12 de diciembre 2016
La sociedad contemporánea ve insensible la súper medicalización de la salud. Las formulas químicas se expanden ilimitadamente en todos los ámbitos, mientras se construyen o descubren dolencias o nuevas enfermedades que se toman la vida cotidiana.
Un fenómeno cultural, un síndrome de Münchhausen[i] social; la enfermedad se disemina y difumina, generando nuevos condicionantes. Los factores de riesgo y los determinantes sociales pasan a estar moldeados por causales políticos y económicos que recrean afanes mercantiles; los profesionales sanitarios son integrados al discurso basado en evidencia fabricado en función de investigaciones supeditadas a la causa de la rentabilidad. La medicalización de la vida es la medicalización de la salud, la hiper-medicalización subsume e integra el concepto de bienestar como equivalente neto, al punto de que hasta la medicalización de la muerte no se escapará a sus designios (crio-conservación de cadáveres e industria funeraria).
Las medicinas y los diagnósticos son las herramientas fundamentales del mercado farmacéutico y biotecnológico. Es una construcción que da pie a otras edificaciones; seguro médico, industrias de construcción hospitalaria, industria de ingeniería médica, medios de comunicación masiva. Enormes motores de la medicalización.
Si existiese salud, la medicina no debiera sentirse como necesaria, y el mejor hospital seria el que no hace falta. La salud pública y la epidemiología enfocando riesgo y prevención serian factores disolventes de la naturaleza y los propósitos del mercado, porque su esencia está en la preservación de la salud y en la anticipación de la enfermedad. Pero los sistemas sanitarios funcionalizan a estos profesionales, y por lo tanto los desplazan como técnicos subsidiarios de la atención, especialistas que deben tributar o subordinarse a la contabilidad de las consecuencias dadas para organizar la reparación. La estrategia de anulación permite evadir un obstáculo potencial, pues la vigilancia epidemiologia dejara de ser predictiva y la salud pública será otro tema de la producción de la mercancía hospitalaria sanitaria.
La industria de la enfermedad sustentada en la alta rentabilidad, lógica de la economía de mercado, se toma el imaginario institucional del binomio bienestar-dolencias, haciendo que las aspiraciones de lucro forjen los nuevos paradigmas de salud, embutidos con ideales artificiales de bienestar- salud – belleza. Para que suceda, la supuesta liberación de la enfermedad deberá despojar de soberanía al cuerpo, que será de inmediato encerrado, tratado, reconfigurado o preparado para el éxito, la eficiencia y la autosuficiencia. Un cuerpo bien narcotizado y altamente productivo es lo que el desarrollo requiere en la versión actual de salud.
El diagnostico, las “recetas”, las vacunas, los insumos, las dietas asistidas, el diseño de sonrisas, preparan la identidad de la persona “sana” sometida al régimen de directrices obligadas que condicionan la existencia, y a mecanismos rectores de la disciplina terapéutica, reiterando el viejo concepto de paciente-cliente como actor consumidor obligado.
Se van medicalizando todos los procesos vitales, las etapas de la vida son ejes focales que concitan atención, y los grupos de edad son segmentos de enfermos y enfermedades. La mujer es una compradora de primer nivel porque cada capítulo de su ciclo de vida es rentable – menstruación, embarazo, parto, menopausia, nutrición y belleza – que son ordenadores de gasto y subordinación clínica.
El orden moral, jurídico, cultural y político trabajará para la industria sanitaria y siempre el dolor físico y el dolor existencial deben encontrar respuestas exógenas (jamás domiciliaras, ancestrales o comunitarias). Por ello el énfasis en la no automedicación, la incitación exagerada a la atención especializada y el descuartizamiento del cuerpo que hacen que el medico tome su segmento de mercado para explotarlo a discreción. Cada individuo deja de ser un sujeto para caminar a la clínica como un cerebro, un hígado, unos pulmones o unos dientes enfermos. La visión holística será una amenaza.
Paciente que no se siente enfermo, merece un diagnóstico, paciente que no quiere ser diagnosticado aun estando sano, estará bajo sospecha. La mala condición de la relación de dominio será un acto de insubordinación que se vinculará al concepto de ‘mal paciente’, es decir sujeto propiciador del fracaso terapéutico por deficiente o nula adaptación a la normativa clínica. Al mal paciente, el Dr. House, que está en todas partes, lo doblegará tarde o temprano. El consentimiento informado es solo un requisito en letras chiquitas.
El mal paciente es sobre todo, un mal consumidor de diagnósticos y medicamentos, alguien que pretende saltarse del circuito de dependencia, alguien que no entra en la lógica de producción, un sujeto fuera de control que no califica, que quiere morir al liberarse del encierro. Más aun, el mal paciente si no valora el encierro disciplinar debe ser calificado, inmediata urgentemente como “peligroso” o “disfuncional” sujeto subversivo para la salud pública.
Pero además, la medicina debe estar institucionalizada, pues la libre demanda no garantiza los nichos del mercado sanitario. Es cuando asoman los aliados estratégicos de la industria farmacéutica y diagnostica, que son los constructores de hospitales y aparatología. Se ha conocido que incluso se reducen costos de los ofertantes y se hacen donaciones para garantizarse la provisión de servicios con fármacos e insumos para el consumo recurrente y permanente.
La clasificación internacional de enfermedades (CIE), y las Guías de Manejo Terapéutico legitimadas en los organismos internacionales, hacen el inventario taxonómico de las dolencias físicas y psíquicas que van creando las premisas para la superproducción industrial de la reparación o la mitigación. También, la producción de biológicos no siempre se ajusta al perfil epidemiológico, mucho menos lo es la lógica de su distribución y las asimetrías entre vacunas y exposición al riesgo. No son correlativas.
La osteoporosis, es producto de la disminución natural de la masa ósea en la vejez, siendo crónica es vista como epidemia aguda. España reporta 2 millones de mujeres y 750.000 hombres con la enfermedad, recetados todos permanentemente. La prevención, la vida sana y pausada como factor protector son omitidas ante las fórmulas mágicas. Las ulceras gástricas y las gastritis con su multi-causalidad han recibido la unilateral atribución del riesgo. Las farmacéuticas capacitan a los guerreros contra el helicobacter pylori, que de pronto siempre fue una bacteria saprofita. Se expulsa desde una visión medicalizada y extremista aspectos psicosomáticos, nutricionales y el estrés laboral o relacional, y se toma solo el eje bacteriano. Es decir de cuatro factores de riesgo, se privilegia solo uno para medicalizar el proceso terapéutico con una dimensión fármaco antibacteriana. Igual suerte tienen la diabetes, la hipertensión, el asma, las cefaleas por tensión, las infecciones menores, etc., fuentes inagotables de consumidores de fármacos.
NOTA
[i] Un trastorno mental caracterizado por los padecimientos a consecuencia de crear dolencias para asumir el papel de enfermo. El paciente «crea» y hasta se produce autolesiones para lograr unos síntomas físicos y/o psicológicos con conciencia de acción, pero forzado a ello por una impulsión relacionada a su necesidad de consideración por terceras personas de ser asistido/a. (Wikipedia)