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domingo, diciembre 22, 2024

PODER MEDIÁTICO Y POLÍTICA. por Carol Murillo Ruiz

PODER MEDIÁTICO Y POLÍTICA
(De cómo Correa nos dio un regalo)
Por Carol Murillo Ruiz

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Las redes sociales, de modo marginal, cumplen una función social dentro del debate político nacional (digo marginal porque la inmensa mayoría de la gente no tiene acceso a internet), y sus chispazos de ciento cuarenta caracteres pueden redondear muy bien una idea –o varias-. Por eso, cuando un twittero escribió que “era mejor que Emilio Palacio no hablara o no fuera entrevistado”, pude entender con claridad por qué el periodismo perdió, de largo, en la jornada del juicio de Rafael Correa contra el citado Palacio y los dueños de diario El Universo. Veamos por qué.

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En los balances que se están haciendo acerca de las lecciones que dejó el caso Correa-El Universo, se hace hincapié justamente en tres ámbitos: el legal, el político y el económico. Y mucho se los mezcla para conseguir conclusiones morales o moralejas indignas de Esopo.

 
En mi caso, evalúo el peso del juicio desde una lectura política y mediática; porque los actores, por obra y gracia de los intermediarios mediáticos, tienen en sus manos decisiones e imaginarios políticos gigantescos. Sí, intermediarios; porque a diferencia de lo que pregonan algunos pontífices del periodismo nacional, las empresas mediáticas y los periodistas –sean profesionales o no- son intermediarios, oh sorpresa, de su propio poder. Así, las teorías que divulgaron que los medios eran brazos ideológicos de las elites económicas y políticas de un país, de pronto, un día, se soltaron de ese cuerpo ¿enfermo? y montaron su propio poder (una de las variantes del negocio empresarial), aquello que se ha dado en llamar poder mediático. O sea, una variante más compleja del supuesto cuarto poder del siglo pasado; pero más funcional a las tendencias políticas del nuevo siglo. ¿Por qué? Quizás porque los partidos tradicionales se replegaron a la “tarima mediática”, y los movimientos sociales o el activismo vuelve fácil no tomar bandera por nadie. Ergo, una lectura política y mediática del caso Correa-El Universo es indefectible para evitar las leguleyadas y purismos de algunos abogados. O de algunos periodistas.

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Esa lectura explica por qué los medios en el Ecuador han supeditado el periodismo político en relación a los otros “géneros”, y varios de sus directivos prefieren la intermediación informativa y de opinión como la factura de un contrapoder. ¿Contrapoder de qué? Contrapoder del poder. ¿Cuál poder? El poder alojado en Carondelet. Entienden el poder de modo raso: solo existe poder en Carondelet; mientras por lo bajo ejercen un contrapoder amparado en la libertad de expresión como súmmum de lo que en realidad es la ejecución del poder mediático.

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Por eso lo que vimos y leímos los últimos días del juicio contra diario El Universo fue la explosión de todas las municiones del poder mediático: se movieron casi todas las palancas internas y externas de ese poder y tuvimos el artículo de Emilio Palacio circulando en calles y redes sin compasión. Pero eso es lo de menos, pues el texto era tan malo e injurioso que muchos columnistas y periodistas miraron para otro lado cuando de defenderlo se trataba. Vergüenza ajena se llama. Y en una recreación semántica astuta, acogieron ese abstracto de la libertad de expresión para blanquearlo todo. Vergüenza ajena se llama. Pero eso es lo de menos, repito.
Y es que en la activación de esas palancas pudimos ver una gama de instituciones y personas, a nivel mundial, que no dudaron en proclamar su reproche público al Presidente Correa. El poder mediático no trepidó en movilizar entidades externas y rúbricas particulares para la redacción de cartas, declaraciones, advertencias y censuras contra el desenlace del juicio. Porque ninguna de esas entidades hizo de motu proprio semejantes acciones. Fueron logradas por el espíritu de cuerpo incubado en su origen político (como entidades transnacionales) para precautelar “derechos universales” violentados por presuntos enemigos. Ahora, algunos periodistas de radio y televisión se ufanan de la increíble y potente solidaridad externa desplegada contra el proceder del Presidente Correa, pero no dicen cómo funcionan los dispositivos de esas entidades, o sea, el espíritu de cuerpo mediático transnacional.

