Por Ela Zambrano y Jorge Basilago
Este año escolar ha sido diferente a los demás en toda la historia de la educación nacional. No solo se desarrolló completamente en línea debido a la pandemia, sino que todas las instituciones educativas debieron adaptar –o intentarlo– sus currículos a la virtualidad.
¿Qué deja esta experiencia académica de interacción escolar a través de una pantalla, a las niñas, niños y adolescentes, más allá del encierro y la falta socialización con sus pares?
La Línea De Fuego conversó con el psicólogo y académico universitario, Nicolás Reyes, para intentar hacer una radiografía de cómo nos encuentra el final del año lectivo como sociedad y a qué nuevos problemas nos enfrentaremos en el futuro.
Estamos a días y, en algunos casos, a horas de la finalización de las clases en el régimen Sierra. ¿Cómo evalúas este año escolar y su afectación sobre la salud mental de niñas, niños y adolescentes? ¿Qué nos deja este año lectivo en pandemia?
Los impactos son varios, este es un año sui generis. Pero es importante hacer una diferenciación y no ver a todos y a todas como un mismo bloque: recordemos que las familias son diversas (monoparentales, transnacionales, ampliadas, rurales, urbanas) y en ese sentido la pandemia ha impactado de formas diferentes según las realidades comunitarias o familiares.
La situación de la niñez en el país se ha visto agudizada por ciertos elementos como los sociales: pobreza y pobreza extrema. Según un informe que Unicef publicó en 2020, más de 3 millones de niñas, niños y adolescentes estarían viviendo bajo la línea de la pobreza multidimensional.
Con esos antecedentes, podemos entender que los factores económicos, sociales, comunitarios y sanitarios, sumados a la virtualidad en la educación y a la preocupación por el covid-19 que tienen las niñas, niños y adolescentes, el resultado es que sí ha afectado su salud mental.
¿Cómo les ha afectado?
Hay un mayor miedo sobre lo que están viviendo, también mayor angustia y estrés postraumático. Es decir, todos hemos vivido un trauma que es el covid-19 y todos, en este momento, sentimos las repercusiones.
La pandemia profundizó miedos de carácter vital, como que un familiar se enferme o se muera. Y llama la atención que los infantes, en lugar de estar preocupados por jugar o aprender, están preocupados por temas vitales de los que se ocupan los adultos.
De los efectos en la salud mental de las niñas, niños y adolescentes, ¿puedes tener uno o tienes todos? ¿Están relacionados?
Cuando recién apareció la pandemia, en 2020, se hizo un estudio en distintos países, entre ellos Italia y España. En estos países empezaron a aparecer el sentimiento de tristeza (31%); nerviosismo (38%); irritabilidad expresada a través de rabietas y explosión (40%); y dificultades en concentración (77%).
Un niño o una niña que está bajo una situación de estrés, será muy difícil que logre concentrarse en el aprendizaje. La bibliografía especializada nos habla de que, ante una emergencia, la educación debe acompañar en los aspectos psicoemocionales de los niños, no tanto en los temas tradicionales que conocemos como tareas.
¿Por qué?
Porque los niños están estresados, con miedo, afrontan una situación de emergencia no tradicional. Todos estos componentes están relacionados: el sentimiento de tristeza, el nerviosismo, la irritabilidad y también la dificultad de concentración, como ya se pudo evidenciar.
¿Qué pasó en el Ecuador?
Hubo una investigación muy importante, la Encovid-Ec, realizada por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) con el apoyo de Unicef, que devela que entre los niños que se han sentido tristes o sin ánimos, también se establecen diferencias socioeconómicas.
Por ejemplo, el 52% del total de los niños mencionaron sentirse tristes o simplemente sin ánimo para hacer nada; en un estrato medio-bajo fue el 40%; en el medio, el 32%; y en el alto, el 32%.
El impacto en la salud mental depende de las condiciones de vida de las niñas, niños y adolescentes, obviamente se va agudizando mientras más riesgos tiene un niño. No es lo mismo haber atravesado la educación virtual para un niño que tiene una buena computadora de uso exclusivo, con buena conexión a Internet, que para un niño que no los tiene; o para quien tampoco tiene celular y cuya única forma de conexión era irse a algún lugar con las fichas pedagógicas. Ni es lo mismo para un niño estar acompañado familiar y tecnológicamente, tener acceso a toda esta infraestructura, que no tener ninguna posibilidad de enfrentar esta situación.
