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lunes, diciembre 23, 2024

LA RISA MECÁNICA DE LA LEY DEL VALOR: EL SECRETO OCULTO DE LAS CRISIS. por Natalia Sierra

LA RISA MECÁNICA DE LA LEY DEL VALOR: EL SECRETO OCULTO DE LAS CRISIS

 Natalia Sierra

1.       Introducción

Una breve revisión de los principales titulares de las noticias que circulan por los medios de información, basta para intuir que la sociedad actual se parece más a un teatro de representaciones dantescas, que a una sociedad. Escenario en cuyo seno un espectro enloquecido realiza su apocalíptica danza de la muerte.

Ante semejante escenario, los seres humanos desconcertados, llenos de preguntas y casi ninguna respuesta, no logramos comprender porque llegamos a quedar atrapado en esta enorme cárcel, en la que se ha convertido la globalización capitalista.

Los pueblos indígenas de estos Andes, sabios como son, nos han enseñado que cuando más apremiante es la situación, cuando más urge dar respuestas, más serenos debemos estar, y despacio debemos caminar. Tranquilizarse, reposar y pensar; pensarnos, así quizás podamos encontrar claves que nos permitan entender lo que está sucediendo. Responsabilidad de todas la mujeres y todos lo hombres que habitamos este rincón del universo; co-rresponsibilidad que hoy más que nunca estamos obligados a asumir.

Desde este lejano país, desde este lejano pueblo de los Andes ecuatoriales, intentamos asumir la responsabilidad que hoy nos convoca como humanidad, sabiéndonos en toda nuestra fecunda diversidad.

Solicitando permiso del Maestro, y a los herederos de su pensamiento, nos atrevernos a tomar la metáfora de la tesis primera de la Filosofía de la Historia, como pre-texto del texto que con mucho temor queremos poner a su discusión.

Cuando decimos pre-texto no queremos referir un motivo y/o excusa (pretexto) para escribir un texto; lo que intentamos es proponer un texto previo, un texto al cual solicitamos alumbre la construcción de nuestro texto, el cual es, solo y únicamente, un pretexto (una excusa) para abrir más preguntas, que ojalá sirvan para pensar y debatir nuestra compleja situación.

Agradecemos infinitamente, más allá de su lectura, su invasión, recorrido, y transgresión, pues solo en su indagación crítica redimiremos el atrevimiento de haber tomado de pre-texto, el bello texto de Benjamín.

  1. 2.       ¿Un espectro danza la danza de la muerte?

 Los medios de información exhiben cotidianamente, y de manera grotesca, las imágenes de la catástrofe social a la que asiste la humanidad a principios de este tercer milenio. En medio de las imágenes de muerte y destrucción, en unos casos de forma explícita y en otros de manera implícita, aparece la imagen espectral del capital. Una presencia que está detrás y delante de toda esta tragedia, una presencia espectral que, como ya se dijo, danza la danza de la muerte.

Es esta imagen dantesca la que, los seres humanos, alcanzamos a ver. Una presencia espectral que, sin embargo de ello, parece poseer un poder absoluto, ante el cual casi nada podemos hacer, a no ser acostumbrarnos al espectáculo de la muerte. Esta distorsión en nuestra percepción debe mucho a los medios de información, cuya lógica crea la ilusión de que la danza del espectro-capital es inexorable.

Es urgente desmontar esta creencia, que nos convierte en simples espectadores de nuestra tragedia. En función de éste propósito pedimos prestada la metáfora de Benjamín con la cual construye la primera tesis de su Filosofía de la Historia, que dice:

Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por todos sus lados. En realidad se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérselas sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno. (Benjamín; 1973)

 

Creemos que en su escrito Benjamín usa esta metáfora para hacer una figuración de la forma en que opera el pensamiento filosófico de la historia. En el texto que vamos a construir, hacemos nuestra esta metáfora con algunas variaciones y alteraciones, que nos permitirán pensar la forma en que operar la historia en su concreción moderna, particularmente en la época del capitalismo tardío. Con lo cual intentamos comprender la razón que posibilita a los medios de información presentar la danza del capital como inexorable.

Con esta necesaria aclaración pasamos a la reflexión propuesta.

En nuestro argumento, al parecer, el autómata del que nos habla Benjamín, quien mediante un perfecto mecanismo, era capaz de hacer las jugadas exactas para asegurar ganar la partida, hoy ya no se sienta, cual muñeco trajeado a la turca, a la mesa de ajedrez.