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Ahora bien, lo que hace que los discursos de los medios impacten tanto – a nivel social – tiene que ver con la industrialización del sentido común de las audiencias: el modo cómo hemos adoptado los valores que esos medios remachan cada día en sus programaciones, las leyes que aceptamos y transgredimos para acomodar nuestros intereses o los intereses de los otros, la laxitud para aceptar la homogeneización de la cultura o el quemeimportismo para asumir la violencia y la muerte. Mucho ha sido codificado para tolerarlo más o menos bien. La laxitud es la regla. Es un resorte mental que se estira o se encoge de acuerdo a las señales que esos mismos medios se encargan de enviarnos cuando algo – o alguien – se sale del tramo del resorte. Es la moral devaluada y acomodada a los valores del sistema global. ¿Por qué el debate del juicio contra El Universo fue situado en el plano de los 40 millones de dólares? ¿Cuándo se lo movió del topos abstracto de la libertad de expresión hacia el topos concreto de los 40 millones de dólares? ¿A quiénes convenía situarlo en el fango pecuniario? A pesar de que el poder mediático se mueve bien en el carrusel de una moral devaluada y acomodaticia, esta vez el dinero se volvió completamente sucio. Y fácil.

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Un análisis somero diría que a los señores Pérez les preocupaba más la plata que la libertad de expresión. Pero no es cierto. La complejidad del tema es enorme aunque los propietarios de El Universo estén lejos de sospecharla y menos de comprenderla. Y esa complejidad se expresa en la tabla de valores que la fuerza de la información y la comunicación modernas han instalado en el colectivo. Esa fuerza que adviene cuando el poder mediático estimula la vergüenza colectiva y la vergüenza individual. Es decir, un acomodo de la moral aplicado a los abusos del otro y no a los propios. En este caso: Rafael Correa era el abusador y, por tanto, había que adecuar y enfilar la vergüenza colectiva y la vergüenza individual contra él. La idea era que las gentes empezaran a condenar a un mandatario que se quiere “hacer rico” a costillas de un diario. O como lo dijera Osvaldo Hurtado en un arranque de sandez sin nombre: Correa  se hace rico sin trabajar, dando por hecho que ya le habían pagado los 40 millones de dólares. En Hurtado es clarísima la trasferencia de la vergüenza individual a la vergüenza colectiva. Y todo desde un set de TV., desde esa pantalla que normaliza precisamente la vergüenza individual y la transfiere a las audiencias –a veces- desprevenidas de sus múltiples y silenciosas vergüenzas.

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Es aquí donde el poder mediático –no solo referido a los noticiarios escritos, hablados o visualizados- derrama su influencia y su (laxa) tabla de valores. Si su tribuna ordena adecuar los valores está bien. Pero si los otros aspiran también un acomodo, entonces arde Troya. Lo exaspera que su tabla tan ofrecida en abstracto, de un momento a otro, sea aplicada en concreto. La flexibilidad de la moral mediática, escupida en tantos programas de abuso social, no acepta la misma moneda. La trampa consistía en denunciar los 40 millones de dólares por inmorales y “desproporcionados”. ¿En qué quedaron? ¿Hubo injuria pero la plata era mucha? Tal vez ni los abogados del Presidente se dieron cuenta que la cantidad de dinero daba a los propietarios de El Universo –y a los media del orbe- un subterfugio para reducir la injuria a una cuestión de dólares. O a lo mejor fue al revés: se demostró que el respeto y veneración por los billetes mueve con eficacia la rueda de la libertad de expresión como negocio privado, es decir, como la libre impresión del abuso.

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Es legítimo, entonces, leer mediática y políticamente el juicio contra El Universo. Porque no solo el Presidente es un actor político; lo son el diario/dueños/articulista en su –supuesto- ejercicio de contrapoder. Solo se puede ser contrapoder desde los usos políticos del medio. En concomitancia, los artículos de Emilio Palacio, analizados con detenimiento, pretendían ser la pauta (política) de una oposición huérfana de temeridad, pensamiento, estrategia y líderes. No hay periodismo político de opinión inocente.