Efectivamente, todos estos elementos están relacionados.
Las cifras que estás dando son muy claras, en cuanto al impacto que han tenido todas estas problemáticas sobre la salud mental de las niñas, niños y adolescentes. ¿Cómo describirías el acompañamiento que has debido dar en tu rol profesional, Nicolás?
En los meses más álgidos de la pandemia, pude ayudar a través de un programa que se llamó Psicoescucha, del Centro de Psicología Aplicado, en la PUCE, donde la atención había sido tradicionalmente presencial y abierta a la comunidad.
Llamaron personas con ataque de pánico y mucha ansiedad, personas con trastornos obsesivos y compulsivos, personas que antes de la pandemia ya tenían una obsesión con la limpieza… Con la pandemia, estos trastornos se vieron profundizados.
Había otro tipo de consultas como: “Tengo hijos pequeños en casa, ¿qué hay que hacer?”. Todas las familias requerían un mínimo de indicación para adaptarse a la nueva situación.
Hugo Cohen (NdeR: Médico psiquiatra argentino, autor de varios libros de referencia en su especialidad) dice que en emergencias humanitarias siempre aparece la incertidumbre y nos coloca en otra dimensión. A los humanos nos gusta tener certidumbre del día a día, planificamos nuestra vida. En cambio, en la incertidumbre ya no sabemos qué va a pasar mañana, peor en una semana.
En estos meses, por necesidad y esa incertidumbre, la población ha desmitificado mucho el tema de la salud mental. Hubo muchas personas que consultaron y pidieron ayuda, desde el autocuidado, como otras personas que se han sentido muy mal y requirieron consultas especializadas. Sigue existiendo el estigma sobre la necesidad de cuidado de la salud mental, pero la propia necesidad ha obligado a las personas a buscar ayuda. Lamentablemente la salud mental, en el Ecuador, está todavía ligada a la debilidad o a la locura como temas estigmatizantes.
En el programa PsicoEscucha, ¿qué tan cercanos pudieron estar con las niñas, niños y adolescentes? ¿Cuáles eran sus principales problemas?
En general fue más para un núcleo de adultos. Se hicieron atenciones a los adolescentes y fundamentalmente a los adultos, que tenían angustia acerca de cómo organizar la casa. Especialistas en la salud mental sacaron diferentes papers con recomendaciones generales. Aunque no todos pueden ser socializados de la misma manera por nuestras diferencias.
¿Qué recomendaciones se hicieron?
Para la reorganización familiar hay que hacer una planificación de las actividades.
A los niños no hay que mentirles, sino contarles la verdad de acuerdo a su edad y, al mismo tiempo, protegerles de la Infodemia: los adultos y los niños hemos estado expuestos a demasiada información, mucha de ella falsa y negativa. Eso indudablemente afecta a la salud mental. A las niñas, niños y adolescentes se les debe proteger de la información que circula en redes sociales y de los propios noticieros, que no manejan los temas noticiosos de la mejor manera.
Entre los elementos positivos, hemos podido tejer redes de apoyo y solidaridad, así como redes de intercambio de información en el campo de la salud mental a escala regional.
Solo ahora, ante este cambio dramático que sufrieron los niños por la pérdida del contacto con sus amigos, comenzamos a dimensionar la importancia que tiene la socialización. ¿Este tiempo se puede compensar? ¿De qué manera se reconstruye ese vínculo?
En la encuesta que realizó la PUCE junto con Unicef, se evidenciaron las siguientes sensaciones en las niñas, niños y adolescentes: 37% tristes; 31% agresivos; 27% con nuevos miedos; 26% comer en exceso; 24% se despierta en la noche: 22% cefaleas; 12% dejó de comer. Son síntomas de que algo está pasando.
¿Cómo afrontar estos cuadros?
El niño no te dice lo que siente, sino que psicosomatiza, lo lleva a su cuerpo. Su encierro y la falta de socialización con sus pares van a pasar factura. El adolescente por el contrario quiere alejarse de su círculo. Ellos ya quieren salir. Todo esto va a tener un costo y las familias se están adaptando.
Por eso se ha descubierto que la escuela es tan importante, porque ahora el niño solo socializa con sus padres. Esperemos que esto se vaya solucionando, porque los niños sí necesitan estar con sus pares.
¿Cómo podemos ayudar los medios de comunicación ante la Infodemia?