El sistema de espejos aún despierta la ilusión de que la mesa es transparente por todos sus lados, pero dentro de la mesa, oculto, ya no está el enano jorobado, que como buen maestro de ajedrez guiaba mediante hilos cada jugada que la mano del muñeco realizaba.

Según como aparecen hoy las cosas, el muñeco ha cambiado su lugar con el enano jorobado. Sentado a tablero apoyado sobre la mesa espaciosa está el enano jorobado, pequeño y feo. El autómata ahora se halla escondido dentro de la mesa, y es quien con un complejo sistema de hilos guía cada movimiento del enano jorobado.

Intentemos observar esta inversión en una metáfora construida con los símbolos del momento social actual: Es necesario aclarar que la metáfora que se va a proponer no es de ninguna manera solo una analogía contemporánea de la metáfora de Benjamín, sino también su desplazamiento metonímico.

La metáfora para analizar en este texto, con las variaciones y alteraciones anunciadas en los párrafos anteriores, queda de la siguiente manera.

 

Es notorio que existe, según lo vemos, un personaje dantesco, que embriagado de poder es capaz de danzar la danza de la muerte. Sombríos movimientos que a su paso van provocando catástrofes humanas, sociales y ambientales que le aseguran aumentar su poder. Un obeso obsceno bailando sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despierta la ilusión de que esta mesa es transparente por todos sus lados. En realidad se sienta dentro un autómata programado para ser un maestro en la danza de la muerte, y que guía mediante fórmulas económicas la danza del personaje obeso, obsceno y feo. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en el capitalismo tardío. Siempre tendrá que ganar el personaje dantesco que llamamos capital. Podrá habérselas sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la ley del valor que, como es sabido, es hoy olvidada y no debe dejarse ver en modo alguno.

 

Guardando y respetando las distancias entre la época y el contexto en que  Walter Benjamín construyó y pensó está tesis, nos atrevemos a modificar el lugar de cada uno de los personajes del relato. Antes de continuar el argumento que sostiene este trastrocamiento, debemos recalcar que en nuestro relato el autómata es la ley del valor y el enano jorobado el capital. Dicho esto, pasamos a explicar el sentido de tal inversión de posiciones.

En la metáfora de Benjamín el que da la cara es el autómata (“materialismo histórico” o materialismo vulgar) en la medida en que el verdadero artífice del juego de ajedrez es ya un enano jorobado (teología), que no puede dar la cara porque está demasiado gastado y deslegitimado en un mundo dominado por el pensamiento científico racional. Digamos que la teología sigue manejando el pensamiento moderno ilustrado, pero lo hace de manera escondida, vergonzante. Esto explica la hegemonía del materialismo vulgar o positivismo, que no es otra cosa que una metafísica empirista, o en otras palabras una teología empirista.

En nuestro relato, sin embargo, el capital baila abierta y cínicamente su danza de la muerte, junto a su coro de ángeles y demonios. Cual Dios, y/o Lucifer, no necesita esconderse, pues a pesar de su desgastada presencia se sobrepone a la autoridad de la razón moderna y su pensamiento ilustrado. Se ha convertido en una “substancia divina”, tan divina como Dios.

A diferencia del relato de Benjamín, en el cual la teología está obligada a ocultarse, en nuestro relato el espectro-capital se muestra en toda su obscena y obesa presencia especulativa, digamos metafísica. Danza su danza financiera apoyado y avivado por la razón instrumental, por la tecnociencia, por la democracia liberal, por los populismos autoritarios, por los estados mafiosos, por las codiciosas transnacionales, por los ejércitos invasores del imperio en decadencia.

Espectáculo dantesco expuesto día tras día en todos los medios de comunicación de masa: muerte, destrucción, violencia, guerras, torturas, hambre, migración, refugio, desplazamiento, daño ambiental; imágenes que nos aturden, nos aterrorizan, nos paralizan. La mesa espaciosa sobre la que danza el capital no es otra que la globalización capitalista, que al igual que en la metáfora de Benjamín, un sistema de espejos despierta la ilusión de que es transparente por todos sus lados.

Quizá esto explica la razón de que la danza del capital se haya convertido en un espectáculo cínico, que en su obscena y compulsiva exhibición va afirmando la idea (ideología) de que el capital es algo así como un maná. Poder sobrenatural,  substancia con vida propia, lógica inexorable que no puede ser detenida.

Solo así se entiende que a pesar de que todos sabemos que la responsabilidad del desastre humano que vivimos es el capital y su obscena danza de la muerte, casi nada se hace frente a ello, se vuelve tan difícil controlar, más aún desmontar esta destructiva lógica económica.

