14 de mayo 2016
Sabemos que el panorama mediático que sufrimos en occidente es absolutamente lamentable, pero si comparamos lo que sucede en el estado español en relación al resto de países de nuestra órbita, la situación se convierte en aterradora. En efecto, según un reciente estudio efectuado por la Universidad de Oxford, los medios de comunicación españoles son los menos creíbles del mundo, sólo superados por los estadounidenses. Los datos del informe, publicados por el Instituto Reuters señalan que únicamente el 34% de los españoles da credibilidad a la prensa en general, mientras que sólo el 46%, se la otorga a los medios concretos que utilizan para informarse de manera habitual.
Así que, según el respetable, padecemos a diario los peores medios de comunicación de todo el mundo. Sin embargo, como ocurrió cuando Noam Chomsky desarrolló el modelo de propaganda junto con Edward S. Herman, el estudio pasó prácticamente desapercibido por las grandes plataformas informativas y apenas si concitó algún análisis en esos platós tan circenses donde supuestamente se disecciona la actualidad del país. Ni editoriales, ni artículos de opinión, ni cabeceras de informativos, ni mea culpa alguna. Este tipo de informaciones simplemente son inconvenientes y es mejor censurarlas o relegarlas a lugares intrascendentes para que no cunda el desasosiego o cuaje la incertidumbre sobre el sentido de tanto descrédito.
El debate sobre el papel de los medios en las sociedades avanzadas y en países como el nuestro es más necesario que nunca. Sin embargo, cada vez que se plantea la simple mención a su necesidad, en seguida surgen unánimemente múltiples voces acusando a sus promotores de intentos de censura o de cercenar la libertad de prensa, cuando todo el mundo sabe que el único que puede ejercer la libertad de prensa es el dueño o la dueña del periódico. Ya sucedió algo parecido cuando la presentación por la UNESCO en 1980 de las conclusiones del informe MacBride, que pretendió romper el monopolio del norte en la generación de la información. Estados Unidos, consciente de que perder ese monopolio equivaldría a compartir su omnímodo poder y dejar en sus hangares a las divisiones mediáticas, simplemente abandonó el organismo internacional, criticando el contenido del informe con esos mismos deleznables argumentos.
Como afirmó el propio Chomsky, “la propaganda es a la democracia lo que la porra a los estados totalitarios”. Con ella golpean diariamente nuestras mentes, aunque cuando todo falla, nuestros estados democráticos suelen también recurrir a leyes mordaza o a porras analógicas para domeñarnos. Pero lo cierto es que la propaganda suele ser mucho más efectiva, sobre todo porque la ejercitan enemigos difusos y, si es lo suficientemente sibilina, se interioriza de tal manera que se asimila con toda normalidad aunque se trate de comulgar con indigeribles ruedas de molino.
¿Qué hace tan deplorables a los medios españoles? ¿Qué los hace peores a los del resto del mundo? Basta con mirar lo que está sucediendo estos días en el convulso panorama político del país para darse cuenta de que, cuando deberían pasar casi desapercibidos, en sí mismos acaparan un protagonismo similar al de los partidos políticos. Las burdas manipulaciones electoralistas, puestas en marcha con la connivencia de las cloacas del estado —que suelen tildar grandilocuentemente como periodismo de investigación— aireadas y desmontadas en plaza pública, no cesan de ridiculizar más y más a una prensa ya hondamente desacreditada y en permanente crisis, situación ganada a pulso durante muchos años de servicio al poder y abandono de su verdadero cometido de servicio público.
Los problemas comunes de la prensa occidental fueron diagnosticados por el “Modelo de Propaganda” en sus ya famosos cinco filtros que determinan qué noticias serán escogidas para ser incluidas en los medios. No es momento ni lugar para detenerse en ellos. No obstante, sí que merece la pena resaltar las especificidad patrias. Con honrosas excepciones, la mayoría de los medios pertenecen a grades conglomerados empresariales, dominados por muy pocas personas, pero infiltrados hasta la médula por capital internacional que, en gran medida, condiciona enormemente las líneas editoriales.