Los medios deberían considerar que entre sus receptores están los niños y deberían incluir en su parrilla noticias positivas. Todos tenemos mucho que hacer para combatir esas preocupaciones y mejorar la calidad de vida de las niñas, niños y adolescentes de este país.
Uno de los aspectos que mencionaste es la importancia del acompañamiento psico-emocional en los niños durante el ciclo lectivo. Ya en la Sierra no se puede hacer nada, pero en el régimen Costa iniciaron clases hace poco: ¿cómo debería ser ese acompañamiento?
Unesco recomendó tomar en cuenta el eje de soporte psicosocial, como un elemento fundamental en el cambio curricular. Se recomendó a las instituciones educativas un currículo priorizado, bajar mucho el proceso de contenidos, sabiendo que luego habrá una nivelación. Lo importante era que las niñas, niños y adolescentes estén bien, que logren procesar lo que están pasando y lo que le está pasando al mundo.
La experiencia Argentina fue interesante, ya que se vincularon el gobierno nacional, la televisión pública (canal Encuentro), la radio pública y los gobiernos locales. En los medios públicos colocaron información diaria sobre educación. Y para los niños que tenían mejor conectividad había una plataforma interactiva virtual.
Se intentaron muchas opciones a escala educativa pero fallaron en algo fundamental: no comprendieron que las realidades son muy diversas. En países como Ecuador, Perú y Bolivia no comprendieron que hay mucha desigualdad social, hay quienes tienen alta conectividad y quienes no tienen ninguna conectividad.
¿Qué es lo prioritario para los docentes?
Lo prioritario es que los niños estén bien y que los docentes puedan acompañarlos emocionalmente. Así se previene la exclusión educativa. En emergencias hay niñas, niños y adolescentes que salen del sistema educativo y que nunca más vuelven.
Un gran porcentaje de docentes se inventó formas de llegar al estudiantado y eso tiene un mérito.
Ahora que mencionaste a los docentes, muy pocos docentes estaban capacitados para enfrentar la educación virtual. ¿Cómo contener a los niños y, al mismo tiempo, estar atentos a su propia salud mental?
Hubo docentes que una vez decretada la emergencia sanitaria, al día siguiente, se conectaron al zoom sin problemas, tenían herramientas pedagógicas para enfrentar la virtualidad. Otros docentes, muchos de una docencia tradicional, necesitaron de una curva de aprendizaje para ingresar al aula virtual y desarrollar herramientas pedagógicas. Ecuador tampoco tenía una tradición de educación virtual muy grande. La pandemia motivó a las universidades a tener plataformas virtuales, motivó a los docentes hacia la educación virtual. De alguna manera, se potenció todo esto en lo que el Ecuador se había quedado atrás, en relación a otros países.
Según un reportaje nuestro, solo en la Sierra, 40.270 niñas, niños y adolescentes no se inscribieron en ningún centro educativo para el ciclo que acaba de terminar. ¿Cómo lograr que vuelvan al sistema educativo?
Según declaraciones oficiales, entiendo que se actualizarán los datos para tener una información más pulida acerca de lo que está pasando a escala nacional en cuanto a la expulsión educativa. Otras fuentes indican que 268 mil niñas, niños y adolescentes ya estaban fuera del sistema educativo, antes de la pandemia. Hay también quienes hablan de 90 mil niñas, niños y adolescentes que habrían sido expulsados del sistema educativo por todas las condiciones sociales.
¿Quiénes son esos más de 268 mil niños que están por fuera del sistema educativo?
De acuerdo con estudios previos de Unicef, el Observatorio Social, entre otros, son niños que están en situación de trabajo infantil o de mendicidad; son migrantes de países vecinos como Venezuela o Colombia; se trata de niñas embarazadas producto de la violencia sexual… Son niños que necesitan un sistema de protección especial.
¿Qué hacer?
Unesco ha señalado que la inclusión educativa supone varios elementos: flexibilizar las normativas nacionales para que las niñas, niños y adolescentes, sin importar su nacionalidad, puedan escolarizarse; es básico el incremento en la inversión educativa; generar políticas de acompañamiento integral a las familias; que el sistema público sea absolutamente gratuito, que no les cobre ni útiles escolares ni uniformes, para garantizar que esos niños vuelvan. Para salir de esto necesitamos educación, política social y política educativa.
¿Estas cifras están categorizadas por género?
Históricamente, cualquier crisis afecta más a las niñas. En una emergencia todo lo que se conoce como el sistema de cuidado recae sobre todo en las niñas, las adolescentes y las mujeres. Lastimosamente, las que mayor vulnerabilidad tienen para quedar fuera del sistema educativo son las niñas y las adolescentes.