La teología (fea y jorobada como es) en el relato que hace Benjamín funciona en la medida en que se oculta, lógica que responde a la ideología entendida como falsa conciencia; se acepta el muñeco porque no se sabe quien lo maneja. En nuestro relato el capital (feo y obeso) para funcionar y reproducirse no necesita esconderse, bien lo puede hacer, incluso mejor, si se muestra de forma abierta. Vivimos épocas en las que la ideología no es la falsa conciencia, aceptamos al capital y su danza, no porque no sepamos que es, y que hace. Sabemos exactamente lo que es y lo que hace y a pesar de eso lo aceptamos. La ideología cínica nos ha atrapado, dirían Slavoj Zizek.

Sin embargo, habría que tratar de comprender ¿por qué la ideología cínica nos ha atrapado? ¿Qué hay en el capital y su obsceno espectáculo de la muerte que nos paraliza ante semejante evidencia?

Parece que el problema radica en que creemos o queremos creer que el capital tiene vida propia y además una existencia absoluta. Tanto más absoluta que Dios que hizo el mundo, tanto o más absoluta que la Razón que guía la Historia, tanto o más absoluta que las leyes de la naturaleza que determinan la vida en el planeta.

Lo que no parece que sabemos o no queremos saber es que dentro de la mesa “transparente” (la globalización capitalista) se oculta un autómata que con fórmulas económicas mueve los hilos de la danza del capital. Un autómata llamado Ley del Valor. Un autómata que no se deja ver, pues sobre su disimulo, el capital aparece como Absoluto.

  1. 3.       El autómata, llamado Ley del Valor

¿Quién o qué es este autómata? ¿Quién lo hizo? Cuál es el Doctor Frankenstein que lo fabricó, le dio vida propia y le otorgó autonomía?

Preguntas necias si el mundo no hubiese olvidado el gran pensamiento de Marx. Ya el filósofo de la revolución nos advirtió dónde podíamos llegar si no éramos capaces de controlar al autómata llamado Ley del valor.

Intentado recoger el pensamiento del viejo topo, trataremos de reconstruir el itinerario de este autómata. ¿Cómo en su aparecer, desarrollo y expansión llegó a encubrirse en la supuesta transparencia de la globalización capitalista, desde donde mueve los hilos que hacen danzar, la danza metafísica del capital? ¿Cómo hizo del capital una entidad metafísica (especulación financiera), más allá y sobre el mundo de los seres humanos concretos.

Itinerario de una estafa

Comienzo M-D-M

Se puede rastrear la emergencia del intercambio mercantil en el paso de las llamadas sociedades de subsistencia a las sociedades de comercio. Cambio que indica una ampliación y complejización de la existencia humana, que a su vez muestra la gran capacidad productiva que el hombre despliega en la construcción de Mundo.

En la lógica de las comunidades de subsistencia, el excedente generado en el proceso productivo, se destinaba al trueque -intercambio directo entre dos bienes de consumo humano- en función de resolver las necesidades concretas de los miembros de la comunidad. Resueltas sus necesidades, el excedente que ya no  requería guardarse para épocas difíciles, era destruido a través de la fiesta ritual (potlatch). Importante institución de las comunidades de subsistencia a través de la cual se controlaba la acumulación de excedente.

Debido a la ampliación de la producción por efecto del desarrollo técnico y a la complejización y diversificación de las relacione humanas, se va a tornar difícil sostener la economía de subsistencia y el trueque. Mientras más y diverso produce el ser humano, más complicado se hace intercambiar los bienes de manera directa, es decir sin mediación de equivalente alguno.

La economía de intercambio comercial requiere de un tipo de relación entre productores que, sobre la base de acuerdos, reconozcan y acepten un elemento que equipare los bienes de uso humano que se producen. Un equivalente, un mediador, que haga posible el intercambio de objetos distintos. Así aparece, el dinero.

