Pésimo debut de la prefecta de Pichincha. El derroche de dineros públicos en el acto de posesión de su cargo no solo anticipa la obscenidad de su gestión, sino que activa las alarmas de la revocatoria.
Con veinte por ciento de apoyo electoral es una audacia provocar la indignación de la ciudadanía en asuntos tan delicados como la frugalidad pública y, además, hacerlo de entrada.
Quien sí parece entender la debilidad intrínseca de su mandato es el alcalde Jorge Yunda. Al menos, en apariencia. Su búsqueda de acuerdos amplios y de apoyos diversos evidencian una profunda preocupación. Sabe que durante los próximos años tendrá que caminar sobre huevos. Con dos de cada diez electores a su favor, no puede darse el lujo de promover confrontaciones innecesarias.
El drama de las dos principales autoridades de la provincia sirve para extrapolar a nivel nacional la nueva crisis del régimen político. La extrema fragmentación hace imposibles las negociaciones en bloque. Las viejas tenencias ideológicas, que daban cierta racionalidad a las relaciones políticas formales, ceden el protagonismo a las más extravagantes agendas locales. Ni siquiera los grandes partidos, que consiguieron posiciones relevantes en las pasadas elecciones, tienen certeza sobre sus representantes provinciales y cantonales. La mayoría buscará contactos directos con Carondelet.
Por eso la beligerancia de la prefecta de Pichincha en contra del gobierno no solo resulta errática, sino torpe. Ni la Prefectura de Pichincha tiene el peso político que algunos le atribuyen ni Paola Pabón tiene el liderazgo que supone. No veo a los quiteños –que fueron quienes por arrastre le dieron una exigua victoria– saliendo a bloquear carreteras para respaldar la agenda de oposición de la prefecta correísta.
Tampoco veo a la ciudadanía saliendo a respaldar al gobierno de Lenìn Moreno. Al fracaso del sistema representativo, que venía profundizándose por décadas, ahora se añade una brutal decepción. Únicamente el despilfarro del correato impidió que el divorcio entre la sociedad política y la sociedad civil terminara en un total desamor. Pero con la crisis económica actual, la gente termina echándole la culpa de sus males a los políticos. Como siempre.
Es justamente ese distanciamiento entre sociedad y sistema político el que impide al país salir del atolladero. Ni el diálogo nacional ni los acuerdos parlamentarios contrarrestan la apatía ciudadana. El Ecuador no es Inglaterra, donde todavía los partidos representan a fuerzas y tendencias sociales concretas, con opiniones y aspiraciones más o menos definidas. Acá la atomización cortocircuita las comunicaciones. Por ejemplo, la última movida del gobierno para retener el control de la Asamblea Nacional solo le interesa y es entendida por un reducido grupo de ciudadanos “politizados”.
Hacer política en el restringido coto de la formalidad institucional (es decir, en el Estado) tiene sus ventajas, pero no resuelve los problemas de fondo. Mientras la política no se desarrolle en el seno de la sociedad (es decir, en los movimientos y organizaciones sociales), las respuestas del poder siempre serán incompletas y discrecionales.
*Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.