No me queda claro si la suerte de Lenín Moreno vino de la mano del “flaco querido” o de otro personaje parecido, pero en los inicios de la aventura correísta fue el palanqueo entre amigos el que surtió efecto para que el líder de la Revolución Ciudadana escogiera su binomio.
Damas y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros”.
Groucho Marx
En una lid presidencial un compañero de fórmula es como el envés de la moneda, alguien que está pegado a uno no sólo por la amistad, sino por la identificación ideológica y la afinidad política. En una aventura de esta naturaleza se hace una especie de pacto de sangre entre los que se proclaman líderes del pueblo.
La fuerza de Rafael Correa arrastró a Lenín Moreno al primer triunfo electoral. Su aporte fue mínimo. La historia de su desgracia física fue su contribución. Una masa sentimental, como es la del pueblo ecuatoriano, vio con simpatía que un “patojito” acompañara al nuevo líder que, con el discurso adoptado de la izquierda radical, prometía cambiar el Ecuador. No se conocía su forma de pensar, ni si verdaderamente le importaba la política, ni nada se sabía de su nivel cultural. Era un buen hombre, oriundo de la región amazónica que “abandonó su tierra para ver la capital“.
En la Universidad Central matriculó una ingeniería que, a duras penas, terminó, habiendo, en este lapso de tiempo, tomado contacto con una de las micro fracciones del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), cuando la izquierda ecuatoriana se debatía entre tomar las armas o sumarse a la comparsa democrática de la competencia electoral. Fuera de la universidad se olvidó de la política y se inició en la actividad empresarial, no habiendo llegado nunca a ser un empresario de éxito. Su paso por la Cámara de Turismo de Pichincha casi nadie lo recuerda, porque nada significativo sucedió. En medio de estrecheces económicas este buen hombre trató de cubrir los gastos de la carrera de diseño y alta costura que sus hijas habían decidido estudiar en Europa y los aires aristocráticos que su mujer tenía para poder vincularse con “lo mejorcito de la gente buena de Quito” Esta es la hoja de vida de quién Rafael Correa Delgado escogió como su binomio. El triunfo arrasador de Correa en 2006, trajo consigo, como un peso inerte, la figura de Lenín Moreno.
Así fue. En la dura campaña electoral del 2006 que Rafael Correa llevó prácticamente sólo contra toda la corrupta partidocracia, nadie recuerda que Lenín Moreno haya contribuido con algo destacado. Siempre en las sombras, aparecía cuando la dureza de la confrontación electoral necesitaba ser suavizada. Una especie de colchón o comodín que servía para desviar la atención de las ásperas escaramuzas en las que se metía el líder. Su autoproclamada preferencia por el humor servía para este fin. Lejos de tener la vena de un Groucho Marx o un Woody Allen, era como un mal remedo del “chulla quiteño”. La opinión pública nacional lo masticaba, pero no llegaba a tragarlo.
Su labor como vicepresidente de Rafael Correa le puso piernas a un sector inválido de la seguridad social como es el de los discapacitados y este mérito le valió para camuflarse dentro de la misma agrupación política a la que pertenecía como para proyectarse a nivel internacional, logrando una representación simbólica en la burocracia de la ONU, pagado, por supuesto, con plata de los ecuatorianos. Diez años de montarse en la cresta de la ola de la revolución ciudadana para surfear sin peligro, hacer amigos, pagar sus deudas y tocar las puertas de un empresariado ecuatoriano que odió a Correa desde los inicios de su carrera política, en secreto, naturalmente, con cálculo perfecto para, en base a la confianza adquirida, preparar el golpe maestro de la traición.
El caso de Lenín Moreno Garcés es el inverosímil caso de alguien que se saca el premio gordo de la lotería con un número regalado. Cuando Rafael Correa declinó su candidatura, él estaba seguro que se escogería su nombre para representar los ideales de la Revolución Ciudadana. Sabía que el caudillo daría su aprobación para que las instancias del movimiento político al que pertenecían lo escogieran a él, como efectivamente sucedió.
Durante la contienda electoral tampoco afloraron sus méritos propios, todo se sostuvo en la obra realizada durante los diez años precedentes y en el prestigio personal del líder máximo del proceso. Nunca antes, en la historia política del Ecuador, alguien tan carente de méritos intelectuales, políticos y morales había llegado a la presidencia. Federico Páez, en la década de los años treinta del siglo pasado, llegó también con el prestigio de ser un “buen contador de cachos”, pero cuando llegó hizo reformas que hasta hoy son útiles para el Ecuador. Lenín Moreno, ni fu, ni fa.
En su campaña electoral de 2006 acumuló todos los méritos de la Revolución Ciudadana alrededor de su persona. Se trataba de ganar. El compromiso personal de este personaje era darle continuidad al proyecto iniciado por Rafael Correa y su agrupación política Alianza País. Los ejes medulares de ese proyecto eran de carácter reformista y no revolucionario. En el marco de una economía heterodoxa, filo keynesiana, había que restarle protagonismo a la empresa privada, fortaleciendo el sector público.