En este primer momento el dinero no es más que la materialización de un acuerdo humano, una relación social, que tiene existencia solo en el reconocimiento de los productores que van a realizar el intercambio de sus productos. Digamos que existen el producto A y el producto C, el trabajo incorporado en cada uno de ellos (valor) se va a expresar en B. El valor que se expresa en B está determinado por un acuerdo arbitrario, no natural, de los productores de los bienes. Así, B es el instrumento que va a permitir que A y C se intercambien, por lo tanto, B solo existe porque existen A y C, y porque reconocen en B su propia existencia. Si A y C no se reconocen en B, B deja de existir. Se puede decir, desde este razonamiento, que la existencia de B es parasitaria de A y C

El intercambio simple bien puede ser representado en la siguiente fórmula M -D- M, misma que indica un movimiento circular que inicia en producto (mercancía determinada por su valor de uso) y termina en producto distinto, no acumulado (mercancía determinada por su valor de uso). Esta fórmula expresa una relación entre dos seres humanos que intercambian bienes o valores de uso, es decir realizan este intercambio en función de cubrir necesidades concretas en la reproducción de su existencia.

Para finalizar esta parte, es importante señalar que en las economías de intercambio simple, a diferencia de las economías de subsistencia, ya está operando la ley del valor. Ciertamente que el valor de alguna manera esta sometido a su uso, pero dejemos sentado que ya esta la huella del autómata.

Desarrollo D-M-D’

En su desarrollo, el intercambio simple se transforma en intercambio ampliado y tenemos la fórmula general del intercambio capitalista D-M-D’, (Dinero, mercancía Dinero Prima). Es importante observar que este paso de la fórmula M-D-M, a la fórmula D-M-D’ no es exactamente una continuidad, pero tampoco una discontinuidad. En esta parte de la reflexión trataremos lo que tiene de discontinuo este desarrollo.

Si en la fórmula M-D-M el dinero es un simple instrumento de intercambio que expresa un acuerdo humano, en la fórmula D-M-D’ pasa a convertirse en un fin. Podemos observar como el movimiento, en este último caso, empieza en Dinero y termina en Dinero aumentado, es decir en capital.

Tanto el producto-mercancía A y el producto-mercancía C, ya no son lo más  importante de este movimiento, pues su existencia está supeditada a la reproducción aumentada de mercancía B. El trabajo humano incorporado en las mercancías A y en C (valor), va a separarse de su expresión concreta, es decir de su utilidad (Valor de Uso) para ir a fortalecer el procesos de independencia de B. El dinero se ha sobrepuesto, así, a los productos en base a extraer de ellos la substancia que le alimenta en la búsqueda de su autonomía, misma que a su vez reposa en su obesidad.

La existencia de B, cada vez que éste se incrementa como dinero prima, va dejando de depender de la existencia de A y C, en tanto que valores de uso. B comienza a utilizar el intercambio de A y C en función de su propio crecimiento. Entramos, así, en un circuito económico que tiene como fin el incremento incesante de B, en otras palabras la acumulación de dinero convertido en capital.

Este tránsito de la economía de intercambio simple a la economía capitalista de intercambio ampliado, supone que el dinero (B) vaya dejando de ser visto como una relación entre seres humanos que se ponen de acuerdo para intercambiar los productos de su trabajo, y vaya adquiriendo una especie de vida propia.

Es importante señalar aquí, que este proceso, como ya lo explico Karl Marx, configura el Capital, en tanto que trabajo humano acumulado. El capital surge y se incrementa en la medida en que en cada ciclo productivo, dentro de la fórmula general del capitalismo, se arranca la substancia, plus-valor, de los productos- mercancía. En rigor lo que se va sustrayendo es la “sustancia” humana inscrita en las mercancías, sustrayendo la energía libidinal. De aquí que la reproducción del capital (substancia humana enajenada del humano) es posible: “…si al obrero se le quita más y más productos de su trabajo, si su propio trabajo se opone a él como propiedad ajena, y los medios de su subsistencia y su actividad se concentra en grado creciente en manos del capitalista” (Marx; 17)

En este momento B o Capital, se ha convertido en substancia, abstracción pura, no contaminada ni con el valor de uso de la mercancía, ni con el cuerpo biológico del obrero. Abstracción extrema que lleva a lo que se podría llamar la ontologización del valor. Ontologización que Marx la explicó con el fetichismo de la mercancía, el cual:

Consiste en un falso reconocimiento con respecto a la relación entre una red estructurada y uno de sus elementos;  aquello que es realmente un efecto estructural (valor), un efecto de la red de relaciones entre elementos, parece una propiedad inmediata de uno de los elementos, como si esa propiedad también perteneciera a la red fuera de su relación con los demás elementos.

