LA SITUACIÓN DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS AISLADOS EN EL ECUADOR
19/12/2011
Por David Chávez. Centro De Derechos Económicos y Sociales, CDES <www.observatorio.cdes.org.ec>
Sandra, Byron y Damaris son los nombres de quienes murieron con lanzas en el más reciente hecho violento relacionado con los Taromenani del que se tiene noticia. Seguramente muy pocos recuerdan esos nombres. Ocurrió el 10 de agosto de 2009, en medio de las celebraciones por el bicentenario de la república, como para recordarnos el dramatismo trágico que se esconde tras las ideas fijas que tenemos sobre nuestra endeble condición como país. Tan víctimas Sandra y sus niños como los Taromenani, de quienes incluso su nombre genérico es inexacto y provisional, de la excluyente sociedad ecuatoriana que los condujo, por caminos distintos, a un encuentro violento. Lo que sobrevino luego parecía un deja vu, la repetición de un viejo libreto remozado y adecuado a las circunstancias. La atención fugaz de los medios que cambiarían de noticia al poco tiempo, el caos institucional del Estado como el deliberado mecanismo para evadir su responsabilidad, pronunciamientos condenatorios e indignados, las petroleras negando su existencia a pesar de su conocimiento privilegiado de la presencia de estos pueblos en las áreas cercanas a sus operaciones, etc. ¿Cuánto duró la trágica noticia en la “conciencia nacional”? Cuando más un par de semanas, luego las noticias realmente importantes, después los Taromenani volverían a ocupar su lugar, un pueblo olvidado en una de las regiones más olvidadas del país.
Y es que lo mismo sucedió cuando se dieron las sucesivas muertes de trabajadores madereros desde 2005 hasta 2008 o la masacre de aproximadamente 20 mujeres y niños taromenani en 2003 o el ciclo de venganzas entre los Babeiri y los Tagaeri o la muerte de Alejandro Labaka e Inés Arango en 1987 o el enfrentamiento entre trabajadores petroleros y Tagaeri en el Shiripuno que cobraría la vida de Taga como se supo años después; o tantos otros hechos que nos retrotraen a 1956 cuando “salvajes aucas” lancearon a cinco misioneros norteamericanos; o quizá antes, cuando en 1904 se registraba la primera noticia de un ataque con lanzas en una zona cercana al río Napo que muy probablemente correspondía a un ataque Waorani (Cabodevilla M. Á., La Nación Waorani. Noticias históricas y territorios, 2010, pág. 33) .
La distancia existente entre la “sociedad nacional” y estos pueblos se mueve entre la negación radical y la mitificación idealista; es decir, dos fórmulas bastante conocidas para mantener el velo racista que los despoja de su humanidad al convertirlos en “mal” o “buen salvaje”. Como prueba de ello, mientras un viejo conocido del mundo petrolero, el actual ministro de recursos naturales no renovables, Wilson Pástor, argumentaba que el hecho violento de 2009 era un asunto “prefabricado”[2] y que a esos grupos hacía tiempo que no se los veía por ahí; el Vicepresidente mostraba partes del film Avatar para “ilustrar” la situación de estos pueblos en el marco de la promoción del proyecto Yasuní-ITT. Hay quienes dicen que la Amazonía no ha dejado de ser un mito, recordando la célebre frase de Galo Plaza, en ese sentido, los pueblos aislados vienen a ser el mito de mitos.
El presente documento intenta construir una breve mirada de conjunto sobre la problemática situación de los pueblos aislados en el Ecuador. Hay una mayor descripción de los pueblos conocidos como Tagaeri y Taromenani debido a que lo poco que se conoce se refiere principalmente a ellos, aunque hay indicios de la existencia de otros grupos. Cierto énfasis anima esta aproximación, la recurrente evasión que la sociedad ecuatoriana hace de un tema tan crítico. Fácilmente, se trata de uno de los casos más graves de violaciones a los derechos humanos en las últimas décadas y la mayoría de los ecuatorianos ni siquiera sabe que ha sucedido y sigue sucediendo. Más grave aún, hay autoridades que sí saben, que lo saben muy bien, que están muy conscientes de dónde están y lo incómodos que son para el “desarrollo nacional”, pero prefieren ocultarlo, negarlo u ofrecer absurdas opiniones como aquella de los “hechos prefabricados”. De cierta manera, este documento tiene que ver con lo que dice la situación de los Taromenani sobre nosotros mismos, sobre nuestra sociedad, sobre cuáles son nuestras prioridades como país. Sus lanzas interpelan a una sociedad para la cual es más importante, por ejemplo, el debate sobre los impuestos que “afectan a la clase media”, que el hecho de que esos pueblos se hallan al borde del exterminio.
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