A propósito de la conmemoración del centenario de la “hoguera bárbara”
PRENSA Y ANALFABETISMO
Fernando Checa. Revista Mediaciones (CIESPAL) <www.ciespal.net/mediaciones>
A propósito de la conmemoración del centenario de la “hoguera bárbara” se han dado algunas polémicas. Una de ellas es la supuesta influencia reducida que tuvo la prensa en la sociedad ecuatoriana de la época caracterizada por altos niveles de analfabetismo. En principio parece una obviedad: si pocos sabían leer, entonces la prensa incidía en pocos; pero no es exactamente así si consideramos algunos hechos no tan evidentes.
Benedict Anderson, en su conocido libro “Comunidades Imaginadas”, señala que en la constitución de los Estados-nación en el siglo XIX jugó un papel muy importante la tecnología impresa que fue conformando “una comunidad imaginada”, y en ello se destacó la prensa gracias a su creciente masividad.
Solo recuérdese que la penny press (la “prensa de a centavo”) surgió en la primera mitad del siglo XIX, como respuesta a la lógica mercantil que iba predominando en la prensa y a la demanda cada vez mayor que de ella había, lo que nos habla justamente de esa masividad, no obstante importantes niveles de analfabetismo existentes en la época, tanto en Europa como en América.
La aparente paradoja, masividad de la prensa en sociedades con altos niveles de analfabetismo, se explica porque en estas sociedades más que la lectura personal e introspectiva predominaba la “lectura colectiva”, a viva voz, en salones públicos y privados, en cafés y tabernas, en talleres y fábricas, en plazas y calles, en escuelas y colegios, en teatros y púlpitos. Los ejemplares de los diarios eran leídos por pocas personas, pero oídos por muchísimas más. Y sus sentidos, propuestas e imaginarios sobre distintos asuntos, con particular énfasis en los políticos, eran replicados con ecos crecientes en las voces de curas, políticos, intelectuales, maestros, agitadores, vecinos, etc. convertidos en verdaderos líderes de opinión. No de otra forma se explica el sentido de la celebérrima frase de Montalvo, “mi pluma lo mató”, con respecto al asesinato de García Moreno, en 1875, casi 40 años antes de la “hoguera bárbara”, frase que da cuenta del poder de la letra.
En un contexto así se explica, por ejemplo, el éxito de la novela semanal, el folletín, cuyo primer título fue “Celina, la hija del misterio”, de Eugene Sue, que circuló junto a un diario francés en 1843. En aquel entonces, la mitad de los franceses eran analfabetos; a fines de siglo, la mitad de la población europea lo era, una situación más dramática se vivía en América y, sin embargo, tanto allá como acá la novela semanal crecía en audiencia, en “lectores”, de diverso tipo. Julio Caro Baroja, sobrino de Pío, connotado folletinista, recuerda: “lo mismo la leía el portero en su sotabanco que el presidente del Consejo de Ministros en sus ratos de ocio” (“Baroja y su mundo I”).
Desde luego, todo esto gracias a la lectura colectiva ya mencionada. Por eso, algunos autores de folletín no escribían los textos sino que los dictaban a amanuenses (uno de aquellos fue Ponson du Terrail conocido por su célebre personaje Rocambole), repitiendo expresiones de la lengua oral, para que esos textos queden marcados con la oralidad como estilo, pues iban a ser mayoritariamente “oídos” antes que “leídos”. En este sentido se puede hablar de una oralitura; es decir, la oralidad a través de la literatura.
Además, se debe considerar que los niveles de analfabetismo decrecían cuando de ciudades se trataba, donde los sectores medios y medio-bajos veían en la cultura letrada una palanca importante de ascenso social, lo cual sin duda alguna era un gran estímulo para aprender a leer y a escribir, adquirir una educación (y en ello los periódicos fueron medio ideal), para insertarse plenamente en la cultura tipográfica de la “ciudad letrada”, como lo ha señalado Ángel Rama: “de todas las ampliaciones letradas de la modernización, la más notoria y abarcadora fue la de la prensa que, al iniciarse el siglo XX, resultó la directa beneficiaria de las leyes de educación común.” (“Transculturación narrativa en América Latina”).
Por tanto no se puede minimizar la influencia de la prensa a inicios del siglo XX, su poder simbólico o capacidad de incidir en la mentalidad y acciones de las personas, con el argumento de que por los altos índices de analfabetismo la mayoría no la “leía”, pues la lectura colectiva de múltiples ecos contrarresta ese argumento.
Otra cosa será probar, a través de un análisis del discurso riguroso, si los periódicos de la época (¿cuáles?) incidieron en los hechos (¿cómo?), si soliviantaron al populacho para que ejecute el brutal crimen, eso sí incentivado por la jerarquía eclesiástica y la oligarquía de las dos regiones.