Este falso reconocimiento (….) Marx lo declara explícitamente a propósito de la simple forma de la expresión del valor. La mercancía A puede expresar su valor únicamente refiriéndose a otra mercancía B, que así se convierte en su equivalente: en la relación de valor, la forma natural de la mercancía B (su valor de uso, sus propiedades positivas, empíricas) funcionan como una forma de valor de la mercancía A; en otras palabras, el cuerpo de B se convierte para A en el espejo de su valor. (Zizek; 1992: 50)

De este argumento se deduce, lo que ya se explicó en líneas anteriores, que B (mercancía dinero) es un equivalente solo en cuanto A, C se relacionan en B como la forma de apariencia de su propio valor, solo en esta relación, no fuera de ella. Así el fetichismo consiste en que B aparece como si su condición de equivalencia con A, C, no fuese una  “determinación reflexiva” con A, C…, sino algo inherente a sí misma, un equivalente en sí mismo por fuera de su relación con las otras mercancías. Se ha ontologizado, se ha substancializado.

Este es el momento de la consolidación de la ley del valor. B erigido en substancia valor se ha emancipado de la relación con A y C, lo cual significa que el capital se ha emancipado de la humanidad; ha enloquecido y empieza así su danza de la muerte. Es interesante aquello de que la locura del Rey que se cree Rey, se da gracias a que hay súbditos que se cree súbditos porque creen que hay un Rey. Volveremos a esto más tarde.

Transformación perversa D-D’

El segundo momento que ya se ha descrito llega en su desarrollo hasta el capitalismo llamado del ahorro, digamos cuando la familia burguesa tenía como tarea consolidar la acumulación de capital. En nuestro argumento, la consolidación de la ontologización del valor, su conversión en substancia divina.

La llamada época del ahorro llega aproximadamente hasta principios del siglo pasado, momento en que se opera la transformación, el salto del capitalismo del ahorro al capitalismo del consumo. Transformación que va a definir la soberanía definitiva del capital respecto del trabajo y su producto.

En su voracidad el ya obeso capital subsume de forma radical a su mediación, es decir a la mercancía A, C. La fórmula D-M-D’ muta a la fórmula D-D’. Pasamos de la hegemonía del capital productivo en la cual la mercancía A aún se reflejaba en B, digamos que había la relación expresada en la fórmula D-M-D’, a la hegemonía del capital financiero donde B se refleja en B – desde la psicología se podría decir que se radicaliza el narcisismo de B hasta devenir patológico-. El valor de uso ha sido prácticamente liquidado por el puro valor, y con él, el hombre concreto a quien el valor de uso respondía en atención a sus necesidades.

Con el movimiento autoreflexivo, autoreferido, de B, entramos en una especie de placer perverso, círculo pulsional que termina por desquiciar al narciso (capital). Se acelera su danza de muerte y va destruyendo todo lo que a su paso amenace  romper su autocomplacencia acumulativa. No otra cosa es ese grotesco espectáculo de las bolsas de valores.

El ser humano impotente observa el espectáculo dantesco del capital, tal cual como si contemplase a los dioses del Olimpo, como si contemplase a Zeus  bailando embriagado de placer por los juegos tramposos que hace con los “pobres” mortales; quienes asombrados nada pueden hacer ante el inmenso poder de Dios. Dios-capital que en realidad es movido por un autómata llamado ley del valor.

El itinerario ha terminado, lo que empezó como un instrumento de utilidad humana  ha terminado en un espectro que domina lo humano.

  1. 4.       El fetichismo, el autoengaño humano que estructura el mecanismo del autómata.

En nuestro relato hay un nivel más que en la estructura de la metáfora de Benjamín. Está en el primer nivel el Capital (enano feo y jorobado) movido por el autómata (ley del valor) segundo nivel, y tenemos un tercer nivel donde hay “algo” que hace funcionar al autómata. Ese algo es el fetichismo, la enajenación, el extrañamiento malsano que los humanos desarrollamos en relación a nosotros mismos.

En el primer momento del itinerario donde opera la fórmula M-D-M, sociedades pre-capitalista, el fetichismo se encuentra en las relaciones entre los hombre (Cfr, Zizek; 1992: 52). Pues aún no existen los hombres libres que pactan libremente el intercambio de sus productos, a partir de su puro interés egoísta. Lo que existen es reyes y súbditos. Hombres cuya relación es de dominio y servidumbre, la misma que es posible en cuanto “…el Rey es un efecto de la red de relaciones sociales entre un ‘Rey’ y sus ‘súbditos’”.(Zizek, 1992:51) El fetichismo radica en que los súbditos creen que son súbditos porque tratan al Rey como si este fuese Rey por fuera de las relaciones de reconocimiento; reconocimiento que ellos mismos hacen de sí como súbditos y del Rey como Rey. En otras palabras, cuando el Rey aparece como substancia divina, como si su condición de Rey estuviese dada por sí mismo y no por la de la mirada de los otros.

