición esencial. La libertad será individual y solidaria, el conocimiento libre no será resultado de la competitividad sino del esfuerzo mancomunado y fraterno. Para fundar esta idea es necesario romper la maldita dualidad competencia-competitividad, base del perverso concepto burgués de meritocracia; es romper además la visión delegativa hacia lo futuro (ser alguien en el mañana, educarse para ser feliz) para asumir un presente creativo y creador, acto de realización atemporal que se inaugura no en el yo sino en el nosotros.
La sociedad autoritaria es pedagógicamente violenta porque agrede la realidad, la mistifica barnizándola de ofertas futuristas y no escatima esfuerzos para producir sacrificios y santificarlos. En este esquema la intención es recrear continuamente el habitus de la obediencia como cultura que anula las prácticas lúdicas de motivación individual o comunitaria, para promover una cohesión controlada. El directivismo se consolida y el simbolismo democrático pasa a ser una falacia.
La violencia es necesidad formativa para la aceptación del poder y el estado pretende ser una gran escuela que restaura la humanidad perdida por insubordinación o desobediencia. Su recurso es re educativo y ejercido por un gobierno docente que actúa como junta pedagógica en la administración de los saberes. La escuela formal para el hecho no alcanza en esta legitimación, la legitimación de autoridad, entonces construye una pedagogía social que se origina desde su propia y directa potestad. En los regímenes totalitarios esta funcionalidad es mejor expuesta que en las democracias liberales, porque su humanismo es historicista y todo sacrificio en el presente es válido y debe ser heroico.
Autoridad y ambiente disciplinario en el entorno global forman la agenda para la comunidad y la escuela. La función docente, será resolutiva y no teórica por lo tanto será más policial. La pedagogía social que se implanta, requiere del discurso o la narrativa solo para justificarse (no hay marco teórico), siendo más proclive a la exposición del escarnio y la amenaza como didáctica especial para el aprovechamiento y la conducta. Reproducir emociones desplazara en la pedagogía del poder a los mecanismos precedentes de racionalidad aunque nuevas “razones” desde poder se sustentaran subjetivamente dominando los imaginarios dispersos por la diáspora de la confusión intelectual, la estructuración de un nuevo orden se construye así desde las creencias, desde la fe en el futuro y desde donde nadie debe quitarles la esperanza. El episteme actual no es la filosofía sino la subordinación a la tecnología modernizada de la sociedad burguesa. (Debe notarse sin embargo como en esta pedagogía, la masa es considerada como elemental, sin fuerza educativa y la academia circularmente neopositivista: Yachay, pensada en el desarrollo en la visión de las corporaciones).
El único descanso en la pedagogía social imperante es el circo que se suscita en pequeños festejos del plan curricular, como la hora social o la hora cívica en el recreo sabatino. La minga de la palabra ocurrirá en inducción violenta entre burlas y festejos, la alegría será fingida, asoma una didáctica que instituye un ethos de aceptación a las nuevas relaciones de poder. Así, la didáctica será primordial y la pedagogía complementaria, casi ausente, porque no hay filosofía sino instrumentalización del saber.
La concepción de la autoridad magisterial reposa sobre el reconocimiento-aceptación de los individuos gobernados – Nosotros somos los que hemos ganado siempre, somos la inmensa mayoría (se educa en esta sentencia y se toma la lección) – el discurso posiciona lo sagrado del ejercicio del poder, y mejor si surge del inconsciente, tácito, y no reflexivo como acto de contemplación. Autoridad de aprendizaje, que insiste en el circunloquio de “prohibido olvidar”, tal y cual se da el formato memorístico del aula tradicional que hace de la reiteración el mecanismo de recordar lo aprendido.
El rol moral de la pedagogía del opresor será crear una cultura subalterna en contraposición a la perspectiva del pensamiento libertario para quien lo pedagógico revolucionario es crear una cultura de insubordinación cargada de una interrogante constante: ¿por qué individuos iguales y libres deben obedecer a otros? El lema moral de la pedagogía del opresor tendrá lema doctrinal: Quién no obedece merece el castigo.
La herencia cultural desde la autoridad docente es un resultado esperado para la posteridad. Toda filosofía totalitaria es milenarista, le asusta la pérdida de poder y trabaja para una pedagogía eterna y única, entonces moderniza los refuerzos temáticos haciendo de lo cognitivo el eje de sostenibilidad. Los regímenes así, populistas básicos con temas mediocres para el pueblo llano son correlacionalmente positivistas y neopositivistas en la educación formal porque creen en el Dios tecnología como auxiliar pedagógico en el fortalecimiento del poder estatal. (Dios estado, Dios progreso, Dios se lo pague).
El control es la esencia de la pedagogía del opresor, la autoridad se desplaza y se deposita en la «persona», se pesquisa al sujeto y lo individual es una conjugación en primera persona atribuible solo a su ejercicio. Los individuos fuera del poder no deben ser significados.
No basta una pedagogía ni una didáctica social normativa y formal, esta tiene un carácter institucional general, desde el ministro hasta el ministerio, desde la lúdica gimnasia hasta la escuela formal. Sus actores deben ser vigilados; si alguien sale de la línea no debe dejar de recibir su merecido. Se vigila al maestro y sobre todo al discípulo; tiene coherencia calificar al joven rebelde como actor de sabotaje y terrorismo. El esquema carcelario es muy pedagógico y el esquema funcional es la renuncia a la libertad de cátedra, porque los contenidos deben ser canonizados y uniformes en constructos oficiales. Se trata al revés de P Freire de enseñar a repetir palabras, a no decodificarlas críticamente, a que todos aprendan, a decir y escribir sin decidir.
Y el mundo diseñado por el poder debe ser recreado en su limitado contenido de abstracciones simples y pensamientos repletos de circunloquios con menos conceptos, a la que se da el atributo de ser una historia a construir mientras se delega poder a las corporaciones capitalistas y a la burguesía del conocimiento para la conducción académica.
Finalmente, la reproducción del acto pedagógico de la opresión requiere del sub opresor, administrador, capataz. (No importa que viva en el extranjero y gane tres veces más que el docente encaramado). Se promueve la sumisión que confunde lealtad con subordinación, mientras se ruraliza la educación básica por más Escuelas del Milenio, en un esquema gamonal que insiste en dividir a los maestros, en quitarles la capacidad de auto gestión mutual, en negar la diversidad multifocal de la pedagogía. Así, la arquitectura de la dominación forma una reproducción espacial de la figura uniforme y monolítica, vertical y disciplinada para que la lección se cumpla a cabalidad.
En este contexto si la “persona” sortea un comportamiento dialécticamente distinto, solo podrá existir siendo subversivo, libertario, plural, para que las formas democráticas se vuelvan paralelas al rol asignado, y una educación libre se haga posible en respuesta al pensamiento opresivo.
Vigilar a los vigilantes, evaluar a los evaluadores, negarse a la descalificación por disidencia, señalar que el poder tiene sus manos sucias y una pedagogía sin comportamientos ejemplares, es entonces la única y valida tarea. Aclaremos nuestra convicción; la caída de las posiciones de poder, el fin de su cultura de dominación nunca será una vendetta de la libertad porque jamás haremos algo para que se sienten oprimidos al ser despojados del estado. La predica vulgar de que la tortilla se vuelva no es nuestra oración.
Sepamos construir una nueva pedagogía social diferente, que nunca sea ni pedagogía del opresor ni pedagogía del oprimido sino pedagogía de la libertad. Oficio para construir más democracia en más libertad.