Una reforma tributaria significaba una mayor contribución del sector privado a la riqueza nacional que se redistribuiría a través del Estado para favorecer a los sectores sociales históricamente marginados. La inversión pública significaba pagar la deuda social que las élites tenían desde la fundación de la república, no con el pueblo, sino con los sectores capitalistas que, por miopía histórica, ni siquiera se habían preocupado de crear las condiciones materiales para ejercer la dominación de manera más eficaz. La continuidad del proyecto aliancista significaba seguirle cerrando las puertas al proyecto neoliberal, avanzar por la senda alternativa del reformismo latinoamericano, al cual se había adscrito el correísmo desde sus inicios.
Pero nada sucedió como estaba previsto. El licenciado Moreno, en cuanto se sentó en el sillón presidencial, les abrió las puertas a sus amigos secretos de la empresa privada y declaró, olímpicamente, que la mesa no había estado servida y que era una desfachatez llamar a cualquier “pendejada revolución” a lo que siguió una solemne declaración de que su gobierno se encargaría de hacer “una cirugía mayor” a la rampante corrupción de la década anterior, con lo cual, de un tajo, se declaró enemigo a muerte de quienes le habían llevado a la presidencia de la república, o lo que es lo mismo, al proyecto progresista enarbolado por Rafael Correa en la década precedente.
Creo que nadie se atrevería a poner las manos al fuego por la gestión práctica del correísmo durante su vigencia. Sin un instrumento partidario de sólida formación ideológica y recia estructura orgánica, nadie puede garantizar que el oportunismo corrupto no se haya filtrado en todos los niveles gubernamentales y partidarios, pero un hombre que tenía la responsabilidad de continuar un proyecto político debía haber concentrado a las diversas instancias y dirigentes para iniciar, desde adentro, una cirugía interna sin traicionar los principios y no haberse entregado de manera tan descarada a la oligarquía nacional y las fuerzas internacionales del capital corporativo. Esa cirugía hubiera preservado la continuidad del proyecto y Lenín Moreno hubiera pasado a la historia como un consecuente artífice del cambio progresivo que, países como el nuestro necesitan. Hoy Lenín Moreno es juzgado como el más bellaco traidor de todos los tiempos.
No es sólo un traidor, es un farsante de dimensiones colosales. Levantó una campaña para combatir el desempleo y, en lugar de crear puestos de trabajo, despide sin compasión gente de la burocracia estatal; con el pretexto de que la empresa privada crea puestos de trabajo avanza en reformas laborales que a ojos vista son un retroceso en las conquistas laborales, no ha construido nada para disminuir el déficit habitacional y sacrifica a los sectores populares para cumplir al pie de la letra la Carta de Intención firmada con el FMI, sobrepasando ya los límites constitucionales del endeudamiento público y condenando a la miseria a nuestros ancianos, niños y pueblo en general.
El caso de este mandatario sirve para comprender que la política es un juego de intereses de todo tipo y que el experimento de la Revolución Ciudadana, quizás el más acabado proyecto político después del liberalismo decimonónico fue tragado por las fuerzas reaccionarias a las que la vesania de Lenín Moreno les abrió las puertas de par en par. Hoy el peso completo del sistema, con todas las fuerzas reaccionarias internas y externas, está sobre lo que queda del proyecto progresista.
En el hecho de que la figura del caudillo sigue siendo el único referente para la revitalización del movimiento, está el peligro. Un nuevo nivel de la política espera el surgimiento de una instancia política organizada, ideológicamente fuerte, combativa y con líderes en todos los niveles que contribuyan a radicalizar el proceso para que con el aumento cuantitativo del pueblo llegue a impulsar el cambio cualitativo que el Ecuador necesita. Todos tenemos que entender este momento, antes que la derecha cavernaria sofoque a la criatura en su lecho de nacimiento. Converger en el fortalecimiento del proyecto iniciado en el 2006, para entrar en las amplias alamedas de un socialismo creador, con raíces ancestrales, respetuoso del ser humano y de la naturaleza, que ´ponga al trabajador por delante del capital, es la misión.
*Ensayista, historiador, profesor universitario y editorialista.
En general buen artículo pero omite decir que Rafael Correa con el nivel de rechazo del 80% jamás hubiera ganado y por ello y por infuencia familiar decidió viajar a exilarse en Bélgica y Lenin Moreno con un menor de nivel de rechazo casi pierde con el peor candidato de la derecha: Guillermo Lasso.
“José”: de donde saca ese “80% de rechazo” a Rafael Correa? No opine de memoria con datos falsos
Exageré con el 80%, lo reconozco pero si Ud. mira el blog Cálculo Electoral: https://www.calculoelectoral.com/
es de alredededor del 74% y 26% de apoyo duro pero con ese apoyo puede ganar una elección o al menos pasar a una segunda vuelta dada la fragmentcaión electoral. Recuede con qué porcentaje ganó Yunda en Quito o la prefecta.
Excelente editorial.. felicitaciones realmente la verdad ha sido bien escrita…
Muy acertado análisis, aunque hay que profundizar , Lugo, en las telarañas de intereses extranjeros a nivel latinoamericano