En estas sociedades el fetichismo de la mercancía no existe porque la producción es “natural”, es decir es la producción para la subsistencia (intercambio simple) la que predomina y no la producción para el mercado (intercambio capitalista).

En el segundo momento al contario las relaciones entre los hombres no están claramente “fetichizadas”. Los hombres se relacionan entre sí como hombres libres que siguiendo su propio interés deciden intercambiar sus productos. Se supone que las relaciones no son de dominio y servidumbre, sino de contratos racionales. No hay reyes ni súbditos, sino hombres iguales ante la ley que buscan su interés y su utilidad en el intercambio de productos hechos para ser intercambiados en el mercado.

El fetichismo de las relaciones entre los hombres parece haberse desplazado al fetichismo de las relaciones entre cosas-mercancías. Sin embargo esto es solo un disfraz, que hace pensar que el fetichismo es entre las cosas cuando realmente sigue siendo entre los hombres. Un fetichismo radicalizado justamente porque no es percibido, porque la relaciones de dominio y servidumbre se ocultan en la ideología de la libertad y la igualdad. Libertad jurídica que se niega en el ejercicio de la libertad en el ámbito de la economía, en el momento en que el obrero está obligado a venderse como mercancía fuerza de trabajo. Igualdad jurídica que se niega cuando el obrero está obligado a intercambiar su mercancía fuerza de trabajo (mercancía peculiar) que produce un plus valor que es apropiado por el capitalista y que no tiene equivalente alguno. Esto explica la relación de explotación que de hecho es una forma de servidumbre y dominio.

En la sociedad burguesa regida por la fórmula D-M-D’, las relaciones fetichizadas entre los hombres son reprimidas formalmente, mecanismo que simula relaciones  entre sujetos libres. Libres de relacionarse racionalmente mediante acuerdos, contrato social, que se van a expresar en el Estado Nacional. Es así que el Estado Moderno aparece como el espacio de la negociación de los sujetos libres en sus intercambios económicos, y no como una institución que expresa las relaciones de explotación dominio y servidumbre.

Sin embargo, así como la fetichización de las relaciones entre los hombres son reprimidas, el carácter de clase del Estado Nacional también es formalmente reprimido. Digamos que el Estado Keynesiano o Estado de Bienestar fue la mejor forma de reprimir su carácter de clase. Así la llamada época Keynesiana desarrolló un tipo de política estatal que buscaba esconder las relaciones de explotación sobre la base de una política económica redistributiva. Política que implicaba de alguna manera cierto control sobre la voracidad de la acumulación capitalista.

Con riesgo a equivocarnos podríamos decir que la segunda época dominada por la fórmula D-M-D’, coincide, de ninguna manera de forma exacta, con un Estado de tipo keynesiano. Es decir, el control que el Estado pone a la danza del capital tiene que ver con una época en la cual la mercancía no está totalmente subsumida por la valorización del valor, aún sirve para su reproducción. Época en que aún la fetichización de las relaciones humanas está reprimida.

La Democracia liberal burguesa mantiene aún la apariencia de legalidad, legitimidad del movimiento del capital, digamos que se apoya en una ética humanista (Derechos Humanos). Esto explica que la concentración de capital, que ya era irracional, no llegue a extremos de obscenidad. Basta recordar que en los Estados de Bienestar dirigidos por lo general por la socialdemocracia se establecen “acuerdos” entre la burguesía y el proletariado, debido a que hay una relación capital-trabajo.

En términos sociales, la presencia de los Estados de Bienestar, incluso de los Estados Nacionales en funcionamiento pleno, ayuda a contener la contradicción y los conflictos sociales que de ella se desprenden; intentan responder a las demandas básicas de la población trabajadora para mantener hegemonía.

En el tercer momento cuando la fórmula D-M-D’, muta a la fórmula D-D’, la represión formal del fetichismo de las relaciones humanas deja de funcionar y aparece la verdad. La explotación, la servidumbre y el dominio. La verdad aparece en su total cinismo, ya no busca ocultarse tras la ética humanista, la  democracia, la legalidad, menos aún la legitimidad.

