La participación puede ser efecto de la mediatización del poder o resultado consciente de la necesidad de corresponder a la resolución de problemas de la salud. En el primer caso la necesidad de informar a la población no trasciende los mecanismos de la comunicación tradicional: un emisor portador del discurso del poder y un receptor pasivo “paciente” que no cuestiona ni interlocuta, solo aplaude. En el segundo caso la información se valida generando empoderamiento, cuestionando saberes, interactuando sobre la realidad, es decir la información se valida, si es un insumo para la educación que cambia o modifica una cultura, un estilo de vida (modificación que no debe afectar los aprendizajes etno-culturales, otra necesaria y sostenible interlocución). El receptor es un verdadero perceptor.
En el contexto de la sociología de la salud y la pedagogía sanitaria, prevenir enfermedades, promover buenas prácticas en el cuidado de salud no es esencialmente un efecto de enseñanza, es un aprendizaje asumido por actores sociales. La diferencia estriba en que la carga de poder que posee el “instructor” sanitario puede ser contraproducente y generar resistencias. El aprendizaje, al contrario debe entenderse como interiorización para la vida cotidiana de “otras maneras” asumidas discrecionalmente con derecho a resistir si afecta principios culturales y con un espectro de conveniencia contrastable y constatable.
Pero difundir nuevos servicios o espacios de atención con sello publicitario, es solo propaganda vertical que a duras penas llegará a ser invitación, o campañas masivas o difusión con poco margen a la sensibilización, casi siempre de utilidad política. En este caso la comunidad no capta el principio “derecho tener derechos”, sino derecho a recibir derechos y se subsume en la pasividad de “población beneficiaria.”
La salud no tiene ideología, la enfermedad sí, y las políticas de la salud no deben ser instrumentos de partidización. La oferta de los servicios debe identificar demandas no satisfechas y oportunidades de mejora. Pero no debe manipular la acción asistencial, porque desviar el derecho hacia la gratitud o hacia la percepción de generosa bondad, no genera protagonismo y más aun desestimula la participación critica consciente e independiente de la comunidad. Sin ello la corresponsabilidad no es posible edificarla, aunque sobren prácticas de administración de eventos de “participación” medidos en consensos de aceptación cual subasta.
Organizar la “participación” puede ser otra forma maniquea de medición de fuerzas que, trasladadas del conflicto político, darán pésimo asidero en la palestra sanitaria. Formar “comités de usuarios” para vigilar a los prestadores de salud no contribuye ni a la participación corresponsable ni a la necesaria interlocución ya analizada, aunque si puede ser un mecanismo cuasi policial de vigilancia para hacer rendir cuentas a quienes se oponen o tienen pensamiento crítico en la realidad.
Entonces, construir espacios de diálogo para la participación supone por una parte no asignarse un rol pedagógico por demás tradicional desde la estructura jerárquica del estado y por otro, saber soportar la independencia y la crítica multimodal porque son insumos metodológicos y pedagógicos que generan de respuestas a los problemas. La sobrecarga del control no aporta un clima de confianza y respeto. Sin confianza hay partición y no participación.