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Pero hay otra obviedad: los circuitos políticos del juicio dejaron gran espacio a la disputa ideológica. Y es tan así que la inferencia mayor de los enjuiciados religó siempre libertad de expresión, libertad de empresa y libertad de prensa. El amasijo discursivo de estos elementos (del liberalismo clásico) acreditó su norte, y fue mostrado siempre en la defensa de El Universo por los otros medios dentro y fuera del país. Estuvo claro que el espíritu de cuerpo fue una acción política e ideológica coordinada, y no solo una operación profesional de periodismo a secas.

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Para concluir vale retomar un punto: el poder mediático no se cansa de desnudar el “autoritarismo” presidencial; y, mientras lo hace, también imputa el “mesianismo” de Correa como conducta contraria a la racionalidad del mandato constitucional. Pero olvida la raíz y el árbol que sostiene a todo poder mediático: el mesianismo de la pantalla, del dial, del papel, del hocico virtual. Sus productos devienen en simulación constante. La realidad no es tal sin su intermediación, sin su dominio, sin su delirio.

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El juicio que siguió Rafael Correa a diario El Universo evidenció, sin remilgos, lo que el poder mediático es capaz de hacer para ajustar fundamentos legales y económicos. Para ello elaboró, al detalle, una realidad paralela, es decir, instigó a la opinión pública a creer que el Presidente abusaba de su cargo y que la libertad de expresión estaba amenazada de muerte. La alarma cundió.
El perdón del Presidente abrevió el aquelarre mediático. Ahora no saben de qué manera mantener el ruido: Carlos Pérez ya voló a Panamá alegando inseguridad en el país, El Universo anuncia que continuará la demanda ante el sistema interamericano de derechos humanos…

12
Difícil será olvidar cómo el poder mediático engarza sus intereses privados a la cosa pública y en esa vileza afianza su… “credibilidad”. Su avalancha ofusca un rato, pero pasa.

 
¿Al Presidente se le fue la mano? Lo dudo. Dejemos el drama para otros menesteres. Lo importante es que, sin querer, vimos la concentración de poder en otro lado: en el lado de los medios. Imposible pagarle a Rafael Correa semejante regalo.

 
Quito, 1 de marzo de 2012

lalineadefuego
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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Estimada Carol, hace mucho hemos visto la concentración del poder en el lado de los medios, no precisamente gracias a este proceso es que eso se devela, mucha historia hay al respecto y mucho escrito también. Plantear que el juicio a Palacio y el Universo, como el unico escenario de disputa con el poder medático es bastante reduccionista. Es un poco más complejo y no empezó en el juicio este, que es un escenario más de una aparente guerra mediática. Hay que remontarse a otros momentos como las clausuras de radios como la ARUTAM- no es la única radio – , también a la auditoría de frecuencias o a la censura práctica a los columnistas de El Telégrafo, o de la dirección de Andes, o a la manera gubernamental de hacer medios públicos,o en el caso de los periodistas Juan Carlos Calderón y Cristian Zurita, casos que los conoces de cerca. En cuanto a la auditoría de frecuencias en los que se afectarían espacios de poder mediático si se cumpliera con lo que establece, se encuentra en el limbo, escenario predilecto del régimen para congelar ciertos temas conflictivos. Tampoco me cuadra mucho el discurso contra los medios privados cuando el pautaje en esos mismos medios y por intermedio de conocidas agencias de publicidad es una transferencia neta de recursos públicos para grupos de poder. El abuso de poder no es una práctica exclusiva de los medios privados, y en este escenario no solo entró en juego la aparente batalla contra los medios privados, entró en juego hasta la nueva reorganización del poder judicial, en la que el poder gubernamental evidenció y eso si, lamentablemente gracias a este mismo proceso y el del Gran Hermano su subordinación al poder gubernamerntal. En el discurso mediático desde el poder de los medios y su interesada defensa de la libertad de expresión y en el discurso del poder del gobierno y su aparente lucha contra los medios privados – magnanimidad incluida- hay muchas más cercanía y coincidencias de las que se quiere reconocer y de las que quisieran mostrar. El abuso de poder y la impostura es de ambos.

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