Esto explica de alguna manera que los Estados Nacionales, institución de represión de la fetichización, se debiliten. En unos casos por el deterioro del Estado de Bienestar como en EEUU y Europa, en otros porque van desapareciendo en su “fusión” con organizaciones mafiosas como en el caso de México, Haití y Colombia; otros porque se fortalecen en su forma abiertamente autoritaria, el caso más sintomático es el Estado Chino, ejemplo de que el capital puede reproducirse sin democracia liberal. Ejemplo que parecen seguir los Estados que están siendo construidos por algunos de los gobiernos mal llamados progresistas como el caso de Alianza País en el Ecuador, donde se criminaliza la protesta social bajo el argumento del terrorismo.

Al final esta transformación de las formas políticas, iniciadas con el neoliberalismo, es inherente a la época cínica del capital, en la cual éste danza su danza de la muerte sin pudor alguno, época regida por la fórmula D-D’. Época en que cínicamente se muestra, lo que muestra a su vez una especie de doble fetichización:

a) Fetichización en las relaciones entre los hombres que se las debe llamar relaciones de explotación servidumbre y dominio. (Cfr. Zizek; 1992: 52) La fetichización ya no está desplazada a las relaciones entre las cosas-mercancías. Ya no se la reprime, quizás esto da cuenta porque en la actual reproducción del capital se utilicen todas las formas de explotación (servidumbre, esclavitud, etc.) sin ningún pudor y sin ningún control.

b) A su vez, esta cínica fetichización se sostiene sobre una fetichización más radical. Cuya lógica es la siguiente:

Ya todos sabemos que el capitalismo se reproduce sobre la base de la explotación del trabajo, y sin embargo el capitalismo sigue su marcha. Quiere decir que el conocimiento de la verdad, es decir, el saber que el capital existe solo en cuanto succiona la energía libidinal del trabajador, por medio de apropiarse del plus valor que éste genera en tanto mercancía fuerza de trabajo, no basta. Este solo saber no suspende las relaciones de explotación.

Si el “simple saber” la verdad del capital no basta para suspender su danza, quiere decir que el problema no está en el saber sino en el hacer. Parecería que el conocimiento de que el capital es solo trabajo acumulado es parte de su reproducción cínica. Él, el capital, sabe que sabemos su secreto y aún así sigue utilizándonos, succionándonos; nosotros sabemos que el capital vive de succionar nuestra energía, y sabemos que él sabe que sabemos, digamos sabemos que hay un autómata, llamado ley del valor que mueve los hilos de la danza del capital, y sin embargo todo sigue igual.

 

El asunto entonces no radica en descubrir al autómata detrás del capital, ni tampoco en la lógica del autómata, pues ya el fetichismo como saber está al descubierto. Si el asunto no se encuentra en el desconocimiento, es decir en no saber, ¿dónde se encuentra?

 

El fetichismo de la época del capitalismo tardío se encuentra en el hacer. A pesar de saber y saber que todos sabemos, en nuestras relaciones fácticas hacemos como si no supiésemos. Seguimos trabajando, pues como dice el Viejo Topo “el obrero depende más y más del trabajo (…) de un trabajo determinado, muy unilateral y mecánico.” (Marx; 17), si no trabajamos no hay forma de reproducir nuestra existencia, o al menos creemos eso o queremos creerlo. Seguimos entregando nuestra energía libidinal para que el capital se haga cada vez más poderoso, seguimos siendo mercancía.

 

Pero no solo eso, seguimos comprando, consumiendo y así garantizamos que nuestra energía libidinal sustraída, apropiada robada, se resuelva como valor. Valor que alimenta al capital y su obesa y deforme figura.

 

Permitimos, así, en nuestra práctica cotidiana, a pesar de saber de sobra lo que hacemos, que la ley del valor se mantenga, tanto en su dimensión de (trabajo-asalariado) como en su dimensión de consumo (ley de la utilidad marginal). Este hacer no tiene que ver con una voluntad subjetiva, sino con una praxis objetiva, inherente a la estructura cínica del fetichismo.

 

Lo curioso es que gran parte de la población mundial ya ni siquiera “sirve” para la reproducción del capital, pues vivimos en una época en la que éste se ha puesto tan obeso, tan obeso que se desvanece como pura substancia libidinal, desligada de su fuente concreta. Tan desligada que millones de seres humanos han sido desechados como mercancía fuerza de trabajo. Ya nadie los compra, ya dejaron de ser fuente de plus valor. Seres humanos que pasan a formar parte de lo que Marx llamaba el peso muerto del capital. Población expulsada, desechada como puro resto biológico. Población que tampoco tiene la capacidad de consumir, es decir no es ni trabajador ni consumidor, esta fuera.