En un contexto como el que estamos viviendo, tienen que trabajar de la mano los servicios de salud y educación. Si uno falla, las consecuencias son negativas para las niñas, los niños y la comunidad en general.
¿Qué significa la vuelta progresiva a la presencialidad sin el acompañamiento adecuado? ¿Cómo hacer un trabajo de contención con todo este escenario?
Hay que partir, nuevamente, desde las diferencias entre los centros educativos rurales y colegios grandes y masivos como el Instituto Nacional Mejía, con más de 5 mil estudiantes.
No hay planes de continuidad educativa nacionales ni cantonales: deben trabajarse institución por institución, con ciertas recomendaciones, de tal manera que se correspondan con su realidad. Además se tienen que garantizar servicios como agua, saneamiento, infraestructura, medidas básicas de bioseguridad.
La segunda gran recomendación es no quedarse en temas como la infraestructura. Hay que atender temas invisibles como lo socioemocional, cómo están las familias que retornan a la institución educativa, para saber en qué hay que acompañar.
La tercera sería fortalecer los departamentos de consejería estudiantil (DECE) para prevenir la violencia en el ámbito educativo y plantear una estrategia sólida, fuerte, de prevención del suicidio dentro del ámbito educativo.
El retorno progresivo tiene que darse pero no puede exponerse a las familias, ni a las niñas, niños y adolescentes.
Sobre el suicidio, se han reportado los casos de dos niños que no pudieron responder a la presión escolar y llegaron a esa decisión extrema. ¿Estos son los costos a los que te referías?
No. De ninguna manera. No deberían ser los costos. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) hace tiempo emitió una alerta de salud pública para el Ecuador, donde desde el 2014 a la actualidad, han muerto por suicidio más de 7 mil personas. Estamos hablando de unas cifras espeluznantes que nos piden reflexionar como sociedad. La OMS alertó a los países que ya tenían altas tasas de suicidio, como el Ecuador, que esos índices se podían agravar.
¿En qué se está fallando?
El tema de la salud mental no es individual, tiene que ver con la estructura, con la estabilidad, con la economía, la cohesión social y colectiva.
¿Alguna estrategia?
Hay grandes experiencias. Las muertes por suicidio son prevenibles. Se necesita un sistema de detección temprana. Eso pasa por fortalecer el rol de los sicólogos y la inversión en salud mental.
Del 35% al 40% de las afectaciones de salud están relacionadas con la salud mental, pero del presupuesto de salud, solamente el 2% se destina a asuntos específicos de salud mental. Por eso es necesario fortalecer los servicios de intervención general y aumentar el número de profesionales del DECE en los colegios.
No se puede seguir sosteniendo la salud mental como un tema de voluntariado, hay un momento en que se debe institucionalizar el talento humano, la inversión y los servicios de calidad.
¿Cuáles eran las preocupaciones que tenían las niñas, niños y adolescentes antes de la pandemia?
Luego de hacer una mirada histórica, me llamó mucho la atención que se haya agudizado la preocupación de que se acabe la comida en la casa o sus padres pierdan el empleo. No tenemos toda la información de las preocupaciones preexistentes, pero estaban relacionadas con lo creativo, con la educación, la salud, el espacio público y la seguridad.
¿Cómo podemos preparar mejor a los chicos para el siguiente año escolar?
Hay que hablarles con toda la verdad a los niños, porque sus preguntas suelen ser muy concretas: ¿dime cuándo vamos a regresar a la escuela? La respuesta: Todavía no se conoce el tiempo exacto, hay que saber que hay países que han vuelto a clases y luego han retornado a confinamiento. Tenemos que hablar de que la educación va a ser híbrida y que tendremos que alternar entre la presencialidad y la virtualidad.
¿Y las vacaciones?
Se puede hacer un viaje familiar con todas las medidas de bioseguridad, hacerlo en el espacio comunitario, con tiempo de calidad, elementos creativos, fomento a la lectura, arte, música. Esas son las principales recomendaciones.
En la encuesta que realizó la PUCE junto con Unicef, se evidenciaron las siguientes sensaciones en las niñas, niños y adolescentes: 37% tristes; 31% agresivos; 27% con nuevos miedos; 26% comer en exceso; 24% se despierta en la noche: 22% cefaleas; 12% dejó de comer. Son síntomas de que algo está pasando.