Un par de ejemplos: si Qatar es el segundo accionista del grupo PRISA, ¿acaso no va a imponer su visión de los conflictos en Medio Oriente si ese país es un patrocinador principal de las guerras contra Siria o Libia? ¿Cómo puedo creer en las noticias de la Cadena SER o del diario El País referidas a estas cuestiones? O si Mediapro depende en buena parte de sus negocios en Qatar, Dubai o tiene canales deportivos financiados a medias con grupos qataríes ¿cómo vamos a creer en lo que el periódico digital Público o la televisión La Sexta cuenten sobre la agresión a Siria? Las dudas y prevenciones de sus usuarios, cuando menos, están más que fundamentadas.
Y es que, las corporaciones mediáticas no se crean para garantizar el acceso a la información veraz, sino para garantizar beneficios en la cuenta de resultados, pase lo que pase, caiga quien caiga, aunque haya que sacrificar la verdad en el camino. Y ahí entra el segundo filtro de la Teoría de la Propaganda: la publicidad. Los periódicos no viven de la venta de ejemplares, viven de la publicidad; las televisiones y las radios, mucho más. El problema es tan profundo que estos investigadores afirman sin ambages que los medios de comunicación son empresas que venden espacios publicitarios a otras empresas… y a instituciones públicas. Es justo con la publicidad institucional donde las corporaciones mediáticas se cobran con creces el apoyo a su partido de cabecera cuando estos llegan al poder. Aquí y, cómo no, en los repartos arbitrarios de licencias de emisiones de radio y televisión.
En nuestro país se conocen algunas variantes más peligrosas, como el rescate por partidos de derecha a medios de comunicación en crisis con dinero procedentes de sobornos relacionados con adjudicaciones de obra pública y pagos a través de la declaración del impuesto sobre la renta a medios ultracentristas de la iglesia católica que se encargan de disfrazar como gastos sociales. Además, podríamos sumar la existencia de puertas giratorias invertidas para la contratación de pseudoperiodistas del régimen en puestos de dirección de medios de comunicación públicos con sueldos millonarios y tarjetas black de libre disposición y sin estar sometidos a ningún tipo de control de gasto.
La última línea de conexión que une a gobierno (partidos políticos) con los medios de comunicación de masas es la generación de noticias. Cuando buena parte de tus informaciones se generan en gabinetes de prensa oficiales, es muy difícil prescindir de ellas. Lo mismo sucede con las filtraciones y las exclusivas que pueden proporcionar cierto caché y diferenciación del resto de la prensa.
Ya tenemos dibujado, a trazo grueso, el panorama de interrelaciones entre el mundo de la política y el de los media en nuestro país. Una relación similar se produce entre estos y las grandes corporaciones, quienes, a través de presiones en el mundo económico y a través de los gastos en publicidad (directa o encubierta) pueden controlar contenidos de terceros hasta el punto de que son ellos los que determinan qué medio logrará sobrevivir y cual no. Así, los medios se convierten poco más que en agencias de publicidad para empresas y administraciones, vendiendo sus audiencias a otros para que compren sus productos o sus ideas.
Pero, ¿dónde quedan los profesionales en todo este tinglado? Desgraciadamente, son la parte más frágil de toda la tramoya. Presos de líneas editoriales que les obligan a la autocensura, simultaneando la crisis económica general con otra crisis generada por la irrupción de nuevos medios digitales descentralizados, obligados a regulaciones permanentes de personal, a una precariedad laboral sin precedentes… no pueden cargar con la responsabilidad del desastre.
Es justamente todo lo contrario, son la solución a todo este embrollo, siempre que haya gobiernos con la visión, capacidad y valentía de apoyar modelos nacionales antimonopolísticos, verdaderamente democráticos en la gestión de los medios públicos, transparentes y ecuánimes en la concesión de licencias de emisión y con un apoyo decidido a la creación medios comunitarios y profesionales no corporativos. Pero, lo primero que es necesario hacer es abrir de una vez el debate del papel de los medios en las sociedades democráticas situando como base irrenunciable, por encima de intereses espurios o de los beneficios económicos, el derecho a la información veraz —tal y como recoge la Constitución de 1978, base del ordenamiento jurídico actual— y a la libertad de información, un derecho fundamental instrumental, base de las libertades a cuya defensa están consagradas las Naciones Unidas. Mientras, muchos nos seguiremos informando por internet con noticias que jamás superarían los filtros del modelo de propaganda…
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=212296