 

 

Esta realidad permite analizar lo que vamos a llamar el último pliegue de este extraño fetichismo. Si el capital que baila la danza de la muerte es básicamente capital financiero, una entelequia metafísica sin existencia real, sin respaldo real en la producción, puro D-D’, ¿Por qué continúa danzando? ¿Por qué continúa existiendo?

Hay dos posibles explicaciones:

 

a)                  Tal cual como Dios, el Rey o el Papa, continúan existiendo simplemente porque sus súbditos, los seres humanos creen que existen, o a su vez quieren creer que existen. El capital vive por la misma razón. Así como Dios era para los seres humanos del mundo pre-moderno apariencia de su propia humanidad, donde se reflejaban para saber que existen, que son, el hombre moderno, después de matar a Dios, asustando de no tener donde mirar su reflejo, y de esta manera saber quién es,  saber que es, remplazó a Dios con el Capital.

 

Al fin y al cabo Dios y el Capital son lo humano hecho substancia pura, dos formas de enajenación. La diferencia quizás sea con las divinidades previas al nacimiento del Dios Judío. Pero eso es parte de otra discusión.

 

El Capital existe no tanto porque siga succionando energía libidinal mediante la explotación global del trabajo humano, ya que cada vez expulsa a más trabajadores de su ámbito de manipulación, sino porque los seres humanos a pesar de que saben que el capital vive de ellos y saben que muchos ya ni siquiera están en el circuito de la economía capitalista, siguen creyendo. Siguen creyendo  para seguir existiendo en su reflejo, el capital, a pesar de que está feo, obeso y deforme. Se dirá, aunque con pesar, es mejor eso que nada.

 

b)                 Esta situación transforma al ser humano en un autómata de su propio automatismo emancipado, dejo de vivir para sobrevivir, atrapado en el miedo de que si deja de creer en el capital, el mismo desaparece. Cree, se hace el que cree, necesita creer, prefiere contemplar asustado la danza de muerte del capital a no contemplar nada, prefiere creer que el obeso y feo capital aún refleja su humanidad a enfrentar que su supuesta unidad otológica no existe. Esto en palabras más sencillas, si es que las hay, se llama estado de pánico (conformismo patológico). Parecería que preferimos el fin de nuestra especie, el fin de la humanidad antes que enfrentar nuestro propio abismo y atravesarlo.

 

  1.  5.       La Salida

La Salida, simplemente salir, desconectarse. Salir del teatro y dejar de contemplar la danza de la muerte, dejar de contemplar al capital y su coro de ángeles y demonios. Pero fundamentalmente dejar de creer que existen por fuera de nuestras relaciones sociales.

Dar la vuelta y dejar de ver y creer que ese espejo-capital, donde alguna vez creímos encontrar nuestra unidad, aún nos refleja. Quizás podía ser un espejo donde nos reflejábamos, aunque deformemente, mientras era D-M-D’; pero siendo D-D’ ya no puede reflejar ni siquiera una imagen distorsionada.

En la época del D-D’ que subsumió radicalmente a la mercancía, donde aún se expresaba la conexión entre la substancia libidinal (valor) y su fuente concreta (el hombre real de carne y hueso), el capital no refleja ni siquiera la humanidad enajenada. Se ha roto el lazo de Ariadna. Si ni la mercancía tiene cabida en el narcisismo patológico del capital, menos aún tiene cabida el ser humano en su plenitud. Aprovechemos este corte, y hagamos que esta substancia metafísica desaparezca, dejemos de creer que existen por sí misma, dejemos de otorgarle vida.

Es urgente darse cuenta que ese espectro ya no es un reflejo de nuestra humanidad; darse cuenta que nunca lo fue, que nos equivocamos, que en su época cínica es solo eso, un espectro en decadencia.

Dejar de creer no solo a nivel del saber, sino fundamentalmente dejar de creer en el saber hacer; en la praxis social real, en nuestras relaciones cotidianas, en nuestros intercambios simples. Dejar de creer y emprender el viaje a lo otro del mundo, dejando atrás al jorobado, obeso, enano y feo extinguiéndose sin autómata que le de vida y sin fetichismo que sostenga el automatismo de la ley del valor.

Referencias Bibliográficas

Benjamín, Walter, Tesis de la Filosofía de la Historia, Ed. Tauros, Madrid, 1973.

Marx, Carlos, Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844, Ed. Progreso, Moscú, 1967.

Zizek, Slavoj, El Sublime Objeto de la Ideología, Ed. Siglo XXI, España